La manzana de
Fujimori/ Carlos Dávalos es periodista y escritor.
El
País, 21
de junio de 20013;
En
1990, cuando Alberto Fujimori llegó al poder, el Perú estaba prácticamente en
la ruina económica. Alan García había dejado una hiperinflación obscena y el
dinero no valía nada, era prácticamente papel sin valor. Eso y el temor de
nuestras madres a que sus hijos pequeños voláramos en pedazos por algún
coche-bomba de Sendero Luminoso, eran los temas de preocupación. Si el Perú
quería salir del atolladero en el que se encontraba, tenía que acabar con esos
dos obstáculos primero: el terrorismo y la inflación. Y durante el gobierno de Fujimori
eso se consiguió. Se abrió la economía y se acabó con la violencia terrorista.
Pero al mismo tiempo que se liberaron los precios, el 5 de abril de 1992,
Fujimori disolvió el Congreso de la República y dio un autogolpe de Estado en
el que, con tanques militares en las calles, cerró el parlamento y echó a la
calle a todos los congresistas legítimamente elegidos por el mismo pueblo que
lo había elegido a él. Las Fuerzas Armadas incursionaron violentamente en el
poder judicial y expulsó a los jueces de turno. Mientras tanto, el SIN
(Servicio Nacional de Inteligencia) al mando de Vladimiro Montesinos, y a
través del grupo paramilitar Colina, perpetraba matanzas clandestinas en aras
de la lucha antisubversiva: los dos casos más sonadas y por los que Fujimori
está ahora preso son los de la Cantuta y Barrios Altos, donde 25 personas
inocentes fueron masacradas. Si a esto le sumamos las víctimas de la respuesta
Senderista ante tales hechos, el número aumentaría.
Sin
embargo, en aquellos días, el Golpe de Estado pareció ser bien recibido por los
peruanos que apoyaron la acción del gobierno mayoritariamente. Un gran
porcentaje de la población respaldaba a Fujimori que se convertía en el
presidente más popular, justamente por haber acabado con los problemas más grandes
del país. La clase política tradicional estaba desacreditada y nadie quería oír
de ellos. Un año más tarde, en 1993, Fujimori convocó a elecciones
parlamentarias donde, como era de esperarse, una mayoría fujimorista se alzó
con el triunfo.
Por
aquel entonces empezaba a ser un adolescente y a diferencia de los años
anteriores, donde ya nos habíamos acostumbrado a las explosiones y apagones,
las cosas parecían estar mejor. Ahora las películas en el cine llegaban hasta
el final y nuestras madres ya no temían que alguna bomba nos hiciera pedazos.
Para quienes crecimos en la ciudad durante el gobierno de Fujimori, esos años
parecían mejores. Pero lo eran sólo en apariencia. Detrás de todo se estaba
orquestando una dictadura que utilizaba la extorsión, el chantaje y la injuria
para terminar con todos los que se oponían al régimen.
Los
que defienden a Fujimori no entienden o no quieren entender que no fue
necesaria tanta violencia política para acabar con el terrorismo y la ruinosa
economía. No era necesario cerrar el congreso, el poder judicial y acabar con
el Estado Derecho y la institucionalidad. Ni mucho menos cometer crímenes de
lesa humanidad. En el ámbito económico Fujimori plagió de mala manera el modelo
liberal que habría utilizado Vargas Llosa de haber ganado las elecciones. Fue
la lucha antiterrorista la que Fujimori utilizó como excusa para dar el golpe
militar del 5 de abril y cometer todos los abusos que se cometieron después.
Para Fujimori, en un congreso con demasiada oposición —oposición que le había
ayudado a ganar las elecciones— no se podía acabar con el terrorismo. Según él,
hacia falta una mano dura.
Pero
la captura de Abimael Guzmán fue posible gracias a un eficiente trabajo de
inteligencia de un grupo de policías que, utilizando exitosamente las técnicas
de rastreo, logró la captura del líder de Sendero Luminoso. Aquello nada tenía
que ver con la sangrienta lucha entre terroristas y militares que se estaba
llevando a cabo en los andes peruanos y que dejó una saldo final de 70 mil
muertos, en su mayoría campesinos inocentes. Ni mucho menos con los abusos que
el grupo Paramilitar Colina estaba cometiendo. Antonio Ketín Vidal, jefe de la
policía en ese entonces y cabeza visible de la captura de Guzmán, manifestó que
en 1992 no había un supuesto “equilibrio estratégico” (argumento que utilizó el
gobierno para dar el golpe de estado), es decir, Sendero Luminoso no tenía
posibilidad de ganar la guerra contra el estado peruano. Hace poco tuve la
oportunidad de conocer a Benedicto Jiménez jefe del GEIN (Grupo Especial de
Inteligencia Nacional) y responsable intelectual de la captura de Guzmán.
Cuando comenzaron a trabajar sólo tenían una mesa, un par de sillas y un
aparato de radio que no les servía de nada sin el segundo. Los agentes apenas
tenían dinero para movilizarse, y no fue hasta la ayuda de 5 mil dólares al
mes, proporcionada por la Embajada de Estados Unidos, que pudieron comenzar a
desarrollar su trabajo de inteligencia y seguimiento. Cuando el grupo de
Jiménez capturó a Guzmán, Fujimori, al parecer, estaba pescando y no sabía
nada. Según Ketín Vidal, Montesinos entró en furia al darse cuenta de que ni él
ni Fujimori salían en la foto del arresto. Fue tal su enfado que en vez de
fortalecer al GEIN, lo desmantelaron. Lo que fue un error que años después se
traduciría en la toma de la Embajada del Japón a finales de 1996 por el MRTA
(Movimiento Revolucionario Tupac Amaru). Pero en su momento, la captura de
Guzmán avalaba el golpe de Estado y todos los abusos que se cometieron durante
su gobierno.
Una
vez desmantelada la cúpula de Sendero Luminoso, y con el respaldo de la mayoría
de peruanos, Fujimori se dedicó sistemáticamente a planear su permanencia en el
poder. En su segundo mandato, de 1995 al 2000, Fujimori no tuvo ningún logro
político. Durante esos cinco años Fujimori y Montesinos se encargaron de
corromper e incrementar su poder autoritario hacia todos los ámbitos privados y
públicos de la sociedad peruana. Fujimori sabía que si quería seguir al mando
tenía que tener a todos de su lado. Y fue lo que hizo: comprarse literalmente a
congresistas, canales de televisión, artistas, periódicos y revistas,
convirtiéndolo todo en un gran circo mediático, que tenía al “baile del chino”
como banda sonora. Para él y Vladimiro Montesinos —su mano derecha— todos
tenían un precio. Durante cinco años se dedicó a extorsionar e injuriar a
quienes pensaban contrariamente a sus políticas de gobierno, a comprarse a los
tránsfugas que estaban en la oposición; así como totalizar su poder manteniendo
a todas las instituciones bajo su control.
Cuando
Fujimori renunció a su tercer mandato vía fax desde Japón donde fue a
refugiarse en el 2000 —luego de que todos estos escándalos de corrupción
salieran a la luz con los famosos vladi-vídeos en los que se ve a congresistas
y dueños de televisión recibiendo dinero de Montesinos en los salones del SIN—,
ya estaba dentro de la universidad. Mi generación fue un testigo de cómo el
Perú, en diez años, se transformaba y terminaba pareciéndose a esas manzanas
que por fuera son rojas y brillantes, pero que por dentro están podridas y
llenas de gusanos. A algunos esa manzana les gustaba y querían seguir comiendo
de ella, pero otros ya estaban hartos y asqueados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario