Revista
Proceso 2087, 30 de octubre de
2016...
Un
faro de libertad/
JESÚS
CANTÚ
El
camino todavía es muy escabroso, pero siempre es más transitable cuando se está
en buena compañía.
Un
régimen autoritario, como el mexicano, no podía tolerar que Excélsior, el
principal diario de México –tanto por el número de ejemplares vendidos como por
su impacto en la opinión pública y la calidad de su periodismo–, creyese en la
libertad de expresión y orientara su ejercicio periodístico en los principios
que la sustentan.
La
llegada de Julio Scherer García a la dirección de Excélsior en agosto de 1968,
justo durante el movimiento estudiantil que ese año cimbró a México y el mundo,
detonó una profunda transformación del rotativo, lo que incomodó a los
mandatarios en turno. El presidente Luis Echeverría Álvarez no fue capaz de
tolerar la independencia del periódico e implementó varias estrategias para
someterlo.
Entre
ellas destacan, por el impacto que provocaron en las finanzas de la cooperativa
y la desestabilización que provocaron: la promoción de un boicot publicitario
de los principales empresarios nacionales, así como la invasión de los terrenos
que la cooperativa había adquirido en el fraccionamiento Paseos de Taxqueña, en
la Ciudad de México, para dotar de vivienda a sus socios.
En
el primero de los casos, la dirección se vio obligada a recurrir al apoyo
gubernamental para evitar la quiebra y, en la lógica presidencial, eso era
suficiente para someter al medio. Como no logró su objetivo, pues el diario
mantuvo su línea crítica, implementó la segunda. De la primera estrategia tuve
conocimiento hasta que fue divulgada por el mismo Scherer García en uno de sus
libros; la segunda, especialmente en su última fase, la conocí en tiempo real
(hasta donde fuese posible dicha expresión para la velocidad que permitían las
comunicaciones en esa época).
En
esa época mi padre, Rogelio Cantú Gómez, era director de El Porvenir de
Monterrey y presidía la Asociación de Editores de los Estados (que en ese
entonces agrupaba a cinco periódicos líderes en sus respectivos estados y que
ejercían la libertad de expresión en los márgenes tolerados por el régimen
autoritario mexicano: El Dictamen de Veracruz, El Informador de Guadalajara,
Diario de Yucatán, El Siglo de Torreón y, desde luego, El Porvenir) y, por lo
mismo, mantenía una estrecha relación con Scherer García y, particularmente, el
equipo que dirigía la agencia de noticias de ese diario, entre ellos Francisco
Fe Álvarez y Hugo L. del Río.
Recuerdo
con nitidez la narrativa de mi padre cuando, al concluir la ceremonia del Día
de la Libertad de Prensa, el 7 de junio de 1976, Scherer García lo tomó del
brazo y le pidió acompañarlo para abordar al presidente Echeverría con el
propósito de comentarle las embestidas que ya sufría la dirección de Excélsior.
También la llamada telefónica, al amanecer del día siguiente, para comentarle
sobre la supresión del desplegado donde los periodistas del diario expresaban
su respaldo a la dirección de Scherer García. La información de lo ocurrido en
la asamblea de cooperativistas la recibí casi inmediatamente después de que el
grupo encabezado por Scherer García decidió abandonarla.
Unos
días después, quizá semanas, Scherer García, Fe Álvarez y Del Río viajaron a
Monterrey para platicar con mi padre y explorar diversas alternativas para que
los periódicos que conformaban la Asociación de Editores de los Estados (AEE)
se vincularan al proyecto de la nueva publicación. En aquel entonces yo apenas
tenía 23 años, hacía mis pininos en el periodismo y por supuesto que no me
separé un minuto del grupo. Y aun cuando no intervenía en las conversaciones
–no tenía nada que aportar–, escuchaba con avidez todo lo que se decía.
En
algún momento en el que el grupo se dividió para trasladarnos a otro lugar, yo
conduje el automóvil en el que iban Scherer García y Fe Álvarez. Don Julio, a
quien admiraba desde aquel entonces, me hizo una pregunta. Le respondí
dirigiéndome a él de usted. Me interrumpió y me pidió que le hablara de tú.
Como yo insistí en hablarle de usted, él expresó: “Está bien, don Jesús,
entonces yo también le hablo de usted”. Desde ese momento siempre nos hablamos
de tú.
Empecé
a entender que el respeto no depende de la forma verbal que se utilice en la
comunicación; que el usted no garantiza ningún respeto, sino, por el contrario,
puede convertirse en una barrera infranqueable.
La
principal experiencia de esa visita fue el conocer, en voz de uno de los
protagonistas, los entretelones de una de las batallas más representativas y
significativas de esa guerra por instaurar la libertad de expresión en México;
guerra que todavía no culmina y de la que Proceso sigue siendo uno de los
artífices.
Meses
después del golpe a Excélsior, el 6 de noviembre de 1976 –el día en que
celebraba mi cumpleaños número 24–, apareció el primer número de Proceso, justo
antes de que concluyera la administración de Echeverría, como se habían
propuesto don Julio y su equipo más cercano, para dejar constancia de que
habían perdido una batalla y cedido una trinchera, pero no claudicaban ni se
rendían. La guerra continuaba y ellos estaban en el frente.
