5 ene 2014

El gran tratado que se quedó chiquito


 El gran tratado que se quedó chiquito/CARLOS HEREDIA ZUBIETA*
 Revista Proceso...# 1940, 4 de ene. de 14
 La relación entre Estados Unidos y México es absolutamente estratégica para este último. No hay otra nación con la que México sostenga una relación más intensa. Sin embargo, los vínculos bilaterales están marcados por paradojas que les impiden alcanzar su nivel de madurez, lo que exige una mayor claridad en la definición de nuestros objetivos como país.
 La primera paradoja es que formalmente Estados Unidos y México son socios, pero sus vínculos están marcados por una simetría de poder (…) A lo largo de la mayor parte del siglo XX y en los albores del siglo XXI, Estados Unidos ha dominado a México en los ámbitos económico, militar y diplomático.

 La segunda paradoja es que hay un nivel de interlocución sin precedente entre funcionarios de ambos países, pero a este diálogo le hace falta la confianza recíproca (…)
 La tercera paradoja es que el cambio de la política unilateral del presidente George W. Bush al lenguaje de la “responsabilidad compartida” del presidente Barack Obama careció de contenido, más allá de la retórica. Con la “guerra contra las drogas”, la relación bilateral se volvió casi monotemática en torno al asunto de seguridad. Washington acusa a México de no detener los envíos de droga hacia el norte y México responsabiliza a Estados Unidos de no impedir los flujos de dólares del narco y de armas de asalto que van a dar a manos del crimen organizado en nuestro país. No existe una búsqueda conjunta de soluciones compartidas para problemas comunes.
 La cuarta paradoja es que cuando las constelaciones parecen alinearse para México al inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto, Washington está estancado en disputas internas, con una polarización política sin precedente, de modo que la falta de acuerdos respecto al “abismo fiscal” y al techo de endeudamiento de Washington ponen a ese país y al nuestro en elevado riesgo.
 La quinta paradoja es que cuando las élites económicas y políticas estadunidenses apuntan que hay condiciones favorables para un resurgimiento económico de México, la imagen de este país en las percepciones del público estadunidense es muy desfavorable.
 Dos fechas han marcado indeleblemente el rumbo de la relación bilateral en años recientes: por un lado, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, y por el otro, la crisis económica y financiera detonada en Estados Unidos a partir del 15 de septiembre de 2008. Se ha dicho acertadamente que en Estados Unidos “toda la política es local” y por lo tanto las consideraciones internas prevalecen sistemáticamente sobre la política exterior. Los imperativos de la política interna y de los equilibrios de poder al interior de Estados Unidos opacan la política de “buena vecindad”, que difícilmente rebasa el ámbito de la retórica.
 La presencia territorial de las bandas mexicanas del narcotráfico de ambos lados de la frontera y la fallida “guerra contra el narco”, así como la negativa de la parte estadunidense para aceptar su responsabilidad en el surgimiento y la extensión de ambos fenómenos, han hecho que México pasara de ser un socio comercial de Estados Unidos y un actor que favorecía la estabilidad política regional en los últimos años del siglo XX, a ser percibido como un problema de seguridad nacional para Washington en los albores del siglo XXI.

Washington y la Ciudad de México carecen de una carta de navegación para orientar el curso de la integración entre ambos países. La simbiosis entre los dos países ocurre cotidianamente por una cada vez mayor imbricación de sus mercados de trabajo, por la migración mexicana, por el incremento en el volumen comercial y por la vasta red de contactos entre empresas y ciudadanos de los dos países.
 Además de la diplomacia entre los presidentes, se da la diplomacia parlamentaria entre los congresos, la diplomacia federativa entre los estados de ambos lados de la frontera, la diplomacia artística, la cultural y la educativa. Sin embargo, los gobiernos no han sido capaces o no han tenido la voluntad política de dotarse de una hoja de ruta común hacia adelante, que confirme posibilidades y dé cauce al enorme potencial de la acción conjunta (…)
Fin de ciclo
Desde su entrada en vigor en 1994, el TLCAN fue visto como el codificador de la relación bilateral México-Estados Unidos. El gobierno de Carlos Salinas de Gortari concibió el pacto comercial como una manera de dejar atrás políticas “proteccionistas” y de “blindar” las políticas económicas instrumentadas en México, de modo tal que no fuera posible revertir la liberación comercial por parte de algún futuro gobierno que se adscribiese a otra escuela de pensamiento económico.
De acuerdo con lo establecido en su preámbulo, los objetivos declarados del TLCAN­ permitirían lo siguiente a los tres países: incrementar la competitividad de sus empresas en los mercados globales; impulsar la creatividad y la innovación, y promover el comercio de bienes y de servicios amparados bajo los derechos de propiedad intelectual; crear nuevas oportunidades de empleo, proteger los derechos básicos de los trabajadores y mejorar los niveles de vida en sus respectivos territorios; promover el desarrollo sustentable y salvaguardar el bienestar público y fortalecer el cumplimiento de leyes y normas ambientales (…)
El efecto dinamizador y estimulante de las exportaciones y de las inversiones fue muy significativo hasta 2001, aprovechando la bonanza de alto crecimiento de la economía estadunidense durante el último decenio del siglo XX. Entre 1994 y 2012, el comercio entre Estados Unidos y México se multiplicó por cinco, mientras que la facilitación de los flujos de inversión hizo que éstos se multiplicaran por seis respecto a los niveles existentes antes del pacto comercial.

