13 feb 2014

Carta a Pedro J. o el sacrificio por la verdad


Carta a Pedro J. o el sacrificio por la verdad/Javier Gómez de Liaño, es abogado y juez en excelencia.
El Mundo |13 de febrero de 2014
Ya veo que las aguas de EL MUNDO, poco a poco, vuelven a su cauce. Éste era el deseo de muchos, empezando por ti, continuando por Casimiro, tu sucesor, y terminando por quienes trabajan en él. También el de la gran mayoría de los lectores y, por tanto, el mío, que además lo es el de reconocer el servicio que el periódico ha prestado a la verdad durante tus años de director, para lo cual me propongo proceder con frío pensamiento, aunque sin renunciar al caluroso sentimiento.
Comienzo diciéndote que siempre me pareció que si el periodismo consiste en contar la verdad de lo que sucede y hacerlo para servir a los demás, resulta difícil admitir que el periodista pueda ponerse al servicio de la nada como sinónimo de estar al servicio del poder, de la negación o del temor, que a la larga es algo que implica la negación de todo. Este supuesto cae fuera de lo que tú y otros muchos colegas pensasteis al crear EL MUNDO, y por el camino contrario, sucumbe, obediente al guión trazado, en el malsano rincón del servilismo.

En defensa de la verdad has dirigido EL MUNDO durante casi 25 años. Lo has hecho consciente de la responsabilidad que tenías en tus manos y con el espíritu del que Max Weber habla en su obra El político y el científico cuando afirma que en el trabajo periodístico la diafanidad ha de ir acompañada de una información correctamente establecida, entendida no como equivalente a cierta, sino como aquella que propende a la verdad. Contigo la verdad no ha sido un secreto, sino una voceada noticia, algo que cada día era de dominio público. Recuerdo haberte oído decir que el mejor periodista no es el que primero da la información sino el que la da mejor.
No niego que hablar de nuestro memorable EL MUNDO suene a arrogante e incluso reconozco que lo es un poco, pero ¿por qué no? No se trata de un orgullo individual sino colectivo. EL MUNDO, a punto de cumplir un cuarto de siglo de existencia, roza el área del milagro, aunque no podáis negar que el prodigio es fruto del cotidiano desvelo, de la arriesgada audacia y de la terca tenacidad en el hallazgo de una información veraz. Me consta que quienes hacen EL MUNDO se sienten orgullosos de cumplir su tarea en, según muchos, el mejor periódico de España y de contribuir a ampliar su alcance. Así es como el otro día Lucía Méndez retrataba a la redacción, o sea, un lugar lleno de vida, donde se grita, se discute, se sufre, se ríe o se llora y donde decenas de almas hacen el diario de la forma que tú les enseñaste. Un orgullo que también consiste en saber que la misión del periódico es servir con la palabra a aquello que tranquiliza las conciencias: la verdad y la libertad, que para algunos son conceptos identificables.
No han sido pocas las veces que has declarado que EL MUNDO no era tuyo, ni de quienes en él trabajan, ni de los accionistas, sino de los lectores y de su creciente ansia de una información sin límites. Para el lector de EL MUNDO la verdad jamás fue un aire viciado sino un viento sano y compartido. La libertad de expresión como la de informar en libertad no son dogmas de fe, sino nociones tangibles que se pueden ver, oír, oler, tocar y gustar. El mesurado Alexis de Tocqueville pensaba que quien busca en la libertad algo que no fuere la libertad misma, había nacido para esclavo, a lo que, más modestamente, añado que en la libertad no caben los espejismos, ni los señuelos, ni las figuraciones y que no hay mayor siervo que quien se tiene por libre sin serlo.
Hago la cita porque algo parecido dijiste en el décimo aniversario de EL MUNDO al advertir a la concurrencia que el periódico sólo se casaría con la verdad de los hechos, gustara más o menos a tales o cuales poderes establecidos. Aún siguen vivas aquellas palabras de que se trataba del proyecto intelectual de un conjunto de periodistas que creían que las cosas podían contarse de un modo claro y directo. Desde aquellos recuerdos, hoy sólo me interesa dejar constancia de la gran satisfacción que siente el lector de este periódico al confiar en que seguirá siendo leal y honesto consigo mismo y con sus destinatarios. EL MUNDO, contigo al frente, ha hecho del periodismo la última verdad vestida, o desnuda, que también puede ser, con el noble y hermoso ropaje de la palabra. Se me ocurre que ahora, cuando has dejado la dirección del periódico, podrías escribir al dorso de tu tarjeta de visita una breve nota que dijera que al periodismo corresponde apoyar, con la lanza de la verdad, a la razón y hacer frente con ella a las irrazonables acometidas de la fuerza.
Al igual que tú, tampoco yo tengo la menor duda del talento de tu sucesor, ni de su integridad personal, ni de su compromiso con todos los principios que presidieron la fundación de EL MUNDO. Como botón de muestra, ahí está el decálogo de buenos propósitos que Casimiro nos ofreció el domingo pasado en su Hoja de ruta. A un periódico no se le pueden parar los pies por publicar noticias ciertas, ni ser objeto de la presión de grandes empresas, ni dejarse coaccionar por el poder de la política o del dinero, que viene a ser lo mismo.
