23 jun 2015

El infarto de Elmer Mendoza,


Mónica Maristain ENTREVISTA  a Elmer Mendoza.
Sinembargo.com, 23 de junio de 2015
| Vi a la muerte, pero ella no tenía prisa: Élmer Mendoza
"Luego de estar 40 minutos frente a la computadora sin poder hacer nada, me di cuenta de que algo pasaba", dice el escritor. 
Ciudad de México, 23 de junio (SinEmbargo).– El pasado noviembre, el escritor sinaloense Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), sufrió un infarto. La noticia se mantuvo casi en secreto, gracias a las disposiciones de Leonor Quijada, la esposa del autor de El amante de Janis Joplin y el médico que lo atiende.
Pocos supieron entonces y, como bien dice Élmer, “algunos se enterarán por medio de esta nota” cómo vivió su difícil circunstancia de salud, la que por otra parte le impedía hablar y por tanto tener contacto con el mundo exterior.
Poco a poco el autor fue recuperándose y regresa a la rutina en forma lenta, aquellas pequeñas ceremonias cotidianas que tan bien relató en una entrevista a la revista Nexos en 2013.

“Cuando estoy muy cansado o una atmósfera se me sale de control, hago velocidad en bicicleta. Hay en Latebra Joyce (el espacio imaginario donde escribe) un velódromo profesional. Lo construimos para que Lance Armstrong entrenara una vez que nos visitó. Ahora me explico por qué ni desempacó su Madone 6.9.”, reflexionó.
“También compro sombreros y acompaño a Leonor a buscar macetas con gerberas y nochebuenas que florecen en abril. Generalmente comemos cerdo, frijoles refritos, asadera oreada, machaca, tortillas de harina y cerveza Pacífico. Luego visitamos el Jardín Botánico de Culiacán. Además de las plantas tropicales y los bambúes, nos entretenemos en el Espacio Escultórico, particularmente en las obras de Gabriel Orozco, Teresa Margolles, Dan Graham y James Turrell. Luego, me dejo atrapar por el hechizo de la escritura y soy idiota y genio al mismo tiempo”, expresó.
Antes de que su corazón fallara, cuando presentaba El misterio de la orquídea calavera (Tusquets), la novela donde nació su personaje “El Capi” –un adolescente con acné, bueno para nada, dedicado a las nuevas generaciones de lectores–, el escritor había sufrido el virus de la varicela zóster, una enfermedad dolorosa y de difícil tratamiento.
En 2012, Élmer Mendoza recibió un reconocimiento más que merecido: ingresó a la Academia Mexicana de las Letras como representante de Culiacán, la tierra donde nació y donde vive.
“De esta forma se reconoce al escritor que ha sabido reflejar en sus obras el habla particular de su región, catedrático de la Universidad Autónoma de Sinaloa, tallerista, incesante animador de la lectura y promotor cultural”, dijo entonces el INBA.
Su primera novela fue Un asesino solitario (1999); le siguieron otras como Efecto Tequila (2004), Cóbraselo caro (2005) y La prueba del ácido (2010).
Élmer es también autor de El amor es un perro sin dueño (1991), Firmado con un klínex (2009), Cada respiro que tomas (1991) y Buenos muchachos (1995), entre otros volúmenes de cuentos y crónicas.
En esta entrevista llevada en Tepic, donde asistió para expresar la solidaridad con el Festival de las Letras impulsado por el alcalde Polo Domínguez y la comunicadora Lorena Elizabeth Hernández, confiesa haber visto a la muerte de cerca, pero felizmente, “ella no tenía prisa”.
–¿Tuviste miedo?
–No. Lo que tuve fue mucha curiosidad. Es una experiencia inédita, como decimos en nuestro medio. Tiene que ver mucho la oportunidad en que detectes eso y Leonor, no sé si le viene de familia, tiene una gran capacidad para ello. Yo hacía mi rutina normal, me levanté ese día a las 5 de la mañana, pero algo no conectaba. Luego de estar 40 minutos frente a la computadora sin poder hacer nada, me di cuenta de que algo pasaba. Quizás estoy cansado, me dije, entonces volví a la cama. En la cama me mareé y en el mareo desperté a Leonor. Ella me tocó, estaba transpirando. Era el 9 de noviembre de 2014, a las 5:45 de la mañana. A partir de ahí, me dio unas pastillas y a los 5 minutos le pedí que me llevara al hospital. Media hora después, estaba en el hospital, oficialmente infartado. Fue un proceso extraño. Nunca tuve miedo. La verdad es que nunca tuve miedo a la muerte y luego de esa experiencia mi conclusión fue: No pasa nada, uno puede morir y ya.
–¿Y quién escribirá tus libros si te mueres?
–Nadie, pero espero haber escrito los suficientes como para ser considerado un escritor.
–¿Qué tienes para decir en tus libros sobre la enfermedad?
–En la novela que estoy escribiendo (donde recupera a su personaje Mendieta) ya he citado cosas sobre la enfermedad. Tenía un equipo de enfermeras muy atentos. Son mujeres que me salvaron la vida y que aparecen en mi novela. Espero que mis lectores me lo perdonen. Ahora no sé. Por lo pronto espero vivir hasta el próximo año y terminar la novela. Tengo la indicación de mi médico de no excederme, estoy trabajando todos los días por periodos muy cortos y el doctor quiere que evite la adrenalina porque eso me afecta directamente al corazón. Es curioso, siento la herida y es algo lindo.
