Objetivo Hezbolá/ Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes en la Universidad de Alicante.
Desde la capital saudí, Hariri lanzó una severa advertencia a Hezbolá a la que acusó de “crear un Estado dentro del Estado hasta el punto que tiene la última palabra en los asuntos de gobierno” y de “ser el brazo de Irán no solo en Líbano, sino también en otras naciones árabes”. El dirigente libanés también culpó a Irán de desestabilizar la región: “Allá donde Irán interviene, siembra discordia, devastación y destrucción al interferir en los asuntos domésticos de los países árabes”. Estas duras acusaciones coinciden con una campaña internacional contra Hezbolá, que tiene un segundo destinario: Irán, su patrón.
Hace unos días, el Congreso estadounidense impuso sanciones contra aquellas empresas que mantuvieran relaciones con la organización islamista chií, que no sólo es una milicia armada, sino que además cuenta con varios diputados en el Parlamento, participa en el gobierno y dispone de una amplia red de servicios sociales, clave para la subsistencia de la pauperizada población chií. Al mismo tiempo, la Cámara de Representantes norteamericana instó a la UE a que incluyera al brazo político de Hezbolá en su lista de organizaciones terroristas en la que, desde 2013, figura su brazo armado.
No por casualidad, estos movimientos llegan en un momento en el que EE UU ha elevado el tono de sus críticas hacia Irán, al que el Departamento de Estado considera “el principal Estado patrocinador del terrorismo” y acusa de “reclutar a combatientes de toda la región para unirse a milicias chiíes en Siria”. El mes pasado, el presidente Trump tachó a su régimen de “fanático, dictatorial y terrorista” y amenazó con romper el acuerdo entre el G5+1 e Irán, por el cual se congelaba el programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales. Como era previsible, también Israel ha reclamado una actitud más enérgica contra Irán y Hezbolá. En una reciente entrevista con la BBC, el primer ministro Benjamin Netanyahu afirmó: “Es una llamada de atención para todos. Hariri resume lo que está viviendo realmente la región: el intento de Irán de conquistar Oriente Próximo para dominarlo y subyugarlo”. Menos sutil fue Avigdor Liberman, su ministro de Defensa, quien en su cuenta de Twitter señaló: “Líbano=Hezbolá. Hezbolá=Irán. Líbano=Irán. Irán es peligroso para el mundo”. Lejos de esconder sus cartas, Liberman manifestó: “El Ejército libanés ha perdido su independencia y se ha convertido en una parte integral de la red de Hezbolá”.
Israel no está solo en esta campaña, ya que cuenta con el pleno respaldo de Arabia Saudí, el principal damnificado por el ascenso regional iraní. Debe tenerse en cuenta que ambos actores libran una guerra fría por el control de Oriente Próximo y, por ahora, la balanza se decanta claramente a favor del país persa. En los últimos años, Teherán ha extendido su esfera de influencia a Irak, Siria y Líbano para desesperación de Riad. Los intentos saudíes de constituir una coalición suní que le haga frente han sido infructuosos, tal y como demuestra su catastrófica ofensiva en Yemen o el contraproducente bloqueo contra Qatar. En un paso más de esta escalada prebélica, Arabia Saudí ha tachado el lanzamiento de un misil yemení sobre su territorio como “un acto de guerra por parte de Irán” y Tamer Al Sabhan, ministro de Asuntos del Golfo, ha denunciado que “Líbano y el Partido de Satanás [forma peyorativa de llamar denominar a Hezbolá, el Partido de Dios en árabe] nos han declarado la guerra”.
El frágil Líbano parece ser el lugar elegido para lanzar un expeditivo mensaje a Irán. Si bien es cierto que Hezbolá está enfangada en el conflicto sirio donde ha perdido a cientos de efectivos, también lo es que ha adquirido una mayor experiencia de combate y ha ampliado su arsenal militar por lo que no debería ser infravalorada. A pesar de que lo último que necesita Oriente Próximo es una nueva guerra, todo indica que una ofensiva contra Hezbolá es una cuestión de tiempo.
