Ah que obispos no le hacen caso a su jefe el papa Francisco cuando les dijo que con el Diablo no se dialoga!
Revista Proceso # 2058, 2 de abril de 2016..
Revista Proceso # 2058, 2 de abril de 2016..
Diálogo
con el narco, propone el episcopado/RODRIGO
VERA
Dice
que sólo busca la paz, el fin de la zozobra para millones de mexicanos: ante el
aumento exacerbado de la violencia criminal y la ineficacia de las fuerzas del
Estado para combatirla, la Conferencia del Episcopado propone “dialogar” con el
crimen organizado. Se trata de sentar a la misma mesa a Dios y al diablo,
asegura el obispo de Chilpancingo, en Guerrero, entidad donde se pretende
aplicar el modelo que en el pasado le dio buenos resultados al clero
colombiano.
Ante
el fracaso de la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno federal,
la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ya empieza a proponer un “diálogo”
con los cárteles de la droga a fin de evitar lo más posible los asesinatos,
desapariciones, secuestros, extorsiones y otros atropellos derivados de esa
confrontación.
Con el argumento de que “sin diálogo no puede haber paz”, la propuesta eclesiástica surge justamente en el estado de Guerrero, uno de los más violentos del país y donde la CEM aplica un proyecto piloto de pacificación y atención a víctimas inspirado en el modelo del episcopado colombiano.
Con el argumento de que “sin diálogo no puede haber paz”, la propuesta eclesiástica surge justamente en el estado de Guerrero, uno de los más violentos del país y donde la CEM aplica un proyecto piloto de pacificación y atención a víctimas inspirado en el modelo del episcopado colombiano.
Salvador
Rangel Mendoza, principal impulsor de este “diálogo” y obispo de la
convulsionada diócesis de Chilpancingo-Chilapa, comenta: “La Iglesia siempre ha
promovido el diálogo, porque sin diálogo no puede haber paz. Por eso es
necesario dialogar con la gente que se dedica al narcotráfico, pero sin hacer
ninguna concesión. ¡Dialogar, no pactar! Eso que quede claro; con ellos no se
debe pactar, pero sí llegar a ciertos arreglos”.
–¿Cuál
sería el objetivo del diálogo? ¿Qué arreglos se pretenden? –pregunta el
reportero.
–Sobre
todo evitar tantos asesinatos, secuestros, extorsiones y demás atropellos.
Algunos se preguntarán, escandalizados: ¿cómo es posible sentar en la misma
mesa a Dios con el diablo? Pero es necesario hablar para detener este terrible
baño de sangre, sobre todo de gente inocente. ¿Cómo puedo ponerme en paz con mi
enemigo si ni siquiera podemos vernos la cara? Ya basta, pongámonos a dialogar,
no somos mudos.
Mendoza
es un franciscano con amplia experiencia en zonas de conflicto; durante siete
años realizó labor pastoral en Israel, “entre muertes, bombardeos, explosiones
de minas personales, ataques aéreos y todas las demás atrocidades que una
guerra implica”. Y hace apenas siete meses que el Papa Francisco lo envió como
titular a la diócesis de Chilpancingo-Chilapa para que ahí aplique su
experiencia como pacificador.
Rangel
acota: “La promoción de la paz es el carácter de la orden religiosa a la que
pertenezco. Su fundador, San Francisco, decía: ‘Señor, donde haya odio ponga yo
amor’. Y es lo que ahora estoy intentando hacer en la diócesis”.
Por
lo pronto, ya pudo comprobar que en Guerrero las fuerzas gubernamentales poco
pueden hacer contra el crimen organizado.
Asegura:
“El Ejército y la policía estatal sólo están para decorar las carreteras. Se
ponen, por ejemplo, para que se sientan seguros los turistas, en la Autopista
del Sol que va rumbo a Acapulco, o bien yendo a Chilapa o en otras carreteras
principales. Pero no hacen una labor más profunda, más de tierra, yendo a los
lugares intrincados. Ahí no se meten… Los vigilados son más bien los soldados y
los policías…”
El
tema de la amapola
También
le ha tocado comprobar que algunas zonas del territorio de su diócesis, y de
Guerrero, están bajo el control de los cárteles de la droga, sobre todo porque
en ellas se cultiva la amapola. Dice:
“Esos
territorios son gobernados por los narcos. Y me deja admirado que ahí no hay
asesinatos, secuestros, levantones ni extorsiones. Incluso a los jóvenes no se
les permite drogarse, aunque ellos tampoco pueden hacerlo con el opio que sacan
de la amapola que cultivan, pues necesita primero procesarse. Un párroco me
comentaba que incluso cuando hay algún borrachito tirado en la calle, ellos
mismos lo recogen y se lo llevan a algún centro de rehabilitación.
“En
la sierra, allá por Tlacotepec y por Yextla, la gente me dice: ‘Nosotros apoyamos
a los narcos porque ellos nos cuidan. Hasta podemos caminar muy seguros por las
noches’. Pero la violencia llega a esos lugares cuando se los disputan los
distintos grupos de narcotraficantes. La mayoría de los asesinatos se dan
durante esos choques y ajustes de cuentas entre un grupo y otro.”
–¿Qué
zonas ha detectado usted que están controladas por el narco?
–Aparte
de Tlacotepec y Yextla, está la zona de Mochitlán. También las de Colotlipa y
de Chichihualco. Y ni se diga por el rumbo de Iguala y Teloloapan, donde se dio
una guerra de los grupos locales contra La Familia Michoacana y Los Caballeros
Templarios, a quienes echaron para afuera y ahora éstos pelean los territorios
de Ciudad Altamirano y Arcelia.
“En
Chilapa, todavía hace un mes había enfrentamientos entre dos grupos. Uno logró
desplazar a otro a Zitlala, como 30 kilómetros más adelante. Por ese motivo,
ahora la situación en la zona de Chilapa está más tranquila.”
En
sus recorridos pastorales el franciscano también ha convivido en zonas
apartadas con los campesinos que cultivan la amapola, sobre quienes dice:
“Viven en la marginación y en condiciones muy precarias. Parecen animalitos
encerrados, no pueden salir. Muchos trabajan recogiendo la goma de opio, que al
contacto con el aire se hace negra y les mancha las manos, haciéndoles que se
les caigan las uñas. Trabajan en la amapola porque no tienen otra opción. Es su
único medio de sobrevivencia.
“Aquí
surge un gran dilema: si se arrasa con los campos de amapola, entonces ¿de qué
va a vivir esa pobre gente? Téngalo por seguro que si eso ocurre, entonces se
daría un estallido social. Creo que este es uno de los motivos por los que la
autoridad no destruye esos campos. ¿Usted cree que no existen acuerdos
cupulares para que se siga sembrando la amapola? Esos cultivos son acaparados
por los grandes narcotraficantes. Y el Ejército y la policía no se meten en
esos territorios”.
–¿La
Iglesia considera entonces que debe legalizarse ese cultivo para que los
campesinos puedan sobrevivir?
–¡No!
¡Tampoco! No vamos a bendecir los campos de amapola. Nuestra postura es que
estos campesinos tengan otras herramientas para poder sobrevivir, que tengan
acceso a la educación, a mejores medios de comunicación y a otras fuentes de
trabajo. Y mientras tanto, que sus cultivos de amapola se utilicen para fines
medicinales. Por eso también es importante dialogar con la gente dedicada a
comercializarla.
“Los
obispos de Guerrero hemos platicado el asunto con el gobernador. Y estamos de
acuerdo en darle fines médicos a la siembra de amapola. La famosa heroína,
producto de la goma de opio, tiene ese nombre porque era considerada la
‘medicina heroica’ que resolvía muchos males. Los grandes laboratorios la
utilizaban como medicina. Hay que acordar con los laboratorios para que siga
teniendo este uso.”
Apoyo
al gobierno
Por
lo pronto, el gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, a fin de reducir la
violencia en la entidad, le está proponiendo al gobierno federal que pida
permiso a la ONU para que Guerrero sea una de las regiones del mundo donde se
siembre amapola con fines exclusivamente medicinales, según declaró en una
entrevista para Milenio Televisión, trasmitida el pasado 11 de marzo.
Argumentó:
“El problema de Guerrero está radicado en la violencia y desde luego en la
siembra de mariguana y en la amapola. Los estudios en seguridad, que no me
invento yo, señalan que mientras Guerrero siga siendo un productor de droga la
violencia va a seguir. Ahora la violencia está donde se siembra el producto.
Guerrero y la federación debemos encontrar un mecanismo para enfrentar estos
hechos”.
Sin
embargo, a diferencia de la Iglesia local, Astudillo se niega rotundamente a
dialogar con las bandas del crimen organizado para llegar a arreglos, ya que,
sostiene, estos grupos operan “fuera de la ley”.
El
pasado 3 de noviembre, a pregunta expresa de la prensa local que lo inquirió
sobre la propuesta de diálogo del obispo Rangel, Astudillo respondió: “Hay que
hablar con todos los que se tiene que hablar. Yo no estoy limitado a tener
ningún muro que me impida con quien se tenga que hablar. Obviamente que con
quien se pueda… No así en la ruta de ponerme a dialogar con quienes absolutamente
están fuera de la ley”.
Y
aseguró que “sí están dando resultados” los operativos policiaco-militares de
su gobierno para aplacar la ola de violencia en la entidad.
Pero
el obispo de Chilpancingo-Chilapa ve con mucho escepticismo estos supuestos
logros del mandatario: “Qué otra cosa puede decir él como gobernador, pues
obviamente que defender a la policía y al Ejército. Pero no olvidemos que, en
ocasiones, los soldados tratan a todas las personas como si fueran
delincuentes. Ni siquiera yo me les escapo”.
Cuenta
que en dos ocasiones, al viajar en vehículo acompañado de religiosas, los
militares los sometieron a un violento cateo. “La última vez fue ahora en
Semana Santa, entrando a Chilapa. Iba con tres monjas. Ellas con su hábito y yo
con mi hábito franciscano. Nos hicieron bajar del vehículo. Nos catearon con
brutalidad como si fuéramos narcotraficantes disfrazados, jamás me habían hecho
una cosa así”, se lamenta.
Las
diócesis de la entidad realizan constantes monitoreos sobre la situación de
violencia. En su último reporte la arquidiócesis de Acapulco señala: “En las
últimas semanas se ha recrudecido la situación crítica de violencia e
inseguridad en Acapulco. Se habla de al menos 42 ejecuciones en la Semana
Santa, tan sólo en Acapulco. Ante esta situación, urgen acciones de emergencia,
tanto del Estado como de la sociedad civil, para disminuir los riesgos de
pérdidas de vidas”.
Rangel
aclara que “los obispos de Guerrero apoyamos al actual gobierno estatal,
siempre y cuando trabaje para el bien de las personas. El gobernador tiene seis
meses en el cargo, casi lo mismo que yo en la diócesis. Es poco tiempo para dar
juicios sobre su desempeño”.
Y
comenta que, aprovechando esta caótica situación, en Guerrero también operan
bandas dedicadas al secuestro y la extorsión, pero ajenas a los grupos de
narcotraficantes.
“Hay
que saber distinguir a los seudonarcotraficantes de los verdaderos
narcotraficantes. Aquellos se agrupan en pandillitas que de pronto realizan un
asalto o un secuestro y, como les salió bien, continúan con sus fechorías. Sólo
aprovechan el río revuelto, no se dedican al tráfico de droga, pero a veces son
todavía más sanguinarios. De pronto hay gente que se me acerca y me aclara
estas cosas, diciéndome: ‘Mire, señor obispo, nosotros nos dedicamos a traficar
droga, no a secuestrar personas’”, dice.
–¿Y
usted ya ha tenido contacto formal con los grupos de narcotraficantes?
–No,
todavía no. Directamente no. Y los obispos de Guerrero tenemos una postura
conjunta a favor del diálogo que, sobre todo, hemos estado expresando a través
de nuestros comunicados de prensa.
Son
cuatro las diócesis de Guerrero aglutinadas en la llamada Provincia
Eclesiástica de Acapulco: la de Chilpancingo- Chilapa, a cargo de Rangel; la
arquidiócesis de Acapulco, presidida por Carlos Garfias; la de Tlapa, por
Dagoberto Sosa; y la de Ciudad Altamirano, por Maximino Martínez.
Los
cuatro obispos han estado publicando comunicados conjuntos donde hacen llamados
al “diálogo” para “construir la paz”. Y exhortan, por ejemplo, a crear una
“gran plataforma social” –con la participación del gobierno, las Iglesias, las
organizaciones civiles, ciudadanía, etcétera– para “reconstruir el tejido
social”, pero siempre “privilegiando la palabra como herramienta social y
política”.
Durante
la presentación del comunicado titulado Compromiso con Guerrero y con la paz,
el pasado 3 de noviembre en Acapulco, el arzobispo Garfias dijo: “La palabra es
el instrumento privilegiado de las autoridades para relacionarse con sus
ciudadanos. Y la ciudadanía también son los delincuentes, las implicaciones
pueden ser muchas”.
A
Garfias lo acompañaba el sacerdote colombiano Leonel Narváez, quien dio una
exposición sobre el diálogo entre el gobierno de Colombia y los cárteles de la
droga para conseguir la paz, en el que tuvo bastante participación el
episcopado de ese país.
El
episcopado mexicano ahora sigue el modelo del colombiano. Y escogió a Guerrero
–por sus altos índices de violencia– para implementar paulatinamente el mismo
esquema. Un primer paso fue abrir los llamados “centros de escucha”, espacios
parroquiales donde se les da atención espiritual, psicológica y jurídica a las
víctimas de la violencia con equipos de sacerdotes, psicólogos, abogados y
laicos que hacen esa labor social (Proceso 1951).
La
Iglesia de Guerrero comienza a dar el siguiente paso: abrir las llamadas
“escuelas del perdón”, cuyo objetivo es reunir a las víctimas con sus
victimarios para que lleguen a la reconciliación (Proceso 2038).
Así,
la propuesta eclesiástica de “dialogar” con los cárteles de la droga forma
parte del mismo proyecto de pacificación, pues la guerra gubernamental contra
el narcotráfico parece no tener fin.
“Con
estos diálogos, lo único que pretendemos es alcanzar la paz. Es nuestro
objetivo final”, recalca Rangel. l
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