El
gran tratado que se quedó chiquito/CARLOS HEREDIA ZUBIETA*
Revista
Proceso...#
1940, 4 de ene. de 14
La
relación entre Estados Unidos y México es absolutamente estratégica para este
último. No hay otra nación con la que México sostenga una relación más intensa.
Sin embargo, los vínculos bilaterales están marcados por paradojas que les
impiden alcanzar su nivel de madurez, lo que exige una mayor claridad en la
definición de nuestros objetivos como país.
La
primera paradoja es que formalmente Estados Unidos y México son socios, pero
sus vínculos están marcados por una simetría de poder (…) A lo largo de la
mayor parte del siglo XX y en los albores del siglo XXI, Estados Unidos ha
dominado a México en los ámbitos económico, militar y diplomático.
La
segunda paradoja es que hay un nivel de interlocución sin precedente entre
funcionarios de ambos países, pero a este diálogo le hace falta la confianza
recíproca (…)
La
tercera paradoja es que el cambio de la política unilateral del presidente
George W. Bush al lenguaje de la “responsabilidad compartida” del presidente
Barack Obama careció de contenido, más allá de la retórica. Con la “guerra
contra las drogas”, la relación bilateral se volvió casi monotemática en torno
al asunto de seguridad. Washington acusa a México de no detener los envíos de
droga hacia el norte y México responsabiliza a Estados Unidos de no impedir los
flujos de dólares del narco y de armas de asalto que van a dar a manos del
crimen organizado en nuestro país. No existe una búsqueda conjunta de
soluciones compartidas para problemas comunes.
La
cuarta paradoja es que cuando las constelaciones parecen alinearse para México
al inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto, Washington está estancado en
disputas internas, con una polarización política sin precedente, de modo que la
falta de acuerdos respecto al “abismo fiscal” y al techo de endeudamiento de
Washington ponen a ese país y al nuestro en elevado riesgo.
La
quinta paradoja es que cuando las élites económicas y políticas estadunidenses
apuntan que hay condiciones favorables para un resurgimiento económico de
México, la imagen de este país en las percepciones del público estadunidense es
muy desfavorable.
Dos
fechas han marcado indeleblemente el rumbo de la relación bilateral en años
recientes: por un lado, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001,
y por el otro, la crisis económica y financiera detonada en Estados Unidos a
partir del 15 de septiembre de 2008. Se ha dicho acertadamente que en Estados
Unidos “toda la política es local” y por lo tanto las consideraciones internas
prevalecen sistemáticamente sobre la política exterior. Los imperativos de la
política interna y de los equilibrios de poder al interior de Estados Unidos
opacan la política de “buena vecindad”, que difícilmente rebasa el ámbito de la
retórica.
La
presencia territorial de las bandas mexicanas del narcotráfico de ambos lados
de la frontera y la fallida “guerra contra el narco”, así como la negativa de
la parte estadunidense para aceptar su responsabilidad en el surgimiento y la
extensión de ambos fenómenos, han hecho que México pasara de ser un socio
comercial de Estados Unidos y un actor que favorecía la estabilidad política
regional en los últimos años del siglo XX, a ser percibido como un problema de
seguridad nacional para Washington en los albores del siglo XXI.
Washington
y la Ciudad de México carecen de una carta de navegación para orientar el curso
de la integración entre ambos países. La simbiosis entre los dos países ocurre
cotidianamente por una cada vez mayor imbricación de sus mercados de trabajo,
por la migración mexicana, por el incremento en el volumen comercial y por la
vasta red de contactos entre empresas y ciudadanos de los dos países.
Además
de la diplomacia entre los presidentes, se da la diplomacia parlamentaria entre
los congresos, la diplomacia federativa entre los estados de ambos lados de la
frontera, la diplomacia artística, la cultural y la educativa. Sin embargo, los
gobiernos no han sido capaces o no han tenido la voluntad política de dotarse
de una hoja de ruta común hacia adelante, que confirme posibilidades y dé cauce
al enorme potencial de la acción conjunta (…)
Fin
de ciclo
Desde
su entrada en vigor en 1994, el TLCAN fue visto como el codificador de la
relación bilateral México-Estados Unidos. El gobierno de Carlos Salinas de
Gortari concibió el pacto comercial como una manera de dejar atrás políticas
“proteccionistas” y de “blindar” las políticas económicas instrumentadas en
México, de modo tal que no fuera posible revertir la liberación comercial por
parte de algún futuro gobierno que se adscribiese a otra escuela de pensamiento
económico.
De
acuerdo con lo establecido en su preámbulo, los objetivos declarados del TLCAN
permitirían lo siguiente a los tres países: incrementar la competitividad de
sus empresas en los mercados globales; impulsar la creatividad y la innovación,
y promover el comercio de bienes y de servicios amparados bajo los derechos de
propiedad intelectual; crear nuevas oportunidades de empleo, proteger los
derechos básicos de los trabajadores y mejorar los niveles de vida en sus
respectivos territorios; promover el desarrollo sustentable y salvaguardar el
bienestar público y fortalecer el cumplimiento de leyes y normas ambientales
(…)
El
efecto dinamizador y estimulante de las exportaciones y de las inversiones fue
muy significativo hasta 2001, aprovechando la bonanza de alto crecimiento de la
economía estadunidense durante el último decenio del siglo XX. Entre 1994 y
2012, el comercio entre Estados Unidos y México se multiplicó por cinco,
mientras que la facilitación de los flujos de inversión hizo que éstos se multiplicaran
por seis respecto a los niveles existentes antes del pacto comercial.
