Chile:
la hora de la sociedad/Manuel Castells
La
Vanguardia | 23 de marzo de 2014
Las
elecciones chilenas marcan una inflexión hacia el centroizquierda en un Chile
democrático que se aleja definitivamente de la referencia al pinochetismo.
Aunque la candidata presidencial socialista de la coalición Nueva Mayoría, la
expresidenta Michelle Bachelet, no fue elegida en la primera vuelta, obtuvo un
46,6% de los votos frente a la candidata de la derecha, Evelyn Matthei, hija de
un general de aviación miembro de la junta dictatorial, que se quedó en un 25%.
La elección de Bachelet el 15 de diciembre está asegurada. Si no triunfó de
entrada fue por el elevado número de candidatos, casi todos situados a la
izquierda o el centroizquierda. Más aún, la Nueva Mayoría ha triunfado en las
elecciones al Congreso y al Senado. La importancia de este hecho reside en que
la mayoría obtenida puede permitir las reformas prometidas por Bachelet sin
tener que pactar con la derecha neoliberal. En contraste con algunas
informaciones de la prensa española, Bachelet parece haber conseguido su
objetivo. Nueva Mayoría y sus aliados disponen de suficientes votos para
aprobar la reforma tributaria, clave para enderezar la desigualdad social en
Chile, lacra del modelo de crecimiento que caracteriza el país. Se sitúa a tan
sólo un voto para la aprobación de la reforma educativa y a cuatro de la
reforma de la inicua ley electoral reminiscencia de Pinochet. En ambos casos
existen posibilidades de pacto que deberían concluir con la aprobación de
dichas reformas.
Pero
tal vez lo más notable de esta elección es la irrupción en la política de
algunos dirigentes del movimiento estudiantil que desde el 2011 convoca a los
chilenos desde la calle, reclamando educación gratuita y medidas contra la
desigualdad social, en contraposición directa a la ortodoxia neoliberal. A
diferencia de los movimientos sociales en red que han tenido lugar alrededor
del mundo, incluida España, los estudiantes chilenos no han dudado en
participar en el sistema político. En particular, los jóvenes comunistas han
estado en primera línea del movimiento estudiantil, obteniendo el respeto y
reconocimiento del movimiento sin por ello adherirse a su ideología. La líder
mas popular del movimiento, la comunista Camila Vallejo, fue elegida al
Congreso con una amplia mayoría en su distrito, así como Karola Cariola, secretaria
general de las juventudes comunistas, y Daniel Núñez, otro dirigente
estudiantil comunista. Junto a ellos resultó elegido el líder de Revolución
Democrática, Giorgio Jackson, enraizado en el movimiento pero que obtuvo el
apoyo de Nueva Mayoría. Y Gabriel Boric, líder de Izquierda Autónoma, en
posiciones críticas a la Nueva Mayoría. También es significativa la elección
del líder del movimiento social regional autónomo de Aisén, Iván Fuentes, que
se posicionó frente a la política tradicional en nombre de su región. Podría
interpretarse que el Partido Comunista, que posiblemente formará parte del
nuevo gobierno, ha conseguido cooptar y capitalizar al movimiento estudiantil.
Nada más lejos de la realidad. Son los jóvenes dirigentes estudiantiles los que
han visto la posibilidad de renovar ese partido a partir de sus propias
posiciones y sin aceptar la vieja ideología comunista de utilizar los
movimientos sociales como correa de transmisión del partido. Camila Vallejo, en
particular, ha realizado una campaña crítica y distante con relación a Bachelet
y está proponiendo la formación de un grupo parlamentario joven con otros
miembros procedentes del movimiento estudiantil por encima de afiliaciones
partidarias. En este sentido, la experiencia chilena puede ser del más alto
interés para movimientos sociales en otros países. A saber: explorar la
permeabilidad de partidos de izquierda a las demandas y al proyecto político de
los jóvenes en movimiento. Si se produce realmente una apertura en ese sentido,
en lugar de cooptación del movimiento estaríamos en presencia del paso de la
protesta en la calle a las reformas políticas y sociales propuestas desde la
sociedad. En principio, Bachelet se sitúa en esa perspectiva. Desde su atalaya
en la agencia de las Naciones Unidas en defensa de los derechos de las mujeres
pudo observar como el nuevo Chile, sin complejos ni miedos a los demonios de la
dictadura, reclamaba una sociedad más justa, servicios públicos gratuitos y de
calidad, y un modelo de desarrollo que fuera más allá del simple crecimiento
económico mercantilizado para el beneficio del 20% de la población. Es más,
Bachelet es consciente de la rémora que representan para el cambio social en
Chile los partidos tradicionales de la Concertación Democrática, empezando por
su propio Partido Socialista. La mayoría de los dirigentes siguen siendo
políticos profesionales especialistas en clientelismo político para su
perpetuación en el poder. De ahí el temor de los políticos al entusiasmo
reformista de una presidenta cuyo corazón es de izquierda y cuyo cerebro recibe
las señales de una sociedad civil que quiere ser protagonista de un Chile en el
que los beneficios del crecimiento se repartan equitativamente. A lo cual los
jóvenes añaden sus demandas por una calidad de vida ambiental y personal que no
se supedite a la lógica de la ganancia. Porque tras un largo periodo en que la
estabilización de la democracia era la prioridad, los chilenos han afirmado su
derecho a utilizar esa democracia para mejorar la vida de la mayoría, empezando
por el derecho a la educación gratuita de calidad, que se ha convertido en un
clamor de la sociedad y que no admite más demora. De ahí la promesa de Bachelet
de conseguir la gratuidad de la enseñanza pública universitaria en seis años,
así como obligar a la enseñanza privada que reciba subvención publica a
alinearse sobre el mismo principio. Con un crecimiento económico que debería
mantenerse en torno a un 4%, a pesar de la ralentización de China, principal
destino exportador de Chile, existe un margen de recursos para responder
gradualmente a las ansias de reforma de la sociedad. Más conflictiva será la
exigencia de participación ciudadana en una democracia aherrojada por los
aparatos de los partidos. Pero la alianza entre Bachelet y el movimiento social
autónomo puede ser la clave de una reforma política que abra la puerta al
cambio social.
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