Columna EN PRIVADO /MEDICION DE FUERZAS.
Como nunca se da una medición de fuerzas dentro del PRI para la designación del candidato a la gubernatura. Lo inédito es ocurre dentro de un mismo grupo muy poderoso.
Por Alfredo Originales.
La resolución de la SCJN en el sentido de avalar la reforma electoral en Sinaloa a la medida del PRI-Gobierno, viene a acelerar los tiempos de la sucesión y con ello también aumentar las presiones para definir al candidato tricolor.
De igual manera, la medición de fuerzas entre los dos grupos antagónicos dentro del mismo PRI-gobierno que encabezan Jesús Aguilar Padilla y Juan Millán Lizárraga, para imponer al posible sucesor del primero, parece que entraron en un compas de espera después de los golpes mediáticos que se lanzaron ambos protagonistas.
Aquí lo que llama poderosamente la atención es que ambas fuerzas provienen de un mismo grupo que durante años trabajo en la construcción de un proyecto político para gobernar Sinaloa, no seis años sino doce y si se puede más.
Precisamente de este grupo surgió lo que ahora muchos políticos han llamado “Los Tres Alegres Compadres”, en alusión a Abraham Velázquez, Jesús Aguilar Padilla y Juan Millán Lizárraga.
Conocedores de las sucesiones gubernamentales en Sinaloa destacan con sobrada razón que la venidera tendrá sus peculiaridades muy especiales, tomando en cuenta que las anteriores, salvo la del 2004, han sido en línea sucesoria sin sobresaltos.
Cada uno de los que han gobernado Sinaloa han transferido la estafeta al que desde el centro del país han nominado sin mayores reparos ni peros, únicamente con la recomendación no escrita de que el saliente guarde las formas, lo que quiere decir, guardar distancia y pintar la raya.
Mucho se ha escrito ya de anécdotas de ex gobernadores que de inmediato, a la primer insinuación, recomendación o sugerencia que recibían del antecesor sobre algún asunto de gobierno, eran parados en seco con la clásica expresión: “¡Hey, ahora yo soy el gobernador!”.
Hasta donde se tiene conocimiento, nunca se había dado una medición de fuerza tan abierta entre un ex gobernador y el vigente, ni mucho menos a la hora de designar al candidato, salvo en en 1998, que a mi juicio marco un parteaguas en la práctica sucesoria dentro del PRI por muchas razones.
Veamos. La medición de fuerzas de hace 12 años fue abierta pero entre dos grupos políticos diametralmente opuestos en intereses, aunque dentro del mismo PRI.
Por un lado, venía la línea sucesoria tradicional que el presidencialismo cobijó durante siete décadas y que en ese entonces encabezaba Francisco Labastida Ochoa, quien con el apoyo discreto de Ernesto Zedillo, quiso imponer al extinto Lauro Díaz Castro como candidato y próximo gobernador de los sinaloenses.
Y por el otro lado, un Juan Millán apoyado por la otrora fuerza de la CTM nacional y una estructura paralela partidista, pero sobre todo sustentado en una red social y popular que tejió durante más de 25 años para buscar la candidatura, que en varias veces le fue despojada.
Es decir, Juan Millán se enfrentó al sistema de gobierno estatal y nacional, también a la estructura del partido, hasta provocar, pese a todo el apoyo oficial, el famoso “cambio de rieles” que finalmente le permitió coronar su más grande anhelo político.
Renato Vega Alvarado pinto su raya y guardo su distancia. Vamos, cumplió la normatividad político partidista sucesoria con la mayor tranquilidad posible.
Para todos es sabido que a falta de presidente de la republica de extracción priista, los gobernadores son los auténticos jefes políticos de sus entidades en calidad de primer priista.
Y Juan Millán lo ejerció sin mayores problemas en el 2004. No enfrento ninguna medición de fuerza al interior de su grupo para imponer a Jesus Aguilar como candidato.
La medición de fuerza la enfrento solamente con el PAN, cuyo candidato Heriberto Félix Guerra casi por 10 mil votos estuvo a punto de ganar la elección al PR que abanderó uno de los tres alegres compadres.
Hasta aquí todo es comprensible. Pero, entonces qué pasa ahora entre Jesús Aguilar y Juan Millán al grado de enfrentarse en una medición de fuerza para designar al candidato.
Obvio suponer que cada quien representa intereses muy diferentes entre sí, como también que en el último grado, los candidatos visibles de ambos protagonistas no representan un factor de alineamiento político, a menos que los dos puedan ser sacrificados en aras de una súper negociación altamente redituable para todos.
¿Habrá cambio de rieles para que no se descarrile el tren? O bien, ¿Todos se subirán al tren de la revolución? No falta mucho para calibrar la medición de fuerzas. Aunque debemos estar preparados para cualquier sorpresa.
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