Vampiros ¿existen de verdad?
LUIS MIGUEL ARIZA
LUIS MIGUEL ARIZA
Publicado en El Pais Semanal, 24/05/2009;
Están aquí. indestructibles. Han vuelto con películas como 'Déjame entrar' y 'Crepúsculo'. ¿Qué esconden? ¿Hay alguna base científica en su seducción? Para unos son parte del folclor europeo. Para otros se les ha confundido con enfermos de rabia.
La isla de Lazzaretto Vecchio, al sur de Venecia, no es más que una minúscula porción de tierra de dos hectáreas que sostiene las casas de lo que fue un antiguo hospicio para los peregrinos de Tierra Santa, un hospital y un depósito militar de municiones. El lazareto (que toma su nombre de la orden religiosa de San Lázaro, que se ocupaba de cuidar a los leprosos) era el lugar donde los barcos que venían del Mediterráneo y de Oriente descargaban, antes de arribar, a cualquiera con los síntomas de la peste bubónica, que asoló Venecia entre los siglos XV y XVI y acabó con 50.000 personas. Hace tres años, un grupo de antropólogos italianos descubrió aquí una fosa común con más de 1.500 esqueletos. Y recientemente, el pasado marzo, Matteo Borrini, de la Universidad de Florencia, anunció un descubrimiento sensacional: había desenterrado los restos de un vampiro.
Se trataba del esqueleto de una mujer a la que se le había desencajado la mandíbula por culpa de un pedazo de ladrillo que los sepultureros, aterrados, le habían introducido en la boca. Creyeron que estaban delante de un no-muerto, un ser capaz de abrirse paso a mordiscos a través del sudario. Esta técnica es un exorcismo descrito en el folclor. Históricamente, se consideraba que los cadáveres que muestran sangre fresca en la boca y en la nariz no habían muerto en realidad. Y en una época donde la peste se presentaba de improviso en cada rincón y en cada casa, en la que las personas caían fulminadas de un día para otro como si estuvieran siendo elegidas por una mano caprichosa y mortal, la creencia en los vampiros como transmisores del mal corría casi más rápido que las ratas y pulgas infectadas por la bacteria neumónica. Estos seres de ultratumba podían volver para morder a sus semejantes, infectándolos con el mal, y por ello era imperioso bloquear sus dientes con un pedrusco. "La verdad, tuve suerte, no esperaba desenterrar un vampiro durante mis excavaciones", fueron las palabras de Borrini a National Geographic. La arqueología no se había topado con un caso parecido, pero a veces salta la sorpresa: las creencias y las supersticiones dejan en raras ocasiones un rastro material que sobrevive al paso de los siglos.
Lazzaretto Vecchio fue un lugar infernal. Los muertos por la peste obligaban a los sepultureros a reabrir las fosas periódicamente para arrojar los nuevos cadáveres. Hoy, los esqueletos aparecen apiñados y mezclados en todas las posiciones a lo largo de una zanja de poco más de dos metros y medio de anchura, en medio de una tierra oscura. Borrini piensa que la baja formación de los sepultureros reforzó su creencia en el vampirismo. Al reabrir la fosa exponían los cuerpos, que no se descomponían al mismo ritmo. Era como una clase de anatomía de la muerte mal comprendida. Los diferentes grados de putrefacción arrojaban singulares diferencias entre los cadáveres. En el caso de la mujer, quizá alguien la contemplara tan sólo unos días después de su muerte mientras arrojaba otras víctimas; se persignó, haciendo la señal de la cruz y temblando por la maldición del vampiro. Tras la muerte, las bacterias que tenemos en el estómago y los intestinos quedan fuera de control y descomponen las vísceras, formando gases burbujeantes y líquidos que hinchan de forma notable el vientre del cadáver. El fluido resultante tiene color negruzco y puede migrar libremente hasta la boca y las fosas nasales. Como resultado, es probable que la mujer rezumase ese fluido negro. Alguien pensó que había escapado para morder a sus semejantes, volviendo de la muerte. El mismo líquido puede corroer el lino formando agujeros, dando la impresión de que el vampiro se había revuelto tratando de salir de su prisión de tela a dentelladas.