Hoy más que nunca, queridos Pedro J. y Casimiro, es necesario que los enemigos de la libertad sepan que EL MUNDO no puede ser reducido a silencio, ni objeto de compra y venta por traficantes de la verdad, que van listos quienes pretendan implicar a su gente en el amoral tejemaneje de la política práctica y que a su director y al resto de periodistas no se les puede vestir de marionetas o de títeres escribientes al dictado. El periodismo se basa en la independencia del poder político, del económico y de las propias tentaciones del poder, una convicción que lleva a establecer fronteras infranqueables. El buen periodista es quien dice no al poder, aquel que tiene el valor de ir a contracorriente de los que mandan.
En tu última carta como director deEL MUNDO te despedías de los lectores con el lema, aunque, en realidad, es una sentencia, que Décimo Junio Juvenal dicta en su sátira IV: Vitam impendere vero, o sea sacrificar la vida a la verdad y que Rousseau utiliza como epígrafe de algunas de sus obras, cuando expresa el deseo moral de situar la verdad como principio que debe dirigir nuestros actos. Éste, precisamente éste, ha sido el motivo de tu cese. «La defensa de la palabra frente al poder es lo que resume la historia de este periódico durante 24 años», escribió Pedro G. Cuartango en sus Vidas paralelas del 1 de febrero y que viene a ser igual a lo dicho por Casimiro en la charla que el pasado 4 de febrero mantuvo con los lectores de EL MUNDO, cuando a la pregunta de ¿por qué te habían cesado? respondió que porque en los últimos tiempos el periódico había publicado informaciones muy comprometidas que afectaron a instituciones, partidos políticos, sindicatos, etcétera, y porque los poderes fácticos de este país no soportaban a un director como tú, a lo que se sumaba una situación financiera complicada del periódico.
No nos engañemos, ni nos dejemos engañar. La vida sigue siendo como si tal cosa. Ojalá que EL MUNDO continúe muchos años dando vueltas sobre su eje y que tu marcha no sea germen de la desesperanza. Por eso, hoy por hoy, quisiera hacerte partícipe de la serena tranquilidad que al lector de EL MUNDO le produce pensar que el periódico seguirá siendo fiel consigo mismo y con sus destinatarios. «Thuth hath a quiet breast», decía Shakespeare, que en lenguaje paladino significa que «la lealtad tiene corazón tranquilo». Que nadie ose poner sobre las páginas de EL MUNDO, escritas desde la lealtad y la honestidad, sus sucias manos, embadurnadas de mugrienta tinta.
Ya sé, entre otras cosas, porque te lo oí decir en tu adiós a los compañeros de redacción, que si de ti hubiera dependido, habrías seguido siendo director de EL MUNDO toda tu vida. Te confieso que no esperaba de ti otra reacción. Como Gabriel García Márquez dijo en el discurso pronunciado el 7 de octubre de 1996 en la 52ª Asamblea General de la Sociedad Interamericana de prensa, el periodismo es para ti una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad, a lo cual añadió que nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz.
Querido Pedro J., todos nos debemos al calendario, a nuestra vocación y a la suerte. La edad no es un límite, sino un dato. Recuerda aquello que Camilo José Cela nos dijo mientras celebrábamos su 85 cumpleaños de que la juventud es una afición que se mantiene pese al calendario, las arrobas y demás lacras terrenales. No tienen razón los que suponen que cualquier tiempo pasado fue mejor. El mundo camina sin detenerse porque todavía hay quienes se proponen abrir, sin miedo ni cansancio, caminos novedosos pues creen que una sola cosa nueva, aunque sea aventurada, vale más que un sinfín de cosas viejas.
Te digo esto porque para mí que todavía tienes mucha cuerda, de manera que el retorno, siempre estará a la vuelta de la esquina y al alcance de tu mano. Mientras tanto, deseo que lo pases bien y te confieso que lo mismo que yo, tus lectores no lo pasaron mal durante estos 24 años, más el suplemento de cómo lo pasaron con Diario 16. Pienso que tal vez 34 años de director de periódicos, contados día a día, son mucho tiempo y que quizá y a lo mejor, había llegado la hora de hacer un alto en el camino, pues nada se debe prolongar más allá de los prudentes límites.
Querido Pedro J., voy terminando. Fue en junio de 1998 cuando me ofreciste el honor de escribir en EL MUNDO. Desde entonces hasta hoy han pasado 16 años. En ellos, mes a mes, he ofrecido, mejor o peor pero siempre con buena voluntad, alrededor de doscientos artículos elaborados a brazo, como el tradicional chocolate. Ha sido un notable esfuerzo por mi parte, únicamente comparable con el sobresaliente mérito de los lectores al aguantarme, cosa que agradezco infinitamente.
Con tu gesto hiciste evidente el sentir de que al amigo seguro se le conoce en la ocasión insegura. En aquellos años, ya lejanos, en que las cosas se me complicaron y casi, casi, vivía a salto de mata, fuiste para mí el amigo que, generosamente y a tiempo, pusiste bálsamo reparador en la herida abierta de mi incertidumbre, tan a cuerpo limpio mantenida. Ahora que has dejado de ser director y yo he venido a más confortable situación, me emociona recordártelo aquí para que se entienda lo que, con el corazón en la mano y rebosante de gratitud, acabo de escribirte.

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