Homilía para la
misa de apertura del
Capítulo General de los Legionarios de Cristo
8
de enero de 2014
Celebramos
esta misa del Espíritu Santo en la apertura del Capítulo General Extraordinario
para el que nos hemos estado preparando ya durante casi tres años y medio para
cumplir un mandato preciso del Santo Padre Benedicto XVI. Se trata de un evento
de fe que sólo podemos celebrar bajo la guía del Espíritu Santo. El Capítulo se
coloca al final de un largo camino trazado por el mismo Santo Padre y sólo se
puede comprender a la luz del itinerario recorrido. Los dos eventos están
íntimamente unidos. La preparación tenía como meta el Capítulo, y éste tiene a
su vez dos objetivos específicos que le han sido marcados: el nombramiento de
un nuevo gobierno de la congregación y la aprobación de las constituciones que la
congregación de los Legionarios ha revisado profundamente con la participación
y compromiso de todos.
He
subrayado muchas veces que la revisión de las constituciones no podía
considerarse simplemente como un trabajo técnico, sino que debía ser acompañada
por un camino de examen de la propia vida, de revisión y de renovación
espiritual del Instituto. Éste ha sido, dicho simplemente, el camino de
preparación que hemos llevado a cumplimiento.
Esta
celebración eucarística se coloca delante del Capítulo que ahora inicia. Es una
invocación al Espíritu de Dios para que ilumine los corazones, infunda
confianza, gracia y fuerza; para que nos conceda la reconciliación de nuestros
corazones con Dios y entre nosotros, y nos una en el amor a Dios, a la Iglesia
y a la congregación. Esperamos que se renueve el milagro de pentecostés, el
milagro de las lenguas como de fuego. Mientras cada uno de nosotros habla su
propia lengua, expresa sus propias ideas y sus propias convicciones, también
está llamado –en virtud de la luz y la fuerza del Espíritu- a comprender la
lengua del otro, que también se deja guiar por el mismo amor, por el Espíritu
Santo. El milagro de la unidad de las lenguas y del amor dentro de la riqueza
de la pluralidad de las lenguas y de las ideas nos acompaña.
Por
esto, las constituciones que se darán, no serán simplemente un código de leyes
que les una sólo externamente en la disciplina. Serán más bien un texto que es
expresión de una común vocación, de un común ideal, de una común visión y de un
común camino de santidad. Serán un impulso de una común tensión hacia la
realización del proyecto de Dios sobre la congregación y sobre cada uno de
ustedes, para la gloria de Dios y el servicio a la Iglesia y a la misma Legión.
El
corazón de las constituciones es el carisma o el patrimonio espiritual del
Instituto. El Papa, al indicarnos que la tarea principal del camino recorrido y
del Capítulo tenía que ser la aprobación de las constituciones, ha subrayado
también que en este trabajo era necesario profundizar en el carisma mismo del
Instituto. De hecho, las constituciones deben contener la vocación e identidad
mismas del instituto (carisma o patrimonio espiritual), así como las normas
fundamentales para su protección, promoción y desarrollo. Éste ha sido el punto
de atención más importante que se ha tenido en cuenta en la redacción del texto
y que el Capítulo deberá tener presente al aprobar el nuevo texto que se
someterá a la aprobación del Santo Padre.
Aun
cuando la tarea principal del Capítulo es la aprobación de las constituciones,
no es menos importante el nombramiento del nuevo gobierno del Instituto. El
deber primario de los superiores es custodiar y promover el carisma del
Instituto y el carisma no se puede garantizar sino en el servicio de la
autoridad ejercida según el espíritu del evangelio y en fidelidad a las normas
de la Iglesia. Este es un punto al que se debe dar una especial atención. De
modo particular lo tienen que tener ustedes presente, pues han tenido una
historia de sufrimiento que es importante no olvidar. Sobre este tema el nuevo
texto constitucional pone especial atención y cuidado.
Sin
embargo, sabemos que aunque unas leyes bien elaboradas son importantes, no
bastan si no las acompaña un espíritu nuevo. Y es este espíritu nuevo que están
ustedes llamados a cultivar y a hacer crecer en su interior cuando sean
llamados a elegir a sus nuevos superiores. Es necesario tener un corazón
verdaderamente nuevo, y esto tanto los electores como quienes resulten
elegidos. En lo que dependa de ustedes, tengan sólo presente a Dios, el bien de
la Iglesia y de la Legión, y elijan sólo a quienes consideren más dignos e
idóneos para el servicio de la autoridad. Para esto es necesario liberar el
corazón de resentimientos y envidias, y liberar la memoria para no dejarse
apesadumbrar por recuerdos que hacen sufrir y pueden cegarnos.
Ustedes
llegan a este evento después de un camino largo, no exento de dificultades,
pero que hoy se nos presenta sereno y bajo el signo de la confianza. Debemos
agradecer al Señor por esto. El mismo Señor que ha realizado en ustedes esta
obra es el garante que los acompañará también en el camino ulterior que están
llamados a recorrer. Lo que el Señor ha hecho durante este período de
preparación debe ser el recuerdo y la memoria a la que están llamados a volver
para reencontrar la confianza, la serenidad y la esperanza. Esperanza en el
Señor que ha preservado su vocación; en la Legión que en ustedes se presenta a
este Capítulo con nuevas fuerzas y nuevos horizontes; en la Iglesia que los ha acompañado,
particularmente a través del Papa Benedicto XVI quien, en el momento más
trágico de su historia, ha confiado en ustedes, creyendo en su capacidad de
renovación y de fidelidad al Señor; y también los ha acompañado a través del
actual Sumo Pontífice Francisco, que ha querido estar presente en este momento
importante de su historia.
Es
éste también un momento oportuno para agradecer a todos los que han llevado
conmigo el peso del acompañamiento en nombre de la Iglesia y de modo particular
a mis consejeros: S.E. Brian Farrell, P.
Gianfranco Ghirlanda, P. Agostino Montan y Mons. Mario Marchesi.
A
modo de conclusión, quiero recordar lo que tuve ocasión de decirles al inicio
de mi mandato. En mi primera homilía, dirigiéndome a todos precisamente desde este
altar, les expresé la conciencia que tenía de la dificultad vocacional en la
que podían encontrarse. Los invitaba a la confianza y a la fidelidad, a esperar
a que volvieran la luz y la paz antes de tomar una decisión. En la primera
carta que les dirigí, expresaba también mi confianza en el resultado positivo
del camino que habíamos sido llamados a recorrer juntos, subrayando
particularmente que su fidelidad y obediencia a la Iglesia serían la garantía
para llegar a buen puerto. La gran mayoría ha permanecido fiel a la propia
vocación de legionario. En modo particular lo han sido ustedes que hoy se
reúnen para el Capítulo y quieren marcar la primera etapa de la nueva Legión
con el nombramiento de nuevos superiores y la aprobación de un nuevo texto
constitucional con el cual están llamados a conformar su vida.
Creo
que están contentos de haber confirmado su sí al Señor. Han sufrido mucho,
dentro de ustedes y también fuera. Han sufrido la vergüenza de ser acusados, de
ser mirados con sospecha, de ser expuestos a la opinión pública, incluso al
interno de la Iglesia. Han sabido aceptar este sufrimiento por amor a su
vocación, por amor a la Iglesia y a la Legión. El sufrimiento los ha
purificado, los ha hecho madurar. Los ha hecho experimentar la gracia del Señor
y de su amor, que los ha llamado a participar en el misterio de la redención
por medio de la cruz y del dolor. Han participado también en el dolor de
aquellos que han sufrido a causa de algunos miembros de la Legión. Han escogido
el único modo que el Evangelio conoce para la redención del mal: no la fuga, no
el rechazo, no la condena a los demás, sino la participación, la solidaridad y
el amor que entra en el pecado y en el dolor mismos para redimirlos desde
dentro. Hoy están contentos de participar en esta liturgia eucarística,
asociados al misterio de Cristo que, por amor, ofrece la propia vida. Y quieren
renovar con Él la ofrenda de sus vidas.
Podemos
concluir con una texto de la carta a los Hebreos a propósito del sacrificio
redentor de nuestro Señor Jesucristo, quien ha ofrecido el único y perfecto
sacrificio: «¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se
ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras
muertas para servir al Dios vivo?» (Heb. 9, 14). El mismo Espíritu eterno ha
movido sus corazones a ofrecer la propia vida y así cooperar en el sacrificio
redentor de Cristo para la salvación de su Congregación. Que el mismo Espíritu
Eterno obre siempre en sus corazones. El mismo Espíritu está siempre ahí para
secar las lágrimas de su corazón y transformarlas en perlas preciosas ante los
ojos de Dios.
Roma,
8 de enero de 2014.
Velasio
Card. De Paolis, c.s.
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