Revista
Proceso 2087, 30 de octubre de
2016...
Sospechosa
detención de Felipe Flores, una pieza inútil/ANABEL HERNÁNDEZ
Este
semanario tuvo acceso a los detalles de la captura y las primeras horas de
reclusión del exjefe policiaco de Iguala Felipe Flores, que durante dos años
estuvo prófugo y fue detenido el pasado viernes 21 en la misma ciudad. Antes de
ocultarse reveló que era inocente pero temía ser torturado. Si bien las
autoridades lo presentaron como una “pieza clave” del caso Ayotzinapa, para los
padres de los normalistas desaparecidos “es un detenido más” mientras el
gobierno federal no deje de proteger a altos exfuncionarios y militares
presuntamente involucrados en el crimen.
Durante
dos años Felipe Flores Velázquez, exsecretario de Seguridad Pública de Iguala,
estuvo prófugo de la justicia. La Procuraduría General de la República (PGR) lo
acusó de trabajar para el grupo criminal Guerreros Unidos y de ser uno de los
principales responsables de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela
Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, ocurrida en la noche del 26 al
27 de septiembre de 2014.
Durante
ese tiempo el exjefe policiaco se ocultó en una casa de esa ciudad guerrerense,
con acceso a los medios de comunicación, dinero e incluso visitas familiares,
aunque supuestamente la PGR lo buscaba afanosamente y la ciudad ha estado
plagada de elementos de la Gendarmería, policías federales, marinos y soldados
desde finales de septiembre de 2014.
El
viernes 21 Flores Velázquez fue detenido en la casa donde siempre estuvo
oculto, en un operativo donde no hubo violencia y ni siquiera lo esposaron.
Ahora viste el uniforme de preso y lleva el número 4080 en el Centro Federal de
Readaptación Social número 1, El Altiplano, donde se encarcela a los reos más
peligrosos.
El
exjefe policiaco confía “en la justicia divina”. Desde que los hechos eran
recientes hasta ahora ha sostenido que él no participó en el ataque contra los
normalistas ni conoce su paradero; que pidió ayuda a la Policía Federal y al
Ejército, los cuales lo ignoraron, y que desde la una de la mañana hasta las
ocho de la noche del 27 de septiembre él estuvo en compañía del entonces
subprocurador del estado, Ricardo Martínez Chávez.
También
dijo haber llamado a la Policía estatal, que tampoco le dio apoyo. Actualmente
también se sabe que Flores Velázquez comentó, después del ataque, que acudió a
la base de la Policía Municipal de Iguala acompañado de un oficial del 27
Batallón de Infantería, pero que ahí no se encontraban los normalistas.
En
su primera declaración ministerial, rendida el 27 de septiembre de 2014,
aseguró que al ser notificado de la llegada de los normalistas a las 21:22 a la
estación de autobuses, de donde se llevaron unos camiones, él llamó
directamente al jefe de la base de la Policía Federal en Iguala, Luis Antonio
Dorantes, y éste le dijo que tomaría nota de los sucesos y estaría “alerta”.
Pero
en las declaraciones ministeriales de Dorantes ante la PGR del 11 de septiembre
de 2015 y del 7 de enero de 2016, no informó sobre esa comunicación directa con
Flores Velázquez.
De
forma similar, el exsecretario de Seguridad Pública de Iguala ha dicho que el
entonces coronel José Rodríguez Pérez, comandante del 27 Batallón de
Infantería, se negó a darle apoyo esa noche argumentando que no tenía personal,
pero Rodríguez Pérez, en su declaración ministerial afirmó que la noche del 26
de septiembre de 2014 él se comunicó con Flores Velázquez para preguntarle si
había algún problema con los estudiantes y éste lo negó.
“No
teníamos pruebas”
“No
había denuncias, no había testigos presenciales de los hechos; es más, no había
flagrancia ni pruebas periciales que en ese instante nos dijeran qué había
pasado y quiero aclarar que ni en ese instante ni en las siguientes horas”,
declaró a la PGR el entonces subprocurador de Atención a Víctimas, Martínez
Chávez, el 29 de octubre de 2014, para explicar por qué no arrestó a Flores
Velázquez pese a que lo interrogó en dos ocasiones.
Martínez
Chávez afirmó que su primer encuentro con el exjefe policiaco de Iguala fue
después de la una de la mañana del 27 de septiembre en las oficinas del
Ministerio Público del fuero común. El subprocurador lo llamó a esas oficinas y
Flores Velázquez se presentó inmediatamente.
–¿Qué
pasó? –le preguntó Martínez Chávez al mando de Iguala, según la declaración
ministerial del exfuncionario de la Fiscalía General del Estado.