¿Pero de qué tipo de vampiro estamos hablando? La palabra evoca instantáneamente al ser elegante, pálido, de clase alta -rumano para más señas, si se quiere- y con una capa negra de forro encarnado, labios finos que ocultan unos caninos considerables y capacidad para convertirse en murciélago, en araña y en lobo. Ninguna de estas características ha dejado pista alguna en el esqueleto de la mujer veneciana. En realidad, el vampiro que ha sido tallado por la historia y la leyenda no tiene nada que ver con el cinematográfico o el literario. ¿Drácula? Vlad Dracul o Vlad Tepes fue un príncipe rumano que tenía fama de empalar a sus enemigos, pero fue el escritor Bram Stoker quien lo usó como prototipo para crear al famoso conde. Y aquí comenzó un fenómeno formidable, imparable, de contaminación mental. El entretenimiento traído por la novela de Stoker mezcló los hechos históricos y se convirtió en seudohistoria. Quizá una parte del público admita que Vlad Tepes no fue un vampiro, sino un personaje diabólico y cruel. Pero en una guerra, ¿quién no lo es con los enemigos? Tepes, príncipe de Valaquia, mantuvo una heroica resistencia contra los turcos y la sombra del imperio otomano cerniéndose sobre el país. ¿Cómo reacciona un rumano cuando un icono nacional es proyectado al mundo exterior como un monstruo? "Los rumanos de más edad se enojan bastante", explica el profesor Daniel Collins, un experto lingüista de lenguas eslavas de la Universidad estatal de Ohio (EE UU), a El País Semanal. "Para comprenderlo, basta con calcular qué edad tenían bajo el régimen de Ceaucescu. Vlad era un héroe nacional y así lo aprendieron en la escuela". El enojo de los rumanos más viejos puede ser grande, pero la cosa cambia con las generaciones más jóvenes, con una mentalidad mercantil, orientada al negocio, opina Collins. "En cuanto se dieron cuenta de que los turistas con dinero acudían al país atraídos por Drácula, se apuntaron a la idea y la reforzaron".
Paul Barber es un investigador del folclor de los vampiros que ha trabajado asociado al Museo Fowler de Historia Cultural de la Universidad de California. También es autor de una obra que se ha convertido en un clásico, Vampires, burial and death, folklore and reality (Yale University Press, no traducido al español), un estudio minucioso sobre el fenómeno del vampirismo a la luz de la antropología forense, el ritual y significado de los enterramientos. La industria del entretenimiento ejerce una influencia tan extraordinaria que resulta fácil identificar su huella. No hay más que teclear Drácula en Google: más de 13 millones de entradas, páginas web de vampirólogos y fanáticos, murciélagos con fondos oscuros y sanguinolentos y demás parafernalias de la muerte. Las organizaciones sobre el fenómeno Drácula también abundan. Las hay a decenas: la Sociedad de Bram Stoker en Dublín, la Sociedad del Conde Drácula en Los Ángeles o la Sociedad Occidental de Lucy y los No Muertos en Tennessee... Estos grupos, que reclaman conexiones históricas con el vampirismo, están contaminados por una mitología puramente inventada, indica Barber. "La mayoría de la gente ignora que a través de la historia europea se han producido informes extensos y detallados sobre cadáveres que han sido desenterrados de sus tumbas, declarados vampiros, y asesinados", escribe Barber en la revista Skeptical Enquirer.
El vampiro folclórico es muy distinto del que tenemos en mente. Para empezar, hablamos de campesinos, no de gente de la nobleza. No hay descripciones de que estos vampiros tengan largos colmillos afilados, ni capa, ni que se transformen en animales, ni que vivan en castillos. El vampiro, de golpe, pierde todo su glamour, heredado de una rica tradición de la literatura victoriana que trasladó personajes ambiciosos, con talento y bien educados, a los argumentos fantásticos. Es pobre, no tiene ni un duro. No viste de etiqueta. Los campesinos del siglo XVIII no tenían muchos vestidos que ponerse. "Los colores predominantes eran el blanco y el rojo, no el negro", explica Collins. Y no solamente se alimentan a mordiscos. En la tradición eslava, el vampiro no solamente consume sangre, sino cualquier cosa que uno necesita para vivir. "En los Balcanes, los vampiros arruinan los silos de grano".
