En la tragedia, cambios indispensables/Humberto Musacchio
Excelsior, 06-Nov-2008;
La muerte violenta de Juan Camilo Mouriño y de José Luis Santiago Vasconcelos debe poner en guardia a las autoridades de todo ámbito y nivel, pues si es un mero accidente habrá más de un culpable por ineptitud o negligencia, pero si, como muchos sospechamos, se confirma que fue un atentado del narcotráfico, se comprobará que los poderes fácticos han tomado la iniciativa en la guerra contra el Estado mexicano, pues ya no se trata meramente de la persecución de delincuentes, sino de un cabal enfrentamiento, de tú a tú, al más alto nivel, entre el crimen organizado y las instituciones, lo que significa que nadie, ni las personas más protegidas del país, está a salvo.
México padece la profunda división que dejó el sucio proceso electoral de 2006. Para una parte de la sociedad, las instituciones se pusieron al servicio de una facción y la consecuencia es que el encono está presente en las relaciones entre el gobierno y un amplio sector de la población. En esas condiciones, sobra decirlo, sufre una merma notoria la eficacia que requiere cualquier gobierno.
Pero con todo y la debilidad institucional, debe insistirse en que ni uno ni varios ni todos los poderes fácticos pueden ser superiores al Estado, pues cuando así ocurre —por ejemplo en una revolución o cuando una sociedad llega a la descomposición extrema, como lo hemos visto en Haití y en otros países— es porque las instituciones ya no juegan papel alguno. Por fortuna no es hoy el caso de México, pero en la esfera estatal hay insuficiencias, cabos sueltos, tendencias centrífugas que deben atenderse de inmediato, especialmente en la coyuntura de una profunda y previsiblemente larga crisis económica de la que ya empezamos a sentir los efectos.
Una primera medida que se antoja indispensable es hablar con la verdad. La información se ha manejado mal, ya sea por insuficiencia o deseos de manipularla o ambas cosas. La noche del siniestro se dijo con insistencia que solamente eran ocho los muertos, cuando nada más en el avión viajaban ocho y en la zona del impacto hubo decenas de vehículos destruidos, muchos con personas a bordo, a las que habría que sumar las que caminaban ahí en la hora en que los empleados salen de las oficinas.
Por testimonios aparecidos en la prensa, sabemos que la explosión fue de alto poder destructivo y que lo fue igualmente la onda expansiva, al extremo de que un número indeterminado de cuerpos no podrán localizarse, pues fueron lanzados en pedazos en todas direcciones y más de uno pudo literalmente esfumarse por el efecto del estallido y la altísima temperatura que se alcanzó en el momento.
Si se confirma la hipótesis del atentado, habrá que reorientar la estrategia informativa, la que hasta ahora presentaba el enfrentamiento contra el crimen organizado como una sucesión interminable de éxitos gubernamentales, pese a que esa versión era desmentida cotidianamente por los hechos. Parece más sensato reconocer que no hay victoria posible y que la elevación geométrica de los costos obliga a replantearse el problema con realismo para recurrir a salidas sensatas que muy bien pueden incluir la despenalización reglamentada de las drogas, al menos de algunas. De otro modo seguiremos en la espiral de violencia, con el diario reguero de muertos y ahora, por si algo faltara, con el asesinato de personajes del más alto nivel.
Parece llegada la hora de grandes cambios en el equipo de Felipe Calderón, quien incluso tendría que pensar en un gabinete de coalición en el que estén las personas más indicadas. Los hechos ya mostraron que no se puede gobernar con los amigos y patrocinadores. Cuando está en riesgo la República, el príncipe tiene que olvidarse de afectos y si es necesario aliarse con sus enemigos de ayer.
El triunfo de Barack Obama en Estados Unidos, un país legalmente racista hace apenas cincuenta años, es consecuencia de una profunda y extendida transformación de las mentalidades que exige modificaciones de fondo en líneas estratégicas de economía, política exterior y actividad militar. Los alcances de la abrumadora votación a favor del candidato afroestadunidense tardaremos en reconocerlos y más todavía en entenderlos, pero con todos sus problemas y retos, las épocas de transformaciones profundas son también de grandes oportunidades.
El Tratado de Libre Comercio, tan celebrado por los sectores empresariales beneficiados, ha ahondado aquí la desigualdad y ha llevado a los sindicatos del país vecino, especialmente a los de la industria automotriz, a una situación que exige cambios inmediatos. México debe aprovecharlo para negociar los aspectos más negativos del acuerdo e introducir en el debate temas que hoy son tabú, como la despenalización concertada de las drogas, de ciertas drogas al menos.
