Obama y Castro también hacen política interior/Carmen Beatriz Fernández es presidenta de la consultora DataStrategia e investigadora asociada en la Universidad de Navarra.
El
Español |22 de marzo de 2016..
Barack
Obama llevaba escasamente un año como presidente electo de los Estados Unidos
cuando recibió el Premio Nobel de la Paz. No era tanto lo que había hecho como
lo que esperaban los organizadores del premio que iba a hacer. Como una profecía
autocumplida, ese premio auguró lo que iba a ser la doctrina Obama en materia
de política internacional: evitar el conflicto, abrazar los acuerdos
comerciales, trabajar los puntos de unión y eludir los de separación, y
rechazar la intervención militar. Y en las horas en que la intervención sea
imprescindible, contar con las tropas más leales, acudiendo siempre a los
generales de confianza: General Electric, General Motors y los de nuevo cuño,
que comandan ejércitos comunicacionales: Google, Twitter y FaceBook.
En
parte por personalidad y en parte por convicción, Obama prefiere el consenso
que el conflicto. Confía en que la forma más efectiva de lograr una victoria
ideológica no es a sangre y fuego, sino facilitando la apertura comercial, el
desarrollo económico y la fluidez de la información. La expansión de la
democracia sigue en la mira de la política internacional, pero la forma de
alcanzarla ha variado respecto a los esfuerzos precedentes.
No
existe factor que explique mejor el éxito de la democracia en una sociedad que
la prosperidad económica, y por ello aboga Obama. Abre mercados, potencia el
intercambio comercial y se proclama adalid de las telecomunicaciones. El
preanuncio de un acuerdo con Google para ampliar el acceso a Internet en la
isla con más conexiones de wifi y banda ancha, fue uno de los pocos tópicos que
se filtraron a la prensa antes de la visita.
Pero
además, para entender la política internacional norteamericana no basta hacer
el análisis de la doctrina dominante, también es clave entender la política
local, particularmente si estamos en un año electoral. El diputado demócrata
norteamericano Tip O’Neill escribió un librito sobre la vida parlamentaria que
llevaba como título Toda política es local. Es ése un concepto clave en la vida
de cualquier político, incluido un presidente saliente que quiere allanar el
camino a su sucesora, para quien la opinión más importante es la de sus
electores, o incluso un dictador que haya heredado fraternalmente una primera
magistratura.
Y
la opinión del electorado norteamericano viene cambiando a velocidad de vértigo
en relación al tema cubano. “¿Usted apoya o rechaza que los Estados Unidos
terminen con el embargo comercial a Cuba?” es una de las preguntas que Gallup
viene incorporando a su cuestionario desde hace unos quince años. En 1999 el
48% del electorado norteamericano estaba a favor de terminar el embargo y el
42% se oponía. En la medición del 2015, el 59% estaba a favor de terminar con el
embargo y sólo el 29% lo rechazaba.
Tambien
han cambiado radicalmente las percepciones acerca de la nación caribeña. Ante
la pregunta “¿En general su opinión sobre Cuba es favorable o desfavorable?”
Gallup encontraba en 1996 que un 81% de los norteamericanos tenían opinión
desfavorable y sólo un 10% tenía opinión positiva. Doce años más tarde, al
comenzar Obama su mandato, la relación había mejorado para ser 67% negativa y
27% positiva. Pero en el año 2015 las curvas de opinión se cruzaron. Hoy, un
mayoritario 54% de los norteamericanos ve con buenos ojos a Cuba, mientras que
un 40% tiene una opinión negativa sobre la isla.
Con
toda seguridad esos cambios en la opinión pública norteamericana y esa mirada
afable con la que la mayoría del electorado percibe ahora a Cuba, hayan
contribuido a la puesta en escena familiar que el matrimonio Obama quiso
imprimirle a la visita. La pareja presidencial, sus hijas, y hasta la suegra en
una visita que dotó de un talante turístico, vistoso y nada arriesgado al
viaje. Casi como un paseo a Disneyworld. El vestido florido de la primera dama
y hasta el paraguas negro, podrían incluso rememorar a Mary Poppins.
