Annie
Leibovitz en aguas negras
La
fotógrafa del glamour toca el feminicidio en México retratando a una activista
en un suburbio
Pablo de LLano,
El País, Chimalhuacán
11 JUL 2016
Annie
Leibovitz estuvo en México la semana pasada para presentar su serie en
desarrollo Mujeres: nuevos retratos, auspiciada por la financiera suiza UBS, y
el jueves al amanecer tuvo una actividad, fuera de agenda mediática, que llevó
su lente, habituada a escenarios de lujos y cuerpos eminentemente vivos, a un
río de aguas negras donde aparecen con regularidad mujeres muertas.
“Lo
importante es poner bajo los focos lo que pasa en ese lugar”, dijo unas horas
después a este periódico tras una conferencia. El lugar es un municipio al sur
de la Ciudad de México llamado Chimalhuacán en el que está vigente la Alerta de
Género, un mecanismo de urgencia ante las crisis de feminicidios, esa categoría
que recoge el asesinato de mujeres por el simple hecho de ser mujeres.
A
las seis aún no había amanecido y Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 1949)
estaba por llegar. Los vecinos arrancaban su jornada. Las hermanas Nancy y
Norma Montesinos, costureras, caminaban juntas. “Nunca salimos solas”. Felisa
Sandoval, recogedora de envases, iba con su bolsa de basura llena y un palo en
la mano. Dijo que jamás había visto un cuerpo en el río: “Yo ando con Dios”.
–¿Y
sabe por qué ponen las cruces rosas?
–Porque
a veces hay accidentes y las personas se mueren.
Al
borde del canal de residuos, las activistas ponen cruces rosas en recuerdo de
las muertas. Es un símbolo que nació en Ciudad Juárez, epicentro original del
feminicidio, fenómeno que se ha reproducido con intensidad en el territorio,
limítrofe con la Ciudad de México, en el que está Chimalhuacán, el Estado de
México: 1.722 asesinadas entre 2011 y 2015, según la cifra oficial.
Leibovitz
llegó a las siete y veinte con la mujer a la que retrataría, Andrea Medina
Rosas, una abogada de 40 años que participó en el célebre caso de Campo
Algodonero, por el que la Corte Interamericana de Derechos Humanos
responsabilizó al Estado mexicano de los asesinatos de género en Ciudad Juárez.
Iba
de negro, por completo. Camisa, pantalón, zapatillas de trekking, la melena
cana recogida y envergadura de “tanque” o de “poste de telégrafos” según la
definió la escritora Elena Poniatowska, a la que retrató dos días antes. La
sesión duró una hora. Al borde de la cloaca, junto a las cruces. El olor
hediondo, un carro del que tira un caballo flaco y lento. Leibovitz para, lo
deja pasar.
Una
adolescente mira la escena desde su casa. Habla de las mujeres que aparecen en
el río. “No es tan seguido, tiene dos meses que no veo una”.
Hace
unos meses, las autoridades retiraron las cruces rosas con una excavadora,
argumentando que debían limpiar el borde del cauce. Las activistas las
volvieron a poner. “En México se intenta impedir que se cree una memoria
concreta de lo que pasa. Por eso quisimos hacer ahí la sesión”, dijo Medina por
la tarde por teléfono. También por teléfono, una activista de 23 años que
estuvo allí por la mañana, Mafer Arellanes, del colectivo Voces de Lilith,
diría: “Creo que la visita de Leibovitz puede ayudar a que se tome en cuenta
este lugar, el Estado de México, donde suelen acallar las manifestaciones y las
formas de resistencia”.
La
sesión era cerrada a la prensa. Este diario la observó a poca distancia. Al
terminar, la fotógrafa más famosa del mundo se subió a una furgoneta y se fue.
Accedió
a responder brevemente a mediodía tras un acto en la Ciudad de México. Explicó
que le interesa que su serie sobre mujeres no incluya solo celebridades –“Ya he
hecho un montón”, y las seguirá haciendo: la semana que viene en Europa,
"con Bruce" (Springsteen)– sino que se oriente a asuntos sociales,
eligiendo figuras que simbolicen las luchas en esas batallas, como Medina.
Leibovitz
dijo que la sesión fue “muy dura”. Con ellas estuvieron Irinea Buendía y Silvia
Vargas, madres de dos mujeres asesinadas en Chimalhuacán. En el caso de su hija
Mariana, Buendía logró el hito de que por primera vez llegase a la Corte
Suprema el asesinato de una mujer bajo concepto de feminicidio y que seis años
después de su muerte entrase en prisión su marido, un policía que adujo que
ella se había suicidado y a posteriori fue ascendido a comandante.
“La
verdad es que me eché a llorar con ellas”, dijo la fotógrafa. En el suelo del
lugar escabroso donde lloró había una pintada: “Podrán quitar nuestras cruces
pero no nuestra rabia. Seguimos de pie”. Ahora, con Annie Leibovitz.
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