El Estambul de Orhan Pamuk
El
escritor hace un recorrido por el lugar que lo vio crecer a través de recuerdos
que han quedado en su memoria. También destaca el cambio que ha tenido la
ciudad turca.
New
York Times News Service, 8.02.2014
Publicado en El Financiero, 9 de febrero..
En
una ventosa tarde de mediados de diciembre, el escritor Orhan Pamuk se
encontraba en una frondosa plaza a la vuelta de la Universidad de Estambul,
absorto en un recuerdo de 40 años atrás. Caminó frente a unas motocicletas
estacionadas, unos sólidos robles y una fuente de piedra, hojeó los libros de
segunda mano frente a las atiborradas tiendas que ocupan los pisos de la planta
baja de un conjunto de edificios amarillo claro. Sahaflar Barisis, el bazar de
libros usados de Estambul, ha sido un imán para la gente que gusta de leer
desde la era bizantina.
A
principios de los setenta, Pamuk, entonces estudiante de arquitectura,
aspirante a pintor y enamorado de la literatura occidental, iba en auto desde
su casa y cruzaba el Cuerno de Oro para ir a buscar traducciones de Thomas
Mann, André Gide y otros escritores europeos. “Mi padre tenía la amabilidad de
darme dinero y yo llegaba aquí los domingos en su coche, para llenar la cajuela
de libros”, recuerda el laureado con el Nobel, de pie junto a un busto de Ybrahim
Muteferrika, el impresor en 1732 de uno de los primeros libros en Turquía: un
diccionario árabe-turco.
“Nadie
más estaba aquí los domingos. Yo regateaba, hablaba, platicaba. Conocía a todos
los empleados, pero todo eso ha cambiado ahora”, afirma refiriéndose a la
atmósfera en cierto modo turística que priva y la desaparición de los
personajes que él llegó a conocer, como el vendedor de manuscritos que también
era un predicador sufí. En la actualidad, dice, “vengo solamente una vez al
año”.
Pamuk
nació como a unos 6.5 kilómetros del mercado, en el próspero barrio de
Nisantasi, en 1952, hijo de un empresario que perdió buena parte de su fortuna
a través de una serie de malas inversiones. Pamuk creció rodeado de parientes y
sirvientes, pero las disputas entre sus padres, y la constante sensación de que
la familia se desmoronaba, moldearon su juventud en medio de la incertidumbre y
la tristeza periódica.
Durante
la mayor parte de sus sesenta años, Pamuk ha vivido en Estambul, tanto en
Nisantasi como en el cercano barrio de Cihangir, a lo largo del Bósforo. Su
trabajo está tan arraigado en su ciudad como el de Dickens lo está en Londres y
el de Naguib Mahfouz en El Cairo. Novelas como “El museo de la inocencia” y “El
libro negro”, así como la autobiográfica “Estambul, Ciudad y recuerdos”, evocan
una ciudad tan mágica como melancólica, recuperándose de la pérdida del
imperio, desgarrada por el choque entre el secularismo y el islam político y
seducida por Occidente. La mayoría de los personajes de Pamuk pertenecen a la
élite secular, cuyas relaciones románticas, rencillas y obsesiones se
desarrollan en los cafés y las alcobas de unos cuantos barrios.
“Hice
mi primer viaje al extranjero en 1959, cuando fui a Ginebra en el verano con mi
padre, y no volví a salir de Estambul hasta 1982”, dijo Pamuk. “Yo pertenezco a
esta ciudad.”
El
otoño pasado Joshua Hammer, reportero del New York Times, le escribió a Pamuk
para preguntarle si lo llevaría a un recorrido por los barrios que moldearon su
educación y su desarrollo como escritor. Después de muchas visitas, él (Hammer)
quería ir más allá de las vistas turísticas y observar la ciudad tal como Pamuk
la ve: el lugar de una historia épica y de profundas asociaciones personales.
Pamuk aceptó de inmediato y dos meses después se reunieron en el departamento
el escritor, en el acaudalado barrio de Cihangir, que domina la mezquita de
Cihangir, un monolito erigido en el siglo XVI flanqueado por minaretes. Más
allá se extiende el Bósforo, el estrecho que constituye el límite entre Asia y
Europa.
Hammer
relata que lo vio cuando estaba en las últimas fases de pulir su novela más
reciente, “La extrañeza en mi mente”, aún sin publicar y que reseña la vida de
un vendedor callejero de Estambul desde los años setenta hasta el presente.
En
una nublada tarde siguieron una ruta zigzagueante que más o menos iba paralela
al Bósforo y que los llevó a través del corazón de Cihangir, que antes fue un
barrio predominantemente griego. Ahora, Cihangir es un barrio de moda entre
artistas y escritores, de cafés elegantes, tiendas de antigüedades y rentas por
las nubes.