Varias
fueron las opciones que se analizaron durante los primeros meses y años de la
revista, para regresar al diarismo, que era el ámbito en el que los
colaboradores de Proceso se sentían más cómodos, pues la gran mayoría se había
formado en esa trinchera. Una de ellas fue el lanzamiento de un nuevo diario en
la capital de la República, y en vísperas del quinto informe de gobierno del
entonces presidente José López Portillo, don Julio, a través de don Paco Fe
Álvarez, en ese entonces director de la agencia de noticias de Proceso, CISA,
solicitó mi intervención para reunirse con los directores de los diarios de la
AEE que acudieran a la fastuosa ceremonia del informe presidencial.
El
encuentro con los directores de El Porvenir (mi padre) y El Informador (Jorge
Álvarez del Castillo) se concretó en una cena en un restaurante de Insurgentes
Sur, el 31 de agosto. La cena fue cálida y prolongada, sin embargo, no se logró
avanzar en la idea de Julio de involucrar a los principales diarios de los
estados en la creación de un nuevo periódico en la capital de la República.
Otra vez, tuve la oportunidad de ser un testigo privilegiado.
Unos
años después, en mayo de 1982, ante la enfermedad de mi padre, asumí la
dirección de El Porvenir (aunque esto se hizo público hasta agosto de 1984, a
su muerte) y empecé a recibir las llamadas de las más altas esferas de las
distintas instancias de gobierno, incluido desde luego el federal, para
solicitar ignorar noticias, fotografías o temas, o bien, destacar los aspectos
que a ellos les favorecían.
A
principios de septiembre, me pidieron no publicar una foto de la agencia
Associated Press de la mansión del presidente José López Portillo conocida como
“La colina del perro”, en Cuajimalpa. Ignoré la solicitud. La fotografía
apareció en la parte superior de la primera página de El Porvenir. Al día
siguiente observé que los demás medios se plegaron. Cuando pensé que el asunto
estaba superado, el 17 de septiembre de ese mes, en su edición 306, Proceso
publicó un reportaje en el que develaba los detalles del desarrollo residencial
de la familia presidencial.
En
un México todavía sometido al poder presidencial los medios que nos atrevíamos
a desatender las solicitudes de Los Pinos y Bucareli no éramos muchos, por eso
no era extraño que Proceso y El Porvenir fuésemos los únicos que publicábamos
material periodístico que incomodaba al poder.
El
15 de mayo de 1984 ocurrió algo similar. Cuando el entonces presidente Miguel
de la Madrid Hurtado inició su primera visita oficial a los Estados Unidos, el
periodista Jack Anderson escribió en su columna sindicada “Carousel”, que era
distribuida por The Washington Post y otras 899 publicaciones estadunidenses,
que el mandatario había depositado entre 13 millones y 14 millones de dólares
en una cuenta en Suiza.
Al
día siguiente dimos cuenta de la información en la primera página de El
Porvenir. Ningún medio mexicano abordó el asunto; en la edición del fin de
semana siguiente Proceso retomó la información.
Proceso
y don Julio Scherer García eran, para mí, un referente obligado, por eso cuando
los directivos de la Asociación de Editores de Periódicos Diarios de la
República Mexicana, A.C., me designaron como orador en la ceremonia
conmemorativa del Día de la Libertad de Prensa, el 7 de junio de 1988, el
primero que conoció el contenido de mi discurso fue precisamente don Julio, a
pesar de que él no acudía a esas ceremonias desde su salida de la dirección de
Excélsior.
Don
Julio se entusiasmó con mi mensaje (al menos así lo interpreté) y me pidió
autorización para que un reportero de la revista me entrevistara. Accedí
gustoso. Llegó a la terraza de su oficina, en la sede de la revista, Elías
Chávez, y la entrevista mereció la portada de la edición 605 del 4 de junio de
1988. En 1993 el mensaje fue incluido en el libro Prensa vendida, de Rafael
Rodríguez Castañeda, quien hoy es el director de Proceso.
En
mayo de 1989, cuando era director de Comunicación Social de la Presidencia de
la República, Otto Granados Roldán me reclamó por el tratamiento periodístico
que dimos en El Porvenir a la detención de Joaquín Hernández Galicia, La Quina
en enero de ese mismo año
“Fuiste
más crítico que tus amigos de Proceso…”, me dijo. Más que recriminación lo
consideré un elogio.
En
noviembre de 1991 dejé la dirección de El Porvenir tras la embestida del
gobierno salinista. Proceso fue el único medio mexicano que se ocupó de
informar sobre mi salida. Eran muchos años de acompañamiento en esa lucha por
ganar espacios para la libertad de expresión y el ejercicio periodístico
profesional en este país (por supuesto, con plena conciencia de que ocupábamos
trincheras muy diferentes).
Por
ello, en los primeros meses de 2004, cuando empecé a colaborar en Proceso, se
cumplió uno de mis anhelos. Como ha sido evidente en estos años, el camino
todavía es muy escabroso, pero siempre es más transitable cuando se está en
buena compañía.
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