Palabras
del Eminentísimo y Reverendísimo Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado
de la Santa Sede, durante la Comida en su honor que ofreció el Presidente de
los Estados Unidos Mexicanos, licenciado Enrique Peña Nieto
Palacio Nacional a 14 de julio de 2014
Agradezco,
señor Presidente la gentileza de haber querido ofrecer este encuentro,
expresión de los sentimientos de amistad de México con la Santa Sede.
Y
le agradezco, también, las palabras que acaba, amablemente, de pronunciar hace
poco hacia el Santo Padre y hacia mi persona.
Como
tuve oportunidad de decir antes, en varias ocasiones, empezando por ayer, estoy
muy contento de encontrarme nuevamente en este país, transcurrido casi un año y
medio de mi última visita.
En efecto siendo Nuncio Apostólico en Venezuela vine
a saludarle en viaje extraordinario de misión especial para asistir a su Toma
de Posesión, y tuvimos oportunidad de saludarnos, por lo menos (inaudible) de
Relaciones Exteriores. Y después, tuvimos la ocasión de compartir el pan, más
recientemente, en la Visita que usted hizo a la Santa Sede.
El
motivo de mi presencia ante ustedes hoy, es la apertura del coloquio
México-Santa Sede sobre movilidad humana y desarrollo.
Me
invitó el señor Secretario de Relaciones Exteriores durante su visita al
Vaticano el pasado 13 de diciembre.
Invitación
que con gusto acepté, no sólo para tener la oportunidad de volver a México,
sino también, para subrayar la importancia que la Santa Sede da al tema de la
inmigración, desafío tremendo al que actualmente se enfrenta toda la familia
humana.
La
Santa Sede aprecia los esfuerzos de México al respecto, tanto a nivel de
política nacional como internacional.
Me
refiero, entre otras cosas, a las reformas sobre la inmigración aprobada en el
2011, cuyos principios inspiradores han sido valorados por muchas partes en
cuanto favorecen los derechos del migrante.
Estos
mismos principios están orientando la acción de su Gobierno, también en los
foros internacionales.
Quisiera
asegurar que la Iglesia, según la misión que le es propia, apoyará siempre las
políticas que van en la dirección del respeto, de la dignidad de la persona
humana y de sus derechos fundamentales.
Desde
el punto de vista, específicamente pastoral, deseo expresar a la Iglesia de
México la gratitud del Santo Padre y de la Santa Sede, en general, por todo lo
que a través de sus numerosos centros de acogida, hace en favor de los
emigrantes.
El
servicio que la Iglesia lleva a cabo para responder a las necesidades de los
emigrantes, es la confirmación de la acción del buen samaritano.
Señor
Presidente:
En
ocasión de este almuerzo deseo, si me lo permite, dirigir a través de su
persona un cordial saludo a todo el querido pueblo mexicano; y a todos aquellos
que cubren diversas responsabilidades del Gobierno de la Nación; agradeciéndole
la acogida y los amables gestos reservados a mi persona durante estos días de
permanencia en la Ciudad de México, de los que, ciertamente, me llevaré nuevos
y gratos recuerdos.
Le
agradezco su deferente gesto de concederme la condecoración del Águila Azteca.
La
Biblia canta en muchos de sus textos el vigor y la velocidad del Águila. El
profeta Isaías dice que aquellos que esperan en Dios, él les renovará el vigor,
subirá con alas como el águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse,
ojalá que ojalá que sea así, también.
Al
transmitirle la cercanía y el afecto del Papa Francisco, alzo mi copa para
brindar por usted, señor Presidente, y por la noble Nación mexicana.
Quisiera,
también. Le aseguro primero, que voy a transmitir al Santo Padre los
sentimientos de respeto, de cariño, de afecto que me ha manifestado en nombre
suyo, y en nombre de todo El Vaticano.
Y
si me permite, también, (inaudible)
Fuente: Pagina web de la Presidencia
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