Homenaje Nacional a Gabriel García Márquez en Bellas Artes, 21 de abril de 2014
-MODERADOR:
Toma la palabra el Director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
licenciado Rafael Tovar y de Teresa.
-RAFAEL
TOVAR Y DE TERESA: Señor Presidente de México y señora de Peña Nieto.
Señor
Presidente de Colombia y señora de Santos.
Queridos
Mercedes, Rodrigo, Gonzalo y familiares de Gabriel García Márquez.
Señoras
y señores.
Amigos:
A
Gabriel García Márquez no le gustaban los discursos, así lo dijo él mismo: Qué
hago yo encaramado en esta prueba de honor, yo que siempre he considerado los
discursos como el más terrorífico en los compromisos humanos.
Desde
luego que sabía lo que hacía, pero al bromear con su papel de orador,
predisponía a la audiencia a recibir con alegría su mensaje.
Esa
era parte de su magia inimitable.
Al
platicar ayer con Mercedes, le pregunté si quería que dijera algo en especial o
dejara de mencionar algo.
A
lo segundo me dijo contundente: Puedes decir lo que quieras, en esta familia no
hay secretos.
Y
sobre qué decir, me sugirió que hablara sobre la música y las cosas felices que
lo rodeaban.
Gabriel
García Márquez fue un hombre feliz y la felicidad se trasmina a todo lo que su
pluma de escritor tocó.
De
la música solo diré que la que hemos escuchado esta tarde es una selección de
Rodrigo y Gonzalo sobre algunos de los temas favoritos de su padre, que no sólo
disfrutaba de la música popular, como sabemos, sino que tenía una gran afición
por la música de concierto.
Pero
quisiera comenzar por el principio.
Gabriel
García Márquez nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia, y murió en
esta Ciudad de México el pasado 17 de abril, a los 87 años de edad.
Ese
arco de vida marcó la trayectoria extraordinaria de un hombre y sus tres
Patrias: Colombia, México y el idioma español.
Esos
territorios, que tienen mucho que ver con la imaginación, pero también con las
raíces que uno echa en el periplo de una vida, ya pueden reclamarse como
Patrimonio de la Humanidad.
Del
mismo modo que en el Siglo XIX portentosos escritores como Tolstoi, Dostoievski
o Chejov lograron que la cultura de Rusia se volviera universal, la literatura
de América Latina se volvió universal en el Siglo XX gracias a una generación
de escritores encabezada por García Márquez que recurrió a la historia de su
aldea, real o imaginada, para reinventar la vida del hombre.
Acabo
de recordar a Rusia porque al igual que los rusos después de nuestra
Independencia, los americanos dudamos entre imitar a Europa o construir nuestra
identidad a partir de la tradición, y al igual que ellos, tras un periodo de
imitación, encontramos nuestra propia e inconfundible voz.
En
la literatura es con el llamado Boom, con el que surgen las historias más
propias, la temática única y original que condensa el realismo mágico, que no
es otra cosa que el retrato de una naturaleza extremada, de un abigarrado
tablero de culturas encontradas, de vocabularios y expresiones enriquecidas, de
poesía encarnada.
Es
la voz de la gran literatura, hablándoles al oído con sus propias palabras a
los latinoamericanos que se miran y se reconocen azorados en ese espejo.
Esa
literatura impar es producto del sincretismo y el mestizaje, pero su voz es
propia y nos define, al grado de que podemos afirmar, sin exagerar, que dicha
irrupción literaria ha inventado una continente llamado Latinoamérica, y
Latinoamérica ya no como un epígono del mundo, sino como parte de su centro.
A
partir del Boom, el lenguaje literario latinoamericano no se parece a ninguno.
Al
igual que su admirado Juan Rulfo, Gabo fue, como dijo Carlos Fuentes, un nuevo
descubridor, un bautizador del nuevo mundo en la tarea interminable de darle
nombre a América.
Sobre
México, al aceptar la Orden del Águila Azteca, en 1982, García Márquez dijo: No
es una segunda Patria, sino una Patria distinta que se me ha dado sin
condiciones y sin disputarle a la mía propia el amor y la felicidad que le
profeso y la nostalgia con que me lo reclama sin tregua.
Aquí
Gabo pudo ser, sin celos ni exigencias, en perfecta concordia, colombiano y
mexicano, y así lo honramos hoy.
Celebramos
al escritor que siempre tuvo presente su infancia. Ese gran asombro de ojos
desorbitados de la realidad que vivió de niño y que jamás se fue.
Celebramos
que sus recuerdos hayan sido atizados por la invención o inmotivados por ella.
Celebramos que haya absorbido, con asombro y con talento de artesano, la
cultura alta y popular que lo rodeaba. Y celebramos su curiosidad voraz.
De
ahí que su obra sea aplaudida por el público y por la crítica en la plaza
popular y en el aula erudita.
Fue,
además, un ejemplo de vida. Vivía a plenitud la armonía que logró con su
familia, porque tuvo una familia extraordinaria, una esposa excepcional que lo
acompañó, desde 1958, como dicen las reglas sociales, en lo próspero y en lo
adverso.
Lo
recibimos hoy, en el Palacio de Bellas Artes, el Emblema artístico de México.
Aquí
en su casa mexicana, con un pie en su infancia de Colombia, redactó Cien Años
de Soledad, escrito con dos dedos índices y usando las 28 letras del alfabeto
como todo arsenal.
Ese
libro ha rebasado ya por mucho el millón de ejemplares. Las cifras subrayan
nuestra hambre de leer historias en las que nos reconozcamos; pero, también, al
mismo tiempo, algo más sencillo y más fecundo, que Macondo es ya parte de
nuestra conversación cotidiana, de nuestros sueños y esperanzas, de nuestras
vidas reales. Macondo es ya parte de la cultura popular, algo que sólo había
logrado Cervantes con El Quijote.
García
Márquez, el continuador y renovador de la tarea literaria cervantina, nos ha
dejado, a unos días de la conmemoración que el mundo hace del Día Internacional
del Libro, fecha en que se recuerda a Cervantes, a Shakespeare y a Inca
Garcilaso, autores con los que se mide en talento.
Y
nos dejó un jueves santo, entre una luna roja, una granizada épica y un temblor
de miedo, digno marco cósmico para el inventor y cronista de la realidad mágica
de Latinoamérica.
En
el Coronel no tiene quien le escriba, encontramos estas líneas: En la vida más
que la muerte, es la que no tiene límites.
Sus
libros, su legado, su invaluable regalo al mundo tampoco tienen límites.
Muchas
gracias.
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