La conclusión es que soy un hombre que está bien. Tengo muchas cosas resueltas. Tengo unos hijos que se valen por sí mismos, que tengo una esposa increíble…
–Te cuidabas mucho en los últimos tiempos, ¿el infarto fue una sorpresa para ti?
 –Sí. En los chequeos anuales al médico, me salía algo en el corazón, pero que el médico me decía que tal vez era algo genético. Me contaba que su padre había padecido lo mismo y que había vivido no obstante hasta los 90 años, pero resulta que mi lesión tenía 18 años y cada año se abría un poquito más. Soy un tipo disciplinado, no exploto rápido.
 –¿Será una herida de amor?
 –No, no lo creo. Siempre he sido un tipo muy compartido con las personas que conocí y he recibido los puñales justos. No creo que mi enfermedad se deba a eso. Las mujeres de mi vida me saludan todavía con alegría y aprueban mucho la presencia de Leonor a mi lado.
 –¿Cómo fue la reacción del mundo literario ante tu infarto?
 –Leonor tuvo el acierto de bloquear todo y poco a poco se fueron dando cuenta de que algo pasaba. No podía hablar y menos por teléfono. Estuve mucho tiempo sin conversar con nadie. La señora que nos cocina y que siempre estuvo muy atenta a mi tratamiento, Leonor y una enfermera que fue parte del proceso, fueron durante mucho tiempo mis únicos interlocutores. Todo el mundo supo guardar el secreto y ahora habrá amigos que se estarán enterando por esta nota y que me van a llamar para reclamarme por qué no supieron en su momento lo que me pasaba.
 –¿Qué cambió en ti después de esta experiencia?
 –No lo tengo muy claro todavía. He estado trabajando la nueva novela de Mendieta y no sé cómo va a quedar, lo sabré cuando la publique. Lo que sí es que si siempre tuve clara la idea de que somos finitos, ahora lo tengo por seguro. También siento ahora que cualquier cosa que haga, la tendré que hacer muy bien. Quizás no llegue a escribir todas las novelas que había pensado, pero la que escriba, lo haré muy bien. Mi relación con el mundo es de conciliación. No gastaré energías en pelear con nadie. Hace muchos años que no lo hago, de por sí. La gente que me conoce sabe que soy un superviviente, que me he salvado de muchísimas cosas. Creo que tengo que aprovechar de estar todavía aquí.
 –Eras considerado un hombre de buen corazón, resulta que no tenías tan buen corazón…
 –(risas) Sí, imagínate.
 –¿Cómo te gustaría ser visto después de muerto?
–No he pensado en ello, ¿sabes por qué? Porque no me voy a morir. Vi a la muerte, la vi muy de cerca, pero ella no tenía prisa. Cuando llegue, llegará. Quiero estar bien y tuve solo un pensamiento alrededor de la muerte y tuvo que ver con el hecho de que por esos días nació mi primer nieto. Se llama Dante. Entonces, si muero, ahora está Dante, quien seguirá la obra de alguna manera. Soy un hombre muy aterrizado, que no entro en las ideas de la posteridad.
–Ahora estás con Mendieta, ¿pudiste hacer balance de tu obra en esos días?
–Sí, hice balance de muchas cosas. De mis novelas, de mi literatura, de lo que hice por mi pueblo y de lo que puedo hacer por mi pueblo. De las personas que quise y de las que me han querido. La conclusión es que soy un hombre que está bien. Tengo muchas cosas resueltas. Tengo unos hijos que se valen por sí mismos, que tengo una esposa increíble…me gusta mucho que Leonor (Directora de la Sociedad Artística Sinaloense), a pesar de que estuvo siempre a mi lado, en ningún momento abandonó su proyecto. Eso me gusta, me gusta mucho. Es una mujer que sigue haciendo sus cosas y que pase lo que pase tendrá una vida rica. La cosa va bien. Y cuando me vaya realmente, va a ir mejor.
–¿Qué otras cosas te gustan?
–Me gusta mucho comer, me gusta el vino… ahora no puedo tanto, pero afortunadamente mi médico es también un gourmand y entiende todo. Me ha dicho que al final del año podré beber un poco más de vino y comer algunas cosas que ahora no puedo.
–¿Te sigue doliendo Culiacán?
 –Sí. No hay ciudad perfecta, lo sé, pero nosotros bajamos de la media de lo que se considera una ciudad habitable. Los culiacanenses desarrollamos un mecanismo de defensa frente a la circunstancia difícil que se vive y amamos nuestra ciudad. Hacemos y damos cosas por ese lugar tan lleno de pendejos. La habitamos, la sufrimos y seguimos ahí. Me ha gustado mucho de mis paisanos que cuando fue la Guerra del Narco y todos se iban a vivir a los Estados Unidos, ellos se quedaron en Culiacán. Los que eran secuestrables se quedaron y esa es una gran lección de amor a una ciudad.
 –¿La sigues a Magali Tercero, que escribe a menudo sobre Culiacán?

 –Sí, claro. Nunca he podido manifestarle lo bien que me cae y lo mucho que me gusta lo que ella hace. Todos los que escriben sobre Culiacán dicen la verdad. Es una ciudad muy intensa, que guarda en su centro el origen de la violencia en México. También me gusta Diego Enrique Osorno cuando escribe sobre Culiacán. Se nota que la ama mucho.

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