Uno
de los motores de la revitalización de Cihangir fue la creación del propio
Pamuk: el museo de la Inocencia, que abrió sus puertas en 2012. El museo es una
cápsula del tiempo obsesivamente reconstruida a partir del Estambul de los
setenta y un homenaje al poder de la obsesión. Está inspirado en “El museo de
la inocencia”, novela publicada en 2008 acerca de un acaudalado empresario de
Estambul, Kemal Basmaci, que se enamora de una pobre vendedora de una tienda,
Fusun. Él está tan consumido por su sentimiento que reúne una colección de toda
traza de contacto con ella.
Pamuk
encontró el edificio, diseñó las exhibiciones y reunió la colección ficticia de
su personaje en mercados de pulgas y entre las cosas heredadas de su propia
familia. En las paredes de las oscuras salas están dispuestas cajas de vidrio,
capítulo por capítulo, con las supuestas prendas del amor no correspondido de
su personaje: frascos de agua de colonia, perritos de porcelana, tarjetas
postales de Estambul y 4 mil 213 colillas dejadas por los cigarrillos de Fusun,
cada una empacada en una diminuta vitrina. “No he publicado nada desde hace
años pero tengo una buena excusa”, señala Pamuk. “Hice un museo entre tanto.”
La
plaza Karakoy, más abajo por la colina, es una plaza que da al mar de la cual
irradian avenidas bordeadas de edificios de oficinas modernos y de la era
otomana, bazares de comida y tiendas de aparatos eléctricos. Los vendedores
callejeros ofrecen jugo de granada y simit, el pan en forma de rueda también
llamado rosquilla turca.
Encajado
en una empinada avenida hay un callejón de burdeles autorizados por el gobierno
y vigilados por la policía. La zona de Karakoy evoca en Pamuk intensos
recuerdos de su infancia. Señala una tienda de bicicletas, donde su padre le
compró la primera que él tuvo. Un poco más adelante hay un pasaje que lleva al
Túnel, una de las líneas de tránsito subterráneo más antiguas del mundo.
Continuaron
por el puente Gálata, el epicentro histórico de Estambul, deteniéndose a medio
camino para admirar la escena: botes de turismo y lanchas de placer flotando
hacia el Cuerno de Oro, pasando por las mezquitas de Sultan Ahmet por un lado y
las empinadas colinas de Cihangir por el otro. “Esto originalmente fue un
puente de madera y cuando yo era niño había que pagar para cruzarlo”, explica.
“Pero también podían rentarse botes de remos. Recuerdo que lo cruzaba con mi
madre en bote de remos en los años cincuenta.”
Hace
un siglo, “todos los barcos que venían del mar de Mármara, desde el
Mediterráneo, terminaban aquí”, menciona Pamuk. Como lo relata en “Estambul”,
Gustave Flaubert llegó aquí en octubre de 1850 y se quedó seis meses, aquejado
de una sífilis que contrajo en Beirut. Aun así se dio maña para frecuentar los
burdeles de la ciudad y escribir sobre las “putas de cementerio” que atendían
de noche a los soldados. Otro visitante notable de esos tiempos fue el escritor
y político francés Alphonse de Lamartine quien “habló de los chicos que, desde
el puente, pedían a gritos a los turistas que les dieran unos centavos”, agregó
Pamuk. “Los turistas arrojaban las monedas al agua y ellos saltaban desde el
puente para bucear y hacer suyo el dinero.”
En
“Estambul”, Pamuk capta la nostalgia, la “hüzün” que invadía a la metrópolis en
su infancia, cuando todavía sufría del largo declive después del colapso del
imperio otomano, al término de la primera guerra mundial. Él habla de “los
viejos transbordadores del Bósforo, anclados en estaciones abandonadas a medio
invierno (...) los viejos vendedores de libros que avanzan trabajosamente de
una crisis financiera a otra y después esperan tiritando todo el día a que
regrese un cliente”.
La
autobiografía, publicada en 2001, narra la vida de Pamuk hasta su decisión de
ser escritor en 1973 y capta una época muy diferente en la historia de la
ciudad. “La ciudad era pobre, no era Europa, y yo quería ser escritor. Y me
preguntaba si podría ser feliz, vivir en esa ciudad y ser escritor. Esos eran
los dilemas a los que me enfrentaba”. “Cuando la publiqué, la generación más
joven me dijo: 'Nuestra Estambul no es tan en blanco y negro; nosotros somos
más felices aquí’. Ella no quiere saber de la melancolía, mi tipo de historias
sucias de la ciudad.”
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