Vuelve Cortázar
RAFAEL VARGAS
Revista Proceso (www.proceso.com.mx) # 1699, 24 de mayo de 2009;
El hallazgo de una gran cantidad de escritos de Julio Cortázar en una vieja cómoda propiedad de su primera esposa, Aurora Bernárdez, ha dado lugar a la edición de Papeles inesperados, libro que comenzará a circular en México a partir de esta semana.
Julio Cortázar murió el 12 de febrero de 1984. Pero, en los 25 años que han transcurrido desde entonces, han sido publicados más de una docena de “nuevos” libros suyos –novelas, obras de teatro, compilaciones de ensayos y notas críticas, parte de su correspondencia–, de manera que sus lectores no sólo han podido atenuar el pesar por su ausencia a través de la relectura, escuchando con los ojos la voz del gran narrador, sino que también han tenido la oportunidad de conocer mejor su evolución literaria al asomar a las obras tempranas escritas en la década de los cincuenta, como las novelas El examen y Diario de Andrés Fava, o el enorme e impresionante ensayo dedicado a la obra y a la persona del poeta inglés John Keats (Imagen de John Keats).
Esa oportunidad se presenta una vez más con la reciente aparición de Papeles inesperados, un volumen de casi 500 páginas, publicado por editorial Alfaguara, que incluye textos inéditos, o dispersos en revistas y diarios, de géneros y extensiones diversos, muestra elocuente de su versatilidad como autor y de la vastedad de sus intereses.
Aurora Bernárdez, primera esposa de Cortázar, así como su albacea y heredera universal, los conservaba en un viejo mueble de su departamento parisino. La visita del antiguo estudioso de la obra de Cortázar, Carlos Álvarez Garriga, el 23 de diciembre de 2006, dio pie a la exploración del “montón de manuscritos y mecanuscritos originales”, y a su ordenamiento y publicación.
Los más antiguos son un par de textos de circunstancias: un Discurso del día de la independencia –en el que un joven profesor que todavía no ha tratado a Jacques Vaché le dice a sus alumnos de secundaria: “debéis comprender que vosotros sois la patria”–(1) y la introducción a un recital de piano conformado por las Escenas infantiles, de Robert Schumann; ambos fueron escritos en 1938, época en que Cortázar enseñaba literatura y geografía en el Colegio Nacional de Bolívar, en la pequeña ciudad del mismo nombre, a casi 360 kilómetros de distancia de Buenos Aires.
El más reciente fue redactado tres semanas antes de su muerte: un Monólogo del peatón en el que se pregunta: “¿Me reconciliaré alguna vez con los autos?”, y también aparece con fecha de 1984 un elogio del arte del grabado (De trufas y topos), aunque parece más probable que haya sido hecho para alguna exposición en los años setenta, pues hay una copia mecanografiada de ese breve trabajo, sin fecha, en los archivos de Cortázar que custodia la Universidad de Princeton, que sólo incluyen documentos datados hasta 1980.
Los textos más interesantes del libro son los que conforman la primera sección, “Historias”, que van desde ficciones de una sola página hasta relatos extensos, como “Los gatos”, de 1948 (que parece el boceto trunco de una bildungsroman por su desenlace apresurado y desafortunado), o “Ciao, Verona”, sin duda el más interesante de todo el conjunto, de 1977 y publicado el 3 de noviembre del 2007 en Babelia, el suplemento cultural del diario El País.
En las páginas de esa misma edición de Babelia, Álvarez Garriga, responsable del armado de Papeles inesperados, señala que este cuento es complemento de otro, Las caras de la medalla, incorporado en Alguien que anda por ahí (1977). Con ese díptico, Julio Cortázar intentó exorcizar una desafortunada historia de amor ocurrida en la segunda mitad de los años cincuenta, cuando trabajaba como traductor en la Comisión Internacional de Energía Atómica, en París.
