El
trauma de los judíos franceses/Dominique Moisi is Senior Adviser at The French Institute for International Affairs (IFRI) and a professor at L’Institut d’études politiques de Paris (Sciences Po). He is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of Fear, Humiliation, and Hope are Reshaping the World.
Traducción: Esteban Flamini
Project
Syndicate |29 de julio de 2014
“¡Muerte
a los judíos!”. Resuenan en París y otras ciudades francesas las palabras
cargadas de odio. Por primera vez desde el caso Dreyfus, ocurrido a fines del
siglo XIX, hubo ataques a sinagogas. En áreas suburbanas cercanas a París, como
la ciudad de Sarcelles, famosa por su clima de tolerancia étnica y religiosa,
propiedades judías fueron blanco de desmanes por parte de grupos de jóvenes.
El
ascenso espectacular del populismo xenófobo en Francia, al que se suman ahora
manifestaciones antisionistas (a menudo expresión de un antisemitismo
remozado), provoca en la comunidad judía francesa angustia y desconcierto.
Algunos de sus miembros se preguntan en voz baja si hay futuro para ellos en la
tierra de los derechos humanos.
Los
judíos franceses están redescubriendo el trauma por partida doble que
experimentaron durante el siglo XX: las deportaciones a los campos de la muerte
durante la Segunda Guerra Mundial y la huída de Argelia después de la
independencia, en 1962. Previsiblemente, el recuerdo de estos episodios matiza
(y tiende a exacerbar) las emociones del presente.
Los
descendientes franceses de judíos de Europa del Este no terminaron de cerrar cuentas
con un continente (incluida la Francia de Vichy) al que todavía asocian con el
Holocausto, mientras que los judíos del Magreb tienden a lamentar el hecho de
seguir rodeados de “árabes” incluso en Francia. De hecho, una fracción
considerable de la comunidad judía del sur de Francia vota por el
extremoderechista Frente Nacional, que bajo el liderazgo de Marine Le Pen
concentró su xenofobia en los musulmanes.
En
este tenso contexto, no es sorprendente que los titulares de la prensa
internacional se pregunten si es posible un retorno del antisemitismo a Francia
tras siete décadas de ausencia. Artículos publicados en medios británicos y
estadounidenses trazaron parecidos con la era nazi; algunos, tras los ataques a
sinagogas, llegaron a hablar de una Kristallnacht francesa.
Semejante
exageración merece el más firme rechazo, ya que ofende la memoria de quienes
padecieron la colaboración de la Francia de Vichy con la Alemania nazi. Cuando
la Gestapo arrestó a mi padre en Niza, en 1943, fueron gendarmes franceses los
que lo escoltaron al campo de tránsito de Drancy, en los suburbios de París,
para su deportación a Auschwitz. En 2014, en cambio, el Estado francés protege
las sinagogas y denuncia toda forma de antisemitismo.
Pero
aunque el Estado francés no es antisemita, sí que hay antisemitismo en Francia,
y probablemente más ahora que en la posguerra. En esto ha tenido un papel
fundamental, sin duda, el agravamiento de la situación en Medio Oriente,
especialmente las perturbadoras imágenes procedentes de Gaza. La guerra
asimétrica que está librando Israel parece desproporcionada a la mayor parte de
la opinión pública internacional, no solo a los árabes y musulmanes.
Es
verdad que ningún Estado puede aceptar pasivamente que sus ciudades sean blanco
de ataques con misiles; y también es verdad que Hamás coloca deliberadamente su
arsenal militar en zonas densamente pobladas, usando como escudo protector
involuntario a civiles inocentes (a quienes los funcionarios israelíes a veces
denominan, con recelo apenas disimulado, civiles “no implicados”).
Pero
la estrategia de terror de las autoridades israelíes para disuadir de futuros
ataques o restaurar una “calma” temporal ha sido costosa, no sólo en cuanto a
pérdida de vidas palestinas y soldados israelíes muertos, sino también porque
contribuyó al deterioro de la seguridad de los judíos en todo el mundo. En
Francia también, muchos de ellos hablan (a veces, en voz baja) tanto de su
profundo amor por lo que Israel significa cuanto de su profunda preocupación
por lo que Israel está haciendo.
Decir
que el conflicto de Medio Oriente no debe exportarse a Francia no quita
reconocer el impacto inevitable que tienen las imágenes de mujeres y niños
palestinos muertos sobre las comunidades francesas que se sienten próximas a
Palestina así como los judíos se sienten próximos a Israel. Si las imágenes de
Gaza parecen resonar tanto en Francia, se debe en parte a una mera cuestión
numérica: es donde la mayor comunidad musulmana de Europa habita frente a
frente con la mayor comunidad judía de Europa.
Pero
no es sólo cuestión de números. Los jóvenes violentos que atacaron las
sinagogas salieron en su mayoría de las filas de los desempleados y frustrados.
Ventilan su odio hacia un sistema que no los integra. Incluso les molesta la
conmemoración que hace la República del sufrimiento de los judíos durante la
Segunda Guerra Mundial. Para ellos, el horror del pasado es abstracto; sólo el
horror del presente puede sentirse.
El
cruce de las imágenes actuales de Medio Oriente con el descontento de minorías
musulmanas (a veces influidas por ideologías fundamentalistas radicales) no
debe hacernos perder de vista la persistencia en Francia, casi a ras de piel,
de un antisemitismo tradicional, blanco y burgués, que ahora, también gracias a
Internet, comenzó a ganar visibilidad.
Pero
el Estado francés hace lo que tiene que hacer para reprimir y contener el
antisemitismo. Las comparaciones con la Europa de tiempos de los nazis no
contribuyen a la tranquilidad de una comunidad que, a pesar de todas las
diferencias históricas entre entonces y ahora, todavía no logra quitarse la
sensación de estar bailando al borde de un volcán.
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