Los Reyes
Magos: historia y tradición/Federico Fernández de Buján, catedrático de
Derecho Romano de la UNED.
Publicado en el
periódico ABC
| 4 de enero de 2014
La
tradición quiso que fueran tres, que fueran Reyes y que uno fuera negro, para
que nadie se sintiese discriminado. Melchor, Gaspar y Baltasar, que así se
mencionan desde el siglo VI. ¡Nos es tan necesario tener unos nombres para
llamarlos! ¡Cuánta ilusión al pronunciarlos! A su conjuro la imaginación lo
invade todo. ¡Cuántos regalos para celebrarlos! Nombres mágicos. Es el reino de
lo fantástico.
En
ellos podemos unir, mejor fundir, en unidad indestructible la sencillez del
niño y la complejidad del hombre: el primero espera a los Magos, el segundo
indaga su venida; el niño duerme soñando con ellos, el hombre vela para
atraparlos; el primero recibe sus regalos, el segundo los examina; el niño
disfruta jugando, el hombre pretende utilizarlos en su servicio.
Sólo
San Mateo los menciona (Mt. 2,1-12). A pesar de la fastuosidad del suceso, su
narración es sobria. El evangelista ofrece datos cronológicos y geográficos.
Nos dispone para leer la crónica de un hecho histórico. El Verbo encarnado se
inserta, con el nombre de Jesús, en la Historia del hombre. Nace en una época y
lugar determinados. «Nació Jesús en Belén de Judá. En tiempos del rey Herodes».
De
los Reyes no dice apenas nada. Solo que «llegaron del Oriente unos magos a
Jerusalén». Oriente expresa todo territorio más allá del Jordán. No pertenecen
al pueblo elegido, representan a la gentilidad. Con ellos celebramos la
Epifanía, aparición inesperada y bienhechora de Dios. En Nochebuena el Mesías
se había manifestado a los suyos, con el anuncio del Ángel a los pastores: «Os
traigo una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido
un Salvador» (Lc. 2,10-11). Con los Magos la Epifanía se propaga al resto del
orbe. El hombre es nómada en este mundo, su meta es el cielo. Pero durante
estas jornadas de camino Dios pone su «tienda entre las nuestras» ( Jn. 1,14).
Es el Rey del universo y a través de los Magos se manifiesta a todas las gentes
y anuncia la salvación a las naciones.
La
expresión «magos», del latín y por remisión del griego, significa sacerdotes y
sabios de la religión zoroástrica, que tuvo gran predicamento en los imperios
medo, persa y asirio e influjo en religiones posteriores. Los magos eran
respetados por su saber religioso y conocimiento científico. ¿Vinieron solos o
con comitiva? ¿En carroza, a caballo o sobre camellos? ¿ Juntos o por su
cuenta? Nada sabemos.
Son
los primeros misioneros. Descubren una estrella; se disponen, en virtud de una
fuerza irrefrenable, a seguirla; viajan desde lejanas tierras; su visión los
aboca a buscar y ambicionar una respuesta; en algún momento se encuentran; en
otro, ya juntos, pierden la estrella y su dicha se torna tristeza; con zozobra
llegan a Jerusalén y pretenden «adorar al Rey de los judíos», no lo encuentran;
salen de la Ciudad Santa –se alejan de perversos poderes– y, al instante,
recobran la estrella que les conduce a Belén; encuentran a un neonato ignoto y
pobre; y se rinden, con emoción, a la ilógica evidencia de descubrir a Dios en
ese «Niño, en brazos de su Madre».
La
tradición cristiana se ha encargado de entretejer su intrahistoria. En cuanto
al número, los testimonios protocristianos fluctúan. Así, dos, tres, cuatro,
seis o incluso doce en san Juan Crisóstomo. Prevalece el número de tres,
coincidente con el de los presentes regalados al Niño, que había defendido
Orígenes. Sus nombres se leen en los hermosísimos mosaicos de la Basílica de
San Apolinar Nuevo: los Reyes inician el cortejo que, desde el puerto de
Rávena, se dirige a adorar al Niño sentado en las rodillas de su Madre. San
Beda en el siglo XII nos regala su imagen: Melchor viejo, cano, de luenga
barba, Gaspar joven y rubio, y Baltasar de tez negra. Se cree que
representarían los tres continentes conocidos: Europa, Asia y África. Este
retrato perdura y nos llega en numerosas y bellísimas representaciones
pictóricas de todos los tiempos.
Su
condición de Reyes es muy temprana. El pueblo quiere ver en sus personas un
sometimiento de todo reino a la realeza de Cristo. La liturgia les aplica
pasajes del Antiguo Testamento. Así, el salmo 71 exclama: «Los reyes de Tarsis
le ofrecerán dones, los de Arabia y Sabá le traerán presentes».
En
el Medievo, devoto de reliquias, «aparecen» en Tierra Santa las de los Santos
Reyes y se trasladan a Milán. En el siglo XII son expoliadas por Federico
Barbarroja, que las regala a la ciudad de Colonia. Una ingente peregrinación
para venerarlas provoca la construcción de su catedral, una de las góticas más
bellas del mundo.
El
viaje y la Adoración de los Magos es fuente constante de inspiración literaria.
Están ya en Berceo y Juan Manuel. Una pieza celebérrima es el Auto de los Reyes
Magos, probablemente del siglo XII, primer drama castellano, que hoy custodia
la Biblioteca Nacional. La representación de sus 147 versos llega hasta
nuestros días en muchos pueblos de España.
En
la Universidad de Salamanca se descubre, en tiempos recientes, un anónimo del
siglo XV, con el título «Historia de los Reyes Magos». Su autor podría ser un
judío converso, pues la erudición del Antiguo Testamento se dispone en defensa
de la fe cristiana. Resulta inabarcable mencionar la multitud de escritos de
ensayistas, dramaturgos y poetas, aparte de escritores sagrados, que han
dedicado sus creaciones y estudios a la entrañable figura de los Reyes Magos.
Dios convoca a los Magos desde su conocimiento astronómico y sus creencias
astrológicas. Durante el camino consultan sus saberes, pero un día alcanzan un
resultado buscado por un camino y descubierto por otro.
Su
razón les impulsa a descubrir el arcano, pero será de rodillas, al hincarse de
hinojos ante ese Niño –en brazos de su Madre, Sede de la Sabiduría–, cuando la
razón, iluminada por la Fe y con la ayuda del corazón, comprende en plenitud el
Misterio.
Los
Reyes nos regalan así esa certeza que entiende que fidesetratio, fe y razón,
son proposiciones complementarias, tan necesarias ayer como hoy.
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