En una mirada retrospectiva al pasado, huyendo del terremoto Bram Stoker, folcloristas como el británico Dudley Wright, autor de un clásico sobre el tema escrito en 1914, sostiene que el vampirismo ya ocupaba un espacio en las creencias de los babilonios sobre el más allá. Las referencias más tempranas se remontan a signos escritos en tablas de arcilla de Caldea y Asiria. Los romanos admitieron la creencia de que algunos cuerpos enterrados podrían volver a la vida mediante hechizos, y para prevenir tales resurrecciones quemaban los cuerpos; las leyendas griegas, escribe Wright, están plagadas de maravillosas historias de muertos que se levantan de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los jóvenes y hermosos. Y en la Europa del siglo XVIII, el folclor vampírico se extendió por Austria, Hungría, Polonia, las islas Británicas, y, por supuesto, el principado rumano de Valaquia.
Este vampiro folclórico es mucho más desconocido, pero no por ello menos fascinante. Su aspecto físico dista mucho de los vampiros de las películas, como la reciente Crepúsculo, o de los filmes de terror de la serie Underworld. Los vampiros no son hermosos; eso depende de si lo fueron en vida. Y desde luego, no reflejan palidez en la piel. "El vampiro tiene la cara roja. Hay una expresión popular en Serbia y en el norte de Polonia que dice 'colorado como un vampiro', dirigida a las personas que se sonrojan con facilidad". "Si lees cuidadosamente los relatos sobre el desenterramiento de los vampiros", explica Collins, "de los cuerpos que no se habían descompuesto, se les describe como de color rojizo". En realidad, el fenómeno tiene una explicación fisiológica. Cuando un cuerpo se pudre, la epidermis comienza a desprenderse, dejando la capa subyacente, la dermis, expuesta al exterior. Una persona puede pensar que la piel del cadáver se está regenerando. Pero también es cierto que, dependiendo de la posición del cuerpo, los tejidos pueden saturarse de sangre. Si el cuerpo está postrado boca abajo, el rostro puede enrojecerse, dando la apariencia de una cara oscura. Es el livor mortis, o la lividez. Otro efecto explicado en las observaciones es el crecimiento del pelo y de las uñas, pero lo cierto es que se trata de una impresión visual: al retraerse la piel, las uñas y la barba parecen más largas. Una de las curiosas descripciones que sugieren que uno de estos cadáveres, al ser atravesado por una estaca de madera, grita como si en verdad estuviera vivo, encaja con un hecho fisiológico sorprendente, aunque poco conocido: debido a la acumulación de gases en el abdomen, la perforación con una estaca puede forzar el aire a pasar entre la glotis y las cuerdas vocales, produciendo un sonido singular. Incluso la cuestión del vampiro transformándose en murciélago tiene una raíz científica. El gran naturalista Carlos Linneo bautizó a un murciélago gigante de América central de hasta 13,5 centímetros de envergadura como Vampyrum spectrum. Linneo pensó erróneamente que chupaba la sangre (de las mil especies clasificadas, sólo tres lo hacen realmente), seguramente influido por el folclor popular.
El comportamiento de los vampiros abre una ventana a la psicología de la época victoriana. En las películas, el conde Drácula parece ejercer un hipnotismo sobre sus víctimas que, a la postre, resulta fatal. Y por supuesto, también está el sexo. Las tradiciones hablan de historias en las que un marido muerto regresa para estar con su mujer, o que un hombre que no estuvo casado regresa de la tumba para tener sexo con jóvenes. Pero a diferencia de lo que muestra el cine, la mujer no se siente atraída por el vampiro; lo teme. Y curiosamente, la sexualidad también está ausente en muchas creencias, puesto que todo ser (mujeres y ancianos) es susceptible de convertirse en vampiro. "En mi opinión, la facultad hipnótica es un invento de Bram Stoker", dice Collins. "En su novela Drácula, Stoker muestra un renovado interés por la mente subconsciente, en tiempos anteriores a los de Sigmund Freud, y por ello Drácula practica la hipnosis, al igual que el doctor Van Helsing". La otra razón estriba en lo que uno esperaba de una mujer joven en la época victoriana. "Ellas nunca dejarían que un hombre entrara en su dormitorio, ni saldrían con un desconocido. Para proteger su reputación de buenas chicas, Stoker tenía que hacer que Drácula controlase sus mentes".
