LA
GUERRILLA IGNORADA/David Flores.
Acabo de terminar de leer el libro de Guillermo Robles
Garnica, cuyo ameno y valiente testimonio, aporta anécdotas muy interesantes
sobre una fase poco explorada, que es la experiencia de quienes tuvieron que
refugiarse en Cuba con motivo de la actividad revolucionaria en la que
participaron.
A
partir de esto, la primera idea agusanada que sostengo es que el gobierno
cubano no supo –ni lo ha hecho nunca – corresponder a las muestras de
solidaridad de todas las organizaciones armadas, civiles y políticas que han
defendido de manera comprometida y hasta sus últimas consecuencias a la
Revolución Cubana.
Pero
antes de que me destrocen veamos.
Básicamente
fueron tres grupos los que partieron con destino a isla de Cuba luego de la
ejecución de sendos operativos.
El
primer grupo se derivó del secuestro del entonces rector de la Universidad
Autónoma de Guerrero, Jaime Castrejón Diez, acción ejecutada por la Asociación
Nacional Cívica Revolucionaria (ACNR) el 19 de noviembre de 1971, por cuya
liberación obtuvieron la entrega de dos y medio millones de pesos y la
excarcelación de 9 activistas, entre ellos el polémico Mario Menéndez
Rodríguez.
El
segundo -y tal vez el más notorio por sus características- fue el caso de los
militantes de la Liga de los Comunistas Armados (LCA), quienes el 8 de
noviembre de 1972 tomaron por asalto un avión que salía de la ciudad de
Monterrey y tras tensas negociaciones logaron la liberación de varios de sus
compañeros que estaban presos y la ubicación de otros que andaban prófugos,
además de la entrega de cinco millones de pesos y de armamento; de modo que un
total de 13 guerrilleros (algunos hablan sólo de 10) salieron con destino a la
Habana en donde fueron recibidos por el gobierno de Cuba.
Sin
embargo, esa no sería la primera vez que un mexicano se veía involucrado en un
caso de piratería aérea. El 10 de enero de 1969 el joven mexicano de origen
español, Jesús Raúl Anaya Rosique –ex dirigente estudiantil de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UNAM y en ese entonces corresponsal de una agencia de
noticias en la ciudad de Quito- había secuestrado un avión de Aerolíneas
Peruanas procedente Guayaquil con dirección a Miami, desviándolo hacia La
Habana; y siete meses más tarde dos jóvenes mexicanos, María del Pilar Muñoz y
José Cabrera, desvían un avión de Mexicana de Aviación hacia La Habana en donde
el gobierno cubano les concede asilo político, provocando con ello una dura
crítica por parte de la prensa mexicana, a la que por su parte el periódico
Granma reacciona con una violenta réplica.
El
tercer y último grupo es el que salió luego del secuestro del cónsul
norteamericano en Guadalajara, Terrance George Leonhardy, operativo ejecutado
por parte de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP) el 3 de mayo
de 1973, y gracias al cual se logró la excarcelación de 30 guerrilleros presos
en distintas partes del país y pertenecientes a diversas organizaciones
armadas. Así, este grupo saldría pocos días después en un avión de la fuerza
área mexicana con destino a la Isla de Cuba.
Con
esta referencia retomo no sólo el testimonio del compañero Garnica, sino
también el que otros ya han hecho de manera pública y privada sobre su
experiencia como “invitados” en la Isla de Cuba.
Para
muchos de ellos su estancia en ese modelo y paradigma de la revolución
socialista fue todo un desengaño, cuyo saldo fue el desánimo, la depresión y en
algunos casos hasta la decepción.
Es
importante señalar que, independientemente de su experiencia personal, ninguno
de ellos se ha atrevido a negar o a cuestionar los logros de la Revolución
Cubana; sino que más bien, esos sentimientos se fundamentan en la forma en cómo
fueron tratados, pero sobre todo, respecto a la posición asumida por gobierno
de Cuba respeto al de México.
La
mayoría de los activistas que llegaron a Cuba por vía de acciones
revolucionarias, creyeron que su estadía en Cuba sería muy distinta a la que
realmente experimentaron. Algunos llegaron con la idea de reagruparse y
consolidar una organización armada que, previa instrucción militar en la isla,
regresarían a México para continuar la lucha; otros pensaron en la oportunidad
de prepararse y aprovechar su estancia para consolidar su formación académica e
ideológica; otros más ilusamente creyeron que en algún momento serían llamados
para conocer y experimentar los logros de la revolución y hasta participar en
sus avances. Pero la realidad fue que nada de eso sucedió.
Todo
lo contrario. Desde que llegaron fueron aislados, clasificados, encuartelados y
limitados en sus libertades más básicas y derechos de todo asilado, o al menos
invitado: como el de expresión y libre tránsito. Algunos de ellos se atrevió a
afirmar que si no les daban esas libertades a los cubanos, mucho menos a ellos,
pero esa es sólo una opinión.
Lo
real es que si bien se les proporcionó todo lo necesario para su subsistencia
-comida, techo y vestido- también lo es que individual y colectivamente en la
práctica se les marginó. De modo que más que una guerrilla olvidada –como
titula Héctor Guillermo su libro- más bien fueron una guerrilla ignorada. Tan
así, que la mayoría de ellos iniciaron las gestiones para salir de la isla,
algunos lo lograron, otros no.
Pero
lo más lamentable de esa carencia de solidaridad no fue el que no se les
proporcionara adiestramiento militar, o que no se les permitiera estudiar, o
que no se les facilitaran los medios para tener una estancia más provechosa.
Sino porque la posición del gobierno cubano siempre fue –y ha sido, salvo el
raspón del “comes y te vas”- de franco y abierto respaldo a los gobiernos de
México en turno, y de manera más irónica y penosa todavía con el de Luis
Echeverría Álvarez (tal vez el principal represor de los movimientos
revolucionarios en México) a quien cuando visitó la isla el gobierno cubano, y
Fidel Castro en persona, lo trataron con todos los reconocimientos y honores
posibles.
Y
para colmo, para que no fueran a estorbar, a los revolucionarios mexicanos se
le envió a la fuerza a otra isla más pequeña, como de concentración.
Eso
lo supieron desde que llegaron, el propio Manuel Piñeiro se los advirtió desde
el principio, el gobierno cubano consideraba al de México como su amigo y unos
de sus principales aliados, recordando que el gobierno de México era el único
que se había mantenido del lado de los cubanos en los momentos diplomáticos más
difíciles. Eso, sin contar, que de México había partido el Granma en donde
venían quienes encabezarían y llevarían al triunfo a la Revolución Cubana. Por
eso, el mismísimo Fernando Gutiérrez Barrios tenía trato de comandante en la
isla, además de prodigársele el más grande de los afectos. En consecuencia, el
gobierno de Cuba no haría absolutamente nada que fuera en contra del gobierno
mexicano. Y quedó bien claro!
Pero
no sólo se les escondió y marginó en estos casos; también cuando Leonid
Brezhvev visitó la isla se les confinó. Y cuando se llevaban a cabo otro tipo
de celebraciones también sucedía lo mismo, de modo que apenas y tenían la
oportunidad de entrevistarse con los camaradas que integraban las delegaciones
mexicanas; además de que el aislamiento al que estaban sujetos incluía
cualquier tipo de contacto fuera de Cuba, incluidos sus familiares. Al tal grado
llegó esta situación que el resto de los asilados políticos radicados en la
isla, principalmente latinoamericanos, empezaron a ver al grupo de mexicanos
con desconfianza y hasta desprecio.
Acabamos
de celebrar recientemente el pasado 26 de junio el 60 aniversario de la
Revolución Cubana y nuevamente los revolucionarios de México hicieron patente
su solidaridad con el gobierno y el pueblo de Cuba. Una solidaridad, como se
ve, mal correspondida. Así lo pudieron atestiguar quienes formaron parte de
aquella guerrilla ignorada.
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