El
lugar de Rusia en Europa/
Vladislav Inozemtsev is Professor of Economics at Moscow’s Higher School of Economics and Director of the Center for Post-Industrial Studies.
Traducción: Esteban Flamini.
Project
Syndicate | 6 de enero de 2015
Cuando
este año Rusia se anexó Crimea y comenzó a intervenir en el este de Ucrania,
Estados Unidos y la Unión Europea respondieron dictando sanciones contra
personas y empresas rusas. Pero para que sean una herramienta eficaz contra las
ambiciones de Vladímir Putin (tema de debate actual en Occidente), deben
combinar la firmeza hacia el presidente de Rusia con la apertura hacia su
pueblo.
Para
comprender de qué manera las sanciones pueden ayudar a contener al Kremlin,
basta considerar la importancia del dinero para su ocupante. Desde el comienzo
del siglo y hasta hace muy poco, Rusia estuvo inundada de petrodólares, y a
medida que aumentaba el flujo de divisas, otro tanto hacían el descaro y la
agresividad de Putin.
En
1999, los ingresos del gas y el petróleo aportaron 40.500 millones de dólares
al PIB ruso. Con el aumento de los precios y de la producción, el aporte se
acrecentó considerablemente, llegando a promediar 73.500 millones de dólares
por año entre 2001 y 2004. La prosperidad creciente de Rusia envalentonó a
Putin, de lo que sirve como ejemplo su decisión de arrestar y encarcelar a
Mijaíl Jodorkovski, dueño de la megaempresa petrolera Yukos, en 2003.
Y
la tendencia se mantuvo. Entre 2005 y 2008, el ingreso anual por venta de
hidrocarburos fue 223.600 millones de dólares superior al de 1999, y al final
de este período, Rusia invadió Georgia. De 2011 a 2013, el ingreso anual
alcanzó un máximo a 394.000 millones de dólares por encima de los niveles de
1999, y eso sentó las bases para las intervenciones del Kremlin en Ucrania. En
todos estos casos, Putin actuó con la convicción de que la riqueza petrolera de
Rusia lo ponía por encima de las normas y el derecho internacional.
Pero
con la introducción de las sanciones, los mercados financieros se cerraron, en
su mayor parte, para las empresas rusas. Los precios del petróleo se desploman,
y el ministro de finanzas ruso estima que desde la primavera boreal, Rusia
perdió más de 140.000 millones de dólares. Las reservas de divisas estratégicas
de Rusia se las están llevando los amigos de Putin, y es probable que a fin de
año se hayan agotado. Encima, el rublo perdió cerca del 50% de su valor en los
últimos seis meses.
Pero
aunque está claro que las sanciones comienzan a hacer efecto, pasará algún
tiempo antes de que el grueso de la población rusa sienta su impacto. Así que
Occidente tiene que esperar.
Lanzarse
a una búsqueda de soluciones diplomáticas no tiene mucho sentido porque,
simplemente, no las hay. Putin eligió no respetar fronteras. Se declaró
defensor no sólo de los ciudadanos rusos, sino de cualquiera que sea de etnia
rusa, rusófono o simplemente cristiano ortodoxo. Se cree con derecho a
intervenir en los asuntos de sus vecinos porque, tal como dijo, “la Unión
Soviética era lo mismo que Rusia, pero con otro nombre”. Dicho de otro modo,
Ucrania no es más que una región escindida de la Rusia histórica.
Pero
el pueblo ruso es lo bastante moderno para poner en duda estas políticas. El
“consenso de Putin” se basaba en la promesa de un aumento de la prosperidad,
promesa que se está evaporando velozmente al calor de las sanciones. Las élites
rusas, en su mayor parte, piensan y actúan como empresarios, no como
nacionalistas románticos: conforme la economía se hunda en una recesión
prolongada, las políticas de Putin serán cada vez más objeto de escrutinio y
crítica.
Las
sanciones occidentales deberían apuntar a crear una división entre los
gobernantes premodernos de Rusia y su población moderna. En sociedades bajo un
control riguroso, como Irán o Corea del Norte, esta estrategia puede ser
ineficaz, pero Rusia es, en esencia, europea. En vez de perder tiempo tratando
de negociar, Occidente debe concentrarse en elaborar y dar a conocer una agenda
para después de Putin.
En
primer lugar, Occidente debe rechazar explícitamente que Rusia tenga derecho
alguno a interferir en los asuntos de la Unión Europea y de la OTAN. Hay que
recibir a Ucrania, aunque se pierdan Crimea y Donbas. Se necesita un “nuevo
plan Marshall” para transformar a Ucrania en un país libre y próspero, que
pueda unirse a la Unión Europea y la OTAN si así lo desea.
Más
importante aún, Occidente debe poner en claro que su definición de Europa se
extiende no sólo hasta las fronteras de Rusia, sino más allá de ellas. Es
preciso reconocer a Rusia como parte integral y natural de Europa, un país que
tal vez un día pueda ingresar a la Unión Europea. La estrategia totalizadora de
las décadas que vienen debe centrarse en una idea sencilla: a Rusia no se le
puede permitir jamás que influya en Europa desde afuera, pero si acepta las
normas y reglas europeas, podrá ganarse un lugar de influencia desde adentro
cuando quiera.
Hay
que hacer entender a los rusos que pueden elegir entre dos caminos: seguir a
Putin al aislamiento, y probablemente terminar bajo la influencia china (de
hecho, en la perspectiva de China, su reclamo sobre Siberia hasta el lago
Baikal es incluso más fuerte que el reclamo ruso de Crimea); o acercarse a
Europa, y tal vez en un futuro lejano convertirse en el miembro más grande (y
hasta el más influyente) de la Unión Europea.
El
mayor error de Occidente en relación con Rusia y Ucrania fue elegir el camino
de la indiferencia después del fin de la Guerra Fría. Eso llevó a la creación
de la Comunidad de Estados Independientes en 1991 y al Memorándum de Budapest
sobre Garantías de Seguridad de 1994. Si en vez de eso se hubiera alentado a
Rusia y Ucrania a trabajar para la unión con la Comunidad Económica Europea y
se las hubiera invitado a participar en la OTAN, el curso de la historia
hubiera tomado un rumbo mucho más pacífico.
No
es común que la historia ofrezca segundas oportunidades, pero esta vez lo hizo.
Es hora de reparar los errores de los noventa, y el punto de partida debe ser
ofrecer a quienes quieran unirse a Occidente la oportunidad de trabajar en pos
de esa meta. Si se lleva a Ucrania al rebaño europeo, el pueblo ruso querrá
seguirla, mucho antes de lo que nadie se imagina.
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