1960-2010: la era de EraRafael Vargas
Revista Proceso # 1786, 23 de enero de 2011;
Revista Proceso # 1786, 23 de enero de 2011;
Las casas editoriales mexicanas que tienen más de medio siglo se cuentan con los dedos de una mano. Por ello el quincuagésimo aniversario de Ediciones Era es un acontecimiento.
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Hace un par de meses apareció en Francia la interesantísima biografía de uno de los más notables editores de ese país: Paul Flamand (1909-1998), el gran intelectual católico de izquierda que contribuyó de manera decisiva a construir y consolidar la célebre casa de Éditions du Seuil (Ediciones del Umbral), fundada en 1935 y considerada hoy como una de las más serias y prestigiosas empresas editoriales francesas –casi tan importante como Gallimard, el nombre que suele asociarse a la mejor literatura francófona y a los principales pensadores de esa lengua.
Su autor es Jean Lacouture, periodista político muy destacado desde la década de 1950, biógrafo de personajes extraordinarios como Montaigne (su Montaigne a caballo forma parte de la colección Breviarios, del Fondo de Cultura Económica) Charles de Gaulle, Ho Chi Minh, John F. Kennedy, Robert Capa y, asimismo, editor de Seuil durante largos años.
Uno se entera de la aparición de libros tan fascinantes como ése, que ayudan a comprender mejor la historia de las ideas de nuestro tiempo, con una mezcla de admiración y de congoja. Admiración por el concienzudo trabajo de investigación y el abundante acopio de testimonios, y congoja por la falta de obras similares que cuenten la historia de las casas editoriales mexicanas y sus creadores.
Existe, por fortuna, una amplia historia del Fondo de Cultura Económica escrita por Víctor Díaz Arciniega, y hay investigaciones muy útiles sobre la inmensa labor editorial de la UNAM, como la de Georgina Torres Vargas, pero todavía están por escribirse, ojalá que de manera muy minuciosa, las historias de Porrúa, Joaquín Mortiz, Siglo XXI y Ediciones Era.
Es indispensable hacerlo. Siglo XXI tiene ya más de 50 años; Porrúa cumplirá 100 en 2014; celebraremos el cincuentenario de Joaquín Mortiz el año próximo y Ediciones Era acaba de cumplir medio siglo de actividades en octubre del año pasado.
Debemos comenzar a escribir de manera sistemática la historia de la cultura mexicana del siglo XX. Periódicos, revistas, casas editoras, instituciones de investigación, de difusión, de estudios superiores… Muchos de sus actores están vivos y pueden aportar testimonios invaluables. Conocerla a fondo es la única manera de comprenderla y admirarla.
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El nacimiento de Era es absolutamente singular. Sus fundadores no la concibieron nunca como una empresa mercantil, sino como una aventura intelectual. Ni siquiera pensaban en obtener un pago a cambio del trabajo que se proponían realizar. Durante años se reinvirtió cada centavo que ingresaba por ventas para producir nuevos títulos.
La idea de editar libros se le ocurrió a Vicente Rojo en 1959, quien desde 1954 (a los 22 años) se encargaba de diseñar las múltiples publicaciones y folletos del Instituto Nacional de Bellas Artes que se realizaban en la entonces muy pequeña pero muy cuidadosa y puntual Imprenta Madero, a la que asesoraba en cuestiones de tipografía.
El propietario de la imprenta era Tomás Espresate Pons (1904-1994), militante socialista originario de Cataluña y combatiente de la Guerra Civil española, llegado a México en 1942, año en que fundó Comercial Espresate, una casa exportadora de telas mexicanas a Sudamérica.
Pronto la inquietud intelectual de don Tomás lo llevaría a establecer otro tipo de empresas: primero, la casa Crédito Editorial (1946); luego, la Librería Madero (1948), en el número 12 de la calle de Madero y, finalmente, Imprenta Madero (1951), en el mismo domicilio, que en sus comienzos operaba con una sola máquina y, poco después, en la calle de Amberes, en la colonia Juárez.
A finales de los años cincuenta la adquisición de cuatro nuevas máquinas llevó a instalar la imprenta en el número 1358 de Aniceto Ortega, en la colonia Del Valle. Fue allí que Rojo pensó en aprovechar los tiempos “muertos” de esos aparatos para producir unos cuantos libros. Se lo planteó a sus amigos, José Azorín y los hermanos Jordi y Francisco Espresate, hijos de don Tomás, quienes hablaron con éste al respecto. Él propuso que mejor pensaran en asociarse para formar una editorial, sumaran a Neus Espresate en el proyecto y cada uno de ellos aportara poco a poco un capital para darle solidez.
Así surgió Ediciones Era, cuyo nombre, como es bien sabido, es un acrónimo formado con las iniciales de los apellidos Espresate, Rojo y Azorín.
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De manera casi natural, dado que los jóvenes fundadores del nuevo sello (todos menores de 30 años) eran hijos de españoles republicanos, la historia y la política formaron parte de sus intereses, y ello se vio reflejado en los títulos que editaron, como La batalla de Cuba, el primerísimo de ellos.
La publicación de ese libro de Fernando Benítez –testimonio de los cambios ocurridos en la isla a partir del triunfo de la revolución (reforma agraria, hoteles convertidos en hospitales, comisarías transformadas en escuelas), complementado por una breve “Fisonomía de Cuba” escrita por Enrique González Pedrero– en un momento en que la sociedad mexicana había comenzado a mostrar, con el movimiento magisterial y la huelga de los ferrocarrileros, su exasperación por la falta de una verdadera vida democrática, puede leerse como una declaración política por parte de la casa editora, una toma de posición en pro de indispensables cambios políticos.
Ante el acendrado anticomunismo que predominaba en la esfera gubernamental (evidenciado por la irritación que causó, en marzo de ese mismo año, el número monográfico que la Revista de la Universidad de México dedicó a la revolución cubana), la edición del libro de Benítez tuvo un tinte desafiante a la vez que una repercusión determinante para el conocimiento y análisis de lo que sucedía en Cuba.
En tal sentido, para comprender a cabalidad el valor de la labor editorial de Era, es necesario situarla siempre en el contexto político de su tiempo.
En 1961, el Fondo de Cultura Económica (FCE), dirigido por Arnaldo Orfila, publicó otro importante trabajo sobre la revolución cubana: Escucha, yanqui, del sociólogo estadunidense Charles Wright Mills. Ese libro contó entre los argumentos que los enemigos de Orfila adujeron para hacer que el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz lo echara de la dirección del fondo en 1965. Por fortuna, el carácter privado de Ediciones Era le brindaba a ese sello una independencia que el FCE no podía arrogarse.
Fue por esa misma razón que La democracia en México, de Pablo González Casanova, apareció en Era en 1965 y no en el FCE, cuya aceptación había buscado su autor un año antes, cuando Orfila ya advertía las presiones en su contra.
Del catálogo histórico de Ediciones Era –casi mil títulos–, cerca de 400 obras (sean de historia, antropología, sociología, filosofía, economía, ciencia política), tienen un claro corte político. Una fracción de ellos, comprensiblemente, se refiere a la Guerra Civil española y al franquismo. Pero desde el comienzo, Era también prestó atención a los conflictos raciales en Sudáfrica, a los procesos políticos de América Latina, al estudio del marxismo, al análisis de la Revolución Mexicana, a la composición del Estado mexicano y a las luchas sociales urbanas y campesinas del país. Era ha tenido siempre una posición de vanguardia en ese terreno y no es exagerado decir que su peso en la formación de la cultura política de muchos mexicanos es definitivo.
Lo mismo puede decirse, por supuesto, en relación con los otros dos grandes apartados que destacan en su catálogo: la literatura y las artes plásticas.
