Navidad,
Reyes y locos/Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del CSIC
Publicado en EL MUNDO, 26/12/07;
En
un principio, la Navidad y la Epifanía eran la misma fiesta: la de la
encarnación del Señor. Sólo a finales del siglo IV se separaron. Desde
entonces, Occidente celebra la Navidad y Oriente la Epifanía (Fiesta de los
Reyes). El mes pequeño, es decir, los 12 días que separan la Navidad y la
Epifanía, interpretado de diversas maneras por las diferentes culturas, ya
aparece muy bien estructurado entre los sumerios para quienes cada uno de ellos
augura uno de los meses del año. Estos 12 días son la diferencia entre los 354
días del año lunar y los 366 días del año solar. Cada mes empieza con la luna
nueva y dura 28 días. Este sistema permite una conexión directa entre cada uno
de los 12 días y su mes correspondiente. El único lugar para los 12 días fuera
de los meses sólo está en el año lunar. Entre cada par de meses claros hay un
espacio que los romanos llamaban interlunium, un día o dos que no se incluyen
en ningún mes. Plutarco dijo refiriéndose al número 28: «Este es el número en
que nos ilumina la luna y en estos días se vuelve a su ciclo». Los días oscuros
serían los que estaban entre los meses, entre una lunación y otra. Este
calendario explica y justifica la oposición día/noche, claridad/oscuridad.
Algunos
pueblos antiguos pensaban que durante estos días -tiempo fuera del tiempo, un
período de impureza propio de todo nacimiento hasta la purificación- las
deidades se retiraban del mundo a descansar. Para la tradición babilónica son
los días de la suerte. Los gallegos, el día de Navidad, ponían al relente 12
cascos de cebolla, cada uno con el nombre de un mes cuya suerte aparecía
escrita en él.
Durante
la Edad Media aprovechaban estos días para celebrar la fiesta de los locos. El
26 (San Esteban) y 27 (San Juan Evangelista) de diciembre el bajo clero elegía
por obispo a un niño o a un loco, se disfrazaba y se travestía de las maneras
más perversas, daba órdenes irrisorias, se burlaba del alto clero y hasta del
obispo y organizaba ceremonias irreverentes en las iglesias y en la catedral.
Los herreros echaban herraduras incandescentes en el suelo, los panaderos
echaban panes y dulces en el suelo atados con un hilo y tiraban cuando alguien
se agachaba para recogerlos, los fabricantes de velas las hacían de una materia
que simulara cera pero que no ardía.
En
la Europa rural, hasta finales del siglo XIX, durante este período estaba
prohibido hilar, limpiar las cuadras y llevar el estiércol a las fincas, hacer
la colada y otros trabajos pesados. Si no se quería correr el peligro de coger
la sarna, no se podían comer frutos secos y después de la puesta de sol se
evitaba entrar en los bosques porque los espíritus viajeros eran favorables a
las visiones, lo que aún hoy se refleja en películas como El bosque (EEUU,
2004. Dir. N. Shyamalan). Los habitantes de los pueblos situados en medio de
los bosques temían las incursiones de cazadores y de hombres salvajes celosos
de sus dominios.
En
algunos pueblos de Moldavia aún hoy son 12 días de alegría y de locura
colectiva. Los niños, disfrazados con pieles de oso -animal relacionado con los
antepasados desde muy antiguo- y con cencerros a la cintura y máscaras en la
cara, recorren la ciudad y monopolizan la vida social. El oso danza en las
patios de las casas y sus golpes sobre la tierra son purificadores y
fertilizantes. Las casas que se ven excluidas se sienten deshonradas y
protestan a los organizadores de los eventos festivos que «no las olvidan, sino
que las relegan por algún motivo».
Con
el oso hace su aparición una cabra que simboliza lo no-nacido, la sustancia
primordial del mundo. Es la cabra que dio de mamar a Zeus, futuro padre de los
hombres según la mitología griega.
