Nueve años sin
Antonio Roqueñí/Fred Alvarez
Publicado en La
Otra Opinión, 30
de noviembre de 2015
“El principal mérito de Antonio Roqueñí fue su
valentía para señalar los abusos no sólo de la jerarquía mexicana, sino también
de la curia vaticana. Fue un verdadero ombudsman eclesiástico…” Fred Alvarez
El
abogado y sacerdote católico Antonio Roqueñí Ornelas murió hace nueve años; la
mañana del miércoles 29 de noviembre de 2006, tenía 72 años. Aquella tarde
recibí la noticia a través la llamada telefónica que me hizo Ricardo Alemán, un amigo que ambos
teníamos en común.
-¿Estás
seguro?- pregunte.
-Sí,
infortunadamente -me respondió-. Lo acabo de escuchar en la radio con Joaquín
(López Dóriga).
Horas
después acudí al velorio en una funeraria al sur de la ciudad, había pocos
familiares y amigos. Lo vi en su
catafalco, vestido de sacerdote, con alzacuello y estola, como si se preparara
para un servicio religioso. Toño casi
nunca uso alzacuello, siempre andaba de “civil“.
Con
la autorización de la familia, leí un texto frente al féretro. Una parte de la
lectura había sido publicada por la desaparecida revista Milenio, la otra aparecía
en el tercer número de la Revista Sociedad y Justicia, del Tribunal Electoral
de Hidalgo. Era un texto firmado por el magistrado Raúl Arroyo, a quien conocí
en los funerales. http://www.trielectoralhidalgo.org.mx/publicacionVer.php?id=147’
¿Quién fue Toño
Roqueñí?
“Yo soy el padre Antonio Roqueñí Ornelas. Soy
abogado y doctor en derecho civil, y abogado y doctor en derecho canónico. He
sido miembro del Tribunal Eclesiástico de la Arquidiócesis de México por más de
21 años.
Fui ordenado sacerdote en 1963. Trabajé
sobre todo con el cardenal y arzobispo emérito de la Ciudad de México, Ernesto
Corripio Ahumada”, escribió una vez Toño en una misiva traducida al polaco en
2002 y enviada al cardenal Stanislaw
Dziwisz, en ese entonces secretario particular del Papa Juan Pablo II.
En
la carta, Roqueñí informaba sobre los delitos cometidos por Marcial Maciel
Degollado. Pero me han dicho que ésta nunca llego a manos del que fuera en ese
momento el Sumo Pontífice.
Toño
fue una rara avis en la iglesia
católica. Una de esas personas que no se dan fácilmente, un hombre justo. Buen abogado y mejor sacerdote, próvido con sus
amigos. Agradezco haber contado con su amistad.
Tenía
una voz grave y gran elocuencia al hablar. Era de aguda inteligencia y sobre
todo uno de los hombres más valientes que ha dado la iglesia católica en
México.
El
padre Roqueñí fue crítico de los abusos de la jerarquía católica, aunque no de
la Iglesia como institución, de la cual era un leal súbdito.
“Hombre sabio y justo, humoroso y decidido, no
pocas veces combatió abiertamente vicios que lastran a la Iglesia católica, de
la que jamás se apartó”, comentó Miguel
Ángel Granados Chapa en la columna “Plaza Pública”, del periódico Reforma.
Su relación con
la prensa
En
cuanto a medios de comunicación era hombre generoso para dar entrevistas. Tenía
la paciencia para explicar a todos los periodistas que lo buscaban lo que él
sabía sobre la legislación, la iglesia,
el derecho canónico y las trapacerías de la jerarquía católica.
Casi
siempre fue discreto pues tenía un caudal de información. Otras veces fue duro,
sobre todo, contra los altos jerarcas.
Criticó
al cardenal Joseph Ratzinger, al cardenal
Norberto Rivera Carrera, al obispo Onésimo Cepeda Silva, a Juan Sandoval, a Berlie y a otros más, incluidos
políticos corruptos.
Su gusto por la
religión y la política
Toño
era un hombre que desde adolescente se decía hidalguense, aunque era de
Tlalpan, DF. Su gusto por la política
fue influencia de su padre, lo mismo que la religión.
Algo
raro, mítico e incluso prohibido en este país y sobretodo en aquella época:
“A mí el tema de las relaciones Iglesia-Estado
siempre me ha interesado desde chamaco y en los clubes a los que fui invitado
cuando se decía ‘se prohíbe hablar de religión y de política’, simple y
sencillamente yo no accedía, porque eran los temas que a mí me gustaban:
religión y política, y siempre he hablado de religión y de política.
