Las
listas de ciudadanos/Elisa de la Nuez es abogada del Estado, fundadora de Iclaves y editora del blog ¿Hay derecho?.
Publicado en El
Mundo | 14 de noviembre de 2013
Hace
algunos años me contaron una anécdota sobre dos directores de orquesta, uno
ruso y otro inglés. El primero alardeaba de su falta de antisemitismo
explicando que tenía un gran número de judíos entre sus músicos. El segundo le
escuchaba pacientemente. Al final el ruso le preguntó: «¿Y usted, cuantos
músicos judíos tiene en su orquesta?». El inglés le contestó: «No lo sé».
Como
nos recuerdan los psicólogos sociales, establecer categorías de seres humanos
(negros y blancos, judíos y gentiles, rojos y azules, catalanes y españoles) es
el primer paso para empezar a discriminarlos, resaltando lo que es distinto y
difuminando lo que es común. En España hemos redescubierto hace poco, gracias a
nuestra partitocracia, una categoría que pensábamos haber superado felizmente
desde hace unas décadas: la de los afectos y desafectos.
Efectivamente,
uno de los síntomas más graves de la degeneración de nuestra democracia es la
aparición, bajo distintos nombres y formatos, de listas y archivos de ciudadano
elaboradas directa o indirectamente por o para los poderes públicos. Por ahora,
el caso más grave que ha salido a la luz es el de los ficheros o listas negras
del CESICAT, la Fundación dependiente de la Generalitat, que además de vulnerar
unas cuantas normas legales y varios principios constitucionales, revela una
concepción profundamente antidemocrática de la sociedad. Y es que en esto de la
ocupación totalitaria de la sociedad civil y del desprecio hacia el Estado de
Derecho Cataluña está decididamente a la cabeza del resto de España. Pero esta
conducta también posee una cierta ingenuidad, pues hasta tenían previsto hacer
listas blancas, es decir, la de los buenos ciudadanos catalanistas y
secesionistas, o simplemente la de los que apoyan al poder establecido o le
tienen miedo, que todo pudiera ser. Se ve que al president Mas, a diferencia
del presidente Rajoy, no le basta la mayoría silenciosa y prefiere que la gente
se retrate.
Y
digo ingenuidad porque no hace falta elaborar una lista blanca oficial y con
sellos de ciudadanos afectos -lo que no deja de ser una práctica bastante
sospechosa en un país supuestamente democrático, por no hablar del tufillo
franquista- cuando funcionan de maravilla las extraoficiales y no sólo en
Cataluña. Porque en España hoy es muy importante saber si los periodistas,
economistas, abogados, funcionarios, profesores, proveedores, autónomos,
empresarios, escritores, etc., son o no «de confianza» por usar una expresión
que le oí una vez a un dirigente político de los que ahora gobiernan. Porque si
eres «de confianza» -por buen profesional que seas- estás dispuesto a callarte
frente a los abusos y los atropellos, las tonterías y las falsedades, las
ilegalidades y los delitos siempre que proceden de tu propio bando -o banda-
claro. Es más, incluso estás dispuesto a colaborar activa o pasivamente para
que puedan cometerse los desmanes mirando para otro lado, echando balones fuera
o incluso tapando las vergüenzas con informes «técnicos» que dan mucha
vergüenza, como el reciente de la AEAT explicando que la Infanta no puede
cometer delito fiscal por mucho que se empeñe, cosas de la sangre azul.
Si
eres «de confianza» te limitarás, como mucho, a comentar en voz baja los casos
donde se les ha ido un poco la mano a los tuyos, siempre en espacios cerrados y
no públicos y a otra gente «de confianza» igualmente discreta. Por supuesto,
jamás dirás nada en alto y en público a las personas responsables del desastre
o/y que podrían hacer algo por remediarlo que frecuentemente suelen ser las
mismas. A esto en España se le llama «lealtad». No hace falta decir que la
lealtad así entendida le viene estupendamente bien al leal, por lo cómoda que
resulta y por los buenos réditos que da. Aunque mucho mejor le viene al que
manda, al que nunca le falta gente experta y con solvencia profesional y
técnica para avalar cualquier disparate, arbitrariedad o abuso. En fin, que en
España trae a cuenta quedarse callado y no denunciar las malas prácticas de los
que mandan. Y todavía trae más cuenta ser cómplice. Así que hay mucha gente que
podría entrar cómodamente en la lista blanca de los ciudadanos afectos al
régimen, como hace unas cuantas décadas, por la sencilla razón de que así se
vive muchísimo mejor, exactamente igual que entonces. Así se consiguen
contratos, te hacen favores, te nombran para comisiones, te dan premios, te
invitan a saraos con gente importante, te dan subvenciones, te ascienden. Eres
el último al que echan de los sitios. Incluso se puede encontrar trabajo en los
tiempos que corren, que ya es decir. Por esa razón estas listas no hacen tanta
falta, porque casi todo el mundo está ahí por defecto. Eso sí, no todo el mundo
con los mismos méritos, eso es verdad.
