¿Un
nuevo orden más propio de la Guerra Fría?/Mikhail Gorbachev
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Syndicate |6 de enero de 2015
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Cuando
2014 se acerca a su fin, está claro que las estructuras políticas europeas e
internacionales que han estado vigentes desde 1989 no han aprobado la prueba
del tiempo. De hecho, el mundo no había presenciado un ambiente tan tenso y
peligroso desde el fin de la Guerra Fría, con derramamiento de sangre en Europa
y el Oriente Medio sobre el telón de fondo de una ruptura del diálogo entre las
potencias más importantes. Parece que el mundo está al borde de una segunda
guerra fría. Algunos dicen incluso que ya ha comenzado.
Entretanto,
el órgano internacional principal del mundo –el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas– no está desempeñando precisamente un papel ni adopta medidas
concretas para detener los incendios y las muertes. ¿Por qué no ha actuado con
determinación para evaluar la situación y formular un programa de acción conjunta?
Una
primera razón es –creo yo– la de que la confianza creada mediante una labor
denodada y esfuerzos mutuos para poner fin a la Guerra Fría se ha desplomado.
Sin dicha confianza, las relaciones internacionales pacificas en el
mundializado planeta actual resultan inconcebibles.
Pero
esa confianza no ha sido socavada recientemente; ocurrió hace mucho. Las raíces
de la situación actual estriban en los acontecimientos del decenio de 1990.
El
fin de la Guerra Fría había de señalar el comienzo de una vía hacia una nueva
Europa y un orden mundial más seguro, pero, en lugar de construir nuevas
instituciones europeas para la seguridad y aplicar la desmilitarización de
Europa, como se había prometido en la Declaración formulada en Londres por la
OTAN en 1990, Occidente –y en particular los Estados Unidos– se declaró
victorioso. La euforia y el triunfalismo se subieron a la cabeza de los
dirigentes occidentales. Aprovechando la debilidad de Rusia y la falta de un
contrapeso, se negaron a atender las advertencias contra la aspiración a un
monopolio de la dirección mundial.
Los
acontecimientos de los últimos meses son las consecuencias del intento de
imponer -con estrechez de miras- la voluntad propia e ignorar los intereses de
los socios propios. Una lista de semejantes faits accomplis incluiría la
ampliación de la OTAN, la guerra en Yugoslavia (en particular, en Kosovo), los
planes de defensa mediante misiles, el Iraq, Libia y Siria. A consecuencia de
ello, lo que era una ampolla ahora se ha convertido en una herida infectada.
Y
es Europa la que más sufre. En lugar de encabezar el cambio en un planeta
mundializado, el continente se ha convertido en una palestra de agitación
política, competencia por las esferas de influencia y conflictos militares. La
consecuencia inevitable es la de que Europa está debilitándose en un momento en
el que otros centros de poder e influencia están fortaleciéndose. Si continúa
así, Europa perderá su influencia en los asuntos del mundo y se volverá
progresivamente irrelevante.
Por
fortuna, la experiencia del decenio de 1980 indica una vía por la que avanzar.
La situación internacional en aquella época no era menos peligrosa que hoy. Sin
embargo, conseguimos mejorarla: no sólo normalizando las relaciones, sino
también poniendo fin a la confrontación de la Guerra Fría. Se logró
primordialmente mediante el diálogo, pero la clave para dialogar es la voluntad
política y la fijación de prioridades idóneas.
En
la actualidad, la prioridad principal debe ser el diálogo mismo: una renovación
de la capacidad para relacionarse, escucharse y oírse mutuamente. Ahora están
resurgiendo señales alentadoras, si bien las gestiones iniciales sólo han dado
resultados modestos y débiles: el acuerdo de Minsk sobre un cese del fuego y
una retirada militar en Ucrania, el acuerdo trilateral sobre el gas concertado
por Rusia, Ucrania y la Unión Europea y el alto a la intensificación de las
sanciones mutuas.
Debemos
seguir pasando de la polémica y las acusaciones mutuas a una búsqueda de los
puntos de convergencia y un levantamiento gradual de las sanciones, que están
dañando a las dos partes. Como primera medida, se deben levantar las llamadas
sanciones personales que afectan a figuras políticas y parlamentarios para que
puedan incorporarse de nuevo al proceso de búsqueda de soluciones mutuamente
aceptables. Un sector en el que adoptar medidas conjuntas podría ser el de
ayudar a Ucrania a superar las consecuencias de la guerra fratricida y
reconstruir las regiones afectadas.
Lo
mismo es aplicable a las amenazas mundiales y la seguridad paneuropea. Los
actuales problemas mundiales fundamentales –el terrorismo y el extremismo, la
pobreza y la desigualdad, el cambio climático, la migración y las epidemias–
están empeorando diariamente y, pese a ser diferentes, comparten un rasgo fundamental:
ninguno de ellos tiene una solución militar. Sin embargo, faltan mecanismos
políticos para resolver esos problemas o son disfuncionales, precisamente
cuando la continua crisis mundial debe persuadirnos para que busquemos –sin
demora– un nuevo modelo que pueda garantizar la sostenibilidad política,
económica y medioambiental.
En
cuanto a la seguridad de Europa, sólo una solución paneuropea es viable. De
hecho, los intentos de abordar el problema ampliando la OTAN o mediante la
política de defensa de la UE son contraproducentes. Necesitamos más
instituciones no excluyentes y mecanismos que brinden seguridades y garantías a
todos.
A
ese respecto, la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa, que
infundió una gran esperanza, no ha estado hasta ahora a la altura de la tarea,
lo que no quiere decir que se deba substituirla por algo nuevo, sobre todo
porque ahora ha asumido importantes funciones de control en Ucrania, pero la
OSCE es –podríamos decir– un edificio que requiere importantes reparaciones y
alguna construcción nueva.
Hace
años, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Hans Dietrich Genscher,
el ex Asesor de Seguridad Nacional de los EE.UU, Brent Scowcroft, y otras
autoridades propusieron la creación de un Consejo de Seguridad o Dirección para
Europa. Yo manifesté mi acuerdo con ese planteamiento. En el mismo sentido,
durante su presidencia el Primer Ministro de Rusia, Dmitri Medvedev, pidió la
creación de un mecanismo para la diplomacia preventiva y las consultas
obligatorias en caso de amenaza a la seguridad de algún Estado. Si se hubiera
creado dicho mecanismo, se podrían haber evitado los peores acontecimientos
habidos en Ucrania.
Naturalmente,
hay que reprochar a los dirigentes políticos que desatendieran esas y otras
“ideas europeas”, pero también a toda la clase política, las instituciones de
la sociedad civil y los medios de comunicación europeos.
Aunque
soy por naturaleza optimista, he de reconocer que resulta muy difícil no ser
pesimista al acercarse 2014 a su fin. No obstante, no debemos ceder ante el
pánico y la desesperación o dejarnos arrastrar a una vorágine de inercia
negativa. Se debe transformar la amarga experiencia de los últimos meses en la
voluntad de reanudar el diálogo y la cooperación.
Éste
es mi llamamiento a nuestros dirigentes y a todos nosotros para 2015. Pensemos,
propongamos y actuemos juntos.
Mikhail
Gorbachev was the last head of state of the Soviet Union, and helped to bring
about a peaceful end to the Cold War, for which he was awarded the Nobel Peace
Prize in 1990. He has since remained active in global and humanitarian affairs,
most notably through his leadership of the Gorbachev Foundation. He is also the
founder of the Geneva-based Green Cross International, an independent
nongovernmental organization that addresses security, poverty, and
environmental degradation
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