- 30 años en perspectiva/Julio María Sanguinetti, abogado y periodista, fue presidente de Uruguay (1985-1990 y 1994-2000).
Publicado en El
País | 5 de enero de 2014
Hace
30 años arrancaba en América del Sur la oleada democrática que revirtió las
dictaduras de la década de los setenta. En una cálida mañana de 1983, Raúl
Alfonsín asumió la presidencia de la República Argentina, luego de una vigorosa
campaña en que logró, ante el asombro de la mayoría, vencer a un peronismo que
parecía invulnerable. Hace poco compartimos con el sindicalista Hugo Moyano un
acto de presentación de una biografía del líder radical y él contaba —con mucha
gracia— la incredulidad con que los peronistas iban recibiendo, el día de la
elección, los resultados electorales que mostraban para ellos un impensable
resultado.
A
Argentina le siguieron Uruguay y Brasil, en marzo de 1985, y luego Paraguay, en
febrero de 1998, cuando el general Rodríguez, consuegro de Stroesner, destronó
al viejo dictador y abrió el país a la vida democrática.
Todos
esos procesos de transición fueron distintos. En Argentina, la derrota de las
Malvinas sumergió al régimen militar en el oprobio y simplemente entregó el
poder sin previa negociación. En Brasil, por una curiosa ingeniería política,
muy lusitana, el cambio se produjo en el Parlamento que, con restricciones,
funcionaba bajo la dictadura: se asoció el líder opositor, Tancredo Neves, con
quien era entonces el líder de un partido oficialista y frustraron los planes
del régimen de elegir un presidente complaciente. Así abrieron el país a la
libertad. El fallecimiento de Tancredo Neves dio la oportunidad a José Sarney,
quien presidió un Gobierno moderado y hasta hoy, en el Senado, sigue siendo
fiel de la balanza.
En
Uruguay, el proceso de apertura se abrió en 1980 con un histórico plebiscito en
que fue derrotada la propuesta institucional del régimen militar y, tras cuatro
años de arduas negociaciones, se produjo el retorno de la democracia a partir
de marzo de 1985.
La
apertura chilena fue muy peculiar: ocurrió en marzo de 1990, pero Pinochet, el
golpista de 1973 y líder de una severísima dictadura, permaneció como
comandante en jefe del Ejército hasta 1998. Algo análogo, aunque de signo
político contrario, ocurrió en Nicaragua, porque abierta la elección por la
revolución sandinista, triunfó la señora Violeta Chamorro, viuda de un
periodista asesinado por el régimen de Somoza. Ella tuvo que gobernar con un
ejército conducido por el sandinismo y, pese a todas las tensiones acumuladas,
reencaminó al país.
Mirando
esos 30 años en perspectiva, se registra el mejor momento democrático de la
región. Salvo la arcaica excepción cubana, en todos lados se vota. Por
supuesto, esa legitimidad de origen no nos conduce necesariamente a un Estado
de derecho resplandeciente. Muchas grietas asoman en la construcción de ese
edificio. Basta pensar en los agravios que la prensa libre ha sufrido en
Venezuela, Ecuador y aun Argentina, para advertir cuánto falta todavía en la
consolidación de nuestras democracias.
Un
gran aliado internacional ha sido, desde 1989, el fin de la guerra fría, que
estuvo detrás de todas las turbulencias anteriores. Solo fría entre las
potencias, en América Latina fue ardiente y sangrienta, con guerrillas armadas
y entrenadas por el bloque comunista y golpes de Estado prohijados o por lo
menos bendecidos desde el Pentágono.
Hoy
vivimos en otro mundo. Aun en lo económico, donde la globalización nos ha
regalado una avalancha de crédito a bajo interés y una oleada de precios
espectaculares para las materias primas y alimentos. México y Centroamérica,
por su asociación comercial con EE UU, son quienes menos se beneficiaron de
este favorable clima de negocios, pero el conjunto ha crecido a tasas
desconocidas. Nunca los términos de intercambio entre exportaciones e
importaciones nos fueron más favorables. Desgraciadamente hay países que,
inexplicablemente, por su voluntarismo económico y su agresividad política, no
terminan de estabilizarse, como es el caso argentino, que celebró los 30 años
de democracia con una sangrienta ola de saqueos.
Todo
indica que ese eufórico tiempo se irá moderando, pero no se avizoran crisis como
las de 2008. El peligro está en que todos nuestros países siguen dependiendo de
materias primas. Incluso Brasil, que desde los años 30 soñó ser potencia
industrial, ha encontrado hoy en la agricultura (especialmente la soja,
impulsada por China) el mayor factor de expansión.
La
necesidad de diversificar las exportaciones y los rezagos generalizados en
materia educativa, aparecen hoy como los desafíos prioritarios para toda la
región. La pobreza ha bajado, pero la desigualdad permanece y si no se produce
una mejoría sustantiva en el nivel de formación de la nueva generación, un
renovado cuello de botella frustrará la posibilidad de alcanzar un estatus de
país desarrollado que algunos —como Chile— creen avizorar.
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