El resto del volumen es una vasta miscelánea: desde páginas que fueron excluidas de otros libros (Historias de cronopios y de famas; Rayuela, el Libro de Manuel; Un tal Lucas), a veces con evidente razón, hasta autoentrevistas y poemas, pasando por escritos de corte político, artículos periodísticos –seis de ellos, por cierto, publicados por Proceso entre junio de 1981 y octubre de 1983, años en que Cortázar escribió con relativa frecuencia en esta revista–, textos para acompañar exposiciones –como la que presentó Rodolfo Nieto en París, en 1967– o para meditar en la fuerza pulverizadora de la pintura de Francis Bacon.
Hay un buen número de piezas que quizá se pueden tildar de “menores”, no por su brevedad, sino porque buena parte de ellas reitera caminos por los que Cortázar transitó en otros libros (uno lee, por ejemplo, En Matilde y no puede evitar remitirse de inmediato a Por escrito gallina una, del primer tomo de la Vuelta al día en ochenta mundos), pero entre ellas hay muchos absolutamente disfrutables. Cortázar es una delicia cuando, con una mezcla de poesía y humor, nos hace entender de otro modo la realidad cotidiana y deja que la imaginación tome las riendas, disipando las fronteras que median entre fantasía, absurdo y realidad.
Papeles inesperados no parece un título muy feliz pero es exacto. Con la edición de las Obras completas que Galaxia Gutenberg viene realizando desde hace seis años, cabía suponer que cualquier inédito de Cortázar aparecería integrado en alguno de los nueve tomos planeados por Saúl Yurkievich (hasta ahora han aparecido seis, lamentablemente con una escasa circulación en México), pero el cúmulo de textos que Aurora Bernárdez le entregó a Álvarez Garriga orilla a pensar que el cuidadoso e inteligente trabajo de Yurkievich adquiere un carácter provisional.
Por supuesto, no todos los escritos compilados en Papeles... merecen ser incorporados a las Obras, pero por lo menos un tercio de ellos tiene la calidad y el interés suficientes para justificar su inserción en lo que alguna vez habrá de llamarse el legado definitivo de Cortázar.
RAFAEL VARGAS
Revista Proceso (www.proceso.com.mx) # 1699, 24 de mayo de 2009;
El hallazgo de una gran cantidad de escritos de Julio Cortázar en una vieja cómoda propiedad de su primera esposa, Aurora Bernárdez, ha dado lugar a la edición de Papeles inesperados, libro que comenzará a circular en México a partir de esta semana.
Julio Cortázar murió el 12 de febrero de 1984. Pero, en los 25 años que han transcurrido desde entonces, han sido publicados más de una docena de “nuevos” libros suyos –novelas, obras de teatro, compilaciones de ensayos y notas críticas, parte de su correspondencia–, de manera que sus lectores no sólo han podido atenuar el pesar por su ausencia a través de la relectura, escuchando con los ojos la voz del gran narrador, sino que también han tenido la oportunidad de conocer mejor su evolución literaria al asomar a las obras tempranas escritas en la década de los cincuenta, como las novelas El examen y Diario de Andrés Fava, o el enorme e impresionante ensayo dedicado a la obra y a la persona del poeta inglés John Keats (Imagen de John Keats).
Esa oportunidad se presenta una vez más con la reciente aparición de Papeles inesperados, un volumen de casi 500 páginas, publicado por editorial Alfaguara, que incluye textos inéditos, o dispersos en revistas y diarios, de géneros y extensiones diversos, muestra elocuente de su versatilidad como autor y de la vastedad de sus intereses.
Aurora Bernárdez, primera esposa de Cortázar, así como su albacea y heredera universal, los conservaba en un viejo mueble de su departamento parisino. La visita del antiguo estudioso de la obra de Cortázar, Carlos Álvarez Garriga, el 23 de diciembre de 2006, dio pie a la exploración del “montón de manuscritos y mecanuscritos originales”, y a su ordenamiento y publicación.