Las exportaciones mexicanas a Estados Unidos crecieron de 42 mil millones de dólares en 1993 a 263 mil millones de dólares en 2011; casi 80% de las ventas mexicanas al exterior se dirigen al mercado estadunidense, incluyendo petróleo crudo, frutas, legumbres, televisores, teléfonos celulares, computadoras y vehículos de pasajeros. A su vez, en 2011, las ventas estadunidenses a México llegaron a 198 mil millones de dólares, monto superior a las ventas de Estados Unidos a Brasil, la India, Japón y el Reino Unido juntos.

Sin embargo, a partir de 2001 el impulso del TLCAN disminuyó. La participación de América del Norte en el comercio mundial pasó de 30% en 1994 a 36% en 2001 y cayó a 29% en 2010. El TLCAN cumplió su propósito de incrementar los flujos comerciales y de inversión, y ha concluido su ciclo; en lo que toca a México, el pacto comercial ha dejado de servir como hoja de ruta para la integración regional, al menos por cuatro razones: las élites económicas y políticas de México consideraron el pacto comercial como un punto de llegada, más que como un punto de partida; la situación geopolítica y de seguridad se complicó radicalmente a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001; la ausencia de previsión del ascenso de la República Popular China y de Asia-Pacífico como la región más dinámica de la economía mundial; la más severa recesión económica y financiera desde la Gran Depresión de 1929 se desató en Estados Unidos a partir del otoño de 2008.
 Con todo, la razón principal de la falta de dinamismo del TLCAN desde 2001 fue que a los tres socios les faltó visión y no supieron pensar en grande, al tiempo que Asia dio un gran salto hacia adelante.
Asimetrías
Adicionalmente, entre amplios sectores de la población en los tres países signatarios del TLCAN está muy extendida la convicción de que los beneficiarios del pacto comercial son los habitantes del otro país distinto del suyo. En México se culpa al tratado por el desmantelamiento de la agricultura campesina. En Estados Unidos se cree que el acuerdo ha presionado a la baja los salarios y causado una fuga de empleos manufactureros hacia México, al tiempo que en Canadá se señala la ofensiva contra las medidas de protección y bienestar social, y el incumplimiento estadunidense en madera suave como muestra de la ineficacia del pacto.
Adicionalmente, las reformas emprendidas por los sucesivos gobiernos de México a partir de 1983 no abordaron y por lo tanto no solucionaron los principales obstáculos que enfrenta el país para alcanzar un crecimiento económico sostenido y sustentable.
El ingreso per cápita en México es de alrededor de un cuarto o un tercio del registrado en Estados Unidos, dependiendo de la metodología que se use para medirlo. En 2009, la producción por trabajador en México se ubicaba ligeramente por debajo de un tercio de la registrada en Estados Unidos. Ello significa que no se ha producido un efecto de convergencia económica entre estos dos países como resultado del TLCAN o relacionado con éste.
Existen al menos tres razones que explican la persistencia de las asimetrías entre las dos economías:
–Reformas económicas mal instrumentadas, como la privatización de la banca sin un marco regulador adecuado, o la de Telmex, que pasó de ser un monopolio público a convertirse en un monopolio privado; la falta de otras reformas en áreas como el estado de derecho, la competencia económica, el sector financiero, la educación y la infraestructura, frenaron el crecimiento e impidieron la construcción de una economía moderna.
–La falta de un motor interno que complemente al sector industrial y al consumo de Estados Unidos: el TLCAN ha sincronizado los ciclos de negocios de Estados Unidos y México. Durante el auge económico en los años noventa, el efecto fue benéfico, pero se convirtió en desfavorecedor, en efecto, a raíz de la crisis financiera en Estados Unidos y la recesión global de 2008.
–Las políticas macroeconómicas restrictivas: el Banco de México tiene como objetivo único la estabilidad de precios, mientras que la política fiscal busca un déficit cero sin importar si hay crecimiento o recesión. Por esta combinación de políticas, la economía mexicana absorbe los choques externos sin capacidad de emprender políticas de estímulo independientes.
El TLCAN acentuó las asimetrías económicas y regulatorias preexistentes. Se esperaba que el pacto permitiese que las economías de América del Norte produjeran los bienes y servicios donde pudieran hacerlo más eficientemente. En el largo plazo, se esperaba que el acuerdo facilitara la convergencia salarial y regulatoria entre las partes y, por lo tanto, una mejora en la calidad de vida de la mayoría de la población, pero en los hechos ello no ha ocurrido (…)
El pacto comercial tuvo un impacto significativo en los flujos de comercio e inversión, pero sólo un modesto efecto en las variables que más importan, como la distribución del ingreso, el empleo y el crecimiento.
El mayor problema no es lo que el TLCAN hizo, sino lo que no hizo: fomentar un proceso de integración regional para dinamizar a la economía mexicana e inducir la convergencia del ingreso per cápita de México y sus salarios medios hacia los niveles de Estados Unidos (…)
 *Investigador del CIDE y miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi). Fragmentos de un análisis publicado en el libro La política exterior de México: metas y obstáculos (ITAM/Siglo XXI), coordinado por las internacionalistas Guadalupe González y Olga Pellicer.

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