El
niño que hacía de obispo sabía que era niño y no obispo; el clérigo bajo sabía
que no era Papa sino clero sin poder alguno y que en los días siguientes
volvería a estar al servicio de aquellos a quienes hoy convertía en blanco de
su burla. En el ámbito del mundo cristiano, estas inversiones, homenaje a la
transitoriedad de las cosas del mundo, sólo se pueden comprender en relación
con la exaltación de la infancia y de la locura en los textos del Nuevo
Testamento. «Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en el reino de los
cielos», dice Jesús, y San Pablo dice que el comportamiento de Jesús es una
locura para la gente que ve las cosas con ojos mundanos.
Ser
niño y estar loco es dejar libertad al espíritu para que nos pueda llenar y
hablar directamente por nuestra boca. En muchas culturas, Dios habla por boca
de los locos. Un buen ejemplo es el loco de Les années de braise (Argelia,
1975. Dir. M. Lakhdar-Hamina). Cuando alguien quiere que todo el mundo se
entere de algo, pero nadie quiere ser el responsable de que se sepa se lo dice
a un loco y éste se encarga de difundirlo.
Otros
intérpretes ponen lo que ocurre en relación con la sabiduría de origen divino,
distinta de la que procede y se rige por la razón humana. «El Todopoderoso hace
caer a los poderosos y levanta a los humildes», dijo la Virgen cuando le habló
el ángel Gabriel. «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el
disputador de este mundo? ¿Por ventura no aturdió Dios la sabiduría de este
mundo?», se pregunta San Pablo en la primera carta a los cristianos de Corinto.
El Concilio de Trento dio ordenes de acabar con la fiesta de los locos porque a
mucha gente le recodaba las libertades propias de las Saturnales romanas.
A
medida que la fiesta de los locos fue perdiendo importancia, la fue ganando la
de los Santos Inocentes, a quienes Herodes había matado con la intención de
eliminar con ellos al Niño Jesús, futuro rey de los judíos. Los niños del coro
elegían al obispillo que presidía un oficio de irrisión.
La
fiesta de los Reyes Magos se fraguo con la representación de los actos
sacramentales allá por la Edad Media. Hasta el siglo IV, el Oriente cristiano
celebraba este día el Año Nuevo por el afán de distinguirse de los paganos y
del poder romano, que lo celebraban el 1 de enero.
Cuando
la celebración se instauró en Occidente, la fiesta pasó a significar la
revelación del Señor al mundo pagano. El prototipo de los Reyes es la visita de
unos venidos de Oriente a Belén para rendir visita al Niño Jesús que acababa de
nacer en un portal. A este episodio se unía el recuerdo del bautismo del Señor
en las aguas del río Jordán por Juan el Bautista, también llamado el Precursor.
Según
el testimonio de Herodoto, los magos persas subían cada año a lo alto de una
montaña sagrada y allí encendían una gran fogata en el momento de la aparición
de una estrella que marcaba el momento del renacimiento del sol. Con ello
escrutaban el cielo para descubrir la estrella que anunciaría el nacimiento del
Salvador, que debía nacer de una virgen en una caverna.
La
Epifanía sigue siendo la fiesta primordial para el mundo oriental ortodoxo. El
día de la Epifanía es el día del agua y de los marineros por ser el día del bautismo
de Jesús. El agua es el símbolo más importante de la renovación de la
naturaleza, como el bautismo lo es del renacimiento espiritual del cristiano.
El
hombre es el ser del límite, éste tiene siempre como referencia el misterio que
le excede y la fiesta es un tiempo propicio para descorrer el velo que oculta
el misterio (E. Trías). Aunque no se sabe el día, ni siquiera el año, del
nacimiento de Jesús, con la Navidad los cristianos celebran el día en que Dios
entró en el tiempo, plantó su tienda aquí y habitó entre nosotros.
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