La
resistencia de los obispos mexicanos ante el papa Francisco/Bernardo Barranco V. es sociólogo y especialista en religión.
La
Iglesia mexicana debe superar inercias frente a los nuevos ordenamientos de
renovación que envía Francisco
El País. 27 de enero de 2014;
Mientras
el papa Francisco cubría su agenda en Brasil en medio de millones de jóvenes,
el cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera, muy confortable, degustaba
costosos vinos en el pueblo gallego de Avión, España. Mientras el Papa
demandaba en Río de Janeiro a los obispos latinoamericanos abandonar la
“psicología de príncipes” y avocarse a la tarea pastoral con el pueblo, el
prelado mexicano jugaba dominó y compartía manjares con grandes magnates como
Carlos Slim, Olegario Vázquez Raña, Miguel Alemán y el acaudalado español,
Amancio Ortega. Así lo atestiguaron las fotos mostradas por la revista Proceso.
Peor aún, el cardenal Rivera semanas antes en la misa cuaresmal había planteado
a su clero, que “el papa quiere que nos comprometamos con los más pobres. ¿Se
trata de una revolución? No… (tampoco) se trata de asumir poses y menos aún de
fingimientos, sino de vivir con amor, sencillez y autenticidad”. Este ejemplo
discordante, entre muchos otros, muestra que la Iglesia mexicana debe superar
inercias frente a los nuevos ordenamientos de renovación que envía Francisco.
Estas inercias van más allá del uso de autos lujosos, anillos y ostentaciones
de esas que les encanta hacer gala a algunos miembros encumbrados de la
jerarquía católica, hay que decirlo: existen obispos opulentos. El problema es
más de fondo y apunta a la identidad religiosa de la Iglesia, en la que existe
actualmente una fuerte tensión entre la misión y la institución.
La
sorpresiva e inesperada presencia del papa Francisco en la conducción de la
Iglesia católica en 2013 ha consignado numerosas novedades para una institución
en crisis, fracturada al más alto nivel de su conducción en Roma y fuertemente
desacreditada por los escándalos de pederastia que minaron su capital moral a
nivel planetario. La irrupción de Bergoglio ha aportado una cierta
reconciliación con los medios a nivel mundial, esto ha atemperado la presión
mundial que pesaba sobre la Iglesia. Pero Francisco representa, de manera
especial, una esperanza de reformas profundas en la vida y la práctica de la fe
de la Iglesia. En el fondo, Bergoglio no está haciendo más que retomar las
orientaciones del Concilio Vaticano II que fueron soterradas por los dos
últimos pontificados. La “revolución pastoral” de Francisco es a final de
cuentas una provocación a la capacidad de la Iglesia de dialogar con mayor
franqueza y profundidad con la cultura contemporánea. Sin embargo, tiene una
importante limitación: son cambios que vienen de arriba hacia abajo. Enfrenta
inercias, identidades cosificadas y conductas viciadas de una Iglesia
encapsulada en su historia y su doctrina como refugio. Francisco enfrenta
actitudes de una Iglesia clericalmente imperial, renuente a cambios. Dicho de otra
manera, si las propuestas de Francisco, ampliamente difundidas por los medios,
no se operan en el terreno de las Iglesias locales de nada servirán. Por ello,
es importante a casi un año de su pontificado repasar cómo está incidiendo el
conjunto de propuestas, ofertas y nuevo estado de ánimo que presenta el Papa
argentino en las Iglesias locales y qué tipo de recepción están haciendo no
solo los episcopados, sino el conjunto de la estructura local que incluye a
religiosos y a laicos.
En
el caso de la Iglesia mexicana, en especial de los obispos, se percibe que la
intrusión de Francisco ha provocado una sacudida y hasta agitación a un gastado
discurso de condenas y confrontaciones de la moral social. La oferta de
Francisco pone en evidencia la incapacidad de los obispos mexicanos para hacer
propias las propuestas de renovación que con entusiasmo ha puesto el Papa sobre
la mesa. El discurso, y sobre todo la actitud, que Francisco ha venido
aportando convulsiona la postura intransigente de las cabezas más visibles del
episcopado mexicano. Qué notable diferencia de posturas, del “maricones” con el
que hace muy poco el cardenal y anterior arzobispo de Guadalajara, Juan
Sandoval, calificaba a los homosexuales, con todo el desprecio cultural de una
porción machista de la sociedad mexicana, al “Quién soy yo para juzgar” del
papa Francisco. Esta imagen de prepotencia excluyente y dolosa del hosco
cardenal de Guadalajara contrasta con la apertura y delicadeza con la que
aborda el pontífice jesuita el mismo tema sin apartarse de la doctrina
tradicional.
