Publicada originalmente en Revista de la Semana sección “poeta Mayores del periódico El Universal el 15 de noviembre de 1953.
Tomada del libro...Un grito contra nadie. Aproximaciones a la obra de Alejandro Avilés/ Fred Álvarez y Leopoldo González, editado por el Instituto Sinaloense de Cultura (2016).
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Octavio Paz se ha reintegrado a la patria, después de recoger muchos y merecidos lauros en Europa, donde es reconocido como una de las voces representativas de la poesía americana; se le ha traducido a varios idiomas y su nombre se incluye en antologías decisivas para el conocimiento de la lírica moderna.
La entrevista con él tuvo que hacerse en cuatro sesiones. Porque los temas desbordan el tiempo y él tenía interés en decir las cosas con toda precisión para los lectores de Revista de la Semana, lo que aquí se dice es textual.
Una vida en obra
No obstante que aún no llega a los cuarenta (nació en la capital en 1914) su obra es una de las más extensas e importantes de las letras mexicanas.
--Estudié en la Universidad Nacional. Terminé Leyes, pero no quise recibirme. Sentí una especie de horror a la abogacía --afirma sonriente--. Después me dediqué a contar billetes: trabajé en la Comisión Bancaria. Fui luego profesor en Estados Unidos. Inicié mi carrera diplomática en 1945, y así he podido visitar Francia, Suiza, la India y el Japón.
--¿Cuándo comenzó a escribir versos?
--Desde niño. En la prepa fundamos Barandal, revista literaria que pretendía ser muy nueva, con Julio Prieto y Salvador Toscano. Habíamos, según nosotros, descubierto la poesía moderna. Escandalizamos a nuestros profesores. Hicimos una revista irreverente. En la crítica dejamos mal parado a medio mundo. Sólo llegamos al fatídico séptimo número. Y en la revista Cuadernos del Valle de México fue peor, porque sólo llegamos al segundo; pero en ella dimos a conocer poesía totalmente ignorada en México, no obstante su importancia en Europa. Hicimos traducciones de Joyce y de los románticos alemanes. Entonces me di cuenta de que toda la poesía moderna es romántica.
--¿Sus libros?
--En 1933 me lancé con Luna silvestre. Mis otros libros en verso son: Raíz del hombre (1937), Bajo tu clara sombra (1938), Entre la piedra y la flor (1941), A la orilla del mundo (1942), Libertad bajo palabra (1949). En prosa, pero yo creo que también son de poesía, tengo El laberinto de la soledad (1950) y ¿Águila o sol? (1951). Colaboré además en la preparación de la Antología Laurel con Villaurrutia y Prados. En Francia publicaré, con prólogo de Paul Claudel, una Antología de la poesía mexicana, desde el siglo XVI hasta Alfonso Reyes.
--¿Otro libro en preparación?
--Tengo cuatro. Uno lo integran ocho poemas largos; otro, quince poemas breves. Los otros dos, en prosa, tratan, el primero de poesía, el segundo de poetas y artistas.
En seguida, a petición nuestra, nos entrega un poema inédito que publicamos al final de estas notas.
La poesía y los poetas?
--La obra que sobre poesía preparo se llamará La otra orilla, inspirada en un sutra búdico que habla de “saltar a la otra orilla”, no de manera contradictoria ni relativa con respecto al mundo, sino como otro mundo que en este mismo nace. Es el mundo de la imagen en donde los contrarios se reconcilian. Es decir, en donde cesa de regir el principio de contradicción. La poesía es una actividad total; es decir, no simple oficio, sino profunda actividad psíquica: una manera de conocer y transformar la vida. Es rival de la magia y de la religión y la filosofía. Es una comunión. Los orígenes de la poesía quizá no están muy lejos de los de la religión. En este sentido la poesía moderna es profundamente religiosa.
Tras esta profesión de fe, se lanza al enjuiciamiento de la poesía moderna:
--Es sorprendente --dice-- que mientras en Europa los poetas se arriesgan en la plenitud de su mensaje y encuentran mundos nuevos, en México casi todos estén medrosamente confinados a formas y temas que el uso ha diluido. Les falta decisión a los poetas nuevos. La poesía es aventura en la que hay que arriesgarlo todo sin saber lo que va a resultar. Pero los nuevos poetas de México, con muy contadas excepciones, están dedicados a repetir. Hay demasiados organilleros de la poesía. En algunos poetas centroamericanos hay más empuje, más novedad, más decisión. Compare usted, por ejemplo, al poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas con los organilleros de aquí. Yo pienso que después de los Contemporáneos o, para ser más sincero, después de mí, la poesía en México se ha empequeñecido. Insisto en recordar las excepciones.
--¿Cuáles son, para usted, los mejores poetas mexicanos?
--Habrá que comenzar por el siglo XVII y colocar, junto a Sor Juana, a un gran poeta olvidado, Sandoval y Zapata, cuya obra puede parangonarse con las mejores que se han escrito en México. Entre los recientes quiero recordar, por ser injustamente menospreciado, a José Juan Tablada, que tiene el gran mérito de la novedad, valor no desdeñable. Uno de los objetos de la poesía es producir una especie de choque, y Tablada lo produce. Junto a Tablada, pero a mayor altura, hay que situar a López Velarde. Éste es más profundo; pero ambos gustan de la imagen capaz de abrir mundos nuevos. Por otro lado, no hay que olvidar que el arte es también juego.
Para mí el primer gran poeta que abrió el mensaje del siglo es Manuel José Othón. De los Contemporáneos me satisfacen especialmente Gorostiza, Pellicer, Villaurrutia. De Pellicer, principalmente el que va de Camino a Hora de junio, lleno de luz, alegría y salud. Y me convence mucho más el Villaurrutia de los Nocturnos que el de las décimas.
La poesía y la prosa
Los poetas como Octavio Paz tienen, a veces, mucha de su mejor poesía en sus libros de prosa. El laberinto de la soledad lo atestigua; pero no vamos a comentar ese libro, porque sería desviarnos hacia lo mexicano, que es harina de otro costal. Hablaremos de ¿Águila o sol?, en el que, junto a sagaces observaciones de la vida y del medio, se prodigan juicios penetrantes sobre lo que es la poesía.
“Ciertas tardes --escribe-- me salen al paso presencias insólitas. Basta rozarlas para cambiar de piel, de ojos, de instintos. Entonces me aventuro por senderos poco frecuentados. A mi derecha, grandes masas de materias impenetrables; a mi izquierda, la sucesión de fauces. Subo la montaña como se trepa esa idea fija que desde la infancia nos amedrenta y fascina y a la que, un día u otro, no tenemos más remedio que encararnos. El castillo que corona el peñasco está hecho de un solo relámpago.”
Continuaríamos copiando si tuviéramos espacio, porque estamos ante un intenso poema. ¿Poema de la muerte? Así lo parece, pero puede serlo también de la poesía, del nacimiento del poema, “castillo que corona el peñasco” y “está hecho de un solo relámpago”. En Octavio Paz, como en Gorostiza, las expresiones suelen ser polivalentes, con riqueza que no les quita rotundez y claridad de mundos recién abiertos.
Pero vayamos, por otro camino, hacia el centro de su pensamiento: “Escoltado por memorias tercas --dice, libro adelante-- subo a grandes pasos la escalinata de la música. Arriba, en las crestas de cristal, la luz se desnuda de sus vestiduras... Ni un son ni un ay. Y de pronto, indecisa en la luz, la antigua torre, erguida entre ayer y mañana, esbeltez entre dos abismos. Conozco, reconozco la escalera, los gastados escalones, el mareo y el vértigo. Aquí lloré, aquí canté. Éstas son las piedras con que te hice, torre de palabras ardientes y confusas, montón de letras desmoronadas”.
Había nacido el poema. Mas para no repetirse. Leyendo lo anterior recordamos lo que de viva voz recogimos: “Algunos cambian, en su poesía, la forma inicial, como pudiera cambiarse un traje. Tal es el caso de Alberti. Mi poesía, en cambio, como las serpientes, cambia de piel”. El pleno sentido de esto lo tenemos en el libro que comentamos: “Quédate, si quieres, a rumiar lo que fuiste. Yo parto al encuentro del que soy, del que empieza a ser, mi descendiente y antepasado, mi padre y mi hijo, mi semejante desemejante. El hombre empieza donde muere. Voy a mi nacimiento”.
Aquí se juntan, otra vez, el nacimiento del poema y el nacimiento de la muerte.
“Música y pan, leche y vino, amor y sueño: gratis.” Insiste en el nacimiento y en el sentido del poema: “Gran abrazo mortal de los adversarios que se aman: cada herida es una fuente. Los amigos afilan bien sus armas, listos para el diálogo final, el diálogo a muerte de toda la vida. Cruzan la noche los amantes enlazados, conjunción de astros y cuerpos. El hombre es el alimento del hombre. El saber no es distinto del soñar, el soñar del hacer”.
Ahora comprendemos lo que quiso decir al afirmar que la poesía es rival de la religión. El poeta quiere trazar su propio camino de salvación. Y no cabe duda que encuentra alguna suerte de salvación, aunque pensamos que no es la salvación eterna, porque, por más que haga el poeta, su obra se quedará en el tiempo. Es la vida segunda y la tercera de que Manrique hablara. De todas maneras el poeta salva en su obra mucho de sí mismo. Para salvarse todo entero, tendrá luego que negarse a sí mismo y hallar la otra liga, la que lo religa a Dios, la religión, que llega a donde la poesía en vano quiere desembocar.
Porque en la religión no se trata de ver a Dios en un relámpago de prodigios, en un instante henchido de misterios ardiendo en fuego temporal, sino de reconocer la mano, de obedecer la rienda, de entregarse para siempre, de hacerse uno con la “llama de amor viva”.
Palabra y poesía
Es la palabra, en prosa o en verso, sustancia de poesía: “La poesía ha puesto fuego a todos los poemas”, dice Octavio Paz: “Se acabaron las palabras, se acabaron las imágenes. Abolida la distancia entre el nombre y la cosa, nombrar es crear, e imaginar es nacer”.
Pero la palabra no se acaba: “Por lo pronto, coge el azadón, teoriza, sé puntual. Paga tu precio y cobra tu salario... Vuelan aves radiantes de estas letras. Amanece la desconocida en pleno día, sol rival del sol, e irrumpe entre los blancos y negros del poema. Pía en la espesura de mi asombro. Se posa en mi pecho con la misma suavidad inexorable de la luz que reclina la frente sobre una piedra abandonada. Extiende sus alas y canta. Su boca es un palomar del que brotan palabras sin sentido, fuente deslumbrada por su propio manar, blancuras atónitas de ser”.
Acuden las palabras, palomas obedientes como en el poema de Garfias. Alguien las suelta arriba. Y el poeta las espía y las recoge. El poeta es el sitiado: “A mi izquierda el verano despliega sus verdes libertades, sus claros y cimas de ventura; follajes, transparencias, pies desnudos en el agua, sopor bajo los plátanos y un enjambre de imágenes revoloteando alrededor de mis ojos entrecerrados. Canta el mar de hojas”. Se presiente el futuro de los himnos: “Arde, inmóvil, sobre la cima de sí mismo: chopo de luz, columna de música, chorro de silencio”. Y así nace el poema: “Palabras, ganancias de un cuarto de hora arrancado al árbol calcinado del lenguaje, entre los buenos días y las buenas noches, puertas de entrada y salida, y entrada de un corredor que va de ninguna parte a ningún lado... Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un centro fijo...”
Octavio Paz encuentra la palabra como cifra de sí mismo: “Allá donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio”. Lo declara en el inicio de su último y mejor libro de poemas: Libertad bajo palabra.
El poeta se siente perdido y quiere inventarlo todo: “Invento la víspera, la noche, el día siguiente que se levanta en su lecho de piedra y recorre con ojos límpidos un mundo penosamente soñado”. Y es la palabra al filo del invento: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”.
Esta creación de mundo en la palabra, quedó expresada al frente de su libro A la orilla del mundo:
Palabra, voz exacta
y sin embargo equívoca;
oscura y luminosa;
herida y fuente: espejo;
espejo y resplandor;
resplandor y puñal,
vivo puñal armado,
ya no puñal, sí mano suave: fruto.
Palabra, tu palabra, la indecible,
hermosura furiosa
como el rayo celeste,
espada azul, eléctrica, ondulante,
que me toca en el pecho y me aniquila.
Un orden amoroso
“El poema prepara un orden amoroso”, nos dice Octavio Paz: “Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud, y amores implacables rayando el espacio negro. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes”. Un orden va a nacer en el que el nombre propio desaparece: “Por las almenas de tu frente el canto alborea. La justicia poética incendia campos de oprobio: no hay sitio para la nostalgia, el yo, el nombre propio. Todo poema se cumple a expensas del poeta... Me cubre la marejada de la historia: nada mío ha de hablar por mi boca”.
Así es como el poeta se descubre siendo un acorde en la música del tiempo, una ola momentáneamente erguida en la marea. La poesía todo lo arrastra, como el mar: “Cuando la Historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando la Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía entra en acción. Merece lo que sueñas”.
Orden de amor, nacido entre palabras. El poeta se asoma al misterio del poema:
¿Quién canta en las orillas del papel?
Inclinado, de pechos sobre el río
de imágenes, me veo, lento y solo,
de mí mismo alejarme: oh letras puras,
constelación de signos, incisiones
en la carne del tiempo, ¡oh criatura,
raya en el agua!
Voy entre verdores
enlazados, voy entre transparencias,
entre islas avanzo por el río...
“Entre verdores”, en amor ungido, el poeta se encuentra con el poema. Al nacimiento asiste. No podríamos ya, porque el espacio ha terminado, adentrarnos con él por el río. Lo haremos la próxima semana. Por ahora, escuchemos lo que nos dice desde sus verdes islas respecto al poema que nace. Escuchémoslo en el poema inédito que ha entregado a Revista de la Semana:
Al alba busca su nombre lo naciente
Sobre los troncos soñolientos centellea la luz
Galopan las montañas a la orilla del mar
El sol entra en las aguas con espuelas
La piedra embiste y rompe claridades
El mar se obstina y crece al pie del horizonte
Tierra confusa inminencia de escultura
El mundo alza la frente aún desnuda
Piedra grabada y lisa para granar un canto
La luz despliega su abanico de nombres
Hay un comienzo de himno como un árbol
Hay el viento y nombres hermosos en el viento
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Para Octavio Paz su poesía es una religión; a sus críticos les parece que es puro “surrealismo”
Publicada originalmente en Revista de la Semana sección “poeta Mayores del periódico El Universal el 22 de noviembre de 1953.
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Las reacciones registradas en torno a las declaraciones que Octavio Paz nos hizo la semana pasada son de diversa índole, según la posición de quienes las han expresado. Entre los poetas jóvenes hubo, desde luego, un rechazo que nos parece justo, pues en verdad Octavio Paz, por su larga ausencia de México, no conoce lo suficiente la nueva poesía. Entre ciertos críticos, en cambio, las palabras de Paz fueron bien acogidas. Uno de ellos, González Casanova, en una conferencia que tuvo resonancia, dijo que Octavio Paz tiene razón, pero que la decadencia de la poesía debe marcarse después de Alí Chumacero, lo que viene a ser lo mismo, pues Octavio Paz no se refería a él sólo, sino a su generación.
No vamos a terciar en las discusiones que nuestra entrevista ha suscitado.
La valía de los nuevos poetas mexicanos ha sido expuesta en esta serie, desde hace varios meses, con la sola presentación de las obras, en un intento de comprenderlas y hacerlas llegar a la gran masa de los lectores. Creemos que esa es la mejor manera de servir a los amigos de la poesía. Y Revista de la Semana ha cumplido esta misión con el máximo de objetividad e imparcialidad, sin apegarse a grupos ni a tendencias.
La obra
Tócanos ahora hablar, no de lo que Octavio Paz opina, ni acerca de sus teorías literarias, sino sobre su propia obra. Y la tarea no es ciertamente fácil, porque Octavio Paz es uno de los más altos y desiguales poetas de México. La calidad de su obra puede barruntarse con sólo considerar el éxito que ha tenido en el extranjero, donde ha visto traducidos sus poemas al inglés y al francés, por ejemplo, y publicados en revistas y libros representativos de las corrientes contemporáneas en Occidente.
André Breton sitúa a Octavio Paz entre los poetas surrealistas. En torno a esta afirmación, Roberto Verdenengo hizo al poeta una entrevista, en Ginebra, que arroja mucha luz sobre su obra. Desde luego, Paz no acepta que se le incluya sin reservas en dicho movimiento, aunque admite que él, como otros muchos poetas de hoy, aunque no sigan estrictamente la técnica surrealista, está ubicado en esa “cierta actitud vital que, apresuradamente, puede definirse como la última, más completa y violenta tentativa del espíritu poético para encarnar en la historia”.
“En efecto --dice--, si nuestro tiempo posee un sagrado, esto es, una constelación de imágenes, mitos y obsesiones, un territorio eléctrico en el que los contrarios se funden o se devoran, ese sagrado es surrealista y está compuesto de un triángulo incandescente: la libertad, el amor y la poesía.”
La libertad: he aquí el epifoco de la actividad creadora, el centro hacia el que fluyen, como corrientes aguas hacia el mar, las criaturas del arte. “La inspiración es un acto libre de creación --dice Paz--. Por tanto, no es una revelación proveniente de una fuerza extraña (Dios, el inconsciente, el pueblo o la masa), sino la revelación que nosotros mismos nos hacemos.”
Aunque reconoce su vinculación con el clima surrealista, advierte: “Mi lenguaje me parece bastante alejado del de los surrealistas. No olvidemos que la poesía surrealista ha sido, sobre todo, poesía en lengua francesa... El poeta en lengua española posee una tradición distinta... El poeta está en sus palabras; no cabe distinguirlo o separarlo de ellas. Las mías, mis palabras, son españolas”.
Sin embargo, todavía reconoce más afinidades con el movimiento surrealista: “En cuanto tentativa de radicalizar la creación poética, el surrealismo corre paralelo con la metafísica de la libertad de un Heidegger”. Hay para él una coincidencia entre ciertos planos de la poesía y de la filosofía, que recíprocamente se iluminan. La prueba de que esto es necesario la encuentra en la “meditación de Heidegger al hilo de la poesía de Hölderlin, de Mörike, de Rilke...” Y añade: “...para ir a los orígenes, el pensamiento, poesía y filosofía al mismo tiempo, de los presocráticos”.
Triángulo incandescente
De la libertad como base, se alzan los otros lados del triángulo: el amor y la poesía, que convergen arriba en el ser; que más bien, dentro de la corriente existencialista, crean con su convergencia el punto del ser. Aquí empezamos a comprender que es el existencialismo la explicación última de la poesía de Octavio Paz. Aunque esto no esté explicado francamente en sus poemas, vamos a verlo en seguida.
Desde sus sonetos más antiguos, los que escribió en 1935, cuando apenas pasaba de los veinte años, el tema permanente de su poesía es el amor. Y desde entonces halla imágenes encendidas para revelarlo:
Inmóvil en la luz, pero danzante...
...Bajo del cielo fiel Junio corría
arrastrando en sus aguas dulces fechas...
...Más hondo, bajo piel, en la espesura...
Sitúa así al lector, con magistrales comienzos de poema, en un “territorio eléctrico”, como gusta de decir él. Y también con sus remates de soneto, que dejan vibrando el aire:
...tu cuerpo, que en la luz abre bahías
al dorado oleaje de los días...
Pronto el tema del amor se hace trascendente. En su libro Raíz del hombre, publicado en 1937, cuando el poeta aún no cumplía veinticuatro años, nos entrega un mensaje adensado como en ojos de larga experiencia. El amor es tratado, no a la manera del madrigal, sino al modo de los grandes románticos alemanes, como una dimensión clave del ser:
Las ruinas de la luz y de las formas
glorifican, Amor, tu densa sombra...
...Más acá de la música y la danza,
aquí, en la inmovilidad,
sitio de la música tensa,
bajo el gran árbol de mi sangre
tú reposas.
...¿Qué hermoso, verde día,
estremecido, luminoso río
corre, bajo tus pies, de nuevo, eterno
te ciñe y te ilumina?
No se satisface el poeta con cantar al amor; quiere cantarlo como él es, desentrañar su esencia, hallar la voz que exprese su misterio. Y acaba por encontrar su sentido en la muerte:
La vida nos arroja
desde esta ardiente frontera de la carne
donde tus labios alzan sus náufragos adioses
y el júbilo se mezcla con la muerte.
En libros posteriores, el amor se va haciendo más transparente, a medida que cobra sentido. Parece que en la poesía de Octavio Paz, a diferencia de los surrealistas, la inteligencia cobra sus derechos sin detrimento alguno de la virginidad poética. De amor e inteligencia está hecha la claridad:
Amor, bajo tu clara sombra quedo,
desnudo de recuerdos y de sueños...
Y comienza el amor a hacerse uno con la poesía. El triángulo se cierra, incandescente:
Nacían las palabras
y eran como palomas y luceros...
A veces habla de manera que no sabe quién es ella, la poesía o la amada. Mas el misterio se va aclarando:
Tengo que hablaros de ella.
De la que alza blancos tumultos en el aire,
claras espumas en el día,
de la que puebla de vivos mármoles la noche...
...Tengo que hablaros de ella:
de un metal escondido,
de una hierba sedienta...
Y exclama, enamorado de la poesía, como enamorado de siempre:
Mira el poder del mundo,
mira el poder del polvo, mira el agua...
A veces, la poesía se oscurece, como el corazón en la noche:
Aquí, sombra poblada por el llanto,
honda noche flüente
que no comparte nadie
sino tu sola ausencia,
oye a mi amor a solas con tu sueño...
Pero siempre será verdad lo que antes había dicho:
Mi corazón feraz en ti reposa,
primera soledad estremecida...
Es el amor la clave. Por él son verdaderos la soledad y el llanto:
Bajo el desnudo y claro amor que danza
hay otro amor, callado y tenso,
amor de oculta herida...
Por eso no puede callar. Y la poesía nace del “Encuentro”, doloroso y salvador como un parto:
Tal, después de las lágrimas, el alma,
surgió el día del fondo de los días...
...para verte, belleza solitaria,
soledad suspendida entre los aires...
La poesía es delicia, que “como el mar sediento xxxxxx entre las olas”. Hablándole a la poesía como al Alxxxxxxbe uno de sus más interesantes poemas:
¿Por qué tocas mi pecho nuevamente?
Llegas, silenciosa, secreta, armada,
Tal los guerreros a una ciudad dormida...
Habría que leer todo el poema de “La poesía” para aproximarnos a lo que ella significa para Octavio Paz. Como aquí no podemos transcribirlo íntegro, digamos sólo que en ella se reconoce el poeta, en su evasiva transparencia se descubre a sí mismo:
Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con tu aceite,
para que al conocerte, me conozca.
¿No es ésta la idea central del existencialismo: construir uno mismo su imagen y, en ella, su propia existencia valedera?
Había que cerrar el triángulo: al unirse los lados del amor y la poesía, descansando sobre la libertad se produce el milagro de la incandescencia: el poeta es un triángulo que se construye a sí mismo. Ésta parece ser la tesis central de su mensaje.
De sueño, tiempo y “muerte”
Pero hay otro triángulo presente siempre en la poesía de Octavio Paz: el que, teniendo por base el tiempo, se integra luego con el sueño y la muerte como lados gemelos.
En “Noche de resurrecciones”, poema de 1939 publicado en 1942 en el libro A la orilla del mundo, va surgiendo la clave del sueño:
Blanda invasión de alas es la noche.
Laten bajo su pecho las criaturas...
...Oh viento suspendido, rama quieta;
aguas mudas, sonámbulas, sin freno...
...Desde lo más antiguo de nosotros,
desde la sal secreta,
la cal inextinguible,
hasta la piel, el aire, el movimiento,
misteriosa apariencia
que nuestra sangre crea,
a su callado impulso se doblegan...
El sueño siempre, inabarcable y misterioso, pero clave del ser. Todo se desquicia, pero el sueño persiste, indoblegable:
Sólo, secreta, vive
la solitaria llama
que levanta los días, los sepulta
y nos llena estas horas,
a su ciega presura arrebatadas,
de su terrible gracia eterna, sí,
mas, ay, para nosotros pasajera.
Pero ésta es la poesía, dirá el lector. Cierto: la poesía otra vez, superpuesta en el sueño. Dijimos que los triángulos eran superpuestos:
...Ay, desnuda apariencia,
sueño fugaz del tiempo detenido.
Pero en verdad no se detiene, aunque en la forma de la poesía así lo parezca:
Entre riberas impalpables huyes,
mojando las arenas del silencio.
Es la vieja contradicción del ser y el movimiento, la antinomia de Parménides y Heráclito, resueltas en la voluntad de la existencia. La base misma del triángulo --el tiempo-- adquiere su sentido por el sueño y la muerte, así como la libertad tiene sentido por la poesía y el amor.
Amor coincidente con la muerte: he aquí otra superposición de lados:
agua que el mar olvida en su oleaje...
...la forma duradera en que se sueña...
