Obama
y Castro sellan una apuesta arriesgada pero inevitable/ Anna Ayuso, Investigadora sénior, CIDOB
CIDOB
| 23 de diciembre de 2014
En
una estudiada puesta en escena, el pasado 17 de diciembre de 2014 el presidente
de Cuba, Raúl Castro, y el de Estados Unidos, Barack Obama, anunciaron
solemnemente un cambio radical en las tensas relaciones entre ambos países
mediante una comparecencia pública en paralelo. El anuncio del restablecimiento
de las relaciones diplomáticas rotas desde 1961 supone un giro en la estrategia
norteamericana en relación al régimen comunista que han liderado los hermanos
Castro desde hace 55 años. La ceremonia de intercambio de prisioneros que
acompañó la noticia y el uniforme que lució Castro en la comparecencia
denotaban un resabio de Guerra Fría que contrastaba con el mensaje de pasar
página en la historia reciente. Llegar a este momento no ha sido fruto de la improvisación;
Obama ya se mostró favorable a un cambio de política hacia Cuba en su primera
campaña presidencial, pero no se han dado las condiciones hasta el final del
segundo mandato. ¿Por qué ahora?
La
voluntad política de ambos líderes y las iniciativas de actores de la región
como Canadá o extra-regionales como el Vaticano dadas a conocer por ambos
mandatarios fue determinante, pero más aún los cambios en el contexto
internacional, en la región y en el interior de ambos países que hacían
insostenible mantener el statu quo. Nada es igual al año 1960 cuando el
Congreso autorizó a Eisenhower a establecer un embargo total sobre el comercio
con Cuba que ha permanecido hasta hoy y se ha convertido en el principal
argumento del régimen castrista para justificar las penurias económicas del
país. Tras el shock del derrumbe de la Unión Soviética y la pérdida de su
ayuda, Cuba se vio abocada al penoso “periodo especial” que supuso un deterioro
de la calidad de vida solo paliado en los últimos años por la ayuda de Venezuela.
Este balón de oxígeno está hoy en peligro por la bajada el precio del petróleo
que amenaza con el colapso financiero de su aliado estratégico.
Los
críticos con el acuerdo en Estados Unidos aducen que Obama ha hecho concesiones
sin contrapartidas, aunque lo cierto es que durante la presidencia de Raúl
Castro ha habido cambios, sobre todo reformas económicas para la
eufemísticamente llamada “actualización” del modelo socialista incluyendo: la
autorización del trabajo por cuenta propia que ocupa a más de medio millón de
cubanos, la descentralización de la administración, la introducción del
cooperativismo, una nueva ley de inversiones extranjeras o el proceso de
eliminación de la doble moneda. Todo ello va dirigido a dinamizar la economía y
generar ingresos para aliviar las carencias materiales de los cubanos y
alimentar las exhaustas arcas públicas. Son menos evidentes, aunque no
totalmente ausentes, medidas políticas como la liberación de algunos presos o
la reforma migratoria, que hoy permite salir del país incluso a miembros de la
oposición e incluye la posibilidad de retorno de exiliados. Pero no hay cambios
en el régimen político, algo que Raúl Castro se ha encargado de recalcar en su
discurso al pueblo cubano.
Sí
ha habido una transformación en el escenario político de la región que ha
fortalecido a Cuba. El impulso de la agenda bolivariana con el liderazgo del
fallecido presidente venezolano Hugo Chávez consiguió crear un grupo de presión
de gobiernos del socialismo del siglo XXI alrededor de la Alianza Bolivariana
de las Américas (ALBA) que cierra filas en la defensa del régimen cubano y
denuncia las intromisiones norteamericanas. Este grupo ejerce una considerable
influencia en instituciones regionales como UNASUR o la Comunidad de Estados de
América Latina y Caribe (CELAC) un organismo que dicho grupo considera una
alternativa a la Organización de Estados Americanos (OEA) y en la que Cuba ha
ejercido la presidencia durante el 2013 y tuvo su última Cumbre en La Habana.
Dicho emplazamiento ha sido además el elegido para las Conversaciones de Paz
del gobierno de Colombia con la Guerrilla de las FARC. Brasil, China y Rusia
invierten crecientemente en Cuba. La UE abrió este año negociaciones con el
gobierno de la isla para la firma de un acuerdo de cooperación.
En
este escenario Estados Unidos no podía permanecer inmóvil, máxime con la
experiencia de las dos cumbres de las Américas durante los mandatos de Obama.
En su primera cumbre con el conjunto de mandatarios del hemisferio de 2010 en
Trinidad Tobago Obama fue recibido con cortesía tras su reciente elección y las
demandas sobre el embargo a Cuba se suavizaron por la decisión unilateral de
apertura de los viajes de familiares y el posible envió de cantidades reducidas
de remesas a Cuba. Pero a la VI Cumbre de las Américas en Colombia de 2013 no
acudieron la mayoría de los presidentes de los países del ALBA y acabó con una
advertencia de que sería la última sin la asistencia de Cuba. Fue el detonante
para el lanzamiento de una ofensiva diplomática destinada a desbloquear la
situación. No es casual, que el anuncio se haya producido a cuatro meses de la
VII Cumbre de las Américas que se celebra en Panamá en abril de 2015 y a la que
ambos líderes han confirmado que asistirán.
Tampoco
lo es que la declaración se conociera después de las elecciones al Congreso y
al Senado en Estados Unidos del pasado 4 de noviembre de 2014 en las que los
demócratas recibieron un duro castigo y los republicanos pasaron a dominar las
dos cámaras. Muchos dieron a Obama por amortizado, pero lejos de ello el
presidente parece decidido a forzar una agenda de iniciativas políticas que
fueron postergadas por cálculo electoral. Ocurrió con la regularización
migratoria anunciada el 20 de noviembre, ha seguido con Cuba y probablemente veremos
iniciativas sobre Guantánamo. Obama no solo quiere recuperar el halo de
esperanza que llevó a concederle un prematuro Nobel de la Paz en 2009, sino
también allanar la campaña del futuro candidato a la presidencia y colocar la
carga de decisiones regresivas en el tejado de los republicanos que deberán
valorar los costes de tal decisión en el electorado. Una de las afirmaciones de
Obama en su declaración más criticada por los republicanos y por parte del
exilio cubano más radical fue reconocer que el embargo ha sido ineficaz, lo que
implícitamente cuestionaba la legitimidad de una política con efectos tan
dañinos sobre la población. Es una apuesta arriesgada, pero las encuestas
parecen dar la razón a Obama y el matrimonio Clinton se ha pronunciado en favor
de las medidas.
Son
un primer paso que permitirá más viajes, la multiplicación de la llegada de
remesas, el uso de tarjetas bancarias, al acceso a cuentas norteamericanas o el
comercio a través de filiales de empresas americanas en el extranjero. Pero como
dijo Castro “lo principal no está resuelto”; del lado norteamericano el embargo
seguirá vigente hasta que lo elimine el Congreso, Obama solo puede aliviarlo.
Del lado cubano, la apertura de la sociedad pondrá a prueba la capacidad del
régimen de dar respuestas a las nuevas demandas que surgirán de la sociedad
civil. La sociedad cubana ha recibido la noticia con alegría y esperanza y será
difícil dar marcha atrás. En este sentido la apuesta de Castro es también
arriesgada y abre muchas incógnitas para el régimen. La Cumbre de Panamá en
abril, con el tema central de Democracia y Derechos Humanos, volverá a reunir a
todos los países americanos y trazará la pauta de hacia dónde camina la región
tras el anunciado fin de la Doctrina Monroe.
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