Tampoco
el perfil de los obispos mexicanos ayuda mucho. La mayor parte fueron elegidos
para ser sumisos y obedientes a las instrucciones de Roma, ¿cómo pedirles ahora
que sean protagonistas? El libro “De la brecha al abismo. Los obispos católicos
ante la feligresía en México”, trabajo colectivo y de investigación coordinado
por Evelyn Aldaz, muestra los principales rasgos de los obispos mexicanos, que
son: a) haber entrado al seminario casi niños; b) una formación eclesiástica
clerical mediocre, muy pocos obispos poseen una formación en alguna universidad
secular y c) el perfil general del episcopado no es pastoral, más bien está
orientado hacia cuestiones administrativas y de vínculos políticos. Fruto de
una exhaustiva investigación hemerográfica, ese libro muestra también que el
principal interlocutor de los obispos es el Estado, es decir, el poder político
y económico. El episcopado viene arrastrando una inercia de empirismo político
desde las reformas constitucionales de 1991, año del reconocimiento jurídico
ante el Estado. Tanto sus reivindicaciones, demandas y agenda son determinadas
ante el Estado y los poderes fácticos, no ante la sociedad. Pocas veces los
obispos han intentado movilizar a su feligresía porque su capacidad de
convocatoria como recurso de presión social es limitada.
La
mayor resistencia a los cambios que pide Francisco es que los obispos mexicanos
sigan haciendo lo mismo. No todos los obispos quedan a la expectativa, Felipe
Arizmendi de Chiapas renueva sus aspiraciones por la ordenación de diáconos
indígenas y Raúl Vera, de Saltillo, al norte del país, tiene mayores espacios
de maniobra pues se coloca como el prelado más cercano en planteamientos y
práctica a Francisco. Pero la tónica general es de letargo y de una cierta
displicencia.
El
nuncio Christophe Pierre, quien después de seis años se ha convertido en un
polo de poder, en la última conferencia general de los obispos en noviembre de
2013 reconoce retrasos en la conversión pastoral que propone el Papa y centra
su reflexión en la figura del obispo, con afirmaciones fuertes que pueden ser
leídas como severos cuestionamientos a los estilos de vida de muchos obispos,
leamos solo algunas expresiones: “El estilo de servicio del obispo al rebaño
debería –dice el papa Francisco-, caracterizarse por la humildad, y también por
la austeridad y la esencialidad. Por favor. No seamos hombres con la
'psicología de príncipes'. Hombres ambiciosos, que son esposos de esta Iglesia,
pero viven en espera de otra más bella o más rica. ¡Esto es un escándalo!..
¿Existe un 'adulterio espiritual'? No sé, piénselo ustedes. El anuncio de la fe
pide conformar la vida con lo que se enseña. Es una pregunta para hacernos cada
día: ¿lo que vivo corresponde con lo que enseño?... Todos -¡todos, no solo
algunos!-, estamos llamados a ser pobres, a despojarnos de nosotros mismos; y
por esto debemos aprender a estar con los pobres, compartir con quien carece de
lo necesario, tocar la carne de Cristo. El cristiano no es uno que se llena la
boca con los pobres, ¡no! Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos,
que les toca.”
Los
obispos parecen tener temor de cuestionar al gobierno, de romper con sus
aliados en el poder, y se han mantenido tibios ante fenómenos como la
violencia, la migración, la trata, el respeto a los derechos humanos,
Michoacán, etcétera. Ni siquiera han sido firmes con las bajas propias que la
Iglesia ha padecido en los últimos años. De acuerdo con el Centro Católico
Multimedial durante los últimos 18 años han sido asesinados en el país 24
sacerdotes, siendo el sexenio de Felipe Calderón (2000-2006) el más peligroso
para ejercer la vocación religiosa, pues ocurrieron 12 ejecuciones de
presbíteros. Pocos saben que después de ser periodista, en este país ser sacerdote
es altamente peligroso.
Recientemente
fue presentada una investigación sobre las creencias de los mexicanos. La
empresa Ipsos Bimsa fue la responsable de ejecutar la megaencuesta con fecha de
levantamiento del 24 de agosto al 26 de septiembre de 2013 y que fue
patrocinada por el Instituto de Doctrina Social de la Iglesia (INDOSOC), que es
una agrupación de católicos que goza de toda la confianza de los obispos que
desde hace varios años utiliza las encuestas y estudios para situar la fe de
los mexicanos y apoyar a la jerarquía en sus decisiones. Los resultados son
contrastantes pues se coloca a la Iglesia como una de las instituciones más
confiables del país. Y dentro de ella, las religiosas son las mejores evaluadas
y los obispos los peores; solo el 19% de los encuestados aprueba que la Iglesia
influya en políticas públicas y solo el 20% aprueba que la Iglesia se exprese o
incida en la política. Y 20 % de los encuestados no quiso opinar sobre el
aporte social de la Iglesia, mientras que el 28 % de plano consideró que no
existe ningún aporte.
La
jerarquía mexicana está desconcertada ante las propuestas de reformas que hace
el papa Francisco. No sabe qué hacer. Reina cierta pasividad y su silencio
estructural indica que teme a los cambios. Algunos obispos están expectantes,
otros, no coinciden con Francisco pero tampoco hacen pública su disconformidad.
Todos de “dientes para afuera” celebran con sigilo y superficialidad el nuevo
discurso del Papa, sin embargo, las inercias se imponen. A diferencia de
Brasil, es preocupante la pasividad de los obispos, pues México es el segundo
país con el mayor número de católicos en el mundo. La parálisis no puede durar.
El escenario invita a que laicos, organizaciones sociales de inspiración
católica, sacerdotes y congregaciones religiosas históricas en el país irrumpan
y saquen del letargo a su jerarquía paralizada.
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