El País, 13/Nov/2017;
En las últimas décadas nos hemos acostumbrado a que las grandes decisiones en torno al futuro de Líbano no se adopten en Beirut, sino en otras capitales de Oriente Próximo. La dimisión del primer ministro libanés Saad Hariri en Riad evidencia que la política de los cónsules sigue plenamente vigente casi un siglo después de la creación del país de los cedros. El intelectual Georges Corm, quien acuñó esta fórmula, se refería a la propensión de los partidos libaneses a recabar la protección de las potencias internacionales para reforzar su posición.
Hace unos días, el Congreso estadounidense impuso sanciones contra aquellas empresas que mantuvieran relaciones con la organización islamista chií, que no sólo es una milicia armada, sino que además cuenta con varios diputados en el Parlamento, participa en el gobierno y dispone de una amplia red de servicios sociales, clave para la subsistencia de la pauperizada población chií. Al mismo tiempo, la Cámara de Representantes norteamericana instó a la UE a que incluyera al brazo político de Hezbolá en su lista de organizaciones terroristas en la que, desde 2013, figura su brazo armado.
No por casualidad, estos movimientos llegan en un momento en el que EE UU ha elevado el tono de sus críticas hacia Irán, al que el Departamento de Estado considera “el principal Estado patrocinador del terrorismo” y acusa de “reclutar a combatientes de toda la región para unirse a milicias chiíes en Siria”. El mes pasado, el presidente Trump tachó a su régimen de “fanático, dictatorial y terrorista” y amenazó con romper el acuerdo entre el G5+1 e Irán, por el cual se congelaba el programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales. Como era previsible, también Israel ha reclamado una actitud más enérgica contra Irán y Hezbolá. En una reciente entrevista con la BBC, el primer ministro Benjamin Netanyahu afirmó: “Es una llamada de atención para todos. Hariri resume lo que está viviendo realmente la región: el intento de Irán de conquistar Oriente Próximo para dominarlo y subyugarlo”. Menos sutil fue Avigdor Liberman, su ministro de Defensa, quien en su cuenta de Twitter señaló: “Líbano=Hezbolá. Hezbolá=Irán. Líbano=Irán. Irán es peligroso para el mundo”. Lejos de esconder sus cartas, Liberman manifestó: “El Ejército libanés ha perdido su independencia y se ha convertido en una parte integral de la red de Hezbolá”.
Israel no está solo en esta campaña, ya que cuenta con el pleno respaldo de Arabia Saudí, el principal damnificado por el ascenso regional iraní. Debe tenerse en cuenta que ambos actores libran una guerra fría por el control de Oriente Próximo y, por ahora, la balanza se decanta claramente a favor del país persa. En los últimos años, Teherán ha extendido su esfera de influencia a Irak, Siria y Líbano para desesperación de Riad. Los intentos saudíes de constituir una coalición suní que le haga frente han sido infructuosos, tal y como demuestra su catastrófica ofensiva en Yemen o el contraproducente bloqueo contra Qatar. En un paso más de esta escalada prebélica, Arabia Saudí ha tachado el lanzamiento de un misil yemení sobre su territorio como “un acto de guerra por parte de Irán” y Tamer Al Sabhan, ministro de Asuntos del Golfo, ha denunciado que “Líbano y el Partido de Satanás [forma peyorativa de llamar denominar a Hezbolá, el Partido de Dios en árabe] nos han declarado la guerra”.
El frágil Líbano parece ser el lugar elegido para lanzar un expeditivo mensaje a Irán. Si bien es cierto que Hezbolá está enfangada en el conflicto sirio donde ha perdido a cientos de efectivos, también lo es que ha adquirido una mayor experiencia de combate y ha ampliado su arsenal militar por lo que no debería ser infravalorada. A pesar de que lo último que necesita Oriente Próximo es una nueva guerra, todo indica que una ofensiva contra Hezbolá es una cuestión de tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario