La tecnología y no la valentía, la razón o el derecho es la que ha dominado el mundo
Espionaje,
tecnología y control del poder/ Carlos Elías es catedrático de Periodismo de
la Universidad Carlos III de Madrid y profesor visitante en el departamento de
Historia de la Ciencia de la Universidad de Harvard.
El
Mundo | 1 de abril de 2014:
¿Por
qué Estados Unidos no dejará nunca de espiar? La semana pasada el semanario Der
Spiegel, a través de los documentos filtrados por Snowden, publicó que Estados
Unidos espió a dos tercios de los jefes de Estado del mundo (incluida Merkel).
The New York Times avanzaba unos días antes que, tras el escándalo de las
filtraciones de Snowden, Obama recortará el espionaje, pero con un matiz: lo
hará sólo dentro de sus fronteras y a sus ciudadanos, pero jamás fuera de ellas
ni a extranjeros. Es decir, podrá seguir espiando el teléfono de Rajoy.
Las
filtraciones de Snowden han demostrado que la tecnología sigue conservando su
característica principal: otorga poder; sobre todo, si tu enemigo no la tiene.
En la conquista de Siracusa, la ciudad griega resistió dos años el asedio
romano (214-212 a. C). Y no fue porque tuviera mejores militares que Roma; sino
gracias a un solo hombre, Arquímedes -ingeniero, físico y matemático-, que
cuando se lo pidieron sus gobernantes ideó tal variedad de artefactos para
defender la ciudad que aún hoy nos asombran. Los historiadores de la antigüedad
-desde Polilio a Plutarco o Tito Livio- coinciden en que el éxito de la
imbatibilidad de Siracusa fue la prodigiosa mente matemática de Arquímedes. En
definitiva, tuvieron la suerte de que allí viviera alguien capaz de convertir
la ciencia en tecnología, como Estados Unidos ha tenido la suerte de que tanto
en el Instituto Tecnológico de Massachusetts como en Silicon Valley se haya
desarrollado una tecnología informática descomunal si la comparamos con la de
otros países.
Plutarco
escribió que los romanos corrían despavoridos cuando veían aparecer algún
artefacto por las murallas de Siracusa. Esa sensación tiene ahora el mundo con
Estados Unidos. Pese al daño que Arquímedes hizo a Roma, sus generales
ordenaron capturarlo vivo. (Un soldado romano lo apuñaló -no sabía quién era-
mientras, cuenta la leyenda, Arquímedes en medio del asedio intentaba resolver
problemas de geometría: «No molestéis mis círculos», fueron sus últimas
palabras).
La
tecnología y no la valentía, la razón o el derecho es la que ha dominado el
mundo. Así de simple, pero también de complejo. Los romanos conquistaron Europa
porque eran unos magníficos ingenieros de caminos. La conquista española de
Canarias -o, incluso, de América- se hizo por la superioridad de la tecnología
europea. Luego se elaboró un derecho ad hoc para legitimar lo que fue un
combate desigual: en Canarias, por ejemplo, lucharon guanches con palos y
piedras, a cuerpo desnudo, con europeos con escudos, armaduras y lanzas de
metal. Inglaterra fue rica cuando inventó la máquina de vapor y la Segunda
Guerra Mundial la hubiese ganado Alemania si hubiese desarrollado antes que
Estados Unidos la bomba atómica.
Durante
los últimos meses, los líderes europeos -de Alemania y Francia, pero también de
España- han protestado por el espionaje masivo al que han sido sometidos. Aquí,
en Estados Unidos, se intenta calmar los ánimos con palabras de buena voluntad,
en las que el presidente, Obama, es experto. Pero se olvidan de matizar que
mientras que Obama tiene la tecnología para escuchar el teléfono de Rajoy o de
Merkel, la líder alemana o el español no tendrán jamás una tecnología que les
permita enterarse de lo que habla él. Y, con ese desequilibrio, no hay normas
que valgan. La capacidad actual de la tecnología estadounidense supera tanto a
la europea que, aunque Obama se comprometa, sabe que hasta que no aparezca otro
Snow-den podrá hacer lo que quiera. O peor aún: aunque salga, no sucederá nada.
Los futuros historiadores analizarán cómo funciona la civilización actual con
la siguiente paradoja: España se enteró por Snowden de que la espían; sin
embargo, no sólo se niega a darle asilo, sino que, incluso, en una situación
esperpéntica de auténtico terror a Estados Unidos, prohibió el año pasado el vuelo
en su espacio aéreo del presidente de Bolivia, Evo Morales, por la sospecha de
que en ese avión pudiera viajar Snowden. Así de sometidos estamos: no podemos
ayudar ni a los que quieren abrirnos los ojos. Aún hoy, si Snowden pisa suelo
español, estoy seguro de que lo deportarían a Estados Unidos con un «gracias y
que te vaya bien». La actitud ingenua de los líderes europeos de querer
establecer protocolos que respeten, al mismo tiempo, los que tienen tecnologías
como los que carecen de ella es, cuanto menos, ridícula. Como ridículo hubiese
sido que en el siglo XV el Papa le hubiese pedido a Castilla que sus soldados
no usaran las armaduras o lanzas de metal y que lucharan con los guanches con
justicia: desnudos y con piedras y palos.
Europa
ha despertado estos últimos meses a una nueva era: humillada, se ha dado cuenta
de su gran retraso tecnológico. Y, aunque en el discurso público se hable de
firmar protocolos para tranquilizar a los ciudadanos, una física como Angela
Merkel sabe perfectamente que la única manera que tiene de que Estados Unidos
no escuche su móvil, no es firmando tratados, sino con una tecnología superior
con la que Europa pueda espiar a Estados Unidos sin que éstos se den cuenta.
Entonces podrán firmarse tratados. En la Guerra Fría no se usaron las armas
nucleares porque los dos máximos contendientes exhibían el mismo nivel
tecnológico.
Si
Europa no desarrolla una tecnología superior está atada porque, por muy aliada
que sea, no puede, por ejemplo, pactar con China de espaldas a Estados Unidos o
potenciar tecnología competitiva sin que se enteren los americanos. Las
escuchas masivas no se hacen para protegerse del terrorismo (es imposible que
piensen que Merkel o Rajoy quieran poner una bomba en el metro de Nueva York)
sino que es el arma que se exhibe en siglo XXI para demostrar superioridad.
Si
Estados Unidos no lo hace, sabe que lo hará, sin ninguna duda, China, quien,
por cierto, siendo la más espiada no se ha quejado. Que China no tenga un
Snowden, no quiere decir que no espíe masivamente. Con Europa arrodillada, el
peligro real está en Asia, donde cada año se gradúan más ingenieros y
científicos que en América y Europa juntas (es curioso como este dato inquieta
en Estados Unidos). Los mismos servicios secretos que escuchan, juegan con fuego
desarrollando virus informáticos para atacar países. En 2010, el gusano Stuxnet
afectó a instalaciones nucleares de Irán. The New York Times atribuyó en 2011
la autoría a Israel y Estados Unidos. Obviamente, el Gobierno calló. Cuando se
detectó, el gusano había alcanzado instalaciones críticas y estaba preparado
para atacar los sistemas de control de las centrales nucleares.
Stuxnet
tenía un código malicioso que, si contagiaba al sistema, tomaba su control para
dañar las instalaciones que hubiera infectado: era capaz de hacer explotar
tanto una planta nuclear como una industria química. El virus atacaba el
software producido por la empresa alemana Siemens para el control automático de
operaciones en plantas químicas, instalaciones petrolíferas y centrales
nucleares. Un peligro impresionante si, por error, se extiende a Europa.
Richard
Clarke, asesor de seguridad del Gobierno de Bush cuando ocurrieron los
atentados del 11-S, publicó en 2010 su libro Ciber-guerra. En él predice que
sería tan letal que no duraría más de 15 minutos. Sostiene que estos virus
informáticos afectarán a toda actividad que utilice ordenadores: caerán los
correos electrónicos, explotarán refinerías, colapsarán sistemas de control
aéreo, descarrilarán trenes, se mezclarán datos financieros, caerá la red
eléctrica, se descontrolará la órbita de los satélites. «La sociedad se
deteriorará rápidamente a medida que escasee la comida y se acabe el dinero,
pero lo peor de todo es que tras toda esa catástrofe la identidad del atacante
seguirá siendo un misterio», señala Clarke. Stuxnet fue creado por países
democráticos (igual que la bomba atómica). La tecnología sólo se combate con
una tecnología superior. Jamás con leyes o tratados.
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