Porque
ya puestos a hacer distinciones que tengan más sentido en las listas blancas
podemos distinguir varios subgrupos. Tenemos a aquellas personas que se rasgan
las vestiduras ante la inmoralidad y la injusticia, pero sólo cuando viene del
adversario. Digamos que padecen una especie de ceguera moral selectiva, sólo
son capaces de discernir la corrupción y las malas prácticas cuando no
provienen del grupo al que se pertenece. Lo que por cierto resulta también
bastante cómodo, dado que lo más difícil del mundo es precisamente denunciar la
incompetencia y la corrupción de los afines como nos recuerda Muñoz Molina en
Todo lo que parecía sólido. Y hasta los oponentes te respetan, porque al fin y
al cabo demuestras que conoces las reglas del juego, aunque seas del equipo
contrario. Que no vienes a reventar el partido, en suma.
Luego
están los técnicos. En esta nutrida categoría tenemos no sólo a los servidores
públicos que nunca ven las malas prácticas o las ilegalidades hasta el día que
les revientan en la cara -como los profesionales de Canal Nou, vamos, que se
dieron cuenta de que estaban haciendo propaganda y no información el mismo día
en que les echaron- sino también a los numerosos profesionales y expertos que
«no se quieren meter en política». El no meterse en política equivale, más o
menos, a tragarse lo que haga falta, como por ejemplo hacer una auditoría a una
caja de ahorros dos minutos antes de que quiebre sin notar nada raro, aunque,
eso sí, a cambio de una remuneración razonable, o el organizar seminarios y
conferencias sobre transparencia y corrupción donde está mal visto hablar de
casos muy concretos y reales de corrupción y opacidad que afectan a los
organizadores. Después tenemos a la mayoría más que silenciosa, resignada del
tipo «esto es lo que hay» o como diría el ministro Montoro «esto es España».
Los que creen que no se puede hacer nada y que todos son iguales así que para
qué molestarse. Por último están también a los que han decidido que hay que
hacer algo, sí, pero que lo tienen que hacer otros por ellos, por si la cosa
sale mal.
Por
último, en una categoría aparte y muy superior -de afectos entusiastas, podría
decirse- habría que encuadrar a los militantes y colocados de los partidos, que
son capaces de decir, por ejemplo, que han firmado un recibí de dinero por no
recibir dinero delante de un juez sin que les dé la risa o los que firman el
informe de una Comisión de Investigación sobre la tragedia del Madrid Arena
concluyendo que no hay más responsabilidad del Ayuntamiento que la asumida
voluntariamente por un vicealcalde por «autoexigencia ética», aunque acabe de
ser imputado y sea inmediatamente recolocado.
Porque,
si vamos a tener listas, a mí por lo menos me gustaría conocer los nombres,
apellidos, cargos y currículos de esas personas que, amparándose bajo el
paraguas de instituciones y colectivos (la AEAT, la Fiscalía, la Comisión de
Investigación, el Consejo de Administración o lo que sea), son capaces de
afirmar que las infantas delinquere non potest o que nombran para ocupar un
cargo directivo en el sector público una persona sin ninguna experiencia previa
pero con vínculos con el partido. Me parece que desde un punto de vista de
calidad democrático no hay color con las otras. Se ganaría mucho en
transparencia y hasta en vergüenza torera.
Y
luego están las listas negras, en la que estamos gente como la autora de estas
líneas y los lectores que están de acuerdo con ellas. A mucha honra.
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