–Sé
que vinieron unos ayotzinapos, hubo un conflicto en el zócalo después del
informe de la primera dama, hubo disparos y sé que hubo persecuciones pero no
me consta, ya que hasta el momento no tenía un reporte oficial, ni tampoco uso
radio, es decir como walkie talkie, para enterarme de qué estaba pasando –fue
la respuesta de Flores.
–Hay
dos muertos en la carretera de estos niños (el equipo de futbol) los Avispones,
y creo, de acuerdo a lo que tú me dices, que pudieron haber sido los policías
municipales.
–¿Cuáles?
–Tú
debes de saber, no yo.
–¿Qué
propone? –le planteó Flores, en tono cooperador.
–Que
tú voluntariamente los presentes a todos, incluyéndote a ti, para que se les
hagan las pruebas de balística a sus armas, las pruebas de Harrison y todas
aquellas que sean necesarias para deslindar responsabilidad.
–Como
prueba, la primera arma que quiero poner a disposición es la mía –ofreció el
jefe policiaco de Iguala.
Martínez
Chávez le dijo que no, pues debían ser todas al mismo tiempo. No obstante
Flores sacó su arma, le quitó los cartuchos y la entregó a un escolta del
funcionario estatal.
–Tú
llévatela y yo me llevo el cargador.
El
subprocurador afirmó que de ahí se fueron a la base de la Policía Municipal de
Iguala, donde se desarmó a todos los policías municipales.
De
acuerdo con la información recabada durante toda la noche del 26 de septiembre
hasta las 20:00 horas del 27 de septiembre, Flores estuvo con los funcionarios
estatales en la entrega de armas de policías municipales, así como los primeros
interrogatorios y detenciones.
El
28 de septiembre fue citado para ampliar su declaración ministerial en
Acapulco. El entonces alcalde José Luis Abarca le ordenó que se presentara,
pero Flores ya estaba preocupado por el rumbo que tomaba el caso y estaba
seguro de que lo iban a detener en Acapulco. Aun así acudió. Lo soltaron hasta
la madrugada del 29, y las siguientes fueron las últimas horas que estuvo en su
casa.
El
procurador de Guerrero, Iñaki Blanco, anunció una orden de presentación en su
contra, pero Flores Velázquez pensó que se trataba de una trampa y que más bien
era una orden de aprehensión. “Ya declaré, no tengo nada más que declarar”,
habría respondido, y se ocultó.
Durante
cerca de dos meses su esposa y sus hijos no supieron nada de él. Cuando volvió
a verlos, en la casa donde se escondió, les dijo que estaba tranquilo y no
tenía nada que ocultar, pero que no se iba a entregar por temor a que le
inventaran cargos o lo torturaran, como les ocurrió a otros policías
municipales de Iguala. “Ahorita todavía no es el momento, pero sé que voy a
tener que presentarme y se tiene que aclarar todo; debo salir exonerado de todo
esto”, decía.
Flores
Velázquez inició su carrera en el Ejército hace más de 35 años. Estuvo adscrito
en áreas de inteligencia del 27 Batallón de Infantería en Iguala y ya tenía
tres décadas trabajando en tareas de seguridad pública para el gobierno de
Guerrero, que lo habría recomendado con Abarca como secretario de Seguridad
Pública.
La
detención
A
las seis de la mañana del pasado viernes 21, ocho policías federales comenzaron
a golpear la puerta del domicilio donde Flores Velázquez se había ocultado
durante dos años.
–Tenemos
un reporte de que aquí tienen personas secuestradas –dijo uno de los agentes,
sin presentar una orden de cateo.
–No,
aquí no hay nadie secuestrado –respondió, atrás de la puerta, el propietario de
la casa.
–Déjenos
entrar a revisar –exigió el policía.
“Ya
está la policía allá afuera, ¿qué va a hacer usted?”, le consultó la gente de
la casa a Flores Velázquez. Él sólo dijo: “Hasta aquí”.
Cuando
los federales entraron, uno de ellos exclamó: “¡Ah, sí era aquí donde estaba!”.
Lo buscaban a él, no a probables secuestrados; ésta era una argucia, como otras
con las que la PGR ha detenido a otros acusados en el caso de los 43
desaparecidos.
–Permítanme
nada más que me cambie y me ponga los zapatos y nos vamos –pidió Flores
Velázquez, en un tono muy tranquilo para alguien acusado de un delito grave.
Ese
mismo día la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) anunció que a las siete de la
mañana Flores Velázquez fue aprehendido cuando salía del domicilio de la Unidad
Fovissste de Iguala, donde vive su familia.
En
el comunicado se afirmó que se trató de un arduo trabajo de inteligencia y que
en el operativo participaron la Marina, la Policía Federal y el Ejército, pero
varios testigos afirman que el exjefe policiaco municipal fue detenido en un
domicilio al lado opuesto de Iguala, a las seis de la mañana, sólo por un grupo
de policías federales.
No
se sabe si quienes ocultaron a Flores Velázquez son parientes suyos, pero la
PGR no los ha arrestado.
La
captura se realizó sin violencia. Los federales ni siquiera esposaron al
detenido, únicamente lo sujetaron del hombro y lo subieron a una camioneta.
Inmediatamente se le avisó a sus hijos y a su esposa, que es maestra. Ellos
esperaban lo peor, pues al paso de las horas, como no se hacía pública la
detención, pensaron que tal vez lo estaban torturando, como a otros policías
municipales, o que lo iban a desaparecer. La familia descansó cuando la CNS
hizo pública la detención.
Flores
Velázquez primero fue trasladado a la Subprocuraduría Especializada en
Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), donde él se negó a declarar,
y luego al Cefereso 1, El Altiplano. Hasta el domingo 23 le autorizaron la
llamada a la que tenía derecho y habló con su familia. En tono tranquilo les
dijo que todo estaba bien y que no lo habían golpeado.
“Yo
creo en la justicia divina”, agregó.
Escepticismo
de los familiares
Para
Felipe de la Cruz, vocero del movimiento de los familiares de los 43
normalistas desaparecidos, la detención de Flores Velázquez es “tardía”,
“sospechosa” e “inútil”: “Para nosotros es un detenido más”, afirma en
entrevista.
“La
detención de Felipe Flores significa algo preocupante –abunda–, porque no podemos
creer que lo hayan detenido en el mismo lugar de los hechos. Él ha dicho que no
supo nada, que no vio a los jóvenes en barandilla, y luego viene el cambio de
la procuradora a pocos días de que reinicien los trabajos de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos.
“Nos
parece muy sospechoso que no lo hayan podido detener antes (a Flores) y de
manera repentina lo capturan como si nada… queda claro lo que siempre hemos
dicho: la complicidad y la protección a quienes participaron. ¡No lo habían
buscado! Es claro para nosotros que no lo buscaron con ganas de encontrarlo.”
Arely
Gómez fue removida de la PGR y enviada súbitamente a la Secretaría de la
Función Pública. De acuerdo con información recabada por esta reportera, esa
remoción se relaciona con la ríspida salida de Tomás Zerón de Lucio de la
Agencia de Investigación Criminal, en septiembre pasado, luego de que la
procuradora iniciara una investigación en su contra por las irregularidades
cometidas por Zerón y su equipo en el caso Ayotzinapa.
El
martes 25, una comisión de padres de los 43 normalistas desaparecidos, De la
Cruz y Mario Patrón, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro
Juárez, se reunieron en Washington con el nuevo secretario ejecutivo de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para acordar el reinicio de
los trabajos de investigación del organismo internacional en el caso.
De
la Cruz señaló que el próximo 10 de noviembre esas labores se retomarán con un
nuevo grupo de investigadores encabezado directamente por James Cavallaro,
presidente de la CIDH, que dará seguimiento a los 20 puntos de las conclusiones
del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), que concluyó su
trabajo en abril pasado.
Para
los padres de las víctimas, según De la Cruz, son tres las líneas de
investigación prioritarias. La primera, dice, es identificar a “El Caminante”,
apodo con el que se nombra a una persona mencionada en los teléfonos de varios
policías municipales de Iguala, quienes se mantuvieron en contacto durante los
ataques a los estudiantes y su desaparición. También debe conocerse quién es
“El Patrón”, señalado por un testigo directo que estaba en el Palacio de
Justicia, cuando supuestamente llegó la Policía Municipal de Huitzuco a
llevarse a algunos de los normalistas actualmente desaparecidos.
La
segunda línea, dice el vocero de los familiares, es “que ahora sí puedan interrogar
directamente a los militares porque también sabemos que forman parte de este
hecho”, ya que el gobierno de México impidió que el GIEI los entrevistara,
interrogara y señalara las contradicciones en las declaraciones ministeriales
que rindieron los integrantes del 27 Batallón de Infantería.
Y
como tercera línea de investigación plantea que se esclarezca la actuación
durante los hechos y en las investigaciones del caso por parte de los entonces
funcionarios estatales Ángel Aguirre Rivero (gobernador) e Iñaki Blanco
(procurador), así como a los federales Jesús Murillo Karam (titular de la PGR),
Enrique Galindo (de la Policía Federal) y Tomás Zerón (de la Agencia de
Investigación Criminal).
El
nuevo grupo de la CIDH también debe contar con el apoyo del gobierno de Enrique
Peña Nieto. Se había acordado iniciar los trabajos en agosto pasado pero el
gobierno mexicano aún no aportaba a la Organización de Estados Americanos para
financiar la investigación, como lo marcan los esquemas de cooperación con la
CIDH.
Por
eso De la Cruz comenta: “El ánimo y la disposición de la CIDH de hacer las
cosas es completa; lo que tememos es que el gobierno de México le ponga
obstáculos, como hizo con el GIEI”.
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