El neurólogo español Juan Gómez Alonso, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Xeral de Vigo, realizó una tesis doctoral sobre vampirismo, y en su investigación encontró curiosas similitudes entre los vampiros y la rabia. Para empezar, esta patología es transmitida por un virus mediante mordedura, y los animales transmisores, el perro, el lobo y el murciélago, aparecen también en la mitología del vampiro. "El virus tiende a invadir la parte más primitiva del cerebro, conocida como el sistema límbico", responde este experto en un correo electrónico. La rabia furiosa en una persona produce un comportamiento que recuerda mucho al del vampiro, con "agresividad primitiva, apetito sexual exacerbado, insomnio pertinaz, tendencia a vagar sin rumbo", y la intolerancia a determinados estímulos, y olores, espejos, agua y corrientes de aire. Este comportamiento se ha constatado también en animales enfermos de rabia. Alonso apunta una coincidencia cronológica sorprendente. "A principios del siglo XVIII Europa sufrió una importante epidemia de rabia que afectó a perros, lobos y otros animales en la zona oriental". En Hungría, por ejemplo, la epidemia fue más intensa entre 1720 y 1730, cuando las principales revistas y gacetas de la época recogieron historias de vampirismo.
¿Por qué los vampiros no han perdido ni un ápice de atractivo para el público? "En nuestra sociedad, la medicina ha prolongado la vida, y la muerte se ha transformado en algo no familiar", concluye Daniel Collins. "La mayoría de la gente muere en los hospitales en vez de en sus hogares". La industria funeraria es muy rentable, y los fallecidos son maquillados para tener un aspecto saludable. "El vampiro que vive tras la muerte desafía lo establecido, y la sociedad occidental moderna siempre ha valorado algo como echar abajo los tabúes, romper con lo prohibido, por lo que la idea de cruzar la frontera hacia un territorio prohibido es muy atractiva e inspiradora. La línea entre la vida y la muerte es el tabú". Los vampiros, en definitiva, desafían esa línea imposible, van y vuelven, y eso les hace irresistibles.
La isla de Lazzaretto Vecchio, al sur de Venecia, no es más que una minúscula porción de tierra de dos hectáreas que sostiene las casas de lo que fue un antiguo hospicio para los peregrinos de Tierra Santa, un hospital y un depósito militar de municiones. El lazareto (que toma su nombre de la orden religiosa de San Lázaro, que se ocupaba de cuidar a los leprosos) era el lugar donde los barcos que venían del Mediterráneo y de Oriente descargaban, antes de arribar, a cualquiera con los síntomas de la peste bubónica, que asoló Venecia entre los siglos XV y XVI y acabó con 50.000 personas. Hace tres años, un grupo de antropólogos italianos descubrió aquí una fosa común con más de 1.500 esqueletos. Y recientemente, el pasado marzo, Matteo Borrini, de la Universidad de Florencia, anunció un descubrimiento sensacional: había desenterrado los restos de un vampiro.
Se trataba del esqueleto de una mujer a la que se le había desencajado la mandíbula por culpa de un pedazo de ladrillo que los sepultureros, aterrados, le habían introducido en la boca. Creyeron que estaban delante de un no-muerto, un ser capaz de abrirse paso a mordiscos a través del sudario. Esta técnica es un exorcismo descrito en el folclor. Históricamente, se consideraba que los cadáveres que muestran sangre fresca en la boca y en la nariz no habían muerto en realidad. Y en una época donde la peste se presentaba de improviso en cada rincón y en cada casa, en la que las personas caían fulminadas de un día para otro como si estuvieran siendo elegidas por una mano caprichosa y mortal, la creencia en los vampiros como transmisores del mal corría casi más rápido que las ratas y pulgas infectadas por la bacteria neumónica. Estos seres de ultratumba podían volver para morder a sus semejantes, infectándolos con el mal, y por ello era imperioso bloquear sus dientes con un pedrusco. "La verdad, tuve suerte, no esperaba desenterrar un vampiro durante mis excavaciones", fueron las palabras de Borrini a National Geographic. La arqueología no se había topado con un caso parecido, pero a veces salta la sorpresa: las creencias y las supersticiones dejan en raras ocasiones un rastro material que sobrevive al paso de los siglos.
Lazzaretto Vecchio fue un lugar infernal. Los muertos por la peste obligaban a los sepultureros a reabrir las fosas periódicamente para arrojar los nuevos cadáveres. Hoy, los esqueletos aparecen apiñados y mezclados en todas las posiciones a lo largo de una zanja de poco más de dos metros y medio de anchura, en medio de una tierra oscura. Borrini piensa que la baja formación de los sepultureros reforzó su creencia en el vampirismo. Al reabrir la fosa exponían los cuerpos, que no se descomponían al mismo ritmo. Era como una clase de anatomía de la muerte mal comprendida. Los diferentes grados de putrefacción arrojaban singulares diferencias entre los cadáveres. En el caso de la mujer, quizá alguien la contemplara tan sólo unos días después de su muerte mientras arrojaba otras víctimas; se persignó, haciendo la señal de la cruz y temblando por la maldición del vampiro. Tras la muerte, las bacterias que tenemos en el estómago y los intestinos quedan fuera de control y descomponen las vísceras, formando gases burbujeantes y líquidos que hinchan de forma notable el vientre del cadáver. El fluido resultante tiene color negruzco y puede migrar libremente hasta la boca y las fosas nasales. Como resultado, es probable que la mujer rezumase ese fluido negro. Alguien pensó que había escapado para morder a sus semejantes, volviendo de la muerte. El mismo líquido puede corroer el lino formando agujeros, dando la impresión de que el vampiro se había revuelto tratando de salir de su prisión de tela a dentelladas.
¿Pero de qué tipo de vampiro estamos hablando? La palabra evoca instantáneamente al ser elegante, pálido, de clase alta -rumano para más señas, si se quiere- y con una capa negra de forro encarnado, labios finos que ocultan unos caninos considerables y capacidad para convertirse en murciélago, en araña y en lobo. Ninguna de estas características ha dejado pista alguna en el esqueleto de la mujer veneciana. En realidad, el vampiro que ha sido tallado por la historia y la leyenda no tiene nada que ver con el cinematográfico o el literario. ¿Drácula? Vlad Dracul o Vlad Tepes fue un príncipe rumano que tenía fama de empalar a sus enemigos, pero fue el escritor Bram Stoker quien lo usó como prototipo para crear al famoso conde. Y aquí comenzó un fenómeno formidable, imparable, de contaminación mental. El entretenimiento traído por la novela de Stoker mezcló los hechos históricos y se convirtió en seudohistoria. Quizá una parte del público admita que Vlad Tepes no fue un vampiro, sino un personaje diabólico y cruel. Pero en una guerra, ¿quién no lo es con los enemigos? Tepes, príncipe de Valaquia, mantuvo una heroica resistencia contra los turcos y la sombra del imperio otomano cerniéndose sobre el país. ¿Cómo reacciona un rumano cuando un icono nacional es proyectado al mundo exterior como un monstruo? "Los rumanos de más edad se enojan bastante", explica el profesor Daniel Collins, un experto lingüista de lenguas eslavas de la Universidad estatal de Ohio (EE UU), a El País Semanal. "Para comprenderlo, basta con calcular qué edad tenían bajo el régimen de Ceaucescu. Vlad era un héroe nacional y así lo aprendieron en la escuela". El enojo de los rumanos más viejos puede ser grande, pero la cosa cambia con las generaciones más jóvenes, con una mentalidad mercantil, orientada al negocio, opina Collins. "En cuanto se dieron cuenta de que los turistas con dinero acudían al país atraídos por Drácula, se apuntaron a la idea y la reforzaron".
