El portal ACI Prensa nos comparte el texto completo en español de la entrevista que la vaticanista Franca Giansoldati le hizo al papa Francisco .
Se publicó en el diario italiano Il Messagero, el domingo 29 de junio.
Se publicó en el diario italiano Il Messagero, el domingo 29 de junio.
Francisco habla de la realidad de Roma, del comunismo, del papel de la mujer en la Iglesia, de la corrupción y la política.
-¿Y
entonces, el partido Italia-Uruguay. Santo Padre, con quién iba?
-Yo
con ninguno, de verdad. Prometí a la presidenta de Brasil (Dilma Rousseff), que
sería neutral.
-¿Comenzamos
por Roma?
-¿Usted
sabe que yo no conozco Roma? Piense que la Capilla Sixtina la vi por primera
vez cuando participé en el Cónclave que eligió a Benedicto XVI (2005). Ni
siquiera he estado en los Museos. El hecho es que cuando era Cardenal no venía
muy a menudo. Conozco Santa María la Mayor porque iba siempre. Y después San
Lorenzo de Extra Muros, donde iba para las confirmaciones cuando estaba Don
Giacomo Tantardini. Obviamente conozco Plaza Navona porque siempre me alojé en
la Via della Scrofa, allí al lado”.
-¿Hay
algo de romano en el Bergoglio argentino?
-Poco
y nada. Yo soy más del Piamonte, esas son las raíces de mi familia de origen.
Todavía estoy empezando a sentirme romano. Tengo la intención de ir a visitar
el territorio, las parroquias. Estoy descubriendo poco a poco esta ciudad. Es
una metrópoli muy hermosa, única, con los problemas de las grandes metrópolis.
Una pequeña ciudad posee la estructura casi inequívoca, una metrópoli, en
cambio, comprende siete u ocho ciudades imaginarias, superpuestas, a varios
niveles. También niveles culturales.
Pienso,
por ejemplo, en las tribus urbanas juveniles. Ocurre lo mismo en todas las ciudades.
En noviembre haremos en Barcelona un congreso dedicado precisamente a la
pastoral de las metrópolis. En Argentina se promovieron intercambios con
México. Se descubren muchas culturas cruzadas, pero no tanto a través de las
migraciones, sino porque se trata de territorios culturales transversales,
hechos de pertenecías propias. Ciudades en la ciudad. La Iglesia debe saber
responder a este fenómeno.
-¿Por
qué Usted, desde el principio, ha querido subrayar tanto las funciones del
Obispo de Roma?
El
primer servicio de Francisco fue este: ser el Obispo de Roma. Todos los títulos
del Papa, Pastor universal, Vicario de Cristo, etcétera, los tiene precisamente
porque es Obispo de Roma. Es la elección primordial. Las consecuencias del
Primado de Pedro. Si mañana el Papa quisiera ser el Obispo de Tivoli,
seguramente me echarían.
Hace
40 años, con Pablo VI, el Vicariato promovió el congreso sobre los males de
Roma. De allí salió un cuadro de la ciudad en la que él tenía mucho tenía lo
mejor, y quien tenía poco, tenía lo peor. Hoy, a su parecer, ¿Cuáles son los
males de esta ciudad?
Son
los de las metrópolis como Buenos Aires. Quienes aumentan los beneficios, y
quien son cada vez más pobres. No sabía del congreso de los males de Roma. Son
preguntas muy romanas, y yo entonces tenía 38 años. Soy el primer Papa que no
participó en el Concilio y, en aquella época, para nosotros la gran luz era
Pablo VI. Para mí, la Evangelii Nuntiandi, siempre será un documento pastoral
jamás superado.
-¿Existe
una jerarquía de valores que respetar en la gestión de los asuntos públicos?
-Por
supuesto. Tutelar siempre el bien común. La vocación para cualquier político es
esta. Un concepto amplio que incluye, por ejemplo, la custodia de la vida
humana, de su dignidad. Pablo VI solía decir que la misión de la política
permanece como una de las más altas de la caridad. Hoy el problema de la
política –no hablo solo de Italia, sino de todos los países, el problema es
mundial-, es que se ha desarrollado, arruinado por la corrupción, por el
fenómeno de los sobornos.
Me
acuerdo de un documento que publicaron los obispos franceses hace 15 años. Era
una carta pastoral titulada: Rehabilitar la política. Afrontaba precisamente
este argumento. Si no hay un servicio de base, no se puede si quiera entender
la identidad de la política.
Usted
ha dicho que la corrupción huele a putrefacción. Dijo también que la corrupción
social es el fruto del corazón enfermo y no solo de condiciones externas. No
habría corrupción sin corazones corruptos. El corrupto no tiene amigos, sino
idiotas útiles. ¿Nos lo podría explicar mejor?
Hablé
durante dos días seguidos sobre este tema porque comentaba la lectura de la
Viña de Nabot. A mí me gusta hablar sobre las lecturas del día. El primer día
afronté la fenomenología de la corrupción, el segundo día de cómo acaban los
corruptos. El corrupto, por tanto, no tiene amigos, solo tiene cómplices.
