Los
desenterradores anónimos/Marcela Turati
Revista Proceso No. 1995, 24 de enero de 2015
Ninguneados
por las autoridades, relegados siempre, los parientes de los desaparecidos
también eran invisibles. Nadie los escuchaba, nadie los atendía. La brutalidad
y la proyección del ataque contra los estudiantes de Ayotzinapa, empero,
removió su dolor y provocó que se organizaran. Así, con sus propios medios y
asumiendo el inmenso riesgo que implica, comenzaron a buscar a sus familiares
por la sierra, a través de territorio narco, centímetro a centímetro. Desde que
comenzaron a trabajar se han encontrado más de 60 fosas en Guerrero.
IGUALA,
GRO.- Incontenibles, se lanzaron al cerro así nomás, a corazón abierto, sin
comida ni agua pero con uñas, manos, picos, palas, barretas, varillas,
machetes, mazos, lo que tuvieron a mano, para excavar hasta dar con sus
familiares desaparecidos. Llevaban lentes oscuros, paliacates o gorras por el
miedo a ser identificados, pues sabían bien que habían traspasado un territorio
de sicarios. Eran unos 50 desenterradores.
“Aquí
hay una fosa”, gritó el que topó con los primeros huesos. Todos se acercaron al
entierro clandestino. Algunos derramaron lágrimas silenciosas; varias mujeres
se abrazaron y rezaron. Ese primer día encontraron ocho cuerpos. Desde entonces
no ha parado el grito de “encontré una fosa”, “otra por acá”.
Desde
ese domingo 16 de noviembre, ya bajo la supervisión de la PGR, que llegó a la
semana siguiente cuando vio el incontenible destapadero de fosas, en Iguala han
sido recuperados 39 cuerpos de entierros clandestinos y 75 –suma de cadáveres y
restos– de la fosa común del panteón municipal.
En
total 63 fosas han sido inspeccionadas: sólo 16 tenían restos; las otras,
basura de los campamentos de los sicarios o ropas que podrían ser de las
víctimas.
Pareciera
que todo se conjugó para lograr esa estampida que no cesa: la búsqueda de los
43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala condujo al hallazgo de
seis fosas con 30 cuerpos calcinados; la angustiante noticia movió a familias
con hijos desaparecidos en Iguala y sus alrededores a acudir a una reunión en
la iglesia de San Gerardo; ahí encontraron que eran cientos de familias con el
mismo dolor, la oferta de protección de la policía comunitaria (bajo las siglas
de Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, la UPOEG) para
subir a buscar y el apoyo de un grupo forense (Ciencia Forense Ciudadana) que
ofrecía tomar muestras de ADN.
Con
ese equipo para qué necesitarían a la autoridad que nunca los había escuchado.
Hasta
este momento las familias siguen peinando los cerros aledaños a esta ciudad,
pese a las restricciones de la PGR, que ya no les permite excavar. Intactas las
ganas de recuperar a su familiar, cada vez que ven tierra removida entierran
unas varillas caseras fabricadas por herreros de Huitzuco y las golpean con un
marro del que se burlan los antropólogos expertos. Al sacar el fierro le huelen
la punta cual sabuesos entrenados para detectar el hedor a difunto. Luego lo
vuelven a enterrar, así, centímetro a centímetro.
Esa
participación conjunta que a las familias les hizo darse cuenta de que su dolor
formaba parte de una estadística nacional (más de 22 mil desaparecidos), los
empujó a fundarse como organización (se llaman Comité de Familias Víctimas de
Desaparición Forzada) y a darse cuenta del desdén de las autoridades hacia la
desaparición de personas. Un problema convertido en epidemia desde el sexenio
de Felipe Calderón, que se ha intensificado con Enrique Peña Nieto y por el
cual México comparecerá en febrero ante el Comité Especial de las Naciones
Unidas contra la Desaparición Forzada. Sólo este grupo suma 318 casos.
Aunque
el gobierno federal instaló carpas en el terreno de la iglesia de San Gerardo,
el territorio de reunión de las familias, y ofrece atención psicológica,
médica, legal y toma muestras genéticas, recibe denuncias penales y tiene a un
equipo de ministerios públicos y peritos asignados a las búsquedas, para las
familias no es suficiente.
“Si
ésa es la capacidad de respuesta que tiene la máxima autoridad es triste.
