Podemos,
un movimiento repetido/Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón, profesor de Filosofía Política y catedrático de Filosofía en excedencia, respectivamente, son coautores del libro ‘La cultura política liberal’ (Tecnos, 2014).
El
Mundo | 1 de enero de 2015
La
diferencia entre el voto a Le Pen y el voto a Podemos es que a la ultraderecha
francesa la votan mayoritariamente los jóvenes y los obreros, mientras que el voto
de la izquierda radical española es más burgués. Podemos es la izquierda de los
profesores que bascula entre el dogmatismo populista latinoamericano y la
evanescencia lacaniana europea, y que sirve a nuestra clase media ilustrada la
receta de la buena conciencia en tiempos de culpa: ¿qué podemos hacer ante
tanta injusticia? El reto abruma, pero la respuesta alivia: vote Podemos.
Una
sociedad como la española, fragmentada, empobrecida, debilitada e indignada
siente la tentación de dejarse seducir por la llamada directa a la movilización
homogénea, urgente, emotiva y populista que lanza ese movimiento. Una llamada a
la fusión entre representantes y representados, a las soluciones rápidas,
voluntariosas y acríticas; una llamada reactiva al rechazo total de lo
establecido más que al análisis pormenorizado y frío de la viabilidad y
conveniencia de las propuestas de futuro; una llamada a la entrega a un
movimiento que más que social o político es moral. Una lectura atenta del programa
de Podemos permite interferir la difusa, inquietante y añeja moralina que
impregna muchas de sus propuestas (creación de empleo «decente», un uso «ético»
de los fondos europeos, una fiscalidad «verdaderamente justa», una
«democratización real» de los medios de comunicación, etc.). Las medidas que
propugna no buscan el perfeccionamiento de las instituciones liberales y de su
funcionamiento; buscan su destrucción y un aumento sustancial del ámbito de
acción y soberanía del Estado, que es presentado bajo la coartada de que
equivale sin más a la voz del pueblo. Tal inflación de Estado es cualquier cosa
menos una novedad en la historia contemporánea, y sus consecuencias son de
sobra conocidas. Como tampoco lo es oponer democracia liberal a democracia
«real», «directa» o «radical», que son adjetivos que dotan a la democracia de
un sesgo inquietante.
Tal
democracia directa implica que, independientemente de las propuestas concretas,
el discurso de Podemos subestime las mediaciones y los procedimientos que
habrán de conducirnos a los fines deseados; al contrario, el movimiento se
limita a proclamarlos en voz alta y exigente; si no se consiguen, siempre se
encontrarán los oportunos culpables. Estos rasgos, y otros muchos, traslucen
una comprensión de la democracia en términos de identidad de un pueblo sin
fisuras y en movimiento, de homogeneidad. No es extraño que en Cataluña no suba
tanto como en otros lugares: ERC ya cumple ese papel.
Podemos
apela a una voluntad general sin grietas, ajena al pluralismo y a la división
de poderes propios de la cultura política liberal que ha construido los
regímenes democráticos en todo el mundo. Y como la voluntad popular es una
quimera, se hace necesaria la presencia de un líder carismático y la forma de
la hegemonía moral y espiritual. Tampoco esto es nuevo. Lo explicó Max Weber
hace casi cien años.
Mucho
se ha criticado ya las medidas concretas que propone Podemos (reestructurar la
deuda, renta mínima, estatalizar los medios de comunicación…) Se ha señalado
mil veces que su programa no es de futuro, sino de pasado, que ha sido repetido
siempre con los mismos catastróficos resultados. También se ha explicado las
causas de su éxito: la crisis económica y sus consecuencias sociales, el
desfondamiento del PSOE e IU y el cuestionamiento del bipartidismo por la
dureza de muchas de las medidas adoptadas y la insistente presencia de la
corrupción; la crisis ideológica de la izquierda europea, que busca en
Latinoamérica nuevos referentes; el uso de los medios de comunicación que, por
un lado, se han servido del fenómeno Podemos para hacer caja y que, por otro,
han sido utilizados por él para darse a conocer. Y, cómo no, un empleo de la
retórica que maneja con soltura la falsa evidencia y el sarcasmo. Todo ello
aderezado con mensajes populistas que se resumen en el mantra de siempre: los
culpables son los políticos, bautizados sagazmente como «la casta». Mensaje,
por cierto, al que parece adherirse últimamente Ciudadanos, por aquello de que
a río revuelto…
A
unos liberales como nosotros nos gustaría celebrar la aparición de Podemos como
una prueba del pluralismo político y de ampliación de opciones en el mercado
político. Pero defender el mercado no significa que nos gusten todos los
productos que se ofertan en él. Podemos ofrece un producto bien conocido, una
ideología vieja y obsoleta que, con ropajes de izquierda o de derecha,se está
extendiendo por una Europa timorata y reaccionaria. Europa sumida en la
parálisis, se muestra incapaz de asumir los retos que implica un crecimiento
económico mundial (porque hay que recordar una y otra vez que la economía
mundial sigue creciendo), el envejecimiento de la población y la hipertrofia
normativa. Ante esa misma situación Japón ha optado por deuda y una lánguida
parálisis; pero Japón es un país muy cohesionado y homogéneo, cosas que no se
pueden decir de Europa, que parece optar por deuda y populismo. En este
contexto, frente a la impersonal, fragmentada y liberal Europa de los
mercaderes, pura y caótica sociedad civil, Podemos reivindica la cálida, orgánica
y homogénea Europa de los pueblos.
España
creía haber superado la maldición latinoamericana del populismo, que en nuestro
caso adoptó la forma del franquismo. Nos resistimos a pensar que en el país que
sufrió durante cuarenta años el Movimiento Nacional pueda triunfar un nuevo
movimiento con distintos ropajes pero esencialmente con los mismos mensajes
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