Paul Barber es un investigador del folclor de los vampiros que ha trabajado asociado al Museo Fowler de Historia Cultural de la Universidad de California. También es autor de una obra que se ha convertido en un clásico, Vampires, burial and death, folklore and reality (Yale University Press, no traducido al español), un estudio minucioso sobre el fenómeno del vampirismo a la luz de la antropología forense, el ritual y significado de los enterramientos. La industria del entretenimiento ejerce una influencia tan extraordinaria que resulta fácil identificar su huella. No hay más que teclear Drácula en Google: más de 13 millones de entradas, páginas web de vampirólogos y fanáticos, murciélagos con fondos oscuros y sanguinolentos y demás parafernalias de la muerte. Las organizaciones sobre el fenómeno Drácula también abundan. Las hay a decenas: la Sociedad de Bram Stoker en Dublín, la Sociedad del Conde Drácula en Los Ángeles o la Sociedad Occidental de Lucy y los No Muertos en Tennessee... Estos grupos, que reclaman conexiones históricas con el vampirismo, están contaminados por una mitología puramente inventada, indica Barber. "La mayoría de la gente ignora que a través de la historia europea se han producido informes extensos y detallados sobre cadáveres que han sido desenterrados de sus tumbas, declarados vampiros, y asesinados", escribe Barber en la revista Skeptical Enquirer.
El vampiro folclórico es muy distinto del que tenemos en mente. Para empezar, hablamos de campesinos, no de gente de la nobleza. No hay descripciones de que estos vampiros tengan largos colmillos afilados, ni capa, ni que se transformen en animales, ni que vivan en castillos. El vampiro, de golpe, pierde todo su glamour, heredado de una rica tradición de la literatura victoriana que trasladó personajes ambiciosos, con talento y bien educados, a los argumentos fantásticos. Es pobre, no tiene ni un duro. No viste de etiqueta. Los campesinos del siglo XVIII no tenían muchos vestidos que ponerse. "Los colores predominantes eran el blanco y el rojo, no el negro", explica Collins. Y no solamente se alimentan a mordiscos. En la tradición eslava, el vampiro no solamente consume sangre, sino cualquier cosa que uno necesita para vivir. "En los Balcanes, los vampiros arruinan los silos de grano".
En una mirada retrospectiva al pasado, huyendo del terremoto Bram Stoker, folcloristas como el británico Dudley Wright, autor de un clásico sobre el tema escrito en 1914, sostiene que el vampirismo ya ocupaba un espacio en las creencias de los babilonios sobre el más allá. Las referencias más tempranas se remontan a signos escritos en tablas de arcilla de Caldea y Asiria. Los romanos admitieron la creencia de que algunos cuerpos enterrados podrían volver a la vida mediante hechizos, y para prevenir tales resurrecciones quemaban los cuerpos; las leyendas griegas, escribe Wright, están plagadas de maravillosas historias de muertos que se levantan de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los jóvenes y hermosos. Y en la Europa del siglo XVIII, el folclor vampírico se extendió por Austria, Hungría, Polonia, las islas Británicas, y, por supuesto, el principado rumano de Valaquia.
Este vampiro folclórico es mucho más desconocido, pero no por ello menos fascinante. Su aspecto físico dista mucho de los vampiros de las películas, como la reciente Crepúsculo, o de los filmes de terror de la serie Underworld. Los vampiros no son hermosos; eso depende de si lo fueron en vida. Y desde luego, no reflejan palidez en la piel. "El vampiro tiene la cara roja. Hay una expresión popular en Serbia y en el norte de Polonia que dice 'colorado como un vampiro', dirigida a las personas que se sonrojan con facilidad". "Si lees cuidadosamente los relatos sobre el desenterramiento de los vampiros", explica Collins, "de los cuerpos que no se habían descompuesto, se les describe como de color rojizo". En realidad, el fenómeno tiene una explicación fisiológica. Cuando un cuerpo se pudre, la epidermis comienza a desprenderse, dejando la capa subyacente, la dermis, expuesta al exterior. Una persona puede pensar que la piel del cadáver se está regenerando. Pero también es cierto que, dependiendo de la posición del cuerpo, los tejidos pueden saturarse de sangre. Si el cuerpo está postrado boca abajo, el rostro puede enrojecerse, dando la apariencia de una cara oscura. Es el livor mortis, o la lividez. Otro efecto explicado en las observaciones es el crecimiento del pelo y de las uñas, pero lo cierto es que se trata de una impresión visual: al retraerse la piel, las uñas y la barba parecen más largas. Una de las curiosas descripciones que sugieren que uno de estos cadáveres, al ser atravesado por una estaca de madera, grita como si en verdad estuviera vivo, encaja con un hecho fisiológico sorprendente, aunque poco conocido: debido a la acumulación de gases en el abdomen, la perforación con una estaca puede forzar el aire a pasar entre la glotis y las cuerdas vocales, produciendo un sonido singular. Incluso la cuestión del vampiro transformándose en murciélago tiene una raíz científica. El gran naturalista Carlos Linneo bautizó a un murciélago gigante de América central de hasta 13,5 centímetros de envergadura como Vampyrum spectrum. Linneo pensó erróneamente que chupaba la sangre (de las mil especies clasificadas, sólo tres lo hacen realmente), seguramente influido por el folclor popular.
