5 may 2014

Elecciones en Siria y la larga guerra


Elecciones en Siria y la larga guerra/Fawaz A. Gerges, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. 
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Publicado en La Vanguardia, 5 de mayo de 2014
En caso de que El Asad hubiera desistido de presentarse a un tercer mandato, habría demostrado que el futuro del país es más importante que el de un solo hombre. Mientras se intensifican los combates en los campos de la muerte en Siria, el Gobierno de Bashar el Asad ha decidido celebrar elecciones el 3 de junio, con la garantía de que El Asad ganará otro mandato de siete años de duración y dará fin a la vía diplomática de las reuniones de Ginebra. Las Naciones Unidas, la Liga de Estados Árabes, la Unión Europea y Estados Unidos han condenado la iniciativa por considerar que entorpece los esfuerzos para alcanzar un final negociado del conflicto.
La decisión de El Asad se basa en la idea de que Ginebra ya no resulta viable porque él se ha impuesto a sus enemigos tanto dentro como fuera de Siria. Recientemente, dijo a los estudiantes y profesores del departamento de Ciencia Política de la Universidad de Damasco que la guerra había alcanzado un punto de inflexión debido a los logros y avances de sus fuerzas y que las principales batallas podrían concluir hacia finales de año.

Visitantes recientes al recinto presidencial en Damasco dicen que El Asad parece confiar demasiado en sí mismo, convencido de que la victoria militar se halla casi al alcance de la mano. La disposición de ánimo de su círculo íntimo y de sus partidarios leales en Siria y los países vecinos también ha mejorado al considerar que la furia de la tormenta ya ha pasado.
Como declaró el líder de Hizbulah, Hasan Nasralah –cuya intervención en favor del bando de El Asad hace casi un año marcó un momento decisivo–, al periódico libanés As Safir: “Según mi apreciación, el momento de derrocar al régimen y al Estado ha pasado”. Añadió que los rebeldes “no pueden derrocar al régimen (pero) pueden librar una guerra de desgaste”.
Nasralah añadió que era algo sencillamente “natural” que El Asad se presentara a un tercer mandato presidencial. ¿Ha cambiado el viento? Por tanto, la decisión de El Asad es la culminación del año pasado, un periodo en el que los vientos de guerra parecen haberse vuelto a favor de él. Su ejército, reforzado por los preparados combatientes de Hizbulah y la estructura de mando y control iraní, ha ido a la ofensiva y ha logrado importantes avances tácticos en Damasco, Homs e incluso Alepo, los tres principales núcleos urbanos del país.
Aunque El Asad carece de los recursos humanos y medios necesarios para asestar un golpe decisivo a la oposición y extender su autoridad sobre la totalidad del país, confía en que sus éxitos tácticos acumulados podrían, en última instancia, asegurarle una victoria estratégica. En este momento, muchos razonarían que se trata más de ilusiones que de realidades. La configuración aproximada de las fuerzas en el campo de batalla, incluido el factor de la implicación cada vez mayor de las distintas potencias en el ámbito regional e internacional, garantiza que ninguna de las dos se halla en disposición de asestar un golpe decisivo a la contraria.
Como mínimo, El Asad piensa que ha sobrevivido a la violenta tormenta y que, aunque está hecha jirones, su nave no se hunde como muchos habían pronosticado equivocadamente. En efecto, tiene razón al suponer que su supervivencia se halla asegurada durante un futuro previsible.
La desorganización y las luchas intestinas en la oposición política y las fuerzas armadas que combaten a El Asad refuerza su convicción de que la oposición no podría imponerse en el plano militar y de que los términos de Ginebra I –creación de una autoridad de transición con plenos poderes ejecutivos– resultan superados por nuevas realidades en el campo de batalla.
El Asad no siente más que desprecio por los miembros integrantes de la Coalición Nacional Siria, a los que ignora y rechaza por considerarlos lacayos de sus “amos” en la región y en Occidente en general, aludiendo con ello a Turquía, Arabia Saudí y Estados Unidos. Este desprecio fue bien visible durante las reuniones de Ginebra II patrocinadas por las Naciones Unidas, cuando la delegación siria calificó a sus homólogos de la Coalición de “traidores” a la patria, si bien las exigencias de la oposición encuentran eco en muchos sirios y han recibido un amplio apoyo internacional.
En este sentido, Ginebra II constituyó una gran decepción para El Asad, fuertemente opuesto a hacer concesiones esenciales a la oposición, para no hablar de renunciar al poder. De modo similar, la oposición se abstiene también de alcanzar un compromiso político con el régimen de El Asad. De principio a fin durante las conversaciones de Ginebra, el equipo de El Asad reiteró que la acusación de “terrorismo” obtuviera atención y trato preferente frente a la idea de una autoridad de transición. Aunque el azote del terrorismo asuela Siria, sólo puede erradicarlo una solución política entre el Gobierno de El Asad y la oposición.
Dado el estado de ánimo de El Asad, es dudoso que participe en otra ronda de Ginebra II o Ginebra III. Su cercano asesor Bouzaina Shaaban lo dijo sin ambages: “No observo factor alguno susceptible de propiciar una vuelta a Ginebra… Si se convoca, queremos constatar que todas las partes persiguen seriamente una solución política que no pudimos ver la última vez”.
Para el círculo íntimo de El Asad, los principios básicos de una solución política de mutuo acuerdo comportan un cambio fundamental de prioridades, según el cual las potencias regionales y las grandes potencias, junto con la Coalición Nacional Siria, habrían de unirse al Gobierno sirio para luchar contra los combatientes extranjeros. Lejos de desaparecer entre las sombras del crepúsculo, El Asad encabezaría la lucha contra el terrorismo. Como máximo, a los miembros aceptables de la oposición se les asignarían unos pocos asientos en el recientemente constituido Gobierno.
El Asad no habría ambicionado un tercer mandato presidencial si Irán y Rusia, sus dos poderosos patrocinadores, le hubieran aconsejado en contra. Ambos han inclinado la balanza a su favor y, evidentemente, le consideran indispensable. Ello explica la capacidad de resistencia de El Asad frente a la poderosa coalición regional e internacional que lucha contra su régimen así como sus posibilidades de pasar a la ofensiva.
De hecho, la nueva batalla “por poderes” que se desarrolla en Ucrania entre Rusia y Estados Unidos podría reforzar la determinación del presidente Vladímir Putin en su oposición a los esfuerzos occidentales por deponer a El Asad. Lo más probable es que la crisis de Ucrania intensifique la gran lucha de poder sobre Siria y el Gran Oriente Medio.
El Asad obsequia a sus enemigos dentro y fuera de Siria con un hecho consumado frente al cual no tendrían alternativa, según su punto de vista, si no la de aceptarlo a regañadientes. Lo que pasa por alto es que tal iniciativa no sólo prolongará la guerra durante años sino que también intensificará y ampliará la implicación extranjera en el país desgarrado por la guerra. El Asad podría haber salvado a Siria de una mayor destrucción en caso de haber pospuesto las elecciones e, incluso, de haber rehusado presentarse a un tercer mandato.
Al hacerlo, habría demostrado que el futuro del país es mucho más importante que el de un hombre y una familia.

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