14 ago 2014

La geopolítica y el retorno de lo marítimo

La geopolítica y el retorno de lo marítimo/Alejandro Mackinlay es capitán de navío.
El Mundo |14 de agosto de 2014
La apertura de China en los años 80 del siglo XX, el colapso del imperio soviético en 1990 y el fin de los sistemas económicos cerrados, constituyeron hitos principales en el proceso de globalización, permitiendo que en la última década del siglo XX se incorporasen al sistema económico global más de 2.000 millones personas, la mayoría en el este de Asia. La integración de ese enorme número de consumidores y productores en la economía global y el crecimiento del comercio internacional, impulsado por las nuevas tecnologías y unas condiciones de estabilidad favorecidas por la geopolítica del momento han modificado la distribución de la riqueza a escala global y por lo tanto los equilibrios de poder.
El espectacular desarrollo de las naciones asiáticas en las décadas pasadas, especialmente de China con un incremento medio anual del PIB del 9,3% entre 1993 y 2012, ha dado lugar a que su poder político también creciese y a que los centros de poder económico y político mundiales también se desplazasen hacia el Extremo Oriente, en consecuencia el equilibrio de seguridad mundial está en flujo. La prosperidad del este de Asia se sostiene principalmente en el intercambio comercial, que conecta por vía marítima China, Japón, Corea y otras naciones con el resto del mundo. Un hecho corroborado porque de los 20 puertos más importantes del mundo en tráfico de contenedores, nada más y nada menos, que 14 están en el este y sudeste de Asia y de ellos ocho en China.

El desarrollo económico de China se consolida a partir de la entrada del país en la Organización Mundial del Comercio en 2001, una época en la que EEUU tenía toda su atención estratégica focalizada en la respuesta al 11-S, unas campañas militares donde Washington comprometió enormes recursos, limitando su capacidad de actuación en otras regiones. Además la crisis financiera de 2008, el desequilibrio fiscal, por resolver y que impacta en el presupuesto de defensa, el sequestration en 2013 supuso una reducción de más de 42.000 millones de dólares y el cuando menos incierto resultado de las campañas terrestres en Asia, ha dado lugar a que se extienda la percepción de que EEUU está en declive, lo que abriría una ventana de oportunidad a competidores estratégicos, como Rusia o China.
Un caso evidente es el de Rusia que, con sus acciones en el Cáucaso en 2008, más tarde en el Asia Central y este mismo año en su frontera Oeste, se apresura para recrear una esfera de influencia en su periferia. Más sutil ha sido China, que siguiendo la máxima de Deng Xiaoping de «mantener la cabeza fría, un perfil bajo, no tomar la iniciativa, pero apuntar a grandes cosas», ha evitado la competición estratégica con el coloso americano, mientras se beneficiaba de un sistema global en el que, el control de los mares y océanos del globo por EEUU y sus aliados garantiza la libertad de navegación y comercio global. Pekín no sólo ha consolidado un asombroso crecimiento en los últimos 30 años, sino que ahora su nuevo y enorme poder económico le permite aspirar a un estatus internacional de gran potencia, nuevo poder que siempre trae consigo nuevas ambiciones.
Así en el Asia marítima se está produciendo la más importante transformación del equilibrio de seguridad mundial. China, con sus fronteras seguras y libre de convulsiones internas por primera vez en su historia reciente, está proyectando su poder hacia la periferia marítima de Asia, por donde sus intereses se expanden de modo natural, sobre todo por los mares Amarillo, Oriental y Meridional de China, que a través del estrecho de Malaca se conectan con el océano Índico en un todo continuo. Por Malaca circulan unos 60.000 buques al año y más de 15 millones de barriles de petróleo al día, un 70% de las importaciones de Corea del Sur, un 60% de las de Japón y Taiwán y un 80% de las de China. Así, tal como dijo Tomé Pires, frustrado embajador portugués en la China del siglo XVI, se puede decir que «quien posee Malaca tiene en sus manos la garganta de China» y también del resto del Asia marítima.
Precisamente la dependencia de China del comercio marítimo se percibe en Pekín como una vulnerabilidad, acrecentada por su desconfianza sobre la posibilidad de penetración de potencias rivales en sus regiones marítimas, nacida de la traumática experiencia del contacto con Occidente en los siglos XIX y XX. Ello impulsa a China a tratar de establecer un colchón defensivo entre su litoral y la llamada «primera cadena de islas», que abarca desde Japón a Borneo, pasando por Taiwán y Filipinas. Una estrategia que trata de poner en práctica a través de reclamaciones sobre la soberanía de los islotes, arrecifes, y aguas de los archipiélagos de Paracelso y Spratly, en el mar del Sur de la China y de Senkaku/Diaoyu, en el mar del este de China. Unas demandas que la enfrentan a las otras naciones ribereñas y que, además del posible interés por los recursos marinos, petróleo y gas, tienen su causa principal en la geopolítica.
Aunque en la periferia marítima de China no están sólo en juego los intereses de seguridad chinos o el acceso a recursos naturales, ya que la soberanía de Pekín sobre el área de su colchón marítimo, lo que le daría es el control sobre el corazón del comercio marítimo del mundo y permitiría limitar el acceso de potenciales rivales. Un supuesto que forzaría a las naciones ribereñas de los mares del Extremo Oriente a optar, bien por plegarse a las ambiciones de China, convirtiéndose en cierta manera en tributarias de Pekín, o por formar un frente común, incluyendo a EEUU, para limitar las pretensiones chinas. Cualquiera de las dos posibilidades tiene importantes implicaciones, tanto para la seguridad regional y como para el resto del mundo. En el primer caso es muy improbable que Japón, o EEUU, acepten ese cambio de statu quo, mientras que en el segundo, el temor que produce el incremento de poder de Pekín ya está dando lugar a que las naciones asiáticas establezcan una asociación estratégica formal, o de oportunidad, con EEUU, a la vez que refuerzan sus capacidades aeronavales.
Así, la situación en Asia marítima se encuentra en flujo, ya que la resurgencia de China está modificando los equilibrios de poder en la región, sostenidos sobre el despliegue aeronaval de la «potencia residente en Asia», EEUU. Una competición estratégica centrada en un espacio marítimo que fuerza a que los rivales, hasta el momento pacíficos, adopten estrategias contrapuestas: China para controlar los mares que la rodean y a continuación extender su presencia al Índico y el Pacífico Occidental; mientras, para EEUU es vital mantener la superioridad aeronaval en la región, garantizando la libertad de acceso al Asia marítima. Un guión que no es nuevo y en el que la gran potencia naval, EEUU, se enfrenta al reto de la expansión marítima de la gran potencia continental asiática, China.
El desenlace podría ser, bien la continuidad de la supremacía americana, sostenida en su poder naval, o por el contrario el surgimiento de un sistema de multipolaridad relativa, en la que China, principal potencia euroasiática y otras potencias regionales -Rusia, India o Japón- competirían por recursos e influencia, en un escenario tendente al equilibrio de poder y por lo tanto inestable en carácter.
Un escenario en el que Europa y, naturalmente España, tienen el mayor interés, ya que la estabilidad del Asia Indo-Pacífica resulta imprescindible para el desarrollo y la prosperidad global. Estabilidad a la que ya contribuimos con nuestra presencia, asegurando las líneas de tráfico marítimo en el Índico Occidental, mediante el despliegue de los buques de la Armada y aeronaves del Ejército del Aire para la lucha contra la piratería.


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