Siempre nos dicen que entendamos, que no somos los únicos con este problema,
que son 22 mil desaparecidos, que los antropólogos son insuficientes, pero si
seguimos su ritmo vamos a tardar años en ir a los otros puntos donde sabemos
que puede haber fosas”, dice Xitlali Miranda, secretaria de la agrupación.
Mario
Vergara, a cargo del equipo de búsqueda, criticó que la Gendarmería dejó de
brindarles protección con el argumento de que los designaron a todos a buscar a
los 42 estudiantes que permanecen desaparecidos. Además, se les retiró una
semana el apoyo de la Marina y se les dijo que las búsquedas se suspendían una
semana; por su presión se mantuvieron.
El
martes 20, Eliana García, encargada de despacho de la Subprocuraduría de
Derechos Humanos de la PGR, entregó al comité un plan de trabajo para los
próximos meses, en el cual se establecen cuestiones como que las búsquedas
serán de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde (aunque los
viernes preparan los restos que enviarán al forense en el Distrito Federal), y
que de marzo en adelante sólo se harán tres días por semana hasta terminar en
junio.
La
propuesta contiene algo nuevo: un plan de búsqueda en vida, en el que se
incluye solicitud de información a compañías telefónicas, análisis de redes
sociales e informáticas, rastreo de vehículos, tarjetas bancarias y búsqueda en
cárceles, hospitales, albergues, asilos y anexos. A simple vista parece muy
enfocado a citadinos de buen nivel socioeconómico y no a los campesinos que
integran el comité.
“Dicen
que los esperemos, que no tienen suficiente personal para desenterrar e
identificar cuerpos. Son los mismos los que hacen todo, que ya tienen el refri
lleno de huesos y nosotros tenemos prisa, queremos avanzar”, explica Vergara.
La
principal queja de quienes han subido a excavar, además de la lentitud de los
protocolos, la inexperiencia e insuficiencia de personal, es por la antropóloga
enviada por la PGR, a quien describen como burócrata, perezosa, inexperta,
soberbia, de malos modos hacia las familias al sentirse desafiada.
“En
la PGR han descartado lugares que dicen que ya terminaron (de peinar), y
nosotros seguimos encontrando fosas. Por eso tienen que volver. Nosotros somos
de campo, sabemos dónde hay algo, dónde cavar. También nos damos cuenta quién
no sabe usar una pala, ellos a lo mejor tienen experiencia de tanto leer, de
sus clases, pero descartan zonas donde hay raíces, la antropóloga no distingue
el olor de agua estancada de donde el olor es diferente”, dice Juan Jesús
Canaán, quien busca a un sobrino desaparecido en 2008.
Él
y Vergara coinciden en que varios peritos de la PGR pareciera que no hacen nada
durante las búsquedas y las exhumaciones.
Búsqueda
tardía
La
anciana Luisa, madre de Carlos Escovar Bastián, desaparecido en enero de 2014,
dice indignada: “Llevamos semanas ya subiendo al cerro todos los días sin
alimento, sin beber agua, pero la lucha de nosotros es por hallar a nuestros
familiares. Si usted nos acompañara y viera el dolor. Tapados con ramas, con
piedras, hacen corralitos de piedra y basura y así están, como animales. Eso no
es enterrar. No escarbamos mucho y ahí están. Encontramos chores, playeras,
zapatitos de niño o niña, ropita, una credencial de elector de un muchacho de
Teloloapan, los zapatos de una jovencita. Fueron a aventarlos ahí, donde se
arma la zopilotera”.
Casi
todos los cuerpos desenterrados ya son esqueletos. Muchos tienen la mordaza en
la boca, la venda en los ojos, manos y piernas vendadas.
La
PGR ha recibido 235 denuncias por desaparición en la zona; 25 son mujeres. Sin
embargo, mucha gente aún no denuncia por desconfianza. El Comité tiene 100
denuncias más.
Según
el análisis de Julia Alonso, la representante de Ciencia Forense Ciudadana, 30%
de los desaparecidos son taxistas jornaleros y 60%, jornaleros o albañiles. La
abrumadora mayoría son jóvenes, varones, delgados.
En
cuanto a los perpetradores, 75% fueron policías municipales y seis casos se
vinculan al 27 Batallón de Infantería del Ejército.