-¿Usted
cree que se habla tanto de corrupción porque los medios de comunicación insisten en este tema
o porque efectivamente se trata de un mal endémico y grave?
No,
por desgracia el fenómeno es mundial. Hay jefes de estado en la cárcel
precisamente por esto. Me he preguntado mucho sobre esto, y he llegado a la
conclusión que muchos males crecen sobre todo durante los cambios de época.
Estamos viviendo más que una época de cambios, un cambio de época. Y por tanto,
se trata de un cambio de cultura, precisamente de esta fase emergen cosas así.
El cambio de época alimenta la decadencia moral, no solo en política, sino
también en la vida financiera o social.
También
los cristianos parecer no brillar por su testimonio…
El
ambiente es lo que facilita la corrupción. No digo que todos sean corruptos,
sino que creo que es difícil permanecer honestos en esta política. Hablo de
todo el mundo, no solo de Italia. Pienso también en otros casos. A veces hay
personas que querían hacer las cosas más claras, pero después se encuentran con
dificultades, y es como si fueran fagocitados por un fenómeno endémico, a altos
niveles, transversales. No porque sea esta la naturaleza de la política, sino
porque en un cambio de época, las tensiones hacia una cierta deriva moral se
hacen fuertes.
-¿A
usted le asusta más la pobreza moral o material de una ciudad?
A
mí me asustan las dos. Un hambriento, por ejemplo, puedo ayudarlo para que no
tenga más hambre, pero si ha perdido el trabajo y no encuentra otra ocupación,
tiene que ver con otra pobreza. Ya no tiene dignidad. Quizá pueda ir a Cáritas
y llevarse a casa un poco de víveres, pero experimenta una pobreza gravísima
que le arruina el corazón. Un Obispo auxiliar de Roma me contó que muchas
personas van a comedores en secreto, llenos de vergüenza, y se llevan a casa la
comida. Su dignidad se ha empobrecido y viven en un estado de postración.
Por
las grandes calles de Roma se ven mujeres de apenas 14 años, a menudo obligadas
a prostituirse en medio del descuido general, mientras que en el metro se
aprecia la mendicidad de los niños. ¿La Iglesia es todavía levadura? ¿Se siente
impotente como Obispo ante esta degradación cultural?
Siento
dolor. Siento un enorme dolor. La explotación de los niños me hace sufrir.
También en Argentina ocurre lo mismo. Para algunos trabajos manuales se usan a
los niños porque tienen las manos más pequeñas. Pero los niños también son
explotados sexualmente en hoteles. Una vez me advirtieron sobre una calle de
Buenos Aires en donde había muchachitas prostitutas de 12 años. Me informé y
efectivamente era sí. Me hirió. Pero todavía más ver que se paraban autos de
gran cilindrada conducidos por ancianos. Podían ser sus abuelos. Hacían subir a
la niña y le pagaban 15 pesos que después les servían para comprar drogas, la
dosis. Para mí las personas que hacen esto a las niñas son pedófilos. Sucede
también en Roma. La ciudad eterna que debería ser un faro en el mundo es un
espejo de la degradación moral de la sociedad. Pienso que son problemas que se
resuelven con una buena política social.
-¿Qué
puede hacer la política?
Responder
limpiamente. Por ejemplo con los servicios sociales que permiten a las familias
entender, acompañándoles a salir de situaciones difíciles. El fenómeno indica
una deficiencia del servicio social en la sociedad.
La
Iglesia está trabajando muchísimo…
Y
tiene que continuar haciéndolo. Hace falta ayudar a las familias en dificultad,
una tarea ardua que requiere esfuerzo común.
En
Roma cada vez más jóvenes no van a la iglesia, no bautizan a sus hijos, no
saben ni siquiera hacerse la señal de la cruz. ¿Qué estrategia serviría para
cambiar esta tendencia?
La
Iglesia debe salir a las calles, buscar a la gente, ir a las casas, visitar a
las familias, ir a las periferias. No ser una Iglesia que solo recibe, sino que
ofrece.
Y
los párrocos no tienen que ponerle los rulos a las ovejas…
(Risas)
Obviamenteo. Estamos en una época de misión desde hace diez años. Debemos
insistir.
-¿Le
preocupa la cultura de la no natalidad en Italia?
Creo
que hace falta trabajar más por el bien común de la infancia. Poner sobre la
familia un compromiso, a veces no es suficiente con un salario, no se llega a
fin de mes. Se tiene el miedo de perder el trabajo o de no poder pagar más el
alquiler. La política social no ayuda. Italia tiene una tasa bajísima de
natalidad, España lo mismo. Francia va un poco mejor, pero también es baja. Es
como si Europa, se hubiera cansado de hacer la mamá, prefiriendo hacer de abuela.
Mucho depende de la crisis económica y no solo de una deriva cultural gravada
en el egoísmo y el hedonismo. El otro día leía una estadística sobre los
criterios del gasto de la población a nivel mundial. Después de la
alimentación, vestidos y medicinas, tres voces necesarias, después la estética
y los gastos para los animales domésticos.
-¿Cuentan
más los animales que los niños?