Nuevo gabinete aquí y nuevo presidente allá pueden propiciar las respuestas que esperamos los mexicanos para que la crisis económica sea menos desastrosa, para que aminore la violencia criminal y, sobre todo, para que la esperanza vuelva al escenario y al ánimo de cada mexicano.
hum_mus@hotmail.com
México padece la profunda división que dejó el sucio proceso electoral de 2006. Para una parte de la sociedad, las instituciones se pusieron al servicio de una facción y la consecuencia es que el encono está presente en las relaciones entre el gobierno y un amplio sector de la población. En esas condiciones, sobra decirlo, sufre una merma notoria la eficacia que requiere cualquier gobierno.
Pero con todo y la debilidad institucional, debe insistirse en que ni uno ni varios ni todos los poderes fácticos pueden ser superiores al Estado, pues cuando así ocurre —por ejemplo en una revolución o cuando una sociedad llega a la descomposición extrema, como lo hemos visto en Haití y en otros países— es porque las instituciones ya no juegan papel alguno. Por fortuna no es hoy el caso de México, pero en la esfera estatal hay insuficiencias, cabos sueltos, tendencias centrífugas que deben atenderse de inmediato, especialmente en la coyuntura de una profunda y previsiblemente larga crisis económica de la que ya empezamos a sentir los efectos.
Una primera medida que se antoja indispensable es hablar con la verdad. La información se ha manejado mal, ya sea por insuficiencia o deseos de manipularla o ambas cosas. La noche del siniestro se dijo con insistencia que solamente eran ocho los muertos, cuando nada más en el avión viajaban ocho y en la zona del impacto hubo decenas de vehículos destruidos, muchos con personas a bordo, a las que habría que sumar las que caminaban ahí en la hora en que los empleados salen de las oficinas.
Por testimonios aparecidos en la prensa, sabemos que la explosión fue de alto poder destructivo y que lo fue igualmente la onda expansiva, al extremo de que un número indeterminado de cuerpos no podrán localizarse, pues fueron lanzados en pedazos en todas direcciones y más de uno pudo literalmente esfumarse por el efecto del estallido y la altísima temperatura que se alcanzó en el momento.
Si se confirma la hipótesis del atentado, habrá que reorientar la estrategia informativa, la que hasta ahora presentaba el enfrentamiento contra el crimen organizado como una sucesión interminable de éxitos gubernamentales, pese a que esa versión era desmentida cotidianamente por los hechos. Parece más sensato reconocer que no hay victoria posible y que la elevación geométrica de los costos obliga a replantearse el problema con realismo para recurrir a salidas sensatas que muy bien pueden incluir la despenalización reglamentada de las drogas, al menos de algunas. De otro modo seguiremos en la espiral de violencia, con el diario reguero de muertos y ahora, por si algo faltara, con el asesinato de personajes del más alto nivel.
Parece llegada la hora de grandes cambios en el equipo de Felipe Calderón, quien incluso tendría que pensar en un gabinete de coalición en el que estén las personas más indicadas. Los hechos ya mostraron que no se puede gobernar con los amigos y patrocinadores. Cuando está en riesgo la República, el príncipe tiene que olvidarse de afectos y si es necesario aliarse con sus enemigos de ayer.
El triunfo de Barack Obama en Estados Unidos, un país legalmente racista hace apenas cincuenta años, es consecuencia de una profunda y extendida transformación de las mentalidades que exige modificaciones de fondo en líneas estratégicas de economía, política exterior y actividad militar. Los alcances de la abrumadora votación a favor del candidato afroestadunidense tardaremos en reconocerlos y más todavía en entenderlos, pero con todos sus problemas y retos, las épocas de transformaciones profundas son también de grandes oportunidades.
El Tratado de Libre Comercio, tan celebrado por los sectores empresariales beneficiados, ha ahondado aquí la desigualdad y ha llevado a los sindicatos del país vecino, especialmente a los de la industria automotriz, a una situación que exige cambios inmediatos. México debe aprovecharlo para negociar los aspectos más negativos del acuerdo e introducir en el debate temas que hoy son tabú, como la despenalización concertada de las drogas, de ciertas drogas al menos.
Nuevo gabinete aquí y nuevo presidente allá pueden propiciar las respuestas que esperamos los mexicanos para que la crisis económica sea menos desastrosa, para que aminore la violencia criminal y, sobre todo, para que la esperanza vuelva al escenario y al ánimo de cada mexicano.
hum_mus@hotmail.com
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