El
Papa FRANCISCO a los empleados vaticanos: sanen cada herida y cada falta
Después
de las felicitaciones a los superiores, Bergoglio se reunió con los
«desconocidos o invisibles» de la Curia romana. «Los miembros del cuerpo que
parecen más débiles son los más necesarios»
PARA VATICAN INSIDERES, 22 DE DICIEMBRE DE 2014
«Cuidar»
cada herida y cada falta. Es la exhortación que Papa Francisco dirigió a los
empleados vaticanos, a quienes quiso encontrar, con una innovación en el
protocolo, después de haberse reunido con los superiores de la Curia para las
felicitaciones navideñas. Fue la ocasión para agradecer a los «desconocidos e
invisibles» que ofrecen sus servicios en el Estado Pontificio y para indicar
cuáles son los ámbitos en los que hace falta su «cura», desde la «vida
espiritual» a la familiar, desde los riesgos de la «envidia» y de la
«concupiscencia» hasta los de un lenguaje de «palabras ofensivas»,
«vulgaridades» y de un arsenal de «decadencia mundana»; desde la tentación de
la «pereza» hasta la de considerar la Navidad como «una fiesta del consumismo
comercial». Jorge Mario Bergoglio quiso dirigir un agradecimiento especial a
los «italianos» que son la mayor parte de los empleados vaticanos.
«¡Queridísimos
empleados de la Curia (y no desobedientes, como alguien involuntariamente los
definió cometiendo un error de prensa)!», comenzó el Papa: «No quise que pasara
esta mi segunda Navidad en Roma sin reunirme con las personas que trabajan en
la Curia; sin reunirme con las personas que trabajan sin dejarse ver y que se
definen irónicamente “desconocidos o invisibles”: los jardineros, los agentes
de limpieza, los ujieres, los responsables de las oficinas, los botones, los
escribanos y muchos, muchos» otros. Retomando la Primera Carta a los Corintios
de San Pablo, el Papa subrayó que en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, «esos
miembros del cuerpo que parecen los más débiles son los más necesarios;
pensemos en los ojos: y esas partes del cuerpo que consideramos menos honrosos,
los rodeamos de un respeto mayor».
Queridísimos
y queridísimas colaboradores de la Curia –prosiguió Francisco–, pensando en las
palabras de San Pablo y en ustedes, es decir en las personas que forma parte de
la Curia y que la vuelven un Cuerpo vivo, dinámico y bien cuidado, quise elegir
la palabra “cura” como referencia de este encuentro entre nosotros»: «Me viene
a la mente la imagen de una mamá que cura a su hijo enfermo, con total entrega,
considerando proprio el dolor de su hijo. Ella nunca ve el reloj; no se queja
de no haber dormido toda la noche; no desea nada más que verlo curado, cueste
lo que cueste. En este tiempo que he transcurrido entre ustedes, he podido
notar el cuidado que reservan a su trabajo, y los agradezco mucho por ello. Sin
embargo, permítanme exhortarlos a transformar esta Santa Navidad en una
verdadera ocasión para “curar” cada herida y para “curarse” de cada falta. Por
ello –continuó el Papa– los exhorto a curar su vida espiritual, su relación con
Dios, porque esta es la columna vertebral de todo lo que hacemos y de todo lo
que somos. Un cristiano que no se nutre con la oración, con los Sacramentos y
con la Palabra de Dios, inevitablemente se marchita y se seca; cuiden su vida
familiar dando a sus hijos y a sus seres queridos no solo dinero, sino y sobre
todo, tiempo, atención y amor; cuiden sus relaciones con los demás,
transformando la fe en vida y las palabras en buenas obras, especialmente hacia
quienes más lo necesitan; cuiden sus palabras purificando la lengua de las
palabras ofensivas, de la vulgaridad y del arsenal de decadencia mundana;
cuiden las heridas del corazón con el aceite del perdón, perdonando a las
personas que les han herido y medicando las heridas que hemos procurado a los
demás; cuiden su trabajo haciéndolo con entusiasmo, con humildad, con
competencia, con pasión, con ánimo que sepa agradecer al Señor; cuídense de la
envidia, de la concupiscencia, del odio y de los sentimientos negativos que
devoran nuestra paz interior y nos transforman en personas destruidas y
destructivas; cuídense del rencor que nos lleva a la venganza y de la pereza
que nos lleva a la eutanasia esencial; del apuntar con el dedo, que nos lleva a
la soberbia y de las quejas constantes que nos llevan a la desesperación. Yo sé
que algunas veces –prosiguió el Papa–, para conservar el trabajo se habla mal
de alguien para defenderse: entiendo estas situaciones, pero la cosa no acaba
bien, al final nos destruiremos todos entre nosotros y esto no sirve. Hay que
pedir al Señor la sabiduría para morderse la lengua a tiempo para no decir
palabras injuriosas que después te dejan la boca amarga. Cuiden a los hermanos
débiles (he visto muchos hermosos ejemplos entre ustedes y les agradezco,
felicidades): a los ancianos, a los enfermos, a los hambrientos, a los que no
tienen techo y a los extranjeros, porque seremos juzgados con base en esto;
hagan que la Santa Navidad no sea nunca una fiesta del consumismo comercial, de
la apariencia o de los regalos inútiles, o de los despilfarros superfluos, sino
de la alegría de recibir al Señor en el pesebre del corazón». El Papa indicó:
«Me imagino cómo cambiaría nuestro mundo si cada uno de nosotros empezara
inmediatamente, aquí, a cuidarse seriamente y a cuidar generosamente la propia
relación con Dios y con el prójimo. Cada uno de nosotros puede pensar: ¿qué es
lo que debo cuidar más? Y a curarlo. Pero, sobre todo, la familia; la familia
es un tesoro, los hijos son un tesoro. Una pregunta que los padres jóvenes
podrían hacerse: ¿tengo tiempo para jugar con mis hijos o siempre estoy
ocupado, ocupada, y no tengo tiempo para los hijos? Dejo la pregunta. Jugar con
los hijos es sembrar futuro».
«Es
un dato comprobado –dijo el Papa argentino antes de agradecer a los empleados
extranjeros– que la mayor parte de ustedes es de nacionalidad italiana; por
ello, permítanme de expresar también un particular, y diría imperativo,
agradecimiento “a los italianos” que a lo largo de la historia de la Iglesia y
de la Curia romana han abrado habitualmente con ánimo generoso y fiel, poniendo
al servicio de la Santa Sede y del Sucesor de Pedro la propia y singular
laboriosidad y la filial dedicación, ofreciendo a la Iglesia grandes Santos,
Papas, mártires, misioneros, artistas que ninguna de las sombras pasajeras de la
historia podrá ofuscar». El Papa concluyó su discurso deseando una Navidad de
paz a los empleados vaticanos y mandando un «abrazo» a sus familiares, «sobre
todo a sus hijos y, especialmente, a los más pequeños. No quiero terminar estas
palabras –concluyó– sin pedir perdón por las faltas, mías, de los
colaboradores, incluso por algunos escándalos que hacen tanto daño.
Perdónenme».
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