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En su vertiente literaria Era ha publicado libros capitales. Algunos, de autores extranjeros, como El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez (primer libro que el colombiano publicó en México, así como una de las primeras novelas del catálogo de Era); Bajo el volcán, de Malcolm Lowry (cuya publicación aconsejó Jaime García Terrés, uno de los mejores lectores que el novelista inglés encontró en México); Paradiso, de José Lezama Lima (libro legendario cuyo cuidado editorial estuvo a cargo de Julio Cortázar y Carlos Monsiváis); Tolstoi o Dostoievski, de George Steiner (primer libro publicado en español de ese gran pensador europeo). Otros, de autores nacionales –Aura, de Carlos Fuentes, La obediencia nocturna, de Juan Vicente Melo; El tañido de una flauta, de Sergio Pitol; Días de guardar, de Carlos Monsiváis; El otoño recorre las islas, de José Carlos Becerra; La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, y Los indios de México, de Fernando Benítez.
Cuenta en su catálogo, además, con la obra completa de José Revueltas, un escritor tan grande como Juan Rulfo que, extrañamente, todavía no tiene todos los lectores que merece –México será otro país cuando eso ocurra–; con la gran mayoría de los libros que ha escrito José Emilio Pacheco (una obra venturosamente en marcha) y con muchos títulos de un grupo de autores vinculados a Era, entre los que figuran, además de los mencionados, Juan García Ponce, Augusto Monterroso, Hugo Hiriart, Héctor Manjarrez, Jorge Aguilar Mora, David Huerta, José Joaquín Blanco, Eduardo Antonio Parra y Coral Bracho. Esta sola lista es prueba fehaciente de la buena fortuna con que han apostado quienes conducen a Era.
Es imposible olvidar el destacadísimo papel que esa casa editora ha tenido en la difusión y apreciación de las artes visuales, a través de libros como los Diarios, de Paul Klee; el Marcel Duchamp, de Octavio Paz; Remedios Varo, el primer libro sobre la pintura de la extraordinaria artista hispano-mexicana y, más recientemente, el catálogo razonado de su obra; los seis magníficos libros de Paul Westheim; el homenaje a Miguel Prieto, gran impulsor del diseño gráfico en México, y los 11 volúmenes de Galería, Colección de Arte Mexicano, editados en combinación con la Dirección General de Publicaciones del Conaculta entre 1992 y 1994. Es mucho lo que Vicente Rojo, como pintor y amante de la pintura, ha impulsado en ese sentido.
Tampoco es posible dejar de señalar que, a la par del trabajo de Neus Espresate como directora editorial y de José Azorín al frente de la parte técnica y administrativa, brilla el trabajo de Rojo como diseñador gráfico. La gran mayoría de los libros publicados por Era se disfruta tanto por su contenido como por su aspecto. Una exposición armada con los centenares de portadas publicadas a lo largo de 50 años sería, sin duda, un gran acontecimiento plástico.
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José Emilio Pacheco dice, con toda razón, que “como las catedrales y los periódicos, las editoriales son obras colectivas, pero –añade– también en ellas es importante la acción personal de quien coordina el esfuerzo múltiple”. Entre los muchos nombres que deben ponerse de relieve al citar a Espresate, Azorín y Rojo, cabe destacar los de Paloma Villegas, Marcelo Uribe, escritores y editores, y Vicente Rojo Cama, diseñador, quienes desde hace largo tiempo colaboran a la consolidación de la casa.
Pero más allá de las personas, lo que deja ver el catálogo que todas ellas han contribuido a formar, es la voluntad de mantenerse al margen del llamado “éxito comercial”. Mil títulos en 50 años equivalen a un promedio de producción anual de 20 libros. El lema de Ediciones Era podría acercarse al conocido verso de Francisco de Quevedo: “pocos, pero doctos libros…”.
Desde el comienzo, Ediciones Era optó por ser, como escribió Fernando Benítez, “una editorial pequeña, nada ambiciosa, que nunca ha querido crecer ni competir, sino mantener su calidad…”.
Lo ha logrado. l
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