La
versión mafiosa de los “hooligans”
FRANCISCO
OLASO Y JUAN JOSÉ SUBIRÁ FRANCISCO OLASO
Revista Proceso # 1964, 21 de junio de 2014
Tan
pronto como llegaron a Río de Janeiro las barras bravas argentinas, empezaron
los problemas: algunos de estos violentos aficionados trataron de meterse al
estadio sin tener boleto; otros buscaron pelea. Las autoridades brasileñas
están advertidas y mantienen una vigilancia especial sobre estos porristas,
quienes forman parte de una mafia que en su país controla desde el boletaje de
los partidos hasta las transferencias de jugadores y la venta de droga.
BUENOS
AIRES.- Los integrantes de las barras bravas (porras) argentinas desembarcaron
en Brasil y de inmediato provocaron algunos incidentes en Río de Janeiro. Diez
de ellos fueron detenidos al tratar de entrar sin boleto al partido en el cual
Argentina venció 2 a 1 a Bosnia en Maracaná, el domingo 15.
Otros
agredieron en la tribuna a seguidores (hinchas, como los llaman en Sudamérica)
brasileños que festejaron el gol de Bosnia. Un día antes un grupo de barras
bravas se enfrentó con los hooligans ingleses en las playas de Copacabana. Otro
grupo merodeó el hotel donde se alojaban dirigentes y jugadores argentinos,
intentando presionar, sin éxito, para conseguir alguna entrada.
Las
barras bravas argentinas no gozan en Brasil de las mismas facilidades que en su
tierra. La policía brasileña reprimió con macanas y gases lacrimógenos cada uno
de los incidentes. Hasta ahora la autoridad migratoria ha deportado o impedido
el ingreso al país a cinco hinchas argentinos con antecedentes violentos.
Muchos
optaron por no arriesgarse a cruzar la frontera. Sobre 2 mil 100 de ellos pesa
un veto en los estadios argentinos o tienen causas penales por hechos de
violencia. En mayo las autoridades argentinas enviaron la lista a sus pares
brasileñas y además la Interpol sigue en Brasil a quienes logran sortear ese
filtro.
Se
estima que 100 mil aficionados argentinos seguirán a su Selección durante el
torneo mundialista. Unos mil 500 de ellos pertenecen a las barras bravas, el
núcleo duro de las porras.
Los
integrantes de las barras son los máximos protagonistas de los hechos de
violencia en el futbol argentino. Las víctimas mortales en este ámbito
ascienden a 287 desde 1922, según datos de la asociación civil Salvemos al
Futbol. De ésas, 16 se produjeron sólo el año pasado.
Unos
20 mil aficionados argentinos alentaron a su equipo en el debut mundialista. El
precio de reventa de los boletos fuera del estadio, de entre mil y 2 mil reales
(de 5 mil a 10 mil pesos) se tornó
inaccesible
para muchos de ellos, que viajaron sin tener las entradas.
“Los
que pudieron ingresar se ubicaron detrás del arco de Romero en el primer
tiempo: hubo de Vélez, River, Excursionistas, Ferro, Morón, Nueva Chicago,
Riestra, Colegiales, Los Andes y Temperley entre los más visibles”, informó el
diario Clarín el lunes 16. “Otro grupito menor estuvo en el sector de enfrente,
con una pequeña bandera de Almirante Brown”. Se trata, mayormente, de clubes de
las categorías inferiores argentinas.
Pasión
& negocio
Óscar
Bastarreche tiene 43 años. Es fanático del Racing Club. Va a la cancha desde
muy pequeño. “De chico miraba un ratito el futbol y mucho tiempo el folclor de
la hinchada, las banderas, los papelitos, los cantos, los bombos, cosas que me
llamaban poderosamente la atención”, cuenta a Proceso.
“Cuando
vas creciendo te vas dando cuenta de que eso que uno veía de chiquito
lamentablemente no es ese amor pasional que uno cree que hay”, agrega. En la
cancha, dice, “si uno no canta lo que canta la hinchada o piensa en contra, la
mano se pone brava. Es una presión cuasimafiosa. Es más, he conocido gente que va
a la hinchada nada más por negocio. Habrá alguno que además tenga mucha pasión
por el club”.