Los más antiguos son un par de textos de circunstancias: un Discurso del día de la independencia –en el que un joven profesor que todavía no ha tratado a Jacques Vaché le dice a sus alumnos de secundaria: “debéis comprender que vosotros sois la patria”–(1) y la introducción a un recital de piano conformado por las Escenas infantiles, de Robert Schumann; ambos fueron escritos en 1938, época en que Cortázar enseñaba literatura y geografía en el Colegio Nacional de Bolívar, en la pequeña ciudad del mismo nombre, a casi 360 kilómetros de distancia de Buenos Aires.
El más reciente fue redactado tres semanas antes de su muerte: un Monólogo del peatón en el que se pregunta: “¿Me reconciliaré alguna vez con los autos?”, y también aparece con fecha de 1984 un elogio del arte del grabado (De trufas y topos), aunque parece más probable que haya sido hecho para alguna exposición en los años setenta, pues hay una copia mecanografiada de ese breve trabajo, sin fecha, en los archivos de Cortázar que custodia la Universidad de Princeton, que sólo incluyen documentos datados hasta 1980.
Los textos más interesantes del libro son los que conforman la primera sección, “Historias”, que van desde ficciones de una sola página hasta relatos extensos, como “Los gatos”, de 1948 (que parece el boceto trunco de una bildungsroman por su desenlace apresurado y desafortunado), o “Ciao, Verona”, sin duda el más interesante de todo el conjunto, de 1977 y publicado el 3 de noviembre del 2007 en Babelia, el suplemento cultural del diario El País.
En las páginas de esa misma edición de Babelia, Álvarez Garriga, responsable del armado de Papeles inesperados, señala que este cuento es complemento de otro, Las caras de la medalla, incorporado en Alguien que anda por ahí (1977). Con ese díptico, Julio Cortázar intentó exorcizar una desafortunada historia de amor ocurrida en la segunda mitad de los años cincuenta, cuando trabajaba como traductor en la Comisión Internacional de Energía Atómica, en París.
El resto del volumen es una vasta miscelánea: desde páginas que fueron excluidas de otros libros (Historias de cronopios y de famas; Rayuela, el Libro de Manuel; Un tal Lucas), a veces con evidente razón, hasta autoentrevistas y poemas, pasando por escritos de corte político, artículos periodísticos –seis de ellos, por cierto, publicados por Proceso entre junio de 1981 y octubre de 1983, años en que Cortázar escribió con relativa frecuencia en esta revista–, textos para acompañar exposiciones –como la que presentó Rodolfo Nieto en París, en 1967– o para meditar en la fuerza pulverizadora de la pintura de Francis Bacon.
Hay un buen número de piezas que quizá se pueden tildar de “menores”, no por su brevedad, sino porque buena parte de ellas reitera caminos por los que Cortázar transitó en otros libros (uno lee, por ejemplo, En Matilde y no puede evitar remitirse de inmediato a Por escrito gallina una, del primer tomo de la Vuelta al día en ochenta mundos), pero entre ellas hay muchos absolutamente disfrutables. Cortázar es una delicia cuando, con una mezcla de poesía y humor, nos hace entender de otro modo la realidad cotidiana y deja que la imaginación tome las riendas, disipando las fronteras que median entre fantasía, absurdo y realidad.
Papeles inesperados no parece un título muy feliz pero es exacto. Con la edición de las Obras completas que Galaxia Gutenberg viene realizando desde hace seis años, cabía suponer que cualquier inédito de Cortázar aparecería integrado en alguno de los nueve tomos planeados por Saúl Yurkievich (hasta ahora han aparecido seis, lamentablemente con una escasa circulación en México), pero el cúmulo de textos que Aurora Bernárdez le entregó a Álvarez Garriga orilla a pensar que el cuidadoso e inteligente trabajo de Yurkievich adquiere un carácter provisional.
Por supuesto, no todos los escritos compilados en Papeles... merecen ser incorporados a las Obras, pero por lo menos un tercio de ellos tiene la calidad y el interés suficientes para justificar su inserción en lo que alguna vez habrá de llamarse el legado definitivo de Cortázar.
1Recuérdese que el epígrafe de Rayuela es una frase de Jacques Vaché: “Nada aniquila a un hombre como el estar obligado a representar un país.”
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