Revista
Proceso 2087, 30 de octubre de
2016…
Cuarenta
años de valorar la verdad/
ARIEL
DORFMAN
Y
cuando partimos de nuevo al extranjero, cuando cambiamos el exilio involuntario
por una expatriación deliberada, ahí estaba, de nuevo y como siempre, el hogar
de Proceso.
Desde
el principio, Proceso constituyó para mí ni más ni menos que un hogar.
Cuando
digo Proceso, pienso, por cierto y sobre todo, en Julio Scherer García. Pero
Scherer García, quien actuó siempre como un hermano mayor mío y de mi mujer
Angélica, no hubiera deseado que este homenaje a la revista que fundó en
noviembre de 1976 junto con colegas y amigos (entre ellos el gran Vicente
Leñero), fuese una exaltación de su trayectoria y generosidad, a las que ya he
dedicado múltiples páginas. Estoy seguro de que si estuviese vivo me exigiría
que en este aniversario no me centrara en él, sino en el semanario
extraordinario que sigue persistiendo más allá de su muerte, que sigue siendo
esencial pese a tantas otras muertes, más evitables, que se acumulan en su
México querido.
Pero
fue Proceso el que facilitó esa mediación, ese retorno.
En
los años que siguieron, la revista mexicana continuó siendo un lugar donde
siempre se me dio la bienvenida, siempre se me recibió con cariño y respeto.
Paradojalmente,
cuando logramos derrotar a Pinochet y recuperamos la democracia en 1990,
Proceso fue más importante todavía para mí, me ofreció una hospitalidad que
necesitaba aún más que antes.
Porque
nuestro regreso a Santiago no fue muy afortunado. Sea porque yo había cambiado
demasiado durante los 17 años de ausencia, sea porque el país había sido
profundamente corrompido y torcido por la dictadura y el miedo, Angélica y yo
encontramos que no había un sitio ahí para nuestros sueños, nuestro deseo de
contribuir al renacimiento de la patria envilecida.
Y
cuando partimos de nuevo al extranjero, cuando cambiamos el exilio involuntario
por una expatriación deliberada, ahí estaba, de nuevo y como siempre, el hogar
de Proceso.
Siguieron
apareciendo mis meditaciones, mis artículos, mis análisis, en la revista
mexicana, los mismos escritos que nadie en Chile tenía interés ya en publicar.
Todavía ahora, lo que compongo para Proceso –y para El País, Página 12, The New
York Times, The Guardian, Le Monde y suma y sigue, pero ante todo hay que sumar
y seguir con Proceso– no tiene cabida en mi propio país. Y de nuevo, a falta de
Chile, mejor es México, tener ese auténtico aprecio y ese seguro albergue.
No
se trata, sin embargo, tan sólo de sentirme acogido por Proceso. Más crucial,
quizás, es que se me invita a participar en el gran proyecto de la revista que
ahora cumple 40 años. Un proyecto que valora la verdad, que no teme escudriñar
el poder, que saca los trapos, y los esqueletos, al sol, un proyecto que sueña,
como lo sigo haciendo yo, con un futuro sin mentiras ni traidores, una
humanidad latinoamericana liberada y alegre y entusiasta y, sí, un refugio
contra la opresión.
Proceso:
ese abrigo.
No
únicamente para mí. También para México, el pueblo mexicano esperanzado y
perseguido y digno por el que tanto luchó Julio Scherer. l
La
última obra de Ariel Dorfman es Allegro, una novela narrada por Mozart.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario