Investigar, no especular/Editorial,
Hay muchas razones para dispensar el raudal de versiones, hipótesis y especulaciones sobre las causas de la caída, a pocos cientos de metros de Los Pinos, del Lear Jet en el que perdieron la vida el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y otras ocho personas el pasado martes.
Sobran en nuestra historia asesinatos sin aclarar o cuyos esclarecimientos no merecen crédito a la opinión popular, como los del cardenal Posadas a Luis Donaldo Colosio, para citar algunos de los más célebres.
Por eso se comprende el esfuerzo que durante todo el miércoles hizo el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, para saturar los medios con explicaciones sobre lo sucedido y su preocupación de que no se descarte la posibilidad de un accidente.
Algunas de las circunstancias dificultan su tarea. Mouriño viajaba con José Luis Santiago Vasconcelos, veterano combatiente del crimen organizado, condenado a muerte por los cárteles, y el avión no dio en ningún momento señales de emergencia y la visibilidad y las condiciones meteorológicas eran óptimas.
Otras circunstancias favorecen la posición oficial. El accidente ocurrió entre Las Lomas y Chapultepec, junto al Periférico, y ante muchos miles de testigos. Los restos no quedaron ampliamente esparcidos, como sucede cuando ocurre una explosión en el aire, ni nadie vio fuego en el aparato antes de que se estrellara. Las partes del avión, como el fuselaje y las turbinas, quedaron completas.
El director de Servicios a la Navegación (Seneam), Agustín Arellano, constató que la última posición informada por la aeronave está dentro de la norma establecida y su velocidad fue la indicada para su aproximación al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Téllez lucha contra el escepticismo, la incredulidad y la desconfianza, pero no hay manera de contradecirlo racionalmente en tanto no se conozcan los resultados de las investigaciones que ya realizan, además de los buenos peritos nacionales, del gobierno, expertos del Reino Unido y de Estados Unidos, incluidos los de la Administración Federal de Aviación y de la Oficina Nacional del Transporte Aéreo.
La Secretaría de Relaciones Exteriores ha instruido a los jefes de misión en el extranjero a que expliquen que el secretario de Gobernación murió en un accidente aéreo. Así es, en efecto. Ahora hay que establecer las causas. Los accidentes ocurren, “son cosas con las que tenemos que contar en la vida”, dijo la canciller Patricia Espinosa Cantellano.
En rigor, cualquier cosa que se diga antes no tiene sustento. Lo importante, sin embargo, es la evidente voluntad del gobierno por conducir las pesquisas de forma exhaustiva y transparente, para eliminar cualquier duda racional que pudiera surgir.
Esta intención no es solamente producto de estrategia, sino de necesidad. En un país donde la percepción pública sobre la información oficial es de escepticismo cuando no de incredulidad, el gobierno está obligado a dar pruebas constantes de credibilidad. La transparencia demostrada hasta ahora en el caso del accidente aéreo del martes debe ser la costumbre.
El gobierno en todo caso asume una actitud positiva para informar a los mexicanos sobre una tragedia y enfrentar rumores y versiones que aprovechan de los “agujeros” que normalmente dejan versiones que incluyen omisiones. Es importante, pues, que se sepan todos los detalles alrededor del accidente y que no se descarten causas sin investigarlas antes de forma exhaustiva.
Por lo pronto, se sabe que el avión birreactor era usado regularmente por Mouriño, y no hay registros de que hubiera tenido problemas, según Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA). Así, tenemos que saber la verdad, y debemos saberla pronto.
Sobran en nuestra historia asesinatos sin aclarar o cuyos esclarecimientos no merecen crédito a la opinión popular, como los del cardenal Posadas a Luis Donaldo Colosio, para citar algunos de los más célebres.
Por eso se comprende el esfuerzo que durante todo el miércoles hizo el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, para saturar los medios con explicaciones sobre lo sucedido y su preocupación de que no se descarte la posibilidad de un accidente.
Algunas de las circunstancias dificultan su tarea. Mouriño viajaba con José Luis Santiago Vasconcelos, veterano combatiente del crimen organizado, condenado a muerte por los cárteles, y el avión no dio en ningún momento señales de emergencia y la visibilidad y las condiciones meteorológicas eran óptimas.
Otras circunstancias favorecen la posición oficial. El accidente ocurrió entre Las Lomas y Chapultepec, junto al Periférico, y ante muchos miles de testigos. Los restos no quedaron ampliamente esparcidos, como sucede cuando ocurre una explosión en el aire, ni nadie vio fuego en el aparato antes de que se estrellara. Las partes del avión, como el fuselaje y las turbinas, quedaron completas.
El director de Servicios a la Navegación (Seneam), Agustín Arellano, constató que la última posición informada por la aeronave está dentro de la norma establecida y su velocidad fue la indicada para su aproximación al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Téllez lucha contra el escepticismo, la incredulidad y la desconfianza, pero no hay manera de contradecirlo racionalmente en tanto no se conozcan los resultados de las investigaciones que ya realizan, además de los buenos peritos nacionales, del gobierno, expertos del Reino Unido y de Estados Unidos, incluidos los de la Administración Federal de Aviación y de la Oficina Nacional del Transporte Aéreo.
La Secretaría de Relaciones Exteriores ha instruido a los jefes de misión en el extranjero a que expliquen que el secretario de Gobernación murió en un accidente aéreo. Así es, en efecto. Ahora hay que establecer las causas. Los accidentes ocurren, “son cosas con las que tenemos que contar en la vida”, dijo la canciller Patricia Espinosa Cantellano.
En rigor, cualquier cosa que se diga antes no tiene sustento. Lo importante, sin embargo, es la evidente voluntad del gobierno por conducir las pesquisas de forma exhaustiva y transparente, para eliminar cualquier duda racional que pudiera surgir.
Esta intención no es solamente producto de estrategia, sino de necesidad. En un país donde la percepción pública sobre la información oficial es de escepticismo cuando no de incredulidad, el gobierno está obligado a dar pruebas constantes de credibilidad. La transparencia demostrada hasta ahora en el caso del accidente aéreo del martes debe ser la costumbre.
El gobierno en todo caso asume una actitud positiva para informar a los mexicanos sobre una tragedia y enfrentar rumores y versiones que aprovechan de los “agujeros” que normalmente dejan versiones que incluyen omisiones. Es importante, pues, que se sepan todos los detalles alrededor del accidente y que no se descarten causas sin investigarlas antes de forma exhaustiva.
Por lo pronto, se sabe que el avión birreactor era usado regularmente por Mouriño, y no hay registros de que hubiera tenido problemas, según Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA). Así, tenemos que saber la verdad, y debemos saberla pronto.
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