Igualmente
cuenta para los cálculos de Castro la opinión pública cubana. Él también cuidó
su puesta en escena y se benefició de la excelente imagen de Obama, que le
dobla en popularidad. Un 80% de los cubanos tiene una opinión positiva del
presidente estadounidense, mientras un 48% se atrevió a decir que tiene una
opinión negativa del actual presidente cubano (Bendixen&Amand 2015).
El
hecho de no acudir al aeropuerto a recibir a Obama implica mandar a los cubanos
un mensaje de que no hay sumisión en la visita del primer mandatario
estadounidense, por el contrario: es un triunfo de la revolución. “Wao!”,
tuiteó Donald Trump: “El presidente Obama acaba de aterrizar en Cuba, un gran
acontecimiento, y Raúl Castro no estaba allí para saludarle. Había saludado
antes al Papa y a otros. No hay respeto”. Como decíamos: all politics is local.
En
añadidura, para la elección presidencial del próximo noviembre en los Estados
Unidos hay un segmento que es singularmente importante: el del elector hispano.
El candidato que lo conquiste hará suya la Casa Blanca. El ya casi seguro
candidato republicano Donald Trump ha hecho lo mejor que ha podido para lograr
ahuyentar a los electores hispanos de sus filas. Los demócratas parten con
ventaja en este terreno, pero aún resta trabajo por hacer. Tanto Obama como
Hillary Clinton están en ello. Entre los votantes cubano-americanos más
jóvenes, por ejemplo, el porcentaje de quienes se oponen a que continúe el
embargo se eleva hasta el 62% del segmento (FIU 2015). Un 68% de todos los
cubano-americanos están a favor del restablecimiento de las relaciones
diplomáticas, y en los segmentos más jóvenes el número crece hasta el 90%.
Hacia ellos se está llevando de manera determinante un mensaje en esta visita.
Si
bien es cierto que ya una mayoría norteamericana apoya el restablecimiento de
las relaciones entre USA y Cuba, no menos cierto es que esa foto de Obama con
el Che Guevara de fondo puede causar urticaria entre ciertos grupos electorales
relevantes en los Estados Unidos. Por eso fue fundamental para Obama pautar el
viaje a Cuba como primera parada en una escala latinoamericana que continúa
hacia Argentina, y que hace esa foto mucho menos costosa electoralmente.
Tras
la reunión clímax de la visita, el esperado encuentro cara a cara de ambos
mandatarios, ambos hicieron explícitos sus encuentros y sus diferencias. “No
hay presos políticos en Cuba” aseveró Castro, “aún nos faltan algunos derechos
humanos por cumplir, pero ningún país los cumple todos”. Por su parte, Obama se
atrevió a nombrar la soga en casa del ahorcado: “El cambio en Cuba llegará de
los propios cubanos”.
Pero
quizás aún más importante de lo que se dijo a la prensa haya sido lo que no se
dijo. Las oportunidades que hubo de conversar a puerta cerrada sobre un tema
obligado que preocupa a ambos: Venezuela. En el trágico puzle histórico en que
se encuentra ese país, colocado por tozudez presidencial al borde de la
catástrofe, pocos interlocutores podrían tener la capacidad de maniobra de Raúl
Castro. Y ello con seguridad fue tema del encuentro. “La lucha contra el
Imperio” queda por lo pronto formalmente excluida de la retórica madurista.
Previamente
Obama le había rendido un homenaje al prócer José Martí. Dos días antes Castro
le había entregado una orden que lleva el nombre del escritor al presidente
venezolano. Quizás Obama hubiera merecido más esa medalla. Si se le hubiera
otorgado en el anverso llevaría grabado un pensamiento de Martí: “El derecho
del obrero no puede ser nunca el odio al capital; es la armonía, la
conciliación, el acercamiento común de uno y del otro”. Y en su reverso: “Los
hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y
deshacen”. Diría también Martí que Obama pertenece al primer grupo…
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