Las
penas abiertas de América Latina/Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American Development Bank, is a professor of economics at Harvard University, where he is also Director of the Center for International Development.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Project
Syndicate | 1 de julio de 2014
Las
historias son más creíbles mientras más reafirman nuestros supuestos y
preconceptos. De lo contrario, nos resultan inverosímiles.
Un
buen ejemplo de esto es el admirado libro que Eduardo Galeano publicó en 1971,
Las venas abiertas de América Latina, del cual se vendieron más de un millón de
copias en doce idiomas y que definió el punto de vista de toda una generación
sobre la tortuosa historia de la región. Incluso, el fallecido Hugo Chávez le
entregó una copia al presidente estadounidense Barack Obama cuando se
encontraron en Trinidad, en 2009.
El
libro es digno de elogio por su capacidad para narrar cinco siglos de historia
latinoamericana con gran coherencia, algo que solo una obra de ficción puede
lograr. La historia, desafortunadamente, es un poco más compleja. Hace unas
pocas semanas, Galeano, para sorpresa de muchos, tomó distancia de su propio
libro. Dijo que no sería capaz de leerlo nuevamente y que lo escribió, «sin
conocer debidamente de economía y política».
¿Por
qué fue entonces tan bien recibido y cómo se explican las dudas de su autor?
El
libro de Galeano interpreta la historia latinoamericana como resultado del
saqueo extranjero. Durante siglos cambia la nacionalidad de los malos –digamos,
de española a estadounidense–, pero sus intenciones se mantienen. Los problemas
actuales son resultado de las malignas potencias extranjeras, cuyo único objetivo
ha sido explotarnos. Los pobres son pobres porque son víctimas de los
poderosos.
Incluso
los mitos más distorsionados contienen una pizca de verdad. A lo largo de la
historia humana, quienes contaron con tecnología superior solieron desplazar, o
incluso aniquilar, a sus vecinos. Por eso los galeses y los pigmeos viven en
sitios remotos, y se habla inglés, español y portugués en América. De hecho,
recientes hallazgos científicos señalan que la revolución neolítica –la
transición de la caza y la recolección a la agricultura– no se difundió porque
los cazadores hayan aprendido de los granjeros, sino porque fueron desplazados
por ellos.
Pero,
si bien la superioridad tecnológica y la confrontación pueden eliminar al grupo
más débil, la difusión tecnológica entre culturas puede resultar mutuamente
beneficiosa. Permite lograr más con menos y generar así un excedente, que puede
ser distribuido.
Como
en cualquier relación de este tipo, todos quieren una porción, pero algunos
resultan con porciones pequeñas. Sin embargo, sin esa relación no habría torta
que repartir. El verdadero desafío para un patriota es obtener la mayor
cantidad de torta posible, no un porcentaje alto de una torta más pequeña.
Lamentablemente,
quienes se inspiraron en Las venas abiertas, como Chávez (y Fidel Castro antes
que él), están destinados a crear tortas muy pequeñas. Por ejemplo, aunque la
intención de Chávez era duplicar la producción petrolera venezolana para
alcanzar seis millones de barriles diarios en 2012 –una meta factible, dado que
el país cuenta con las mayores reservas petrolíferas del mundo– su afición por
las expropiaciones y los despidos de disidentes capaces llevó a que la
producción cayera en un quinto de su volumen. Mientras Venezuela continúa
sumida en problemas económicos, sus aliados –China, Rusia, Brasil y la OPEP–
han aumentado desde el año 2000 su producción en 14 millones de barriles
diarios y se ríen de Venezuela mientras cuentan su dinero.
Pero
referir la historia latinoamericana como una de saqueo extranjero es ignorar
los beneficios que la región logró gracias a los esfuerzos de otros países,
especialmente en el caso de Venezuela. Consideremos entonces una historia
alternativa.
Había
una vez, en la antigua Mesopotamia, charlatanes que sabían de la existencia del
petróleo y lo vendían por sus supuestos poderes medicinales. Aproximadamente en
1870, John D. Rockefeller encabezó el desarrollo de la moderna industria del
petróleo con el objetivo de producir kerosén para la iluminación. Más tarde,
mientras luchaba ferozmente contra Thomas Edison, quien amenazaba sus negocios
con la bombilla eléctrica, ciertos desarrollos tecnológicos independientes
condujeron a la creación del motor de combustión interna y a la idea de
colocarlo sobre ruedas. Esto pronto convirtió al petróleo en la fuente de
energía preferida para el transporte –no la iluminación– e, incluso, para la
generación eléctrica.
Pero
para desarrollar la industria del petróleo eran necesarios muchos avances
tecnológicos adicionales. En primer lugar, al petróleo había que encontrarlo;
luego debía ser extraído, refinado para obtener productos más útiles, y
transportado en forma económica. Todo eso requirió una plétora de avances en
geología, metalurgia, ciencia de materiales, ingeniería química, automóviles,
caminos, ciudades, reglamentaciones y otras áreas.
Fue
esta extraordinaria revolución tecnológica la que convirtió al petróleo en algo
valioso. Mientras esto tenía lugar, muchos de los actuales grandes productores
de petróleo –incluidos Venezuela, Arabia Saudí, Irán y Nigeria– brillaban por
su ausencia. En su mayor parte, no sabían que tenían petróleo, ni dónde estaba.
No sabían cómo extraerlo. No conocían de líneas sísmicas, perforaciones,
oleoductos, refinerías ni buques cisterna. Más importante aún, poco hicieron
para construir el complejo ecosistema que ha convertido al petróleo en algo
valioso.
Contaban,
sin embargo, con el derecho a restringir el acceso a su subsuelo para captar
rentas, exactamente de la misma manera como lo han hecho los odiados
terratenientes durante siglos. Podían convertirse en rentistas y vivir del
trabajo y la inventiva de otros. El descaro de Las venas abiertas y de Chávez
consistió en describir su situación como la de víctimas en lugar de
afortunados.
Pueden
contarse historias similares sobre otras industrias, incluso las que no
necesitan recursos naturales sino que dependen de las cadenas mundiales de
valor. En los países en desarrollo, el progreso económico requiere absorber y
adaptar la tecnología que existe en otros lugares, algo que exige entrar en
relación con quienes la poseen. Es una pena que, al caracterizar estas
interacciones como pura explotación en vez de oportunidades para la creación de
valor, la mentalidad de Las venas abiertas haya producido una verdadera sangría
de posibilidades para tanta gente, tanto en Latinoamérica como en otros
lugares.
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