El comportamiento de los vampiros abre una ventana a la psicología de la época victoriana. En las películas, el conde Drácula parece ejercer un hipnotismo sobre sus víctimas que, a la postre, resulta fatal. Y por supuesto, también está el sexo. Las tradiciones hablan de historias en las que un marido muerto regresa para estar con su mujer, o que un hombre que no estuvo casado regresa de la tumba para tener sexo con jóvenes. Pero a diferencia de lo que muestra el cine, la mujer no se siente atraída por el vampiro; lo teme. Y curiosamente, la sexualidad también está ausente en muchas creencias, puesto que todo ser (mujeres y ancianos) es susceptible de convertirse en vampiro. "En mi opinión, la facultad hipnótica es un invento de Bram Stoker", dice Collins. "En su novela Drácula, Stoker muestra un renovado interés por la mente subconsciente, en tiempos anteriores a los de Sigmund Freud, y por ello Drácula practica la hipnosis, al igual que el doctor Van Helsing". La otra razón estriba en lo que uno esperaba de una mujer joven en la época victoriana. "Ellas nunca dejarían que un hombre entrara en su dormitorio, ni saldrían con un desconocido. Para proteger su reputación de buenas chicas, Stoker tenía que hacer que Drácula controlase sus mentes".
El neurólogo español Juan Gómez Alonso, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Xeral de Vigo, realizó una tesis doctoral sobre vampirismo, y en su investigación encontró curiosas similitudes entre los vampiros y la rabia. Para empezar, esta patología es transmitida por un virus mediante mordedura, y los animales transmisores, el perro, el lobo y el murciélago, aparecen también en la mitología del vampiro. "El virus tiende a invadir la parte más primitiva del cerebro, conocida como el sistema límbico", responde este experto en un correo electrónico. La rabia furiosa en una persona produce un comportamiento que recuerda mucho al del vampiro, con "agresividad primitiva, apetito sexual exacerbado, insomnio pertinaz, tendencia a vagar sin rumbo", y la intolerancia a determinados estímulos, y olores, espejos, agua y corrientes de aire. Este comportamiento se ha constatado también en animales enfermos de rabia. Alonso apunta una coincidencia cronológica sorprendente. "A principios del siglo XVIII Europa sufrió una importante epidemia de rabia que afectó a perros, lobos y otros animales en la zona oriental". En Hungría, por ejemplo, la epidemia fue más intensa entre 1720 y 1730, cuando las principales revistas y gacetas de la época recogieron historias de vampirismo.
¿Por qué los vampiros no han perdido ni un ápice de atractivo para el público? "En nuestra sociedad, la medicina ha prolongado la vida, y la muerte se ha transformado en algo no familiar", concluye Daniel Collins. "La mayoría de la gente muere en los hospitales en vez de en sus hogares". La industria funeraria es muy rentable, y los fallecidos son maquillados para tener un aspecto saludable. "El vampiro que vive tras la muerte desafía lo establecido, y la sociedad occidental moderna siempre ha valorado algo como echar abajo los tabúes, romper con lo prohibido, por lo que la idea de cruzar la frontera hacia un territorio prohibido es muy atractiva e inspiradora. La línea entre la vida y la muerte es el tabú". Los vampiros, en definitiva, desafían esa línea imposible, van y vuelven, y eso les hace irresistibles.
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