-Se
trata de otro fenómeno de degradación cultural. Esto es porque la relación
afectiva con los animales es más fácil, más previsible. Un animal no es libre,
mientras que tener un hijo es una cosa compleja.
-¿El
Evangelio habla de los más pobres y a los más ricos para convertirlos?
La
pobreza está en el centro del Evangelio. No se puede entender el Evangelio sin
entender la pobreza real, teniendo en cuenta que existe también una pobreza
bellísima del espíritu: ser pobre ante Dios porque Dios te llena. El Evangelio
se dirige indistintamente a los pobres y a los ricos. Y habla tanto de pobreza
como de riqueza. No condena para nada a los ricos, pero sí las riquezas cuando
se hacen objetos de idolatría. El dios dinero, el becerro de oro.
-Usted
pasa por ser un Papa comunista, populista. The Economist que le dedicó una
portada afirma que habla como Lenin. ¿Se identifica con esto?
Yo
digo solo que los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los
pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del Evangelio. Los pobres
están en el centro del Evangelio. Si miramos Mateo 25, el protocolo sobre el
cual seremos juzgados: tuve hambre, tuve sed, estuve en la cárcel, estuve
enfermo, desnudo. O miremos las Bienaventuranzas, otra bandera. Los comunistas
dicen que todo esto es comunista. Sí, como no, veinte siglos después. Entonces
cuando hablamos, podríamos decirles: pero ustedes son cristianos (risas)
Si
me permite una crítica…
Claro.
Usted
quizá habla poco de las mujeres y cuando habla afronta el argumento solo desde
el punto de vista maternal, la mujer esposa, la mujer madre, etcétera. Y las
mujeres ya dirigen estados, multinacionales, ejércitos. En la Iglesia, según
usted, ¿qué lugar ocupan las mujeres?
Las
mujeres son lo más hermoso que Dios ha creado. La Iglesia es mujer. Iglesia es
una palabra femenina. No se puede hacer teología sin esta femineidad. De esto
usted tiene razón, no se habla lo suficiente. Estoy de acuerdo que se debe
trabajar más sobre la teología de la mujer. Lo dije y se está trabajando en
este sentido.
¿No
entrevé una cierta misoginia de fondo?
El
hecho es que la mujer fue tomada de una costilla… (risas). Bromeo, estaba
bromeando. Estoy de acuerdo en que es necesario profundizar más en la cuestión
femenina, de lo contrario no se puede entender la Iglesia en sí misma.
-Podemos
esperar de usted decisiones históricas, tipo una mujer jefe de dicasterio, no
hablo del clero…
(Risas).
Bueno, muchas veces los sacerdotes acaban bajo la autoridad de las perpetuas…
En
agosto usted irá a Corea. ¿Es la puerta para China? ¿Está apuntando a Asia?
-Iré
a Asia dos veces en seis meses. A Corea en agosto para encontrar a los jóvenes
asiáticos. En enero a Sri Lanka y Filipinas. La Iglesia en Asia es una promesa.
Corea representa mucho, tiene a sus espaldas una historia hermosísima, durante
dos siglos no ha tenido sacerdotes y el catolicismo ha avanzado gracias a los
laicos. Hubo también mártires. En cuanto a
China, se trata de un desafío cultural grande. Grandísimo. Y después
está el ejemplo de Matteo Ricci, que ha hecho mucho bien…
¿Hacia
dónde está yendo la Iglesia de Bergoglio?
-Gracias
a Dios no tengo ninguna Iglesia, sigo a Cristo. No he fundado nada. Desde el
punto de vista del estilo no he cambiado comparado a como era en Buenos Aires.
Sí, quizá alguna cosa pequeña, porque se debe, pero cambiar a mi edad habría
sido ridículo. En mi programa, en cambio, sigo lo que los cardenales pidieron
durante las congregaciones generales antes del Cónclave. Voy en esa dirección.
El Consejo de los ocho cardenales, un organismo externo, nace de ahí. Había
sido pedido para ayudar a reformar la Curia. Algo por otro lado nada fácil,
porque se da un paso, pero luego ocurre que hace falta esto o lo otro, y si
primero era un dicasterio después se convierten en cuatro. Mis decisiones son
el fruto de las reuniones pre Cónclave. No he hecho nada yo solo.
Una
aproximación democrática…
Fueron
las elecciones de los cardenales. No sé si una aproximación democrática, diría
más sinodal, también si la palabra para los cardenales no es la apropiada.
-¿Qué
desea a los romanos por la fiesta de los patronos San Pedro y Pablo?
-Que
continúen siendo buenos. Son muy simpáticos. Lo veo en las audiencias y cuando
voy a las parroquias. Espero de ellos que no pierdan la alegría, la esperanza,
la fe no obstante las dificultades. También el ‘romanaccio’ –dialecto romano-,
es bonito.
Wojtyla
había aprendido a decir en dialecto romano. ‘Amémonos los unos a los otros,
ofrezcámonos a los demás’. ¿Usted aprendió alguna frase en romano?
-Por
ahora poco. Campa e fa' campa' –vive y deja vivir-.
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