4 dic 2014

¿Te acuerdas, Vicente?/Gerardo Galarza

¿Te acuerdas, Vicente?/Gerardo Galarza
 Constancia de los afanes que se viven en una redacción, pero sobre todo manifiesto de una amistad labrada en la labor periodística; eso es este texto de homenaje
Publicado en Excelsior, 04/12/2014

CIUDAD DE MÉXICO, 4 de diciembre.- ¿Te acuerdas que la primera vez que hablamos, digamos, en serio, fue sobre Jesucristo Gómez? Eras tan tímido que parecías áspero. Pero se te acabaron los cigarros y yo sí tenía. Suerte de reportero principiante. Habías escrito El Evangelio de Lucas Gavilán y a Armando Ponce se le ocurrió la idea de que te entrevistara para el suplemento de la agencia de noticias. ¿A quién carajos se le ocurriría la existencia de Jesucristo en México? ¿Y además que se apellidara Gómez? Le hubieras buscado un apellido con más abolengo. ¿Era 1979? ¿Te acuerdas?
Algo hice bien para caerte bien. Desde entonces tú, yo y otros más nos acordamos de muchas cosas, un montón de cosas. Bueno, tú las llevaste al papel y otros las leyeron sin imaginar lo que nosotros sabíamos.


¿Te acuerdas de aquellas noches del Mánix, de aquella mafia autodenominada El Mollete Literario? ¿Te acuerdas de Armando Ponce, de Emilio Hernández, de Paco Ortiz
Pinchetti, del Fede Campbell, de David Huerta, del Negro Efrén Maldonado, de los Carlos, Marín y Ramírez?

Claro que  debes acordarte: cuántas veces nos convenciste con diferentes hipótesis sobre los responsables del asesinato del matrimonio Flores Izquierdo durante la escritura de Asesinato y de que cada jueves salíamos convencidos del nuevo nombre del asesino, mismo que nunca supimos hasta que leímos el libro.

¿Te acuerdas que cuando murió Juan Rulfo platicaste de él, junto a Armando Ponce y Juan Miranda,  con Juan José Arreola, y de ahí salió el libro que se llamó ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?, presuntamente previa consulta con aquella supuesta mafia?

Sí, sí que te acuerdas, como me acuerdo de aquella infausta noche en la que casi a las tres de mañana me ordenaste, tan mal hablado como siempre: “A ver, cabrón, comunícame con Julio”, “¿Con el director, Vicente?” “¿Con quién más, cabrón?” Ah. Y Armando, El Negro y Marín y el Fede te oíamos decir, sin conocer el diálogo: “Ni madres, Julio. Sí, yo me rajo; sí, soy un sacatón; sí, soy un maricón. Ni madres, Julio. No, Julio, yo no”, para anunciarle al director tu decisión de no publicar el reportaje sobre el uso de los recursos del Estado mexicano para sacar a la fuerza de Venezuela a los sobrinos del secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, luego de la amenaza personal, directa, cabrona, en plena oficina de Fresas 13, de aquel director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez, años más tarde sentenciado por el asesinato de Manuel Buendía. La parábola del vaso la llamábamos mucho tiempo después entre risas que todavía delatan nuestro miedo y que tú, como siempre, contaste en un texto público para que quedara constancia.

Bueno, tú ya tenías callo. Mucho. Tan sólo antes de eso, el poder en pleno, el presidencialismo mexicano, se te había venido encima cuando publicaste El martirio de Morelos y la UNAM lo puso en escena con la indescriptible por maravillosa actuación de JJ Gurrola en el papel del Siervo de la Nación. Qué mal tino o, mejor, qué buen tino… Morelos, el mito, era el héroe del candidato del PRI a la Presidencia de la República, Miguel de la Madrid; Morelos, el tuyo, el nuestro era el de carne y hueso, el que se dobló ante el Santo Oficio, como cualquiera lo hubiera hecho. Y entonces te mandaron infiltrados para reventar la obra. Ya sabías de eso desde cuando Luis Echeverría,  también presidente de la República, despojó a tus amigos, encabezados por Julio Scherer, de la cooperativa Excélsior, en la que tú sólo trabajabas como director de Revista de Revistas.

También deberás acordarte de aquella noche en que decidimos hacernos ricos, bueno tú y el monero Efrén por delante. Hicimos nuestro plan de negocios: tú escribirías la historia, Efrén la ilustraría. Nosotros la promoveríamos y haríamos todos los productos habidos y por haber: lápices, cuadernos, gomas, plumas, sacapuntas, vasos, mochilas, vestiditos, cachuchas, camisetas, todo tipo de juguetes, chocolates, donas, cajitas felices, todos… como Hello Kitty. Tú escribiste, Efrén dibujó, Juanito Repetido fue impreso… y tengo un ejemplar autografiado por los dos para Claudia Beatriz. Todos seguimos trabajando. Ni modo.

No podrás olvidarte, tampoco nosotros, de las interminables noches-madrugadas-salidas de sol frente a las fichas de dominó, entre cientos de cigarros y aquellos tacos y tortas de Los Picudos que encargabas al cabrón y siempre leal Chino y que nadie, absolutamente nadie, podía pagar más que tú. Éramos amigos y sabíamos que perder era perder y ganar era ganar. Siempre en efectivo. Los que no sabían aprendieron a punta de cartera. ¿Te acuerdas? Manolo Robles, Froy, Marín, Carlos Puig, Nacho Ramírez, Ron Ru Cardozo (inmortalizado en El Callejón de los Milagros), Salvador Paleo, Armando Ponce, Marco Antonio Sánchez, Miguel de la Vega… quienes apoquinamos nuestra lana o gozamos de la ajena.

En esa mesa quien quiso aprendió a no doblarse a la primera, a respetar la mano y también a hacer portadas… sin palabras. Como la noche que ordenó poner el ojo del subcomandante Marcos como la foto que cubría toda la portada. La viste, la mostraste. Dijimos: ¿Así? ¿Qué va a decir? Nada. ¿Cómo nada? Nada. Ah, bueno. Tírale, güey. Te va a ti. Y luego el director: Hermano, ¿cómo va la portada? Ya’stá. ¿Qué va a decir?  Nada. Así como está. ¿Cómo así? Así. Así salió… sin ninguna letra, como dijo una de mis hijas que en ese tiempo apenas comenzaba a leer.

¿Te acuerdas? Hace casi año y medio llamaste y sin más dijiste: ¿Me recibes en Excélsior? Sí, ¿por qué no? Voy para allá. Recorrimos viejos y nuevos pasillos. Me contaste, te conté, como si nos hubiéramos visto un día antes, como siempre. ¿Cómo te va?, preguntaste como despedida. Bien, Vicente. ¿De veras? De veras. Nos abrazamos. Salúdame a Sonia, a Pascal también, dijiste. Frente al café La Habana, el mismo que frecuentaste cuando nadie te había publicado nada, el fiel Chino te abrió la puerta del coche.

Entonces me acordé de aquel día, cuando con voz encabronada y cigarro entre los dedos, reclamabas: “¡No chingues, ¿qué clase de reportero eres? Te falta ese dato”.  “Es un dato menor, Vicente”. ¡Por eso, tienes los datos mayores, debes tener los menores. Un reportero como tú debería saberlo”. “Sí, Vicente, lo consigo”. “Sí, pero ya…”

¿Te acuerdas, Vicente?


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