Las
exportaciones mexicanas a Estados Unidos crecieron de 42 mil millones de
dólares en 1993 a 263 mil millones de dólares en 2011; casi 80% de las ventas
mexicanas al exterior se dirigen al mercado estadunidense, incluyendo petróleo
crudo, frutas, legumbres, televisores, teléfonos celulares, computadoras y
vehículos de pasajeros. A su vez, en 2011, las ventas estadunidenses a México
llegaron a 198 mil millones de dólares, monto superior a las ventas de Estados
Unidos a Brasil, la India, Japón y el Reino Unido juntos.
Sin
embargo, a partir de 2001 el impulso del TLCAN disminuyó. La participación de
América del Norte en el comercio mundial pasó de 30% en 1994 a 36% en 2001 y cayó
a 29% en 2010. El TLCAN cumplió su propósito de incrementar los flujos
comerciales y de inversión, y ha concluido su ciclo; en lo que toca a México,
el pacto comercial ha dejado de servir como hoja de ruta para la integración
regional, al menos por cuatro razones: las élites económicas y políticas de
México consideraron el pacto comercial como un punto de llegada, más que como
un punto de partida; la situación geopolítica y de seguridad se complicó
radicalmente a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001;
la ausencia de previsión del ascenso de la República Popular China y de
Asia-Pacífico como la región más dinámica de la economía mundial; la más severa
recesión económica y financiera desde la Gran Depresión de 1929 se desató en Estados
Unidos a partir del otoño de 2008.
Con
todo, la razón principal de la falta de dinamismo del TLCAN desde 2001 fue que
a los tres socios les faltó visión y no supieron pensar en grande, al tiempo
que Asia dio un gran salto hacia adelante.
Asimetrías
Adicionalmente,
entre amplios sectores de la población en los tres países signatarios del TLCAN
está muy extendida la convicción de que los beneficiarios del pacto comercial
son los habitantes del otro país distinto del suyo. En México se culpa al tratado
por el desmantelamiento de la agricultura campesina. En Estados Unidos se cree
que el acuerdo ha presionado a la baja los salarios y causado una fuga de
empleos manufactureros hacia México, al tiempo que en Canadá se señala la
ofensiva contra las medidas de protección y bienestar social, y el
incumplimiento estadunidense en madera suave como muestra de la ineficacia del
pacto.
Adicionalmente,
las reformas emprendidas por los sucesivos gobiernos de México a partir de 1983
no abordaron y por lo tanto no solucionaron los principales obstáculos que
enfrenta el país para alcanzar un crecimiento económico sostenido y
sustentable.
El
ingreso per cápita en México es de alrededor de un cuarto o un tercio del
registrado en Estados Unidos, dependiendo de la metodología que se use para
medirlo. En 2009, la producción por trabajador en México se ubicaba ligeramente
por debajo de un tercio de la registrada en Estados Unidos. Ello significa que
no se ha producido un efecto de convergencia económica entre estos dos países
como resultado del TLCAN o relacionado con éste.
Existen
al menos tres razones que explican la persistencia de las asimetrías entre las
dos economías:
–Reformas
económicas mal instrumentadas, como la privatización de la banca sin un marco
regulador adecuado, o la de Telmex, que pasó de ser un monopolio público a
convertirse en un monopolio privado; la falta de otras reformas en áreas como
el estado de derecho, la competencia económica, el sector financiero, la
educación y la infraestructura, frenaron el crecimiento e impidieron la
construcción de una economía moderna.
–La
falta de un motor interno que complemente al sector industrial y al consumo de
Estados Unidos: el TLCAN ha sincronizado los ciclos de negocios de Estados
Unidos y México. Durante el auge económico en los años noventa, el efecto fue
benéfico, pero se convirtió en desfavorecedor, en efecto, a raíz de la crisis
financiera en Estados Unidos y la recesión global de 2008.
–Las
políticas macroeconómicas restrictivas: el Banco de México tiene como objetivo
único la estabilidad de precios, mientras que la política fiscal busca un
déficit cero sin importar si hay crecimiento o recesión. Por esta combinación
de políticas, la economía mexicana absorbe los choques externos sin capacidad
de emprender políticas de estímulo independientes.
El
TLCAN acentuó las asimetrías económicas y regulatorias preexistentes. Se
esperaba que el pacto permitiese que las economías de América del Norte
produjeran los bienes y servicios donde pudieran hacerlo más eficientemente. En
el largo plazo, se esperaba que el acuerdo facilitara la convergencia salarial
y regulatoria entre las partes y, por lo tanto, una mejora en la calidad de
vida de la mayoría de la población, pero en los hechos ello no ha ocurrido (…)
El
pacto comercial tuvo un impacto significativo en los flujos de comercio e
inversión, pero sólo un modesto efecto en las variables que más importan, como
la distribución del ingreso, el empleo y el crecimiento.
El
mayor problema no es lo que el TLCAN hizo, sino lo que no hizo: fomentar un
proceso de integración regional para dinamizar a la economía mexicana e inducir
la convergencia del ingreso per cápita de México y sus salarios medios hacia
los niveles de Estados Unidos (…)
*Investigador
del CIDE y miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi).
Fragmentos de un análisis publicado en el libro La política exterior de México:
metas y obstáculos (ITAM/Siglo XXI), coordinado por las internacionalistas
Guadalupe González y Olga Pellicer.
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