Las
urgencias de Argentina/Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro Hitler’s shadow empire será publicado por Harvard University Press este año.
Su próximo proyecto se centra en la historia económica de América Latina.
Publicado en El
País | 13 de noviembre de 2013
En
las ceremonias de entronización papal desde el siglo XV hasta entrado el XX, un
miembro del séquito tenía la responsabilidad de recordarle al pontífice la
verdadera naturaleza del poder: al menos tres veces le repetía Sic transit
gloria mundi.“Así pasa la gloria del mundo” es la frase perfecta para un
cardenal siendo consagrado vicario de Cristo. Ya decíamos en estas páginas que
el Gobierno argentino se negaba a entender que el poder nunca es eterno. Entre
un resultado claramente adverso en las elecciones legislativas del 27 de
octubre y la desafortunada enfermedad de la presidenta Cristina Fernández, el
mensaje parece haber llegado, tardíamente, a Buenos Aires.
Fiel
a su estilo propagandístico, el Gobierno presentó la derrota como una victoria,
repitiendo a todo el que quisiera escuchar que mantenía el control de ambas
Cámaras (senadores y diputados). Como tantas veces en Argentina, el argumento
es fáctico, pero poco genuino: una oposición dividida e incluso peronista se
impuso contundentemente en la mayoría de los centros urbanos. El kirchnerismo
perdió el 20% del voto popular e irónicamente para un régimen que se vende de
izquierda mantuvo su mayoría gracias a las provincias más clientelistas.
El
autoritarismo argentino se ha topado con un límite, tanto en las urnas como en
el ejercicio del poder personalista, que ha distinguido a la década
kirchnerista: el hecho de que Cristina Fernández no tenga lugartenientes
fuertes para continuar su gestión mientras se recupera es característico de su
manera de ejercer el poder. “Poder que delega, poder que se pierde”, es una de
las máximas atribuidas al difunto presidente Néstor Kirchner. Así, el rumor en
Buenos Aires es que al cuestionado vicepresidente en ejercicio los ministros ni
siquiera le atienden el móvil. Sin mencionar ejemplos históricos de poco gusto,
basta ver la Venezuela mística de Nicolás Maduro para saber cómo evolucionan
los vacíos de poder en los nuevos populismos.
Desde
una perspectiva puramente institucional, sin embargo, es muy positivo que el
debate político ya no se centre en una reforma constitucional para perpetuar a
Cristina Fernández en el poder. Hoy el Gobierno prefiere abordar “la madre de
todas las luchas” contra el odiado grupo Clarín en vez de lidiar con sus
profundos problemas como los de alta inflación, baja competitividad y
aislamiento internacional (excepto, cabe recalcarlo, las relaciones con los
polos pluralistas de Cuba, Venezuela e Irán). Y de la re-reelección ni se habla.
Es
un buen momento entonces para poner el foco sobre lo que puede y debe cambiar
en Argentina. Sin soñar con el reciente Pacto por México, hay cinco prioridades
esenciales:
Primero,
librarse de la inflación. La mentira estadística tiene consecuencias reales: la
pobreza y el hambre suben mientras el Gobierno subsidia a sus amigos ricos con
una variedad de tipos de cambio. Todavía no logro encontrar un solo
kirchnerista que niegue que las víctimas de la inflación son los pobres, no los
ricos. Así no se hace la revolución: el banco central no necesita
propagandistas, necesita economistas.
Segundo,
apostar por infraestructuras en vez de ideología. La nacionalizada Aerolíneas
Argentinas ha gastado subsidios de todos, pero no ha hecho nada para conectar
más y mejor al país. Renovados trenes traerían no solo inversiones y trabajo
genuino, sino más competitividad y valor agregado para que el país crezca a su
potencial.
Tercero,
reinsertarse en el mundo como par en vez de paria, reparando no solo las
históricas relaciones con España y la Unión Europea, sino también con vecinos
esenciales como Brasil y Uruguay. Más integración latinoamericana no es un
proyecto del odiado neoliberalismo, sino una apuesta racional para dejar el
aislamiento autoinfligido.
Cuarto,
promover una reforma educativa para beneficiar a los sectores más humildes. La
educación es lo opuesto del clientelismo. La asignación universal por hijo
debería ser mucho mayor para los que menos tienen, e inexistente para los que
no la necesitan. Y en el marco de la universidad pública, es justo que los que
pueden pagar ayuden a subsidiar becas meritocráticas para el resto.
Quinto,
liberarse del déficit energético que hace que la pobre Argentina pague más por
gas líquido que el rico Japón. La riqueza argentina siempre estuvo en el suelo,
pero se necesita seguridad legal e inversión extranjera para beneficiar a la
población.
Dos
años son una eternidad política, especialmente en una Argentina donde el
peronismo se apresta a una guerra civil. Desde la vuelta de la democracia en
1983, han existido dos situaciones similares, cuando un Gobierno se desgasta en
el poder sin un claro sucesor y con una economía que resquebraja. Una de ellas
culminó en reformas positivas, pero insuficientes, y la otra en la tragedia de 2001.
El poder será transitorio, pero la agenda a seguir es clara. Sic transit.
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