La
trampa de Gaza/Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción: Esteban Flamini
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Syndicate |29 de julio de 2014
La
“operación Margen Protector” de Israel contra Hamás en Gaza es una típica
guerra asimétrica como las que caracterizaron casi todos los conflictos de
Medio Oriente en estos últimos años. En esta clase de guerras, la victoria
siempre es escurridiza.
Sin
importar el éxito de la superioridad militar de Israel y de sus sistemas
antimisiles, y por más contundente que sea la devastación de Gaza, Hamás
sobrevivirá, sin ir más lejos, porque Israel quiere que sobreviva. La
alternativa (una anarquía yihadista que convierta Gaza en una Somalía
palestina) es sencillamente impensable.
La
arrogante retórica del líder de Hamás, Jaled Meshal, no puede ocultar el hecho
de que el poder militar de su movimiento recibió un golpe devastador. Pero a
menos que Israel esté dispuesto a pagar un alto precio en términos de imagen
internacional para ocupar Gaza y destruir totalmente la jerarquía militar y los
arsenales de Hamás, este todavía puede proclamar como victoria el hecho de
haber sobrevivido a otro enérgico ataque de la colosal maquinaria militar
israelí.
En
los conflictos asimétricos, la potencia superior siempre tiene problemas con la
definición de sus objetivos. En este caso, Israel aspira a restaurar la “calma”
con la menor cantidad de bajas civiles palestinas, para minimizar las críticas
internacionales. Pero es precisamente en la imposibilidad de lograr ese
objetivo donde radica la derrota de la potencia superior en los conflictos
asimétricos. Además, “calma” no es un objetivo estratégico, y el método de
Israel para conseguirla (una guerra cada dos o tres años) tampoco es
particularmente convincente.
Lo
que realmente debemos preguntarnos es: suponiendo que Israel consiga la calma
que busca, ¿qué pretende hacer con Gaza en el futuro? ¿Y qué pretende hacer con
el problema palestino del que Gaza es parte indisoluble?
La
cuestión de Palestina está en la raíz de las guerras asimétricas a las que se
enfrentó Israel estos últimos años, no solamente contra Hamás, protegido de
Qatar en Palestina, sino también contra Hizbulá, representante de Irán en la
región. Estas guerras están creando una nueva clase de amenaza para Israel,
porque a la dimensión estrictamente militar de los conflictos le añaden
cuestiones diplomáticas, de política regional, de legitimidad y de derecho
internacional en las que Israel no lleva las de ganar.
Por
eso la superioridad militar de Israel pierde efectividad en estos conflictos
asimétricos, que son batallas políticas que no se pueden ganar por medios
militares. La asimetría entre la naturaleza de las amenazas y la respuesta de
Israel acaba colocando a la potencia militar superior en posición de
inferioridad estratégica. La extensión de la violencia a Cisjordania (a la que
se suma el apoyo del presidente palestino Mahmoud Abbas a los objetivos de
Hamás) implica que Israel no puede evitar las consecuencias políticas del
conflicto. Hamás, adversario olvidado de la estrategia diplomática de Abbas, se
está convirtiendo gradualmente en la avanzada de la lucha por la liberación de
Palestina.
Contra
lo que cree el primer ministro Benjamín Netanyahu, la principal amenaza
existencial para Israel no es un Irán provisto de armas nucleares. El verdadero
peligro está en casa, en el efecto corrosivo del problema palestino sobre la
posición internacional de Israel. La devastación causada por los periódicos
enfrentamientos asimétricos de Israel, la ocupación permanente de tierras
palestinas y el crecimiento continuo de los asentamientos dieron impulso a una
campaña cada vez más intensa por debilitar la legitimidad de Israel.
Esto
se ve, por ejemplo, en el avance del aparentemente benigno movimiento Boicot,
Desinversión y Sanciones, al que muchos de sus partidarios ven como una forma
legítima de resistencia no violenta, mientras que sus opositores (entre los que
me incluyo) lo consideran una triquiñuela política para obtener la implosión
del Estado judío.
La
corriente dominante en Palestina, representada por Abbas, tomó la decisión
estratégica de optar por un Estado palestino según las fronteras de 1967. La
respuesta estratégica de Israel sería normalmente que aspira a ser un “Estado
democrático judío”, lo que presupone una mayoría judía. Pero mientras el
interminable proceso de paz no logre concretar una solución de dos estados,
Israel no podrá eludir la realidad de un único estado sumido en una guerra
civil permanente.
Hay
una sola salida de la tragedia de Gaza que puede ofrecer justicia a sus muchas
víctimas: que las partes del conflicto y los actores regionales que ahora
compiten por ser sus mediadores usen el desastre actual como punto de partida
para impulsar un amplio programa de paz.
Esto
implica el inicio de un Plan Marshall para modernizar la infraestructura de
Gaza y mejorar sus condiciones sociales. También supone el levantamiento del
bloqueo y la apertura de Gaza al mundo. A cambio, Hamás deberá completar el
desarme y la desmilitarización de Gaza bajo supervisión internacional, en tanto
que la Autoridad Palestina de Abbas controlará los cruces de frontera hacia
Israel y Egipto.
Paralelamente,
es necesario reanudar las negociaciones para una solución de dos estados, con
un compromiso inequívoco por parte de Estados Unidos y los otros miembros del
denominado Cuarteto para Medio Oriente (Naciones Unidas, la Unión Europea y
Rusia) de usar toda la influencia posible sobre las partes para impedir otro
fracaso.
Israel
carece de una estrategia convincente; lo que tiene es una serie de
improvisaciones que apuntan a garantizar la supervivencia física de la nación
sobre un territorio tan amplio como la comunidad internacional esté dispuesta a
permitir. Pero la improvisación no se puede sostener a largo plazo. Un ejemplo
es el intento de acercamiento de Israel a los países árabes que están
dispuestos a subordinar el problema palestino al mantenimiento de unas
relaciones bilaterales prudentes, sobre todo en cuestiones de seguridad. Pero
ninguna de estas “alianzas” que Israel pueda forjar (por ejemplo, con Arabia
Saudita y Egipto) pasará de ser circunstancial y efímera.
El
desafío para Israel es vincular su táctica militar y su diplomacia con una meta
política claramente definida. Ninguna estrategia nacional será creíble mientras
no reconozca que la continuidad del conflicto palestino debilita peligrosamente
las bases morales de Israel y su posición internacional.
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