Durante
el periodo de José Luis Abarca –el narcoalcalde apadrinado por políticos y
militares, a quien se adjudica la orden de atacar a los 43 estudiantes de
Ayotzinapa– aumentaron las desapariciones, de acuerdo con el conteo realizado
por la PGR: de los 235 casos reportados en la región, 110 ocurrieron en Iguala.
Este
dato coincide con el reporte de la Secretaría de Gobernación publicado por el
diario La Jornada, de que alrededor de 100 narcos trabajaban como policías
municipales durante el tiempo de Abarca.
Si
en 2011 hubo seis desapariciones, en 2012 la cifra escaló a 32; para 2013
brincó a 79 y de 2014 se tienen 42 registrados. El resto no tiene fecha.
De
Cocula se denunciaron 13 desapariciones; de Taxco, 12; de Teloloapan, ocho.
Desenterradores
ciudadanos
La
iglesia de San Gerardo es la sede elegida por las familias y el lugar donde
perdieron por primera vez el miedo a denunciar sus tragedias. El gobierno
federal pronto instaló unas carpas en las que se veía en un principio a los
empleados de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas sin saber qué
servicios ofrecer. Hoy ahí se otorga asesoría legal. Bajo la explanada se toman
registros y muestras. El área de psicología está llena de dibujos de niños que
se duelen de alguna ausencia.
Las
familias usan el salón de reuniones de la iglesia y un viejo galerón
desocupado, al que convirtieron en comedor y sitio de reunión. Ahí se cuentan
las penas, intercambian sus historias, planean las búsquedas y comen gratis.
Han tomado dos veces las casetas por unas horas para financiar sus gastos.
“Cuando
usted está sano no ve nada, pero cuando está vendado se da cuenta de que hay
otros vendados, quién está lastimado. Así estábamos, y dispersos, no había
manera de unirse y preguntar por qué estás vendado”, explica Canaán, al mostrar
el comedor lleno siempre de personas, algunas en crisis nerviosa, otras con
hambre.
Un
dato llama la atención: muchos llevan una misma camiseta negra con el lema
“Hijo mientras no te entierre te seguiré buscando”. A diferencia de grupos de
víctimas de otras partes del país que nunca quieren pensar que su familiar
pudiera estar muerto, aquí buscan muertos, ellos y ellas se dedican a
desenterrar.
El
hallazgo de tanta fosa influyó.
“La
mayoría de la gente nos dice que están muertos, y con tantas fosas en los
cerros… por eso empezamos a buscar en fosas, aunque nos guardamos un espacio
para nosotros de que está vivo”, dice Vergara.
A
dos meses de que iniciaron las búsquedas la situación ha cambiado
paulatinamente.
Miguel
Ángel Jiménez, el representante de la policía comunitaria, no ha regresado por
un problema familiar, pero la UPOEG mantiene el contacto.
En
tanto, los forenses ciudadanos cuyo acompañamiento dio impulso a la búsqueda
ciudadana no habían aparecido por estos lugares hasta el jueves 22, cuando
acudieron a renovar la promesa de las 500 muestras genéticas gratuitas.
El
nuevo compromiso es empezar a tomar las muestras de ADN a fines de febrero.
Según los representantes de la organización aún están en busca de un permiso
para enviar las muestras a laboratorios extranjeros y otro para contrastar con
los restos exhumados.
Pero
su idea de quitarle a la PGR el monopolio de los procesos de identificación
continúa.
Según
un conteo de Animal Político hasta el año pasado se registraban 23 mil 600
desapariciones, y 2014 fue el año con más casos en el país: 5 mil 98 personas.
La semana pasada La Jornada consignó que en México desaparecen 14 personas cada
día.
“Vivimos
en un cementerio”, dice Canaán mientras desayuna frijol con chile.
La
experiencia vivida en Iguala llamó la atención a nivel nacional. A pesar de los
esfuerzos oficiales por dar por terminado el caso Ayotzinapa y de establecer la
versión oficial como la única, estas familias de sabuesos desenterradores
siguen exhibiendo a escala internacional este país de fosas.
“Han
venido de otras partes y les contamos nuestra experiencia y les decimos: No
esperen a que la autoridad venga a buscar, organícense, empiecen sus búsquedas.
Ojalá sirvamos de ejemplo porque la autoridad ni quiere hacerlo ni tiene
capacidad”, dice Miranda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario