Elecciones 10 de abril
El País | 8 de abril de 2016..
Desde que apareciera
Cambio 90 en aquellas elecciones peruanas que le dieron el triunfo a Alberto
Fujimori ese mismo año, el ascenso meteórico del candidato, un ilustre
desconocido para la gran mayoría de los peruanos, fue desconcertante, imparable
y sorpresivo. Y los motivos básicamente tenían que ver con el hartazgo de la
ciudadanía respecto a los partidos tradicionales, cuyos principales exponentes,
desde un extremo a otro del terreno ideológico, eran Izquierda Unida, el APRA,
Acción Popular y el Partido Popular Cristiano. Una coalición de centroderecha
liderada por Mario Vargas Llosa, el Frente Democrático (FREDEMO), perdió ante
la avalancha populista de Fujimori, cuya trayectoria como político derivó
rápidamente en un régimen autocrático, corrupto y claramente delincuencial.
Desde entonces
muchas cosas han cambiado en la manera de hacer política en Perú pero, sobre
todo, el que la tradicional base doctrinaria de los partidos dejara de hacer
alusión a su posicionamiento ideológico (Partido Social Demócrata, Democracia Cristiana,
Izquierda Unida…) y se convirtiera en eslóganes: Avanza Perú, Gana Perú, Perú
Posible, Todo por el Perú, Vamos Perú. Así, el desprevenido visitante que
echara un vistazo a la lista de agrupaciones que se han presentado en las
últimas contiendas electorales tendría la sensación de estar asistiendo más a
una eufórica narración radial de un partido de fútbol de nuestra sufrida
selección que al panorama político de una sociedad.
Aquel
cambio a simple vista pueril demuestra sin embargo uno más de fondo: el triunfo
avasallador del populismo, el desplome de un mínimo fundamento ideológico que
orientara al posible votante o simpatizante a la hora de decantarse por una
coalición determinada. ¿Qué había ocurrido para que tales agrupaciones
políticas utilizaran semejantes nombres? Creo que entenderlo nos pone sobre la
pista acerca de la vocación efímera e improvisada de estos partidos que suelen
trabajar en la precariedad y la inmediatez, más preocupados en ganar votos que
en cumplir con sus programas. La absoluta vacuidad de sus nombres los pone a
salvo de cualquier reclamo por parte de sus electores. Al menos en lo
doctrinal. Porque a nadie ya le interesa el partido político sino
exclusivamente el candidato.
Ocurrirá lo
mismo en las elecciones de mañana 10 de abril. Entre los principales partidos
se encuentran Fuerza Popular de Keiko Fujimori, Peruanos por el Kambio de Pedro
Pablo Kuczynski, Frente Amplio de Verónika Mendoza, Alianza para el Progreso de
César Acuña y Todos por el Perú de Julio Guzmán, aunque las candidaturas de
estos dos últimos han sido recientemente impugnadas por el Jurado Nacional de
Elecciones (JNE) con una decisión que ha resultado controvertida y polémica. Y
este hecho demuestra hasta qué punto la base institucional del país también se
ve contaminada por el carácter precario propio de los partidos eslogan.
Para muchos la
reciente exclusión de ambos candidatos —incumplimiento en los plazos establecidos
en el caso de Guzmán y entrega de dádivas y dinero en plena campaña electoral,
en el caso de Acuña— pone en entredicho la objetividad del JNE y ayuda de
manera inequívoca a la candidata que va en cabeza según las encuestas, Keiko
Fujimori, que, siguiendo el criterio del JNE, también debería ser impugnada.
Hasta ese momento, el candidato de Alianza para el Progreso iba segundo con un
discurso persuasivo: el del hombre hecho a sí mismo, venido del trabajo duro y
con ganas de revertir sus logros y experiencia en el país. Pero todo ese lustre
de empresario del sector educativo se reveló de cartón piedra, pues a César
Acuña se le descubrió hace poco que toda su carrera de educador era un fraude
que incluía plagios de tesis en al menos dos universidades, amén de un libro
copiado íntegramente.
¿Realmente eso
le importa al votante peruano? Creo que, por desgracia, a un amplio sector de
la población, no. Más bien Acuña representa esa picaresca que es la base de la
cultura de la inmediatez que tan hondo ha calado en Perú. Acuña manejó su
campaña creando una eficaz red clientelar sustentada por la promesa de becas y
“plata como cancha” (dinero a espuertas) y eso hizo subir su candidatura hasta
sobrepasar a la de un cada vez más alicaído Alan García, del histórico APRA,
cuyos dos Gobiernos anteriores demostraron que en condiciones económicas
extremamente difíciles era capaz de hundir él solito al país y en tiempos de
bonanza podía ser pródigo en narcoindultos y otras prácticas escasamente
lícitas. Por eso cae en las encuestas, pero también porque el APRA y los
escombros de los partidos tradicionales apenas pueden hacer frente a los
partidos eslogan con los que, a través de apresuradas maniobras y pactos, se
ven obligados a participar.
Así las cosas,
con una nula o casi inexistente preocupación del electorado por los programas
que presentan los candidatos, perdido el referente ideológico del espectro
político tradicional, con la campaña convertida en una excavación permanente
sobre el pasado de los candidatos, la salud electoral de Perú no parece todo lo
vigorosa que la pugna de varios contendientes pudiera hacernos creer.
Por ejemplo, a
los votantes del conservador Kuczynski, con años de experiencia como ministro
en sucesivos Gobiernos, no parece importarles demasiado que haya sido firme
apoyo de la candidatura de Keiko Fujimori en las elecciones del 2011, aunque
ahora dice “arrepentirse” de semejante mancha, como si haber apoyado
precisamente a la representante de un Gobierno que llevó la corrupción hasta
límites nauseabundos hubiese sido un pecadillo de juventud. Verónika Mendoza
tiene uno de los mejores perfiles: es honesta, ofrece propuestas valientes y
progresistas que entusiasman a muchos. Pero una gran contradicción: nunca se ha
atrevido a cuestionar al régimen chavista y recientemente llamó “golpista” a la
oposición venezolana, lo que demuestra un endeble posicionamiento democrático
que le está pasando factura en ciertos sectores. ¿Le importa eso al votante de
Mendoza? Muy poco: son parte de esa izquierda —que sus detractores llaman
“izquierda caviar”— para la que el chavismo es un movimiento democrático y
avanzado.
Y queda un
nuevo outsider en liza: Alfredo Barnechea, del también alicaído partido
tradicional Acción Popular. Durante años se mantuvo fuera del campo político y
gran parte del electorado —especialmente los jóvenes— apenas lo conoce. Parece
el más preparado y sensato, tiene una sólida formación humanística y —por el
momento— ningún cadáver en el armario. Es pues un marciano en el ambiente de
mercadillo populista de estas elecciones. Y Perú, por desgracia, no parece
estar para marcianadas democráticas. La cuestión es que el país necesita
recuperar un electorado sensato, capaz de reflexionar y no dejarse seducir por
la inmediatez de los partidos eslogan. Ya tuvimos bastante con Fujimori.
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