LOS
DOS PAPAS: BERGOGLIO Y RATZINGER
Entre
Bergoglio y Ratzinger hay más semejanzas que diferencias
ANDREA
TORNIELLI
Vatican Insider, 24 de marzo de 2013
Las
imágenes de los dos Papas que se abrazan, que rezan juntos (casi hombor a
hombro), que platican amablemente e intercambian regalos, están destinadas a
permanecer esculpidas en la historia. Nunca había sucedido que un Pontífice
renunciara por vejez y se quedara cerca del sucesor (y además que vistiera
todavía como Papa). Nunca había sucedido que el obispo de Roma estuviera al
lado del Papa emérito, para tenerlo como referencia y para pedirle consejo.
Las
imágenes de los dos Papas vestidos de la misma manera indica una realidad
absolutamente inédita. Y al mismo tiempo, gracias a la sensibilidad y a la
humildad de ambos, se trata de una realidad que ya podemos considerar desde
ahora «normal».
En
estos días, muchos comentadores han subrayado los elementos de novedad en el
estilo de Papa Francisco y una especie de discontinuidad con respecto al
Pontificado anterior. Hay algunos que se preocupan por el hecho de que el nuevo
Papa atrae mucha simpatía por parte de los fieles (y también entre los no
creyentes), como si la única actitud verdaderamente católica fuera la de
provocar malos humores, polémicas y antipatías. Hay otros que insisten en que
Francisco no es “pauperista” y exponen obstáculos político-doctrinales cada vez
que el nuevo Papa se refiere a los pobres, como si Jesús no hubiera hablado de
ellos. Otros, en cambio, puntializan que el nuevo Papa está en contra del
aborto. Pero también hay otra vertiente, aquella en la que se encuetran todos
los que subrayan las novedades no tanto para describir a Bergoglio sino para
compararlo con su predecesor.
Inmediatamente
después de la elección, comenzaron a circular leyendas metropolitanas. Según
una de ellas, Francisco habría rechazado
la capa de terciopelo rojo bordada diciendo al maestro de ceremonias
pontificias Guido Marini: “¡Esta se la pone usted! El carnaval ya se acabó”. Un
chiste un poco grosero hacia un ceremoniero. Por lo que ha podido constatar
Vatican Insider, estas palabras no salieron nunca de la boca de Bergoglio.
Francisco simplemente dijo que prefería no usarla, sin hacer ningún chiste sobre
el carnaval, sin humillar al obediente maestro de ceremonias.
El
“aguachirle” sobre la continuidad o la falta de continuidad basada solamente en
el uso de paramentos, zapatos rojos o solideos corre el riesgo de hacer que
pase a un segundo nivel la verdadera continuidad entre Benedicto XVI y
Francisco. La verdadera continuidad entre Benedicto XVI y Francisco radica en
muchos aspectos y en muchas alusiones e insistencias que hemos escuchado en
estos primeros días del nuevo Pontificado: la humildad, la consciencia de que
la Iglesia es guiada por el Señor, el no protagonismo del Papa. Benedicto XVI,
después de su elección, dijo: “el Papa debe hacer resplandecer la luz de
Cristo, no la propia luz”. Francisco, al reunirse con los periodistas dijo que
el “protagonista” es Cristo y no el Papa.
También
la sensibilidad ante el cuidado de la creación (cuyo centro es el hombre) y la
defensa del ambiente es un elemento común entre ambos Pontífices. Por no
mencionar el tema del carrierismo y de la “mundanidad espiritual” en la
Iglesia: solamente aquellos que han olvidado las profundas homilías del Papa
Ratzinger sobre estos argumentos pueden creer que no hay una continuidad esencial
. Solamente aquellos que no conocen sus escritos sobre la liturgia pueden
pensar que lo más importante eran los tejidos y paramentos. En cuanto a la
“discontinuidad” entre Ratzinger y Bergoglio, habría que preguntarse cuánta
ayuda recibió Benedicto XVI de sus colaboradores para transmitir el alma de sus
mensajes. De esta manera se puede salvar a Pablo VI de ciertos “montinianos”
que se consideran los únicos custodios de su memoria. Así habrá que salvar a
Benedicto XVI de ciertos “ratzingerianos” que
en más de una ocasión han pretendido enseñarle incluso cómo hacer el
Papa.
Quienes
hayan visto el excepcional video del encuentro de ayer en Castel Gandolfo, con
el Papa emérito y su sucesor arrodillados para rezar, hombo a hombro porque
«somo hermanos», comprenderán muy bien
el aprecio recíproco y la profunda comunión entre ambos. Quienes hayan
escuchado las palabras de Papa Francisco al regalarle a Benedicto XVI un ícono
de la Virgen de la Humildad («Pensé en usted, porque durante su Pontificado nos
ha dado muchos ejemplos de humildad y ternura») no tienen dudas para reconocer
justamente en la humildad una de las
características más fuertes y que ambos comparten.
Las
imágenes de Castel Gandolfo desmienten tanto a los cantores de la
discontinuidad, que ironizan sobre el Papa Emérito, como a los que pretenden
exaltar a Benedicto XVI para desacreditar a tanto a su antecesor, Wojtyla, como
a su sucesor, Bergoglio.
En
la humildad de aquel abrazo ambos parecen indicar que no son ellos los
protagonistas y que la tarea de la Iglesia (como en tantas ocasiones lo han
recordado ambos) es la de reflejar una luz que no es propia, sino que proviene
de lo alto.
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