...Allá, donde el silencio
no en la mudez, en el callar, madura...
El sentimiento de la mortalidad en pocas partes estará tan bien expresado como en “El joven soldado”, poema de Libertad bajo palabra:
¿Es nube todo, todo es hoja, viento?
¿Los familiares árboles son nubes?...
...Pensar a solas, ¿no es llorar a solas?...
...¿Durar? ¿Dura la flor? Su llama fresca
en la mano del viento se deshoja...
Pero aún hay otro poema --“Elegía interrumpida”-- que con mayor emoción nos sacude con el sentimiento de la muerte:
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos...
...Quizá morir con otro no es morirse.
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos...
Pero habría que leer íntegro el intenso poema para tomarle sabor. Vamos mejor a cerrar el triángulo: la libertad se identifica con el tiempo, y como en la filosofía de Bergson, donde el tiempo se identifica con el ser, de nuevo encontramos al ser considerado como libertad:
Oh libertad flotante,
oh mar de sones, formas, resplandores,
viva fuente del ser,
suspendida delicia sin memoria,
olvido que devuelves lo olvidado:
me anego en tu riqueza
y en tus ondas me encuentro;
todo lo que contemplo me contempla
y soy al mismo tiempo fruto y labio
y lo que permanece y lo que huye.
(Hay que recordar, por supuesto, que aquí no se habla de tiempo físico, corte cuantitativo sin profundidad ni verdadera duración, sino del tiempo real o tiempo interior del hombre, “duración o persistencia en el ser” como pudiera decirlo un tomista.)
Acuérdate que polvo eres...
En su entrevista, publicada aquí la semana pasada, Octavio Paz nos dijo que, para él, la poesía era algo semejante a la religión, en cuanto trata de levantar un puente de salvación, un camino hacia lo trascendente. Su poesía comprueba la tesis: la aspiración trascendente es clara desde el principio. Pero, insistimos: la salvación que alcanza es parcial, porque se queda en el tiempo, no asalta los bastiones de la Eternidad, única manera de salvarse íntegro. Para los fines de la belleza poética ese error no es un fracaso, pero sí lo es para la ambición metafísica que tal poesía contiene. Así no es extraño que todo ese mundo de imágenes desemboque en el polvo o, más aún, que se confiese polvo, como en el poema “Al polvo”, a nuestro juicio el más completo de todos los que Octavio Paz ha escrito:
Llego, toco a tus puertas,
a tus sedientos límites,
oh polvo sin memoria;
tu silenciosa espuma me levanta
y levanta los huesos de mi padre.
A tus límites llego,
a tus puertas sedientas,
lo que toca mi mano
en polvo se me vuelve,
las horas inasibles son ceniza...
...Oh gris padre del mundo,
amoroso enemigo de mi carne...
....todo lo que yo soy;
todo lo que me engendra
y me besa o me mata cada día;
hasta este mismo miedo
que si te nombra, polvo, es por huir,
polvo será, sin ojos que lo vean...
Tal vez esto obedece a que Octavio Paz, como los existencialistas, confunde la duración o persistencia en el ser, con el ser mismo, a la manera de Bergson. Así la existencia es un vacío que el tiempo puebla, o mejor, algo que nosotros mismos construimos. Un tomista diría, con razón, que confunden la sustancia con el accidente, porque se niegan a reconocer esta simple verdad: que el pensamiento es pensamiento del ser, que el dato último e irreductible de la inteligencia es el ser, aun cuando se levante a la contemplación de Dios, Ser por excelencia, Ser necesario. Y sólo en la plenitud del ser, esencia y existencia hallan sentido.
Si así lo pensara el poeta, su tema del polvo en que desemboca sería planteado a la manera de las Escrituras: “Recuerda, hombre, que polvo eres...” Planteamiento que tiene una clave superior que explica el aparente contrasentido de que el polvo --muerte en sí mismo-- posea la vida. Esa clave es la del espíritu, que no es polvo sino ser creado para la Eternidad. Mas como todavía el espíritu no puede dar razón de sí mismo y la razón de ser existe en alguna parte, el poeta arribaría a las playas de Dios, único Necesario, por cuyo Amor el polvo habrá de reintegrarse al Ser en el misterio de la resurrección.
(22 de noviembre de 1953)
Las imágenes son del archivo Tomas Montero..
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