Una estrategia para la recueración de Europa../ Carl Bildt, Javier Solana
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Syndicate |6 de enero de 2015
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Cuando
el Papa Francisco se dirigió al Parlamento Europeo el pasado mes de noviembre,
comparó a la Unión Europea con una abuela, agradable y con mucha experiencia,
pero carente de la vitalidad y la energía del pasado. Ya es hora –sostuvo
Francisco– de que los dirigentes de la UE se deshagan de la impresión de
adormecimiento que dan, reconozcan los imperativos estratégicos que afronta
Europa y forjen una política clara para abordarlos.
Es
cierto que la caracterización hecha por el Papa era alarmantemente precisa en
algunos aspectos, pero, pese a su aparente lasitud, Europa conserva importantes
puntos fuertes. Es un centro de pensamiento e innovación de alto nivel; alberga
algunas de las regiones e industrias más competitivas del mundo y –lo que tal
vez sea lo más impresionante– ha construido una comunidad y un mercado que
abarcan a 500 millones de personas.
Pero
el mundo está cambiando: la región de Asia y el Pacífico está influyendo cada
vez más en la evolución mundial, económica y de otras índoles. El Acuerdo de
Asociación Transpacífico, mediante el cual los Estados Unidos y otros once
países crearían una zona de libre comercio megarregional, aceleraría muy
probablemente ese cambio (con mayor razón, si con el tiempo llegara a adherirse
China). Aunque el AAT afronta no pocos obstáculos por eliminar antes de que
quede ultimado un acuerdo, no se puede subestimar su potencial para aumentar el
poder económico de Asia.
Europa
debe esforzarse por asegurar su posición en el nuevo orden mundial, comenzando
por aumentar sus vínculos de comercio e inversión con los Estados Unidos. El
problema es que, a medida que avanzan las negociaciones sobre el AAT, las
conversaciones sobre la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversión (ATCI) entre la UE y los EE.UU. ha llegado a
estar tan profundamente enfangada en controversias internas, que todo el
proyecto podría irse al garete.
Los
dirigentes empresariales de las dos riberas del Atlántico están convencidos de
que un acuerdo logrado sobre la ATCI brindaría importantes beneficios
económicos, impresión que muchos estudios confirman. Sin embargo, cuestiones
triviales –por ejemplo, la utilización del pollo clorado y la solución de las
controversias de inversores– siguen predominando en el debate.
El
objetivo de la ATCI es el de liberar la capacidad de la economía
transatlántica, que sigue siendo con mucha diferencia el mercado mayor y más
rico del mundo, pues representa tres cuartas partes de la actividad financiera
mundial y más de la mitad del comercio mundial. (Si se abriera la ATCI a otras
economías –como, por ejemplo, las de Turquía, México y el Canadá–, los
beneficios serían aún mayores.)
Sin
embargo, aún más apremiantes que los beneficios de la consecución de un acuerdo
son las consecuencias potencialmente catastróficas del fracaso. Para empezar,
la ruptura de las negociaciones sobre la ATCI ofrecería argumentos
considerables a quienes en el Reino Unido propugnan la retirada de la UE; a la
inversa, si se aplicara la ATCI, sería una imprudencia –y, por tanto,
improbable– que el Reino Unido se saliera.
Además,
la impresión de que las disputas internas en la UE la hubieran movido a desperdiciar
una oportunidad estratégica probablemente impulsaría a los EE.UU. a acelerar su
desvinculación con el continente y el Presidente de Rusia, Vladimir Putin,
consideraría sin falta el fracaso de la UE una importante oportunidad para
ejercer más influencia sobre algunas partes de Europa.
Todo
eso contribuye claramente a un riesgo estratégico fundamental: si la ATCI se
estanca o se desploma, mientras que el AAT avanza y triunfa, el equilibrio
mundial se inclinará marcadamente a favor de Asia y Europa tendrá pocas
opciones –de tener alguna– para recuperar su influencia económica y
geopolítica.
Cuando
se propuso por primera vez la ATCI, Europa pareció reconocer su valor. De
hecho, fue la UE la que apremió a los EE.UU., que al principio dudaban del
compromiso de Europa, para lanzar el proceso de negociación en junio de 2013.
Lo
que se deseaba era acabar las negociaciones en poco tiempo. Nadie quería
soportar unas conversaciones prolongadas ni el sufrimiento político
consiguiente.
Pero
los dirigentes de la UE abandonaron esencialmente el proyecto, con lo que
aparentemente confirmaron los temores americanos. Los negociadores de los
asuntos comerciales se esforzaron por avanzar, mientras que los grupos
antimundialización se apoderaron de los debates públicos, al presentar la ATCI
como una amenaza a todo: desde la democracia de Europa hasta su salud.
Se
trata de afirmaciones peligrosamente inexactas, por lo que los dirigentes de la
UE deben impedir que cobren más fuerza haciendo una defensa estratégica del
acuerdo y deben reavivar su compromiso con miras a lograr una conclusión
positiva de las conversaciones en 2015.
Con
esto no queremos decir que la resolución de los problemas que quedan en las
negociaciones sobre la ATCI vaya a ser sencilla, pero la creación de un acuerdo
comercial, sobre todo uno que entraña tantas cuestiones reglamentadoras,
siempre es difícil, pues debe tener en cuenta la complejidad y capacidad de
cambio de las economías modernas. El caso es que las dificultades inherentes a
la conclusión de la ATCI no son más arduas que las que los dirigentes de la UE
han afrontado en los últimos años de crisis.
Cuando
el mes próximo se reanuden las negociaciones de la ATCI, los dirigentes de la
UE deben esforzarse por conseguir avances auténticos, con el fin de concluir un
acuerdo al final del año. Lo bueno es que las recientes elecciones de mitad de
período en los EE.UU. podrían haber mejorado sus posibilidades. El Presidente
Barack Obama podría obtener ahora del Congreso una capacidad de negociación
acelerada. De ser así, el Congreso se limitaría a aprobar o rechazar cualquier
acuerdo negociado, en lugar de repasar detenidamente todos sus detalles.
La
temporada de las elecciones presidenciales en los EE.UU. está comenzando y en
el nuevo año otras cuestiones podrían acaparar fácilmente el programa de la UE.
Por eso, los dirigentes de Europa no tienen tiempo que perder. Deben aprovechar
la oportunidad económica y evitar un desastre estratégico.
ºº Carl Bildt was Sweden’s foreign minister from 2006 to October 2014, and was Prime Minister from 1991 to 1994, when he negotiated Sweden’s EU accession. A renowned international diplomat, he served as EU Special Envoy to the Former Yugoslavia, High Representative for Bosnia and Herzegovina, UN Special Envoy to the Balkans, and Co-Chairman of the Dayton Peace Conference. He is a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe.
Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at the Brookings Institution, and a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe.
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