Snowden
y el Papa/Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance, Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents, and, most recently, Year Zero: A History of 1945
Publicado en Project
Syndicate | Octubre de 2013
El
Papa Francisco cada vez se parece más a una ráfaga de aire fresco que sopla por
las recámaras rancias de la Iglesia Católica. Parece y se comporta como un ser
humano normal. Usa zapatos en lugar de zapatillas de terciopelo rojo. Tiene
buen gusto para la literatura: Dostoievski, Cervantes. Y demuestra una actitud
más humana hacia los homosexuales, aun si no se ha opuesto a la doctrina de la
iglesia sobre el comportamiento sexual.
Pero
lo más sorprendente que ha dicho Francisco, en una carta reciente al periódico
italiano La Repubblica, tiene que ver con los no creyentes. Un no creyente está
a salvo de los fuegos del Infierno, nos asegura el Papa, siempre y cuando el no
creyente escuche a su propia conciencia. Estas son sus palabras exactas:
“Escuchar y obedecer a la propia conciencia significa decidir ante lo que se
percibe como el bien o como el mal”.
En
otras palabras, no necesitamos ni a Dios ni a la Iglesia para que nos digan
cómo comportarnos. Nuestra conciencia es suficiente. Ni los protestantes
devotos llegarían tan lejos. Los protestantes sólo descartan a los curas como
un conducto entre un individuo y su creador. Pero las palabras de Francisco sugieren
que podría ser una opción legítima descartar al mismísimo Dios.
La
Iglesia Católica no habría sobrevivido todo el tiempo que sobrevivió si no
hubiera estado dispuesta a cambiar con los tiempos. La declaración del Papa
ciertamente concuerda con el individualismo extremo de nuestra época. Pero, aun
así, sigue siendo un poco desconcertante. Después de todo, un creyente
cristiano, como lo debe ser el Papa, tendría que asumir que las cuestiones del
bien y del mal, y cómo comportarse éticamente, son prescriptas por la doctrina
de la Iglesia y los textos sagrados. Los cristianos creen que sus opiniones
sobre lo que está bien y lo que está mal son sagradas y universales, y esa
moralidad es una búsqueda colectiva.
No
sé si Edward J. Snowden, el ex empleado de inteligencia norteamericano que
expuso secretos oficiales en protesta contra el espionaje que hace su gobierno
de sus ciudadanos, es cristiano. Tal vez sea ateo. Como fuera, encaja
perfectamente en la visión de la persona moral del nuevo Papa. Snowden dice
haber actuado de acuerdo con su conciencia, para proteger “las libertades
básicas de la gente en todo el mundo”. Su opinión del bien colectivo era
enteramente individual.
Tal
vez en una era secular el comportamiento ético no tenga otra base que la conciencia
propia. Si los textos sagrados ya no pueden mostrarnos la diferencia entre el
bien y el mal, tendremos que decidir por nosotros mismos. La democracia liberal
no puede ofrecer la respuesta, tampoco pretende demostrar que sí puede hacerlo.
No es más que un sistema político destinado a resolver conflictos de intereses,
legal y pacíficamente. Los temas vinculados a la moralidad y al significado de
la vida la exceden.
Pero
la política democrática puede estar, y muchas veces lo está, fuertemente
influenciada por las creencias religiosas. La mayoría de los países europeos
tienen partidos políticos demócrata-cristianos. Israel tiene sus partidos
ortodoxos. La política norteamericana está saturada de doctrina y símbolos
cristianos, sobre todo -pero no excluyentemente- en la derecha. Los musulmanes
intentan inyectar su fe en la política, muchas veces de modos no liberales.
Luego
están las ideologías políticas seculares, como el socialismo, que tienen un
fuerte componente ético. Los partidos socialistas y comunistas, no menos que la
Iglesia Católica, tienen opiniones firmes sobre lo correcto y lo incorrecto, y
sobre qué debería ser el bien colectivo. De hecho, la democracia social en
muchos países está arraigada en el cristianismo.
Y,
sin embargo, a pesar de la enorme victoria que obtuvieron los
demócrata-cristianos de la canciller alemana Angela Merkel en las recientes
elecciones de Alemania, el cristianismo es una fuerza que se desvanece
rápidamente en la política europea. Y la influencia de los partidos de izquierda
se está extinguiendo aún más rápido. Gran parte de lo que quedaba de la
ideología socialista desapareció a fines de los años 1980 con la caída del
imperio soviético.
Lo
que surgió desde los levantamientos sociales de los años 1960 y los “Big Bangs”
financieros de los años 1980 es un nuevo tipo de liberalismo que no sólo carece
de una base moral clara, sino que también considera que la mayoría de las
restricciones del gobierno son ataques a la libertad individual. En muchos
sentidos, ya no somos ciudadanos, sino consumidores. El comportamiento
descontrolado, tanto personal como financiero, del ex primer ministro italiano
Silvio Berlusconi lo convirtió en el político perfecto para la era neoliberal.
¿Podría
haber nuevas maneras de establecer una base moral para nuestro comportamiento
colectivo? Algunos utópicos creen que Internet lo logrará creando un espacio
donde nuevas redes de ciudadanos transformen el mundo. Considerando que los
medios sociales se pueden utilizar para movilizar a la gente a favor de buenas
causas, hay algo de verdad en esto. Miles de idealistas chinos, inspirados por
blogueros y medios sociales, ayudaron a sus compatriotas después de un
terremoto reciente, a pesar de que su gobierno estaba acallando las noticias.
Pero
Internet, en realidad, nos está llevando en la dirección contraria. Nos alienta
a volvernos consumidores narcisistas, expresando nuestros “me gusta” y
compartiendo cada detalle de nuestras vidas individuales sin conectarnos
verdaderamente con nadie. Esta no es la base para encontrar nuevas maneras de
definir el bien y el mal o de establecer significados e intenciones colectivos.
Todo
lo que hizo Internet fue hacer que a las empresas comerciales les resultara más
fácil compilar bases de datos enormes sobre nuestras vidas, pensamientos y
deseos. Las grandes empresas luego pasan esta información al gran gobierno. Y
es por eso que la conciencia de Snowden lo llevó a compartir secretos de
gobierno con todos nosotros.
Tal
vez nos haya hecho un favor. Pero no puedo imaginar que sea exactamente la
persona a la que el Papa Francisco tenía en mente cuando intentaba achicar la
brecha entre su fe y nuestra era de individualismo desatado.
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