Las
barras bravas argentinas tienen diversas fuentes de financiamiento. Revenden
las entradas que les proveen los dirigentes, cobran el estacionamiento en las
calles cercanas al estadio, controlan los puestos de venta de camisetas y
chorizos, manejan la droga que se vende en sus clubes, cobran a los
representantes por apoyar a un jugador y perciben comisiones por las
transferencias. Hoy las hinchadas se han transformado en fuerzas de choque de
diferentes agrupaciones políticas y sindicales.
“En
los años de hincha, cuando uno es adolescente y va a la cancha, uno se hace
admirador de la barra del equipo, hay admiración ante los tipos que se la
bancan en canchas difíciles, el aguante en la cancha que no es de uno”, explica
a Proceso Germán Ramírez, de 50 años, simpatizante de San Lorenzo. “Llenar la
tribuna visitante era un orgullo y cantar, inventando una canción cada día. Uno
se transformaba en simpatizante de eso también. El hincha además de querer el
club, la camiseta y los jugadores, quiere a la hinchada”.
Todo
cambió para Ramírez entre 2004 y 2010, cuando fue protesorero y miembro de la
Comisión de Futbol del equipo San Lorenzo. Le tocó sufrir en carne propia la
presión de los barras bravas violentos para que les consiguiera entradas y
pasajes. “Y es muy difícil decirles que no, porque los tipos están ahí todo el
día. No es que haces una denuncia y los meten presos”.
Entradas
“Si
bien el número inicial de mil 500 integrantes de las barras se ha reducido, se
esperan no menos de 850 para el primer partido y se supone que el doble
asistirá al tercer match, frente a Nigeria, en Porto Alegre”, sostenía Clarín
el domingo 15. La mayoría ha viajado por tierra y se aloja en grupos pequeños,
manteniendo un perfil bajo.
“Si
cometieran actos de violencia y hay una condena de un juez brasilero, la van a
tener que cumplir, porque se la buscaron”, dice a Proceso Débora Hambo,
exrepresentante legal y apoderada de Hinchadas Unidas Argentinas. “Yo no tengo
jurisdicción en Brasil, pero sí trataría de traerlos de vuelta, como hice con
Sudáfrica en 2010”, explica. Unos 280 barras bravas argentinos cruzaron en
dicha oportunidad el Atlántico. Treinta fueron arrestados y expulsados de
Sudáfrica y otros 30 desistieron voluntariamente de ingresar a ese país para no
terminar en la cárcel.
Gilberto
Bitancourt Viegas, Giba, uno de los jefes de la torcida (porra) del Inter de
Porto Alegre, le prometió a la recién disuelta ONG Hinchadas Unidas Argentinas
traslado, alojamiento y 200 boletos para cada partido de la Selección argentina
en la primera ronda.
Pero
la Policía Militar baleó a Giba en las piernas el domingo 15 supuestamente por
resistirse a un control de tránsito. También se le inició una causa judicial y
debe presentarse en la comisaría de su zona cada vez que juega Argentina.
Los
barras bravas tienen además 900 entradas que la Asociación del Futbol Argentino
recibió de la FIFA, informó Clarín el 18 de mayo. Se trata de 300 boletos para
cada uno de los tres partidos de Argentina en la primera ronda.
A
Bastarreche no le alcanza el presupuesto para viajar al Mundial. “Me gustaría
que la Selección esté acompañada por una hinchada que la respalde y la
aliente”, dice. “Pero no me parece una genialidad que pueda ir a un Mundial
gente que tiene una restricción a los estadios de Argentina por hechos de
violencia”.
El
aficionado cree que esos fanáticos espantan a la gente de las canchas. Pero
tampoco puede imaginarse la emoción en el estadio sin su presencia: “Si no
estuviera todo este folclor, yo particularmente lo extrañaría –dice–. Porque el
tema de los cantos, de las banderas, la verdad es que lo viví desde chico y lo
adoro. Todavía no puedo concebir al futbol todos sentados mirando”.
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