“Cuando estudié derecho tuve la
inquietud vocacional de ser sacerdote, desde ese momento concebí que mi
quehacer sería la política y la religión. ¿Cómo resolver la esquizofrenia de mi
patria, en donde por un lado estaba la política y por otro lado estaba la
religión? Yo nunca vi la raya divisoria, porque creo que no existe. La raya
divisoria entre religión y política no existe porque el hombre, como lo dice
Aristóteles, es un Zoon politikón, por naturaleza es político”, dijo Antonio en
una entrevista, en abril de 1997.
Su vida
Mi
amigo fue hijo del abogado Antonio Roqueñí López y de doña María Ornelas
Miranda. Fue el mayor de sus hermanos y tuvo una familia numerosa.
Los
primeros años de su vida vivió en el DF, pero desde muy chico se fue a vivir a
Pachuca, Hidalgo, pues su padre fue funcionario en la administración del
gobernador Javier Rojo Gómez. Allá asistió a la Escuela Americana.
Años
después, la familia Roqueñí regresó a la Ciudad de México y quien en el futuro
sería abogado fue inscrito como alumno en el Instituto Patria, con los
jesuitas.
Más
tarde su padre regresó a Pachuca Hidalgo, esta vez para colaborar en el
gobierno de Vicente Aguirre Castillo, gobernador del estado de 1945 a 1951;
para entonces Antonio era ya un joven quinceañero.
En
ese tiempo fue estudiante en el Instituto Científico y Literario, hoy la
flamante Universidad Autónoma del estado de Hidalgo, donde obtuvo el grado de bachiller.
En
1954, a la edad de 20 años dejó el Instituto Científico y se entró a estudiar
derecho en la UNAM. Formó parte de la generación fundadora de la recién
inaugurada Ciudad Universitaria.
Ahí
se hizo amigos de muchas personas que después llegarían a ocupar altos cargos
en la política y en el Poder Judicial. Entre sus amigos entrañables se
encuentran: el actual senador Manuel Bartlett Díaz, el ministro Mariano Azuela
Guitrón, Alejandro Sobarzo Loaiza –recientemente difunto- y Miguel Estrada
Sámano, entre muchos otros.
En
la década de los cincuenta, Toño se vinculó con el Opus Dei como miembro
numerario, aun estudiaba en la UNAM; de ahí quizá su destino sacerdotal, pues
la vocación sacerdotal le nació en el Instituto Patria, con los jesuitas. De
hecho el hubiera querido ser jesuita.
Al
terminar sus estudios universitarios partió a Roma, donde obtuvo un doctorado
en derecho canónico en la Universidad Pontificia de Santo Tomas. Después, en
1964, obtuvo el doctorado en derecho por la Universidad de Navarra.
Toño
abandonó el Opus Dei años después y se convirtió en sacerdote diocesano, aunque
mucho respeto por Escrivá, a quién conoció y trato muchas veces.
Cuando
regresó a México fue enviado a Monterrey, Nuevo León donde estuvo un tiempo.
Posteriormente
Ernesto Corripio Ahumada
(1919-2008), quien fuera presidente de la CEM ,lo invitó a colaborar con él.
Corripio
no sólo presidía la CEM, también era arzobispo primado de México, por lo que nombró a Antonio responsable de las relaciones con
el gobierno.
Lo
anterior le facilitó participar en organizaciones como Grupo San Ángel, del que
fue fundador, era el único sacerdote en ese grupo.
Más
de una vez lo acompañé a comer y charlar con políticos hidalguenses, entre
ellos con Humberto Lugo Gil.
- Su paso como Párroco fue muy rápido
Antonio
fue párroco del rumbo de la Merced, donde hizo varias cosas, además de amigos,
entre ellos el delegado de la delegación Venustiano Carranza, Jesús Martínez Álvarez,
y de Jesús Salazar Toledano.
Otra
de sus habilidades era la cuestión jurídica y por eso fue invitado a ser
miembro del Tribunal Eclesiástico Interdiocesano de México, de 1978 a 1997,
donde al poco tiempo y casi por 20 años fue su presidente.
También
fue nombrado apoderado legal de la Arquidiócesis Primada de México y de varias
congregaciones femeninas, a las que no les cobraba nada.
- Toño amigo de Prigione
Once
meses después, el 26 de enero de 1979, Juan Pablo II llegó a México.
Con
la llegada de Carlos Salinas de Gortari al poder se pudieron formalizar las
relaciones del Estado con las Iglesias .
En 1991, un año después de la segunda visita papal, se sentaron las bases para una reforma constitucional en materia religiosa. A Roqueñí le tocó jugar un papel clave, ya que fue nombrado representante del Arzobispado Primado en las mesas de discusión.
En 1991, un año después de la segunda visita papal, se sentaron las bases para una reforma constitucional en materia religiosa. A Roqueñí le tocó jugar un papel clave, ya que fue nombrado representante del Arzobispado Primado en las mesas de discusión.
En
ese tiempo la relación estrecha e institucional con su amigo italiano, Girolamo
Prigione, se resquebrajó debido a que el representante papal quería controlar
la Conferencia del Episcopado y el cardenal Ernesto Corripio se opuso.
“Nosotros
fuimos amigos hasta que él decidió tacharme de su lista, justamente en el
momento de los registros.
“Es
decir, mi relación con Prigione fue muy estrecha precisamente porque se
acostumbra en México que los obispos tengan una gran relación con el
representante del Papa, y como el cardenal Corripio no empataba con Prigione,
prefería arreglar los asuntos con un enviado, que en muchos de casos era yo”,
me confesó alguna vez.
La disputa por
el registro número Uno
El
alejamiento de Roqueñí con el enviado papal comenzó con la disputa por el
registro Uno, pero en el fondo era otra cosa. Toño quería quitar al italiano
del control de la Iglesia católica.
Además,
la Arquidiócesis Primada de México había sida la primera en cumplir los
requisitos legales y solicitar el registro correspondiente en Gobernación.
De
hecho ese asunto generó un conflicto interno que obligó a todos los obispos de
la CEM a que se adhirieran a la solicitud del Nuncio.
Pero
el cardenal Corripio y sobretodo Roqueñí no cedían y se mantuvieron en esa
posición al grado de que se retrasó el registro de varias Iglesias. Hasta que
intervino Roma, concretamente el Cardenal Ángelo Sodano, quien entonces
aspiraba al papado.
Semanas
después, el 25 de noviembre de 1993, Ernesto Corripio Ahumada envió una misiva
a Fernando Gutiérrez Barrios, entonces secretario de Gobernación. En ésta se
leía:
”Señor secretario de Gobernación. Por
medio de estas letras deseo manifestar mi adhesión a la solicitud presentada
por el Sr. Arzobispo Jerónimo Prigione, nuncio Apostólico en México, por
indicaciones de la Santa Sede, el 25 de noviembre del presente año.”
En
esa carta era claro que Prigione quería tener el registro número Uno y que de
ahí se derivaran todas las diócesis, prelaturas y congregaciones masculinas y
femeninas.
Por
su parte Roqueñí tuvo razón a considerar que el registro Uno otorgado a la
Nunciatura no tienen por qué ser.
- La llegada del nuncio Justo Mullor y el conflicto con Maciel
Mullor
era conocido de Roqueñí por sus años de estudiante en Roma, incluso fue éste su
maestro.
Sin
embargo, se generó un conflicto en la nunciatura: gente de Puebla realizó un
plantón cuando todavía Mullor no presentaba cartas credenciales, por lo que
Roqueñí intervino con inteligencia y pudo ayudar a destrabarlo.
- El caso de Marcial Maciel Degollado
No
fue fácil entrarle al tema y Roqueñí sabía del poder del michoacano en los
círculos papales y en la jerarquía católica, sobretodo en Roma, pero tomó una
decisión y decidió jugársela.
Por esos días me pidió que nos viéramos, quería charlar conmigo de algo importante, y de inmediato nos vimos en el lugar acostumbrado en La Bodega de La Condesa; cenamos, él encendió un cigarrillo y dándole una fumada me platicó -como si fuera secreto de confesión- el asunto de Los Legionarios de Cristo.
Yo sabía del tema. Lo había leído en los medios, sobretodo internacionales.,
Me platico de las víctimas, y de su visita a Roma donde iría a litigar el caso. (el litigio lal final o llevó Martha Wegan, y él fue sólo asesor).
La charla fue larga. Además me pidió que fuera discreto, que por favor no se lo contará a nadie. Asi lo hice.
Yo sabía de sus contactos en la Santa Sede. De hecho Toño conocía al cardenal Ratzinger quien años después se convertiría en papa. Lo había visto años atrás para el caso de Samuel Ruiz García y probablemente hayan coincido en mayo de 1996 cuando el poderoso cardenal estuvo de visita en la Ciudad de México.
-Mañana me voy a Roma-, me dijo un día, cuando me contó sobre el caso.
Por esos días me pidió que nos viéramos, quería charlar conmigo de algo importante, y de inmediato nos vimos en el lugar acostumbrado en La Bodega de La Condesa; cenamos, él encendió un cigarrillo y dándole una fumada me platicó -como si fuera secreto de confesión- el asunto de Los Legionarios de Cristo.
Yo sabía del tema. Lo había leído en los medios, sobretodo internacionales.,
Me platico de las víctimas, y de su visita a Roma donde iría a litigar el caso. (el litigio lal final o llevó Martha Wegan, y él fue sólo asesor).
La charla fue larga. Además me pidió que fuera discreto, que por favor no se lo contará a nadie. Asi lo hice.
Yo sabía de sus contactos en la Santa Sede. De hecho Toño conocía al cardenal Ratzinger quien años después se convertiría en papa. Lo había visto años atrás para el caso de Samuel Ruiz García y probablemente hayan coincido en mayo de 1996 cuando el poderoso cardenal estuvo de visita en la Ciudad de México.
-Mañana me voy a Roma-, me dijo un día, cuando me contó sobre el caso.
-¿Y
qué vas hacer?-, le pregunté.
-Voy
a ver el asunto de las víctimas del padre Maciel-, respondió.
Le
agradezco a Toño su confianza. Venía de una reunión con el nuncio apostólico.
Por
su parte Pepe Barba, ex legionario, contó lo siguiente:
“Nos
acercamos al padre Antonio Roqueñí, una de las máximas autoridades en derecho
canónico y un hombre generoso y justo que supo escuchar los reclamos de este
grupo de sesentones que están tratando no tan sólo de dar un testimonio y
buscar justicia para lo que les ocurrió hace tantos años, sino de evitar que
tales cosas sigan ocurriendo ante la indiferencia o la complicidad de las altas
jerarquías eclesiásticas. Hablamos con
Roqueñí, con Don Justo Mullor y finalmente decidimos ir a Roma “.
Insisto, la charla esa noche fue larga, más de lo acostumbrado, lo recuerdo como si fuera ayer.
Toño estaba inquieto, incluso lo sentí tenso. Sabía donde se había metido y lo que ello implicaba. Era difícil su situación. Su carrera por una mitra ya no importaba, de hecho eso nunca le intereso. Una vez me comentó que ni siquiera fue a pagar los derechos a Roma por el Monseñorato que le otorgó el Cardenal Corripio.
Tenía el compromiso con esa gente y se la jugó.
Y en ese tiempo y debido a las circunstancias se vio obligado a presentar la renuncia al cargo de juez eclesiástico de la arquidiócesis de México.
Le dolió mucho esa renuncia ¿obligada?
¡Sin duda!
Y es que si algún trabajo disfrutó intensamente fue el de ser Juez eclesiástico
Toño estaba inquieto, incluso lo sentí tenso. Sabía donde se había metido y lo que ello implicaba. Era difícil su situación. Su carrera por una mitra ya no importaba, de hecho eso nunca le intereso. Una vez me comentó que ni siquiera fue a pagar los derechos a Roma por el Monseñorato que le otorgó el Cardenal Corripio.
Tenía el compromiso con esa gente y se la jugó.
Y en ese tiempo y debido a las circunstancias se vio obligado a presentar la renuncia al cargo de juez eclesiástico de la arquidiócesis de México.
Le dolió mucho esa renuncia ¿obligada?
¡Sin duda!
Y es que si algún trabajo disfrutó intensamente fue el de ser Juez eclesiástico
- Conocí al padre Roqueñi cuando ya era una figura nacional
En
una entrevista, en 1997, contó los pormenores del caso:
“Enrique
González Torres y yo invitamos al nuncio a que abandonara el país. Eso fue en
el 94. Estaba metido hasta las cejas en un problema donde era muy delicada su
presencia, era un problema interno de la guerra y todo el asunto: ¡Señor, fuera
manos de aquí!
Roqueñí
vivía austeramente en La Casa del Sacerdote, allá por los rumbos de la colonia
Santa María La Ribera; después se fue a vivir a un modesto departamento que le
prestó un amigo sacerdote en la Colonia Roma.
Los
últimos dos años de su vida los dedico a ser capellán, primero de un hospital,
después en un asilo de ancianos, a donde se fue a vivir cuando cumplió 70 años,
también dedicaba parte de su tiempo a asesorar a congregaciones religiosas y
trabajó felizmente en el Montepío Luz Saviñón.
- Su opinión sobre el papa Benedicto XVI
Y
cuando nombraron Papa a Joseph Ratzinger, el otrora prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, de la que Toño era un fuerte crítico, nos dijo a
Jesús Rangel y a mí en otra entrevista:
“Me parecen superficiales las observaciones
que hacen los periódicos sobre el Papa. No han visto al Ratzinger profundo ni a
Benedicto XVI.
-¿Y
el intransigente Ratzinger?-, le preguntamos
-¡Ratzinger
ya no existe! Existe Benedicto XVI-, y agregó de inmediato- ¡Mi lealtad total a
él!”
Toño
estaba convencido de que Benedicto XVI haría justicia a las víctimas y que
bajaría de los altares a Marcial Maciel Degollado y no se equivocó. Aunque no
le toco verlo pues murió antes.
Así
era Toño.
Sus
restos descansan en La Villita, en Pachuca de Soto, Hidalgo.
Hoy
me beberé un trago en recuerdo de mi amigo abogado y sacerdote.
Un